[0987] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL TRABAJO, LA FAMILIA Y LA VIDA FAMILIAR
De la Encíclica Laborem exercens –sobre el trabajo humano–, en el 90 Aniversario de la Rerum novarum, 14 septiembre 1981
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9. [...] Lo saben las mujeres, que a veces, sin un adecuado reconocimiento por parte de la sociedad y de sus mismos familiares, soportan cada día la fatiga y la responsabilidad de la casa y de la educación de los hijos. [...]
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10. Confirmada de este modo la dimensión personal del trabajo humano, se debe luego llegar al segundo ámbito de valores, que está necesariamente unido a él. El trabajo es el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre. Estos dos ámbitos de valores –uno relacionado con el trabajo y otro consecuente con el carácter familiar de la vida humana– deben unirse entre sí correctamente y correctamente compenetrarse. El trabajo es, en cierto sentido, una condición para hacer posible la fundación de una familia, ya que ésta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo. Trabajo y laboriosidad condicionan, a su vez, todo el proceso de educación dentro de la familia, precisamente por la razón de que cada uno “se hace hombre”, entre otras cosas, mediante el trabajo, y ese hacerse hombre expresa precisamente el fin principal de todo el proceso educativo. Evidentemente, aquí entran en juego, en un cierto sentido, dos aspectos del trabajo: el que permite la vida y manutención de la familia y aquel por el cual se realizan los fines de la familia misma, especialmente la educación. No obstante, estos dos aspectos del trabajo están unidos entre sí y se complementan en varios puntos.
En conjunto, se debe recordar y afirmar que la familia constituye uno de los puntos de referencia más importantes según los cuales debe formarse el orden socioético del trabajo humano. La doctrina de la Iglesia ha dedicado siempre una atención especial a este problema, y en el presente documento convendrá que volvamos sobre él. En efecto, la familia es, al mismo tiempo, una comunidad hecha posible gracias al trabajo y la primera escuela interior de trabajo para todo hombre.
El tercer ámbito de valores que emerge en la presente perspectiva –en la perspectiva del sujeto del trabajo– se refiere a esa gran sociedad a la que pertenece el hombre a través de particulares vínculos culturales e históricos. Dicha sociedad –aun cuando no ha asumido todavía la forma madura de una nación– es no sólo la gran “educadora” de cada hombre, aunque indirecta (porque cada hombre asume en la familia los contenidos y valores que componen, en su conjunto, la cultura de una determinada nación), sino también una gran encarnación histórica y social del trabajo de todas las generaciones. Todo esto hace que el hombre concilie su más profunda identidad humana con la pertenencia a la nación y entienda también su trabajo como incremento del bien común elaborado juntamente con sus compatriotas, dándose así cuenta de que por este camino el trabajo sirve para multiplicar el patrimonio de toda la familia humana, de todos los hombres que viven en el mundo.
Estos tres ámbitos conservan permanentemente su importancia para el trabajo humano en su dimensión subjetiva. Y esta dimensión, es decir, la realidad concreta del hombre del trabajo, tiene precedencia sobre la dimensión objetiva. En su dimensión subjetiva, se realiza, ante todo, aquel “dominio” sobre el mundo de la naturaleza al que el hombre está llamado desde el principio, según las palabras del Libro del Génesis. Si el proceso mismo de “someter la tierra”, es decir, el trabajo bajo el aspecto de la técnica, está marcado a lo largo de la historia, y especialmente en los últimos siglos, por un desarrollo inconmensurable de los medios de producción, entonces éste es un fenómeno ventajoso y positivo, a condición de que la dimensión objetiva del trabajo no prevalezca sobre la dimensión subjetiva, quitando al hombre o disminuyendo su dignidad y sus derechos inalienables.
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16. [...] El hombre debe trabajar por respeto al prójimo, especialmente por respeto a la propia familia; pero también a la sociedad a la que pertenece, a la nación de la que es hijo o hija, a la entera familia humana, de la que es miembro, ya que es heredero del trabajo de generaciones y, al mismo tiempo, coartífice del futuro de aquellos que vendrán después de él con el sucederse de la historia. [...]
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18. [...] La obligación de prestar subsidio a favor de los desocupados, es decir, el deber de otorgar las convenientes subvenciones indispensables para la subsistencia de los trabajadores desocupados y de sus familias, es una obligación que brota del principio fundamental del orden moral en este campo, esto es, del principio del uso común de los bienes, o, para hablar de manera aún más sencilla, del derecho a la vida y a la subsistencia. [...]
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19. [...] Tal verificación afecta, sobre todo, a la familia. Una justa remuneración por el trabajo de la persona adulta que tiene responsabilidades de familia es la que sea suficiente para fundar y mantener dignamente una familia y asegurar su futuro. Tal remuneración puede hacerse, bien sea mediante el llamado salario familiar –es decir, un salario único dado al cabeza de familia por su trabajo y que sea suficiente para las necesidades de la familia sin necesidad de hacer asumir a la esposa un trabajo retribuido fuera de casa–, bien sea mediante otras medidas sociales, como subsidios familiares o ayudas a la madre que se dedica exclusivamente a la familia; ayudas que deben corresponder a las necesidades efectivas, es decir, al número de personas a su cargo durante todo el tiempo en que no estén en condiciones de asumir dignamente la responsabilidad de la propia vida.
La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y psicológicamente equilibradas. Será un honor para la sociedad hacer posible a la madre –sin obstaculizar su libertad, sin discriminación psicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras– dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos según las necesidades diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión materna (26).
En este contexto se debe subrayar que, de modo más general, hay que organizar y adaptar todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la persona y sus formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la edad y el sexo de cada uno. Es un hecho que en muchas sociedades las mujeres trabajan en casi todos los sectores de la vida. Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los que están capacitadas, pero al mismo tiempo sin perjudicar sus aspiraciones familiares y el papel específico que les compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre. La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un papel insustituible.
Además del salario, aquí entran en juego algunas otras prestaciones sociales que tienen por finalidad la de asegurar la vida y la salud de los trabajadores y de su familia.
26. Cfr. CONC. ECUM. VAT. II, const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, 67: AAS 58 (1966), p. 1089 [1965 12 07c/67].
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22. [...] Sin tener que ocultar que se trata de un compromiso complejo y nada fácil, es de desear que una recta concepción del trabajo en sentido subjetivo lleve a una situación que dé a la persona minusválida la posibilidad de sentirse no al margen del mundo del trabajo o en situación de dependencia de la sociedad, sino como un sujeto de trabajo de pleno derecho, útil, respetado por su dignidad humana, llamado a contribuir al progreso y al bien de su familia y de la comunidad según las propias capacidades.
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23. [...] Sin embargo, aunque la emigración es, bajo cierto aspecto, un mal, en determinadas circunstancias es, como se dice, un mal necesario. Se debe hacer todo lo posible –y ciertamente se hace mucho– para que este mal, en sentido material, no comporte mayores males en sentido moral; es más, para que, dentro de lo posible, comporte incluso un bien en la vida personal, familiar y social del emigrado en lo que concierne tanto al país donde llega como a la patria que abandona. [...]
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25. [...] La conciencia de que el trabajo humano es una participación en la obra de Dios, debe llegar –como enseña el Concilio– incluso a “los quehaceres más ordinarios. Porque los hombres y mujeres que, mientras procuran el sustento para sí y su familia, realizan su trabajo de forma que resulte provechoso y en servicio de la sociedad, con razón pueden pensar que con su trabajo desarrollan la obra del Creador, sirven al bien de sus hermanos y contribuyen de modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la historia” (37).
[Enseñanzas 10, 17, 18-19, 30-31, 33, 36-37, 42, 45]
37. Cfr. CONC. ECUM. VAT. II, const. past. sobre la Iglesia en el mundo actual, Gaudium et spes, 67: AAS 58 (1966), pp. 1052 s.
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