[0996] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS SEGÚN LAS PALABRAS DE JESÚS A LOS SADUCEOS
Alocución Voi vi ingannate, en la Audiencia General, 18 noviembre 1981
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1. “Estáis en un error, y no conocéis las Escrituras ni el poder de Dios” (Mt 22, 29); así dijo Cristo a los saduceos, los cuales –al rechazar la fe en la resurrección futura de los cuerpos– le habían expuesto el siguiente caso: “Había entre nosotros siete hermanos; y, casado el primero, murió sin descendencia, y dejó la mujer a su hermano (según la ley mosaica del ‘levirato’); igualmente el segundo y el tercero, hasta los siete. Después de todos murió la mujer. Pues en la resurrección, ¿de cuál de los siete será la mujer?” (Mt 22, 25-28).
Cristo replica a los saduceos, afirmando, al comienzo y al final de su respuesta, que están en un gran error, no conociendo ni las Escrituras ni el poder de Dios (cf. Mc 12, 24; Mt 22, 29). Puesto que la conversación con los saduceos la refieren los tres evangelios sinópticos, confrontemos brevemente los relativos textos.
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2. La versión de Mateo (22, 24-30) aunque no haga referencia a la zarza, concuerda casi totalmente con la de Marcos (12, 18-25). Las dos versiones contienen dos elementos esenciales: 1) la enunciación sobre la resurrección futura de los cuerpos; 2) la enunciación sobre el estado de los cuerpos de los hombres resucitados (1). Estos dos elementos se encuentran también en Lucas (20, 27-36)2. El primer elemento, concerniente a la resurrección futura de los cuerpos, está unido, especialmente en Mateo y en Marcos, con las palabras dirigidas a los saduceos, según las cuales ellos no conocían “ni las Escrituras ni el poder de Dios”. Esta afirmación merece una atención particular, porque precisamente en ella Cristo puntualiza las bases mismas de la fe en la resurrección, a la que había hecho referencia al responder a la cuestión planteada por los saduceos con el ejemplo concreto de la ley mosaica del levirato.
1. Aunque el Nuevo Testamento no conoce la expresión “la resurrección de los cuerpos” –que aparecerá por vez primera en San Clemente (2 Clem. 9, 1) y en Justino (Dial. 80, 5)– y utilice la expresión “resurrección de los muertos”, entendiendo con ella al hombre en su integridad, sin embargo, es posible hallar en muchos textos del Nuevo Testamento la fe en la inmortalidad del alma y su existencia incluso fuera del cuerpo (cf. por ejemplo: Lc. 23, 43; Flp. 1, 23-24; 2 Cor. 5, 6-8).
2. El texto de Lucas contiene algunos elementos nuevos, en torno a los cuales se desarrolla la discusión de los exegetas.
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3. Sin duda los saduceos tratan la cuestión de la resurrección como un tipo de teoría o de hipótesis susceptible de superación (3). Jesús les demuestra primero un error de método: no conocen las Escrituras, y luego un error de fondo: no aceptan lo que está revelado en las Escrituras –no conocen el poder de Dios–, no creen en Aquel que se reveló a Moisés en la zarza ardiente. Se trata de una respuesta muy significativa y muy precisa. Cristo se encuentra aquí con hombres que se consideran expertos y competentes intérpretes de las Escrituras. A estos hombres –esto es, a los saduceos– les responde Jesús que el solo conocimiento literal de la Escritura no basta. Efectivamente, la Escritura es, sobre todo, un medio para conocer el poder de Dios vivo, que se revela en ella a Sí mismo, igual que se reveló a Moisés en la zarza. En esta revelación, Él se ha llamado a sí mismo “el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y de Jacob” (4); de aquellos, pues, que habían sido los padres de Moisés en la fe, que brota de la revelación del Dios viviente. Todos ellos han muerto ya hace mucho tiempo; sin embargo, Cristo completa la referencia a ellos con la afirmación de que Dios “no es Dios de muertos, sino de vivos”. Esta afirmación-clave, en la que Cristo interpreta las palabras dirigidas a Moisés desde la zarza ardiente, sólo pueden ser comprendidas si se admite la realidad de una vida a la que la muerte no pone fin. Los padres de Moisés en la fe, Abraham, Isaac y Jacob, para Dios son personas vivientes (cf. Lc 20, 38: “porque para Él todos viven”), aunque según los criterios humanos, haya que contarlos entre los muertos. Interpretar correctamente la Escritura, y en particular estas palabras de Dios, quiere decir conocer y acoger con la fe el poder del Dador de la vida, el cual no está atado por la ley de la muerte, dominadora en la historia terrena del hombre.
3. Como es sabido, en el judaísmo de aquel período no se formuló claramente una doctrina acerca de la resurrección; existían sólo las diversas teorías lanzadas por cada una de las escuelas.
Los fariseos, que cultivaban la especulación teológica, desarrollaron fuertemente la doctrina sobre la resurrección, viendo alusiones a ella en todos los libros del Antiguo Testamento. Sin embargo, entendían la futura resurrección de modo terrestre y primitivo preanunciando, por ejemplo, un enorme aumento de la recolección y de la fertilidad en la vida después de la resurrección.
Los saduceos, en cambio, polemizaban contra esta concepción, partiendo de la premisa que el Pentateuco no habla de la escatología. Es necesario también tener presente que en el siglo I el canon de los libros del Antiguo Testamento no estaba aún establecido.
El caso presentado por los saduceos ataca directamente a la concepción farisaica de la resurrección. En efecto, los saduceos pensaban que Cristo era seguidor de ellos.
La respuesta de Cristo corrige igualmente tanto la concepción de los fariseos como la de los saduceos.
4. Esta expresión no significa: “Dios que era honrado por Abraham, Isaac y Jacob”, sino: “Dios que tenía cuidado de los patriarcas y los libraba”.
Esta fórmula se vuelve a encontrar en el Libro del Éxodo: 3, 6; 3, 15. 16; 4, 5, siempre en el contexto de la promesa de liberación de Israel; el nombre del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob es prenda y garantía de esta liberación.
“Dieu de X est synonyme de secours, de soutien et d’abri pour Israel”. Un sentido semejante se encuentra en el Génesis 49, 24: “Por el poderío del fuerte de Jacob, por el nombre del Pastor de Israel. En el Dios de tu padre hallarás tu socorro” (cf. Gén. 49, 24-25; cf. también: Gén. 24, 27; 26, 24; 28, 13; 32, 9; 46, 3).
Cf. F. DREYFUS, O. P., L’argument scripturaire de Jésus en faveur de la résurrection des morts (Mc. 12, 26-27): Revue Biblique 66 (1959) 218.
La fórmula:“Dios de Abraham, Isaac y Jacob”, en la que se citan los tres nombres de los patriarcas, indicaba, en la exégesis judaica contemporánea de Jesús, la relación de Dios con el Pueblo de la Alianza como comunidad. Cf. E. ELLIS, Jesus, The Sadducees and Qumran: New Testament Studies 10 (1963-64) 275.
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4. Parece que de este modo hay que interpretar la respuesta de Cristo sobre la posibilidad de la resurrección (5) dada a los saduceos, según la versión de los tres sinópticos. Llegará el momento en que Cristo dé la respuesta sobre esta materia con la propia resurrección; sin embargo, por ahora se remite al testimonio del Antiguo Testamento, demostrando cómo se descubre allí la verdad sobre la inmortalidad y sobre la resurrección. Es preciso hacerlo no deteniéndose solamente en el sonido de las palabras, sino remontándose también al poder de Dios, que se revela en esas palabras. La alusión a Abraham, Isaac y Jacob en aquella teofanía concedida a Moisés que leemos en el Libro del Éxodo (3, 2-6), constituye un testimonio que Dios vivo da de aquellos que viven “para Él”; de aquellos que gracias a su poder tienen vida, aun cuando, quedándose en las dimensiones de la historia, sería preciso contarlos, desde hace mucho tiempo, entre los muertos.
5. Según nuestro modo actual de comprender este texto evangélico, el razonamiento de Jesús sólo mira a la inmortalidad; en efecto, si los patriarcas viven después de su muerte ya ahora, antes de la resurrección escatológica del cuerpo, entonces la constatación de Jesús mira a la inmortalidad del alma y no habla de la resurrección del cuerpo.
Pero el razonamiento de Jesús fue dirigido a los saduceos, que no conocían el dualismo del cuerpo y del alma, aceptando sólo la bíblica unidad psicofísica del hombre, que es “el cuerpo y el aliento de vida”. Por esto, según ellos, el alma muere juntamente con el cuerpo. La afirmación de Jesús, según la cual los patriarcas viven, para los saduceos sólo podría significar la resurrección con el cuerpo.
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5. El significado pleno de este testimonio, al que Jesús se refiere en su conversación con los saduceos, se podría entender (siempre sólo a la luz del Antiguo Testamento) del modo siguiente: Aquel que es –Aquel que vive y que es la vida– constituye la fuente inagotable de la existencia y de la vida, tal como se reveló al “principio”, en el Génesis (cf. Gén 1-3). Aunque, a causa del pecado, la muerte corporal se haya convertido en la suerte del hombre (cf. Gén 3, 19)6 y aunque le haya sido prohibido el acceso al árbol de la vida (gran símbolo del Libro del Génesis) (cf. Gén 3, 22), sin embargo, el Dios viviente, estrechando su alianza con los hombres (Abraham, patriarcas, Moisés, Israel), renueva continuamente, en esta alianza, la realidad misma de la Vida, desvela de nuevo su perspectiva y, en cierto sentido, abre nuevamente el acceso al árbol de la vida. Juntamente con la alianza, esta vida, cuya fuente es Dios mismo, se da en participación a los mismos hombres que, a consecuencia de la ruptura de la primera alianza, habían perdido el acceso al árbol de la vida y en las dimensiones de su historia terrena habían sido sometidos a la muerte.
6. No nos detenemos aquí sobre la concepción de la muerte en el sentido puramente veterotestamentario, sino que tomamos en consideración la antropología teológica en su conjunto.
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6. Cristo es la última palabra de Dios sobre este tema; efectivamente, la alianza que con Él y por Él se establece entre Dios y la humanidad, abre una perspectiva infinita de Vida, y el acceso al árbol de la vida –según el plan originario del Dios de la alianza– se revela a cada uno de los hombres en su plenitud definitiva. Éste será el significado de la muerte y de la resurrección de Cristo, éste será el testimonio del misterio pascual. Sin embargo, la conversación con los saduceos se desarrolla en la fase prepascual de la misión mesiánica de Cristo. El curso de la conversación según Mateo (22, 24-30), Marcos (12, 18-27) y Lucas (20, 27-36) manifiesta que Cristo –que otras veces, particularmente en las conversaciones con sus discípulos, había hablado de la futura resurrección del Hijo del hombre (cf., por ejemplo, Mt 17, 9-22; 20, 19 y paral.)– en la conversación con los saduceos, en cambio, no se remite a este argumento. Las razones son obvias y claras. La conversación tiene lugar con los saduceos, “los cuales afirman que no hay resurrección” (como sub raya el evangelista), es decir, ponen en duda su misma posibilidad y a la vez se consideran expertos de la Escritura del Antiguo Testamento y sus intérpretes calificados. Y, por esto, Jesús se refiere al Antiguo Testamento, y, basándose en él, les demuestra que “no conocen el poder de Dios” (7).
7. Éste es el argumento determinante que comprueba la autenticidad de la discusión con los saduceos.
Si la perícopa constituye “un añadido pospascual de la comunidad cristiana” (como pensaba, por ejemplo, R. Bultmann), la fe en la resurrección de los cuerpos estaría apoyada por el hecho de la resurrección de Cristo, que se imponía como una fuerza irresistible, como lo da a entender, por ejemplo, San Pablo (cf. 1 Cor. 15, 12).
Cf. J. JEREMIAS, Neutestamentliche Theologie I Teil (Gutersloh 1971, Mohn); cf., además, I. H. MARSHALL, The Gospel of Luke (Exeter 1978): The Paternoster Press, p. 738.
La referencia al Pentateuco –mientras en el Antiguo Testamento hay textos que tratan directamente de la resurrección (como, por ejemplo, Is. 26, 19 o Dan. 12, 2)– testimonia que la conversación se tuvo realmente con los saduceos, los cuales consideraban el Pentateuco la única autoridad decisiva.
La estructura de la controversia demuestra que ésta era una discusión rabínica, según los modelos clásicos que usaban en las academias de entonces.
Cf. J. LE MOYNE, O.S.B., Les Sadducéens (París 1972, Gabalda) pp. 124 s.; E. LOHMEYER, Das Evangelium des Markus (Göttingen 15 1959) p. 257; D. DAUBE, New Testament and Rabbinic Judaism (Londres 1956) pp. 158-163; J. RADEMAKERS, S. J., La bonne nouvelle de Jésus selon St. Marc (Bruselas 1974, Institut d’Études Théologiques) p. 313.
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7. Respecto a la posibilidad de la resurrección, Cristo se remite precisamente a ese poder que va unido con el testimonio del Dios vivo, que es el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y el Dios de Moisés. El Dios a quien los saduceos “privan” de este poder no es el verdadero Dios de sus Padres, sino el Dios de sus hipótesis e interpretaciones. Cristo, en cambio, ha venido para dar testimonio del Dios de la Vida en toda la verdad de su poder, que se despliega en la vida del hombre.
[Enseñanzas 10, 209-212]
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1. “Voi vi ingannate, non conoscendo né le Scritture né la potenza di Dio” (1), così disse Cristo ai Sadducei, i quali –rifiutando la fede nella futura risurrezione dei corpi– Gli avevano esposto il caso seguente: “C’erano tra noi sette fratelli; il primo appena sposato morì e, non avendo discendenza, lasciò la moglie a suo fratello” (secondo la legge mosaica del “levirato”); “così anche il secondo, e il terzo, fino al settimo. Alla fine, dopo tutti, morì anche la donna. Alla risurrezione, di quale dei sette essa sarà moglie?” (2).
Cristo replica ai Sadducei affermando, all’inizio e alla fine della sua risposta, che essi sono in grande errore, non conoscendo né le Scritture né la potenza di Dio (3). Dato che il colloquio con i Sadducei è riportato da tutti e tre i Vangeli Sinottici, confrontiamo brevemente i relativi testi.
1. Matth. 22, 29.
2. Matth. 22, 25-28.
3. Cfr. Marc. 12, 24; Matth. 22, 29.
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2. La versione di Matteo (4), benchè non faccia riferimento al roveto, concorda quasi interamente con quella di Marco (5). Entrambe le versioni contengono due elementi essenziali: 1) l’enunciazione sulla futura risurrezione dei corpi, 2) l’enunciazione sullo stato dei corpi degli uomini risorti (6). Questi due elementi si trovano anche in Luca (7). Il primo elemento, concernente la futura risurrezione dei corpi, è congiunto, specialmente in Matteo e in Marco, con le parole indirizzate ai Sadducei, secondo cui essi non conoscono “né le Scritture né la potenza di Dio”. Tale affermazione merita un’attenzione particolare, perchè proprio in essa Cristo puntualizza le basi stesse della fede nella risurrezione, a cui aveva fatto riferimento nel rispondere alla questione posta dai Sadducei con l’esempio concreto della legge mosaica del levirato.
4. Matth. 22, 24-30.
5. Marc. 12, 18-25.
6. Sebbene il Nuovo Testamento non conosca l’espressione “la risurrezione dei corpi” (che apparirà per la prima volta in San Clemente: 2 Clem. 9, 1 e in Giustino: Dial. 80, 5) e usi l’espressione “risurrezione dei morti”, intendendo con essa l’uomo nella sua integrità, tuttavia è possibile trovare in molti testi del Nuovo Testamento la fede nell’immortalità dell’anima e la sua esistenza anche fuori del corpo (cfr. ad esempio: Luc. 23, 43; Phil. 1, 23-24; 2 Cor. 5, 6-8).
7. Luc. 20, 27-36.
Il testo di Luca contiene alcuni elementi nuovi intorno ai quali si svolge la discussione degli esegeti.
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3. Senza dubbio, i Sadducei trattano la questione della risurrezione come un tipo di teoria o di ipotesi, suscettibile di superamento (8). Gesù dimostra loro prima un errore di metodo: non conoscono le Scritture; e poi un errore di merito: non accettano dà che viene rivelato dalle Scritture –non conoscono la potenza di Dio– non credono in Colui che si è rivelato a Mosè nel roveto ardente. È una risposta molto significativa e molto precisa. Cristo s’incontra qui con uomini, che si reputano esperti e competenti interpreti delle Scritture. A questi uomini –cioè ai Sadducei– Gesù risponde che la sola conoscenza letterale della Scrittura non è sufficiente. La Scrittura infatti è soprattutto un mezzo per conoscere la potenza del Dio vivo, che in essa rivela se stesso, così come si è rivelato a Mosè nel roveto. In questa rivelazione Egli ha chiamato se stesso “il Dio di Abramo, il Dio di Isacco e di Giacobbe” (9) –di coloro dunque che erano stati i capostipiti di Mosè nella fede che scaturisce dalla rivelazione del Dio vivente. Tutti quanti sono ormai morti da molto tempo; tuttavia Cristo completa il riferimento a loro con l’affermazione che Dio “Non è Dio dei morti, ma dei vivi”. Questa affermazione-chiave, in cui Cristo interpreta le parole rivolte a Mosè dal roveto ardente, può essere compresa solo se si ammette la realtà di una vita, a cui la morte non pone fine. I padri di Mosè nella fede, Abramo, Isacco e Giacobbe, sono per Dio persone viventi (10), sebbene, secondo i criteri umani, debbano essere annoverati fra i morti. Rileggere correttamente la Scrittura, e in particolare le suddette parole di Dio, vuol dire conoscere e accogliere con la fede la potenza del Datore della vita, il quale non è vincolato dalla legge della morte, dominatrice nella storia terrena dell’uomo.
8. Come è noto, nel giudaismo di quel periodo non fu chiaramente formulata una dottrina circa la risurrezione; esistevano soltanto le diverse teorie lanciate dalle singole scuole.
I Farisei, che coltivavano la speculazione teologica, hanno sviluppato fortemente la dottrina sulla risurrezione, vedendo allusioni ad essa in tutti i libri del Vecchio Testamento. Essi intendevano tuttavia la futura risurrezione in modo terrestre e primitivo, preannunciando per esempio un’enorme crescita del raccolto e della fertilità nella vita dopo la risurrezione.
I Sadducei invece polemizzavano con una tale concezione, partendo dalla premessa che il Pentateuco non parla dell’escatologia. Bisogna anche tener presente che nel primo secolo il canone dei libri del Vecchio Testamento non era ancora stato stabilito.
Il caso presentato dai Sadducei attacca direttamente la concezione farisaica della risurrezione. Infatti i Sadducei ritenevano che Cristo ne fosse seguace.
La risposta di Cristo corregge ugualmente sia le concezioni dei Farisei, sia quelle dei Sadducei.
9. Questa espressione non significa: “Dio che era onorato da Abramo, Isacco e Giacobbe”, ma: “Dio che si prendeva cura dei Patriarchi e li liberava”.
Tale formula ritorna nel Libro dell’Esodo: 3, 6; 3, 15. 16; 4, 5, sempre nel contesto della promessa di liberazione di Israele: il nome del Dio di Abramo, di Isacco e di Giacobbe è pegno e garanzia di questa liberazione.
“Dieu de X est synonyme de secours, de soutien et d’abri pour Israel”. Un senso simile si trova nella Genesi 49, 24: “Dio di Giacobbe. Pastore e Pietra d’Israele, Dio dei tuoi Padri che ti aiuterà” (cfr. Gen. 49, 24-25; cfr. anche: Gen. 24, 27; 26, 24; 28, 13; 32, 9; 46, 3).
Cfr. F. DREYFUS, O. P., L’argument scripturaire de Jésus en faveur de la résurrection des morts (Marc. 12, 26-27), Revue Biblique 66 (1959) 218.
La fórmula: “Dio di Abramo, Isacco e Giacobbe” in cui sono citati tutti e tre i nomi dei Patriarchi, indicava nell’esegesi giudaica, contemporanea di Gesù, il rapporto di Dio con il Popolo dell’Alleanza come comunità.
Cfr. E. ELLIS, Jesus, The Sadducees and Qumran, New Testament Studies, 10 (1963-64) 275.
10. Cfr. Luc. 20, 38: “perchè tutti vivono per Lui”.
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4. Sembra che in tal modo sia da interpretare la risposta di Cristo sulla possibilità della risurrezione (11), data ai Sadducei, secondo la versione di tutti e tre i Sinottici. Verrà il momento in cui Cristo darà la risposta, in questa materia, con la propria risurrezione; per ora, tuttavia, Egli si richiama alla testimonianza dell’Antico Testamento, dimostrando come scoprirvi la verità sull’immortalità e sulla risurrezione. Bisogna farlo non soffermandosi soltanto al suono delle parole, ma risalendo anche alla potenza di Dio, che da quelle parole viene rivelata. Il richiamarsi ad Abramo, a Isacco e a Giacobbe in quella teofania concessa a Mosè, di cui leggiamo nel Libro dell’Esodo (12), costituisce una testimonianza che il Dio vivo dà a coloro che vivono “per Lui”: a coloro che grazie alla sua potenza hanno la vita, anche se, stando alle dimensioni della storia, occorrerebbe da molto tempo annoverarli tra i morti.
11. Nel nostro modo contemporaneo di comprendere questo testo evangelico il ragionamento di Gesù riguarda soltanto l’immortalità; se infatti i patriarchi vivono dopo la loro morte già adesso prima della risurrezione escatologica del corpo, allora la costatazione di Gesù riguarda l’immortalità dell’anima e non parla della risurrezione del corpo.
Ma il ragionamento di Gesù fu indirizzato ai Sadducei che non conoscevano il dualismo del corpo e dell’anima accettando soltanto la biblica unità psico-fisica dell’uomo che è “il corpo e l’alito di vita”. Perciò secondo loro l’anima muore insieme al corpo. L’affermazione di Gesù secondo cui i patriarchi vivono, poteva significare per i Sadducei unicamente la risurrezione con il corpo.
12. Ex. 3, 2-6.
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5. Il significato pieno di questa testimonianza, a cui Gesù si riferisce nel suo colloquio con i Sadducei, si potrebbe (sempre soltanto alla luce dell’Antico Testamento) cogliere nel modo seguente: Colui che è –Colui che vive e che è la Vita– costituisce l’inesauribile fonte dell’esistenza e della vita, così come si è rivelato in “principio”, nella Genesi (13). Sebbene, a causa del peccato, la morte corporale sia divenuta la sorte dell’uomo (14), e sebbene l’accesso all’albero della Vita (grande simbolo del Libro della Genesi) gli sia stato interdetto (15), tuttavia il Dio vivente, stringendo la sua Alleanza con gli uomini (Abramo –patriarchi, Mosè, Israele), rinnova continuamente, in questa alleanza, la realtà stessa della Vita, ne svela di nuovo la prospettiva e in un certo senso apre nuovamente l’accesso all’albero della Vita. Insieme con l’Alleanza, questa vita, la cui sorgente è Dio stesso, viene partecipata a quegli stessi uomini che, in conseguenza della rottura della prima Alleanza, avevano perduto l’accesso all’albero della Vita, e nelle dimensioni della loro storia terrrena erano stati sottoposti alla morte.
13. Cfr. Gen. 1-3.
14. Cfr. ibid. 3, 19.
Non ci soffermiamo qui sulla concezione della morte nel senso puramente veterotestamentario, ma prendiamo in considerazione l’antropologia teologica nel suo insieme.
15. Cfr. Gen. 3, 22.
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6. Cristo è l’ultima parola di Dio su questo argomento; infatti l’Alleanza, che con Lui e per Lui viene stabilita tra Dio e l’umanità, apre una infinita prospettiva di Vita: e l’accesso all’albero della Vita –secondo l’originario piano del Dio dell’Alleanza– viene rivelato ad ogni uomo nella sua definitiva pienezza. Sarà questo il significato della morte e della risurrezione di Cristo, sarà questa la testimonianza del mis tero pasquale. Tuttavia il colloquio con i Sadducei si svolge nella fase prepasquale della missione messianica di Cristo. Il corso del colloquio secondo Matteo (16), Marco (17), e Luca (18) manifesta che Cristo –il quale più volte, in particolare nei colloqui con i suoi discepoli, aveva parlato della futura risurrezione del Figlio dell’uomo (19)– nel colloquio con i Sadducei invece non si richiama a questo argomento. Le ragioni sono ovvie e chiare. Il colloquio si svolge con i Sadducei, “i quali affermano che non c’è risurrezione” (come sottolinea l’evangelista), cioè mettono in dubbio la stessa sua possibilità, e nel contempo si considerano esperti della Scrittura dell’Antico Testamento, e suoi interpreti qualificati. Ed è perciò che Gesù si riferisce all’Antico Testamento e in base ad esso dimostra loro che “non conoscono la potenza di Dio” (20).
16. Matth. 22, 24-30.
17. Marc. 12, 18-27.
18. Luc. 20, 27-36.
19. Cfr., ex. gr. Matth. 17, 9-22; 20, 19 et par.
20. Questo è l’argomento determinante che comprova l’autenticità della discussione con i Sadducei.
Se la pericope costituisce “una aggiunta postpasquale della comunità cristiana” (come riteneva per esempio R. Bultmann), la fede nella risurrezione dei corpi sarebbe sorretta dal fatto della risurrezione di Cristo, che s’imponeva come una forza irresistibile, come lo fa capire per esempio san Paolo (cfr. 1 Cor. 15, 12).
Cfr. J. JEREMIAS, Neutestamentliche Theologie, I Teil, Gutersloh 1971 (Mohn); cfr. inoltre, I. H. MARSHALL, The Gospel of Luke, Exeter 1978, The Paternoster Press, p. 738.
Il riferimento al Pentateuco –mentre nell’Antico Testamento vi erano testi che trattavano direttamente della risurrezione (come ad esempio Is. 26, 19 oppure Dan. 12, 2)– testimonia che il colloquio si è svolto realmente con i Sadducei, i quali ritenevano il Pentateuco l’unica autorità decisiva.
La struttura della controversia dimostra che questa era una discussione rabbinica, secondo i classici modelli in uso nelle accademie di allora.
Cfr. J. LE MOYNE, OSB, Les Sadducéens, Paris 1972, Gabalda, pp. 124 s.; E. LOHMEYER, Das Evangelium des Markus, Göttingen 1959 15, p. 257; D. DAUBE, New Testament and Rabbinic Judaism, London 1956, pp. 158-163; J. RADEMAKERS, S.J., La bonne nouvelle de Jésus selon St. Marc, Bruxelles 1974, Institut d’Études Théologiques, p. 313.
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7. Riguardo alla possibilità della risurrezione, Cristo si richiama appunto a quella potenza, che va di pari passo con la testimonianza del Dio vivo, che è il Dio di Abramo, di Isacco, di Giacobbe, e il Dio di Mosè. Il Dio, che i Sadducei “privano” di questa pontenza, no è più il Dio vero dei loro Padri, ma il Dio delle loro ipotesi ed interpretazioni. Cristo invece è venuto per dare testimonianza al Dio della Vita in tutta la verità della sua potenza che si dispiega sulla vita dell’uomo.
[Insegnamenti GP II, 4/2, 656-661]