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[1009] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DEFENSA DE LA VIDA NACIENTE

Del Discurso Con senso, a los Obispos de la Toscana (Italia), en la visita ad limina, 21 diciembre 1981

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6. Uno de los valores sobre los que la catequesis de hoy debe comprometerse de modo particular, porque sobre él converge actualmente la acción corrosiva de múltiples fuerzas disgregadoras, es el valor de la vida humana. Hay que despertar en las conciencias el sentido de la “sacralidad” de la vida de todo ser humano en cada uno de los estadios de su existencia. Es necesario, además, convocar y coordinar todas las energías disponibles para asegurar una acción eficaz de tutela y promoción de este fundamental valor, de cuyo respeto activo depende la calidad de una convivencia que quiera llamarse civilizada.

En este sentido, quiero expresar, venerados hermanos, mi aprecio por la obra de sensibilización desarrollada en vuestras diócesis a este propósito, y quiero exhortar a todos a proseguir con constancia en este compromiso, sin ceder al desaliento ante las incomprensiones y contradicciones, sino sacando, más bien, de ellas un estímulo más fuerte para buscar nuevos argumentos y caminos más eficaces, a fin de persuadir a cada uno de esta verdad basilar: hacer violencia a la vida en cualquier estadio de su desarrollo significa ofender la dignidad del hombre.

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7. La defensa y la promoción de la vida del ser humano ya desde el momento de su concepción en el seno materno, ¿no es, por lo demás, una expresión moderna del espíritu de amor cristiano y de solidaridad humana, que hizo surgir a su tiempo, en cada uno de los centros de cierta importancia de vuestra región, las llamadas “misericordias”? La imponente obra asistencial que desarrollan, desde hace siglos, valiéndose únicamente de la aportación voluntaria de personas generosas, movidas por el deseo de “alabar a Dios con obras de misericordia”, constituye un testimonio impresionante de todo lo que puede realizar la fe si es llevada coherentemente a sus consecuencias lógicas. En efecto, ella, como dice el Apóstol, pide “actuar por medio de la caridad” (cf. Gál 5, 6), ya que, como observa Santiago, “la fe, sin obras, está muerta” (Sant 2, 26).

Esta “actividad” de la fe, por lo demás, no puede dejar de manifestarse también en el campo social, estimulando la evolución de las estructuras hacia planteamientos más respetuosos de los derechos de la persona y suscitando, además, formas complementarias de servicio al hombre que reflejen mejor la dignidad trascendente de su vocación a la filiación divina. La fe impregna a todo el hombre en la dimensión privada y en la social y lo compromete no sólo a conformar la propia intimidad con la ley divina, sino a “grabar” esta ley también “en la vida de la ciudad terrena” (cf. Gaudium et spes, 43).

Por tanto, siguiendo la estela de los ejemplos dejados por los antepasados, es importante que también los cristianos de hoy se afanen en sostener y animar las varias instituciones sociales que la generosidad de los cristianos antiguos y recientes ha suscitado para llevar consuelo al prójimo en dificultad. Estas instituciones, por lo demás, se manifiestan plenamente conformes con el espíritu y la letra de la Constitución italiana, que, al ratificar la libertad de la asistencia privada (cf. art 38), obliga a los poderes públicos a tutelar su existencia y a facilitar su acción.

[Enseñanzas 10, 501-502]