[1010] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA EXHORTACIÓN “FAMILIARIS CONSORTIO”, UNA “SUMMA” DE LA ENSEÑANZA DE LA IGLESIA SOBRE EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA
Del Discurso Ringrazio anzitutto, a la Curia Romana, 22 diciembre 1981
1981 12 22 0006b
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7. La solicitud de la Sede Apostólica y de los Episcopados de todo el mundo brilló con luz estupenda en la celebración del Sínodo de los Obispos durante el mes de octubre del año pasado.
Como conclusión de ese acontecimiento, he recogido y desarrollado las Proposiciones, sin dejar de tener en cuenta también las sugerencias surgidas durante los intercambios de las diversas reuniones en las que he participado cada día, publicando recientemente la exhortación apostólica Familiaris consortio, que apareció hace una semana, y que quiere ser una summa de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida, las tareas, las responsabilidades, la misión del matrimonio y de la familia en el mundo actual.
En este documento he recordado el designio primordial de Dios sobre el matrimonio, expresión visible del amor esponsalicio de Dios hacia la humanidad, de Cristo hacia la Iglesia. La familia cristiana, que deriva del matrimonio, es contemplada ante todo, en cada uno de sus miembros, con referencia particular a la mujer; se pone de relieve su ineludible deber del servicio a la vida, en la transmisión de la vida misma y en su misión educativa. La familia debe participar íntimamente en el desarrollo de la sociedad y en la obra de la Iglesia, como comunidad que cree, que ora, que dice su “sí” a Dios en el cumplimiento de la ley del amor. Finalmente, el documento considera los varios aspectos de la pastoral familiar, tratando también sobre las situaciones difíciles, típicas de hoy, que, aun dentro del respeto a los principios imprescriptibles, exigen una atención especial, llena de delicadeza y, a la vez, de claridad, hacia las personas que se encuentran implicadas en dichas situaciones.
Con esta exhortación, que recoge propuestas y experiencias de los episcopados de los cinco continentes, y como tal es, por lo tanto, una auténtica expresión de la colegialidad en la Iglesia, han quedado de nuevo confirmados los afanes de la Iglesia hacia la familia; además, se ha profundizado y ampliado la clara enseñanza del Concilio Vaticano II sobre el matrimonio y la familia (cf. Gaudium et spes, 47-52).
Bajo esta luz hay que ver también la institución del Pontificio Consejo para la Familia, con el motu proprio Familia a Deo, del 9 de mayo pasado, y la creación del Instituto Internacional de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, que ya están funcionando. Así, recuerdo complacido las audiencias concedidas a grupos, instituciones y organismos –entre los cuales me es grato citar el Tribunal de la Sacra Rota Romana–, que me han permitido desarrollar un tema articulado sobre la familia y sobre los interrogantes y desafíos que plantea hoy a los pastores de almas.
Entre estos desafíos e interrogantes es fundamental la transmisión y la defensa de la vida: la voluntad de Dios Creador ha confiado expresamente esta misión a la pareja humana desde el “principio”, pero el hedonismo imperante y narcotizante de hoy trata por todos los medios de embotar la sensibilidad y el imperativo moral de las conciencias, separando del matrimonio el compromiso primario de dar la vida. ¡Millares y millares de víctimas inocentes e indefensas son sacrificadas en el seno de la madre! Por desgracia, se está oscureciendo el sentido de la vida y, por lo mismo, el respeto al hombre. Las consecuencias están a la vista de todos. Y el futuro las reservará peores, si no se pone remedio. La Iglesia reacciona contra esta mentalidad con todos los medios, exponiéndose y pagando personalmente. Así han hecho los obispos en todos los países donde se ha patrocinado en esta materia una legislación permisiva. Así he hecho yo, así me he expuesto yo en la primavera pasada. Y en los días de mi largo sufrimiento e pensado mucho en el significado misterioso, en el designio arcano –que me venía como dado por el cielo– de la prueba que puso en peligro mi vida, como de un tributo de expiación por este rechazo, oculto o manifiesto, de la vida humana, que se está expandiendo en las naciones más avanzadas, que corren, sin querer darse cuenta de ello, más aún, pareciendo orgullosas de la propia autonomía e intolerancia de la ley moral, hacia una era de degradación y de envejecimiento de sí mismas. Quizá tenga oportunidad de volver expresamente sobre esta dolorosa realidad. Pero me apremiaba hacer, al menos, una alusión a ella también hoy, cuando nos preparamos a revivir un nacimiento, el del Hijo de Dios, que viene al mundo a traer la vida, a salvar al hombre, a revalorizar la posición de la mujer y del niño.
[Enseñanzas 10, 508-510]