[1035] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA IDEA DE LA VIRGINIDAD O DEL CELIBATO COMO ANTICIPO Y SIGNO ESCATOLÓGICO
Alocución La questione, en la Audiencia General, 10 marzo 1982
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1. Comenzamos hoy a reflexionar sobre la virginidad o celibato “por el reino de los cielos”.
La cuestión de la llamada a una donación exclusiva de sí a Dios en la virginidad y en el celibato, hunde profundamente sus raíces en el terreno evangélico de la teología del cuerpo. Para poner de relieve las dimensiones que le son propias, es necesario tener presentes las palabras, con las que Cristo hizo referencia al “principio” y también aquellas con las que Él se remitió a la resurrección de los cuerpos. La constatación: “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio” (Mc 12, 25) indica que hay una condición de vida, sin matrimonio, en la que el hombre, varón y mujer, halla a un tiempo la plenitud de la donación personal y de la intersubjetiva comunión de las personas, gracias a la glorificación de todo su ser psicosomático en la unión perenne con Dios. Cuando la llamada a la continencia “por el reino de los cielos” encuentra eco en el alma humana, en las condiciones de la temporalidad, esto es, en las condiciones en que las personas de ordinario “toman mujer y toman marido” (Lc 20, 34), no resulta difícil percibir allí una sensibilidad especial del espíritu humano, que ya en las condiciones de la temporalidad parece anticipar aquello de lo que el hombre será partícipe en la resurrección futura.
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2. Sin embargo, Cristo no habló de este problema, de esta vocación particular, en el contexto inmediato de su conversión con los saduceos (cf. Mt 22, 23-30; Mc 12, 18-25; Lc 20, 27-36), cuando se refirió a la resurrección de los cuerpos. En cambio, había hablado de ella (ya antes) en el contexto de la conversación con los fariseos sobre el matrimonio y sobre las bases de su indisolubilidad, casi como prolongación de ese coloquio (cf. Mt 19, 3-9). Sus palabras conclusivas se refieren al así llamado libelo de repudio, permitido por Moisés en algunos casos. Dice Cristo: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así. Y Yo os digo que quien repudia a su mujer (salvo caso de adulterio) y se casa con otra, adultera” (Mt 19, 8-9). Entonces, los discípulos que –como se puede deducir del contexto– estaban escuchando atentamente aquella conversación, y en particular las últimas palabras pronunciadas por Jesús, le dijeron así: “Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse” (Mt 19, 10). Cristo les da la respuesta siguiente: “No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 11-12).
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3. Respecto a esta conversación referida por Mateo, se nos puede plantear la pregunta: ¿Qué pensaban los discípulos, cuando, después de haber oído la respuesta que Jesús había dado a los fariseos sobre el matrimonio y su indisolubilidad, hicieron la observación: “Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse”? En todo caso, Cristo creyó oportuna esa circunstancia para hablarles de la continencia voluntaria por el reino de los cielos. Al decir esto, no toma posición directamente respecto al enunciado de los discípulos, ni permanecerá en la línea de su razonamiento (1). Por tanto, no responde: “conviene casarse” o “no conviene casarse”. La cuestión de la continencia por el reino de los cielos no se contrapone al matrimonio, ni se basa sobre un juicio negativo con relación a su importancia. Por lo demás, Cristo, al hablar precedentemente de la indisolubilidad del matrimonio, se había referido al “principio”, esto es, al misterio de la creación, indicando así la primera y fundamental fuente de su valor. En consecuencia, para responder a la pregunta de los discípulos, o mejor, para esclarecer el problema planteado por ellos, Cristo recurre a otro principio. Los que hacen en la vida esta opción “por el reino de los cielos”, no observan la continencia por el hecho de que “no conviene casarse”, o sea, no por el motivo de un supuesto valor negativo del matrimonio, sino en vista del valor particular que está vinculado con esta opción y que hay que descubrir y aceptar personalmente como vocación propia. Y por esto, Cristo dice: “El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 12). En cambio, inmediatamente antes dice: “No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado” (Mt 19, 11).
1. Sobre los problemas más detallados de la exégesis de este pasaje, cf., por ejemplo, L. SABOURIN, Il Vangelo di Matteo. Teologia e esegesi, vol. II, Roma, 1977, Ediciones Paulinas, pp. 834-836; The Positive Values of Consecrated Celibacy, en “The Way”, Supplement 10, summer 1970, p. 51; J. BLINZLER, Eisin eunuchoi. Zur Auslegung von Mt. 19, 12, “Zeitschrift für die Neutestamentliche Wissenschaft”, 48, 1957, pp. 268 ss.
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4. Como se ve, Cristo en su respuesta al problema que le plantean los discípulos, precisa claramente una regla para comprender sus palabras. En la doctrina de la Iglesia está vigente la convicción de que estas palabras no expresan un mandamiento que obliga a todos, sino un consejo que se refiere sólo a algunas personas (2): precisamente a las que están en condiciones “de entenderlo”. Y están en condiciones “de entenderlo” aquellos “a quienes ha sido dado”. Las palabras citadas indican claramente el momento de la opción personal y, a la vez, el momento de la gracia particular, esto es, del don que el hombre recibe para hacer tal opción. Se puede decir que la opción de la continencia por el reino de los cielos es una orientación carismática hacia aquel estado escatológico, en que los hombres “no tomarán mujer ni marido”; sin embargo, entre ese estado del hombre en la resurrección de los cuerpos y la opción voluntaria de la continencia por el reino de los cielos en la vida terrena y en el estado histórico del hombre caído y redimido, hay una diferencia esencial. El “no casarse” escatológico será un “estado”, es decir, el modo propio y fundamental de la existencia de los seres humanos, hombres y mujeres, en sus cuerpos glorificados. La continencia por el reino de los cielos, como fruto de una opción carismática, es una excepción respecto al otro estado, esto es, al estado del que el hombre desde “el principio” vino a ser y es partícipe, durante toda la existencia terrena.
2. “La unidad de la Iglesia también se fomenta de una manera especial con los múltiples consejos que el Señor propone en el Evangelio para que los observen sus discípulos. Entre ellos destaca el precioso don de la divina gracia, concedido a algunos por el Padre (cf. Mt. 19, 11; 1 Cor. 7, 7), para que se consagren a sólo Dios con un corazón que en la virginidad o en el celibato se mantiene más fácilmente indiviso” (Lumen gentium, 42).
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5. Es muy significativo que Cristo no vincula directamente sus palabras sobre la continencia por el reino de los cielos con el anuncio del “otro mundo”, donde “no tomarán mujer ni marido” (Mc 12, 25). En cambio, sus palabras se encuentran –como ya hemos dicho– en la prolongación del coloquio con los fariseos, en el que Jesús se remitió “al principio”, indicando la institución del matrimonio por parte del Creador y recordando el carácter indisoluble que, en el designio de Dios, corresponde a la unidad conyugal del hombre y de la mujer.
El consejo y, por lo tanto la opción carismática de la continencia por el reino de los cielos están unidos, en las palabras de Cristo, con el reconocimiento máximo del orden “histórico” de la existencia humana, relativo al alma y al cuerpo. Basándonos en el contexto inmediato de las palabras sobre la continencia por el reino de los cielos en la vida terrena del hombre, es preciso ver en la vocación a esta continencia un tipo de excepción de lo que es más bien una regla común de esta vida. Esto es lo que Cristo pone de relieve, sobre todo. Que, luego, esta excepción incluya en sí el anticipo de la vida escatológica, en la que no se da matrimonio, y propia del “otro mundo” (esto es, del estadio final del “reino de los cielos”), esto es algo de lo que Cristo no habla aquí directamente. De hecho, se trata, no de la continencia en el reino de los cielos, sino de la continencia “por el reino de los cielos”. La idea de la virginidad o del celibato, como anticipo y signo escatológico (3), se deriva de la asociación de las palabras pronunciadas aquí con las que Jesús dijo en otra oportunidad, a saber, en la conversación con los saduceos, cuando proclamó la futura resurrección de los cuerpos.
[DP (1982), 81]
3. Cf., por ejemplo, Lumen gentium, 44; Perfectae caritatis, 12.
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1. Cominciamo oggi a riflettere sulla verginità o celibato “per il regno dei cieli”.
La questione della chiamata ad una esclusiva donazione di sè a Dio nella verginità e nel celibato affonda profondamente le sue radici nel suolo evangelico della teologia del corpo. Per rilevare le dimensioni che le sono proprie, occorre tener presenti le parole, con cui Cristo fece riferimento al “principio”, e anche quelle, con qui Egli si richiamò alla risurrezione dei corpi. La costatazione: “Quando risusciteranno dai morti..., non prenderanno moglie né marito” (1), indica che c’è una condizione di vita priva di matrimonio, in cui l’uomo, maschio e femmina, trova ad un tempo la pienezza della donazione personale e dell’intersoggettiva comunione delle persone, grazie alla glorificazione di tutto il suo essere psicosomatico nell’unione perenne con Dio. Quando la chiamata alla continenza “per il regno dei cieli” trova eco nell’anima umana, nelle condizioni della temporalità e cioè nelle condizioni in cui le persone di solito “prendono moglie e prendono marito” (2), non è difficile percepirvi una particolare sensibilità dello spirito umano, che già nelle condizioni della temporalità sembra anticipare ciò di cui l’uomo diverrà partecipe nella futura risurrezione.
1. Marc. 12, 25.
2. Luc. 20, 34.
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2. Tuttavia di questo problema, di questa particolare vocazione, Cristo non ha parlato nel contesto immediato del suo colloquio con i Sadducei (3), quando si era riferito alla risurrezione dei corpi. Invece ne aveva parlato (già prima) nel contesto del colloquio con i Farisei sul matrimonio e sulle basi della sua indissolubilità, quasi come prolungamento di quel colloquio (4). Le sue parole conclusive riguardano la cosiddetta lettera di ripudio, consentita da Mosè in alcuni casi. Cristo dice: “Per la durezza del vostro cuore Mosè vi ha permesso di ripudiare le vostre mogli, ma da principio non fu così. Perciò io vi dico: Chiunque ripudia la propria moglie, se non in caso di concubinato, e ne sposa un’altra, commette adulterio” (5). Allora i discepoli che –come si può dedurre dal contesto– erano attenti ad ascoltare quel colloquio e in particolare le ultime parole pronunziate da Gesù, gli dicono così: “Se questa è la condizione dell’uomo rispetto alla donna, non conviene sposarsi” (6). Cristo dà loro la seguente risposta: “Non tutti possono capirlo, ma solo coloro ai quali è stato concesso. Vi sono infatti eunuchi che sono nati così dal ventre della madre; ve ne sono alcuni che sono stati resi eunuchi dagli uomini, e vi sono altri che si sono fatti eunuchi per il regno dei cieli. Chi può capire, capisca” (7).
3. Cfr. Matth. 22, 23-30; Marc. 12, 18-25; Luc. 20, 27-36.
4. Cfr. Matth. 19, 3-9.
5. Ibid. 19, 8-9.
6. Ibid. 19, 10.
7. Ibid. 19, 11-12.
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3. In relazione a questo colloquio, riportato da Matteo, ci si può porre la domanda: che cosa pensavano i discepoli, quando, dopo aver udito la risposta che Gesù aveva dato ai Farisei sul matrimonio e la sua indissolubilità, espressero la loro osservazione: “Se questa è la condizione dell’uomo rispetto alla donna, non conviene sposarsi”? In ogni caso, Cristo ritenne quella circostanza opportuna per parlare loro della continenza volontaria per il regno dei cieli. Dicendo questo, egli non prende direttamente posizione riguardo all’enunciato dei discepoli, né rimane nella linea del loro ragionamento (8). Quindi non risponde: “Conviene sposarsi” o “Non conviene sposarsi”. La questione della continenza per il regno dei cieli non è contrapposta al matrimonio, né si basa su di un giudizio negativo riguardo alla sua importanza. Del resto, Cristo, parlando precedentemente della indissolubilità del matrimonio, si era riferito al “principio”, cioè al mistero della creazione indicando così la prima e fondamentale fonte del suo valore. Di conseguenza, per rispondere alla domanda dei discepoli, o piuttosto per chiarire il problema da loro posto, Cristo ricorre ad un altro principio. Non per il fatto che “non conviene sposarsi”, ossia non per il motivo di un supposto valore negativo del matrimonio è osservata la continenza da coloro che nella vita fanno tale scelta “per il regno dei cieli”, ma in vista del particolare valore che è connesso con tale scelta e che occorre personalmente scoprire e cogliere come propria vocazione. E perciò Cristo dice: “Chi può capire, capisca” (9). Invece subito prima dice: “Non tutti possono capirlo, ma solo coloro ai quali è stato concesso” (10).
8. Sui problemi più dettagliati dell’esegesi di questo brano, vedi per esempio L. SABOURIN, Il Vangelo di Matteo. Teologia e esegesi, Ed. Paoline, vol. II, Roma 1977, pp. 834-836; The Positive Values of Consecrated Celibacy, in “The Way”, Supplement 10, summer 1970, p. 51; J. BLINZLER, Eisin eunuchoi. Zur Auslegung von Mt. 19, 12, “Zeitschrift für die Neutestamentliche Wissenschaft”, 48 (1957), 268 ss.
9. Matth. 19, 12.
10. Ibid. 19, 11.
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4. Come si vede, Cristo, nella sua risposta al problema postogli dai discepoli, precisa chiaramente una regola per comprendere le sue parole. Nella dottrina della Chiesa vige la convinzione che queste parole non esprimono un comandamento che obbliga tutti, ma un consiglio che riguarda soltanto alcune persone (11): quelle appunto che sono in grado “di capirlo”. E sono in grado “di capirlo” coloro “ai quali è stato concesso”. Le parole citate indicano chiaramente il momento della scelta personale ed insieme il momento della grazia particolare, cioè del dono che lriceve per fare una tale scelta. Si può dire che la scelta della continenza per il regno dei cieli è un orientamento carismatico verso quello stato escatologico, in cui gli uomini “non prenderanno moglie né marito”: tuttavia, tra quello stato dell’uomo nella risurrezione dei corpi e la volontaria scelta della continenza per il regno dei cieli nella vita terrena e nello stato storico dell’uomo caduto e redento, esiste una differenza essenziale. Quel “non sposarsi” escatologico sarà uno “stato”, cioè il modo proprio e fondamentale dell’esistenza degli esseri umani, uomini e donne, nei loro corpi glorificati. La continenza per il regno dei cieli, come frutto di una scelta carismatica, è una eccezione rispetto all’altro stato, cioè a quello di cui l’uomo “dal principio” è divenuto e rimane partecipe nel corso di tutta l’esistenza terrena.
11. “Parimenti la santità della Chiesa è in modo speciale favorita dai molteplici consigli, che il Signore nel Vangelo propone all’osservanza dei suoi discepoli. Tra essi eccelle il prezioso dono della grazia divina, dato dal Padre ad alcuni (cfr. Matth. 19, 11; 1 Cor. 7, 7), perchè più facilmente con cuore indiviso si consacrino solo a Dio nella verginità o nel celibato” (Lumen gentium, 42).
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5. È molto significativo che Cristo non collega direttamente le sue parole sulla continenza per il regno dei cieli con il preannunzio dell’“altro mondo”, in cui “non prenderanno moglie né marito” (12). Le sue parole, invece, si trovano –come abbiamo già detto– nel prolungamento del colloquio con i Farisei, in cui Gesù si è richiamato “al principio”, indicando l’istituzione del matrimonio da parte del Creatore e ricordando il carattere indissolubile che, nel disegno di Dio, corrisponde all’unità coniugale dell’uomo e della donna.
Il consiglio e quindi la scelta carismatica della continenza per il regno dei cieli sono collegati, nelle parole di Cristo, con il massimo ri conoscimento dell’ordine “storico” dell’esistenza umana, relativo all’anima e al corpo. In base all’immediato contesto delle parole sulla continenza per il regno dei cieli nella vita terrena dell’uomo, occorre vedere nella vocazione a tale continenza un tipo di eccezione a ciò che è piuttosto una regola comune di questa vita. Cristo rileva soprattutto questo. Che poi tale eccezione racchiuda in sè l’anticipo della vita escatologica priva di matrimonio e propria dell’“altro mondo” (cioè dello stadio finale del “regno dei cieli”), Cristo non ne parla qui direttamente. Si tratta, invero, non della continenza nel regno dei cieli, ma della continenza “per il regno dei cieli”. L’idea della verginità o del celibato, come anticipo e segno escatologico (13), deriva dall’assoziacione delle parole qui pronunziate con quelle che Gesù proferirà in un’altra circostanza, ossia nel colloquio con i Sadducei, quando proclama la futura risurrezione dei corpi.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 789-793]
12. Marc. 12, 25.
13. Cfr., ex. gr., Lumen gentium, 44; Perfectae caritatis, 12.