[1041] • JUAN PABLO II (1978-2005) • COMPLEMENTARIEDAD ENTRE LA VOCACIÓN AL MATRIMONIO Y A LA CONTINENCIA
De la Alocución La solennità di Pasqua, en la Audiencia General, 14 abril 1982
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1. Ahora continuamos las reflexiones de las semanas precedentes sobre las palabras acerca de la continencia “por el reino de los cielos”, que, según el Evangelio de Mateo (19, 10-12), Cristo dirigió a sus discípulos.
Digamos una vez más que estas palabras, en toda su concisión, son maravillosamente ricas y precisas; son ricas por un conjunto de implicaciones, tanto de naturaleza doctrinal, como pastoral; pero, al mismo tiempo, indican un justo límite en la materia. Así, pues, cualquier interpretación maniquea queda decididamente fuera de ese límite, como también queda fuera de él, según lo que Cristo dijo en el sermón de la montaña, el deseo concupiscente “en el corazón” (cf. Mt 5, 27-28).
En las palabras de Cristo sobre la continencia “por el reino de los cielos”, no hay alusión alguna referente a la “inferioridad” del matrimonio respecto al “cuerpo”, o sea, respecto a la esencia del matrimonio, que consiste en el hecho de que el hombre y la mujer se unen en él de tal modo que se hacen una “sola carne” (cf. Gén 2, 24: “los dos serán una sola carne”). Las palabras de Cristo referidas en Mateo 19, 11-12 (igual que las palabras de Pablo en la primera Carta a los Corintios, cap 7) no dan fundamento ni para sostener la “inferioridad” del matrimonio, ni la “superioridad” de la virginidad o del celibato, en cuanto éstos, por su naturaleza, consisten en abstenerse de la “unión” conyugal “en el cuerpo”. Sobre este punto resultan decididamente límpidas las palabras de Cristo. Él propone a sus discípulos el ideal de la continencia y la llamada a ella, no a causa de la inferioridad o con perjuicio de la “unión” conyugal “en el cuerpo”, sino sólo por el “reino de los cielos”.
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2. A esta luz resulta particularmente útil una aclaración más profunda de la expresión misma “por el reino de los cielos”; y es lo que trataremos de hacer a continuación, al menos de modo sumario. Pero, por lo que respecta a la justa comprensión de la relación entre el matrimonio y la continencia de la que habla Cristo, y de la comprensión de esta relación como la ha entendido toda la tradición, merece la pena añadir que esa superioridad” e “inferioridad” están contenidas en los límites de la misma complementariedad del matrimonio y de la continencia por el reino de Dios. El matrimonio y la continencia ni se contraponen el uno a la otra, ni dividen, de por sí, la comunidad humana (y cristiana) en dos campos diríamos: los “perfectos” a causa de la continencia, y los “imperfectos” o menos perfectos a causa de la realidad de la vida conyugal. Pero estas dos situaciones fundamentales, o bien, como solía decirse, estos dos “estados”, en cierto sentido se explican y completan mutuamente, con re lación a la existencia y a la vida (cristiana) de esta comunidad, que en su conjunto y en todos sus miembros se realiza en la dimensión del reino de Dios y tiene una orientación escatológica, que es propia de ese reino. Ahora bien, respecto a esta dimensión y a esta orientación –en la que debe participar por la fe toda la comunidad, esto es, todos los que pertenecen a ella–, la continencia “por el reino de los cielos” tiene una importancia particular y una particular elocuencia para los que viven la vida conyugal. Por otra parte, es sabido que estos últimos forman la mayoría.
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3. Parece, pues, que una complementariedad así entendida tiene su fundamento en las palabras de Cristo según Mateo 19, 11-12 (y también en la primera Carta a los Corintios, cap. 7). En cambio, no hay base alguna para una supuesta contraposición, según la cual los célibes (o las solteras), sólo a causa de la continencia constituirían la clase de los “perfectos” y, por el contrario, las personas casadas formarían la clase de los “no perfectos” (o de los “menos perfectos”). Si, de acuerdo con una cierta tradición teológica, se habla del estado de perfección (status perfectionis), se hace no a causa de la continencia misma, sino con relación al conjunto de la vida fundada sobre los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia), ya que esta vida corresponde a la llamada de Cristo a la perfección (“Si quieres ser perfecto...”: Mt 19, 21). La perfección de la vida cristiana se mide, por lo demás, con el metro de la caridad. De donde se sigue que una persona que no viva en el “estado de perfección” (esto es, en una institución que establezca su plan de vida sobre los votos de pobreza, castidad y obediencia), o sea, que no viva en un instituto religioso, sino en el “mundo”, puede alcanzar de hecho un grado superior de perfección –cuya medida es la ca ridad– respecto a la persona que viva en el “estado de perfección” con un grado menor de caridad. Sin embargo, los consejos evangélicos ayudan indudablemente a conseguir una caridad más plena. Por tanto, el que la alcanza, aun cuando no viva en un “estado de perfección” institucionalizado, llega a esa perfección que brota de la caridad, mediante la fidelidad al espíritu de esos consejos. Esta perfección es posible y accesible a cada uno de los hombres, tanto en un “instituto religioso” como en el “mundo”.
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4. Parece, pues, que a las palabras de Cristo, referidas por Mateo (19, 11-12) corresponde adecuadamente la complementariedad del matrimonio y de la continencia “por el reino de los cielos” en su significado y en su múltiple alcance. En la vida de una comunidad auténticamente cristiana, las actitudes y los valores propios de uno y otro estado –esto es, de una u otra opción esencial y consciente como vocación para toda la vida terrena y en la perspectiva de la “Iglesia celeste”–, se completan y, en cierto sentido, se compenetran mutuamente. El perfecto amor conyugal debe estar marcado por esa fidelidad y esa donación al único Esposo (y también por la fidelidad y donación del Esposo a la única Esposa) sobre las cuales se fundan la profesión religiosa y el celibato sacerdotal. En definitiva, la naturaleza de uno y otro amor es “esponsalicia”, es decir, expresada a través del don total de sí. Uno y otro amor tienden a expresar el significado esponsalicio del cuerpo, que “desde el principio” está grabado en la misma estructura personal del hombre y de la mujer.
Reanudaremos más adelante este tema.
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5. Por otra parte, el amor esponsalicio que encuentra su expresión en la continencia “por el reino de los cielos”, debe llevar en su desarrollo normal a “la paternidad” o “maternidad” en sentido espiritual (o sea, precisamente a esa “fecundidad del Espíritu Santo”, de la que ya hemos hablado), de manera análoga al amor conyugal que madura en la paternidad y maternidad física y en ellas se confirma precisamente como amor esponsalicio. Por su parte, incluso la generación física sólo responde plenamente a su significado si se completa con la paternidad y maternidad en el espíritu, cuya expresión y cuyo fruto es toda la obra educadora de los padres respecto a los hijos, nacidos de su unión conyugal corpórea.
Como se ve, son numerosos los aspectos y las esferas de la complementariedad entre la vocación, en sentido evangélico, de los que “toman mujer y marido” (Lc 20, 34) y de los que consciente y voluntariamente eligen la continencia “por el reino de los cielos” (Mt 19, 12).
San Pablo, en su primera Carta a los Corintios (que analizaremos en nuestras posteriores consideraciones), escribirá sobre este tema: “Cada uno tiene de Dios su propia gracia: éste, una; aquél, otra” (1 Cor 7, 7).
[DP (1982), 114]
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1. Continuiamo ora la riflessione delle precedenti settimane sulle parole circa la continenza “per il regno dei Cieli”, che, secondo il Vangelo di Matteo (2), Cristo ha rivolto ai suoi discepoli.
Diciamo ancora una volta che queste parole, in tutta la loro concisione, sono mirabilmente ricche e precise, ricche di un complesso di implicazioni sia di natura dottrinale che pastorale, e al tempo stesso indicano un giusto limite in materia. Così, dunque, qualsiasi interpretazione manichea resta decisamente oltre quel limite, come pure vi resta, secondo ciò che Cristo disse nel discorso della Montagna, il desiderio concupiscente “nel cuore” (3).
Nelle parole di Cristo sulla continenza “per il regno dei Cieli” non c’è alcun cenno circa la “inferiorità” del matrimonio riguardo al “corpo”, ossia riguardo all’essenza del matrimonio, consistente nel fatto che l’uomo e la donna in esso si uniscono così da divenire una “sola carne” (4). Le parole di Cristo riportate in Matteo 19, 11-12 (come anche le parole di Paolo nella prima Lettera ai Corinzi, cap. 7) non forniscono motivo per sostenere né “l’inferiorità” del matrimonio, né la “superiorità” della verginità o del celibato, in quanto questi per la loro natura consistono nell’astenersi dalla “unione” coniugale “nel corpo”. Su questo punto le parole di Cristo sono decisamente limpide. Egli propone ai suoi discepoli l’ideale della continenza e la chiamata ad essa non a motivo dell’inferiorità o con pregiudizio dell’“unione” coniugale “nel corpo”, ma solo per il “regno dei Cieli”.
2. Matth. 19, 10-12.
3. Cfr. Matth. 5, 27-28.
4. Cfr. Gen. 2, 24.
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2. In questa luce diventa particolarmente utile un chiarimento più approfondito dell’espressione stessa “per il regno dei Cieli”; ed è ciò che in seguito cercheremo di fare, almeno in modo sommario. Però, per quanto concerne la giusta comprensione del rapporto tra il matrimonio e la continenza di cui Cristo parla, e della comprensione di tale rapporto come l’ha inteso tutta la tradizione, vale la pena di aggiungere che quella “superiorità” ed “inferiorità” sono contenute nei limiti della stessa complementarietà del matrimonio e della continenza per il regno di Dio. Il matrimonio e la continenza né si contrappongono l’uno all’altra, né dividono di per sè la comunità umana (e cristiana) in due campi (diciamo: dei “perfetti” a causa della continenza e degli “imperfetti” o meno perfetti a causa della realtà della vita coniugale). Ma queste due situazioni fondamentali, ovvero, come si soleva dire, questi due “stati”, in un certo senso si spiegano o completano a vicenda, quanto all’esistenza ed alla vita (cristiana) di questa comunità, la quale nel suo insieme e in tutti i suoi membri si realizza nella dimensione del regno di Dio e ha un orientamento escatologico, che è proprio di quel regno. Orbene, riguardo a questa dimensione e a questo orientamento –a cui deve partecipare nella fede l’intera comunità, cioè tutti coloro che appartengono ad essa– la continenza “per il regno dei Cieli” ha una particolare importanza ed una particolare eloquenza per quelli che vivono la vita coniugale. È noto, d’altronde, che questi ultimi costituiscono la maggioranza.
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3. Sembra, dunque, che una complementarietà così intensa trovi la sua base nelle parole di Cristo secondo Matteo 19, 11-12 (e anche nella prima Lettera ai Corinzi, cap. 7). Non vi è invece alcuna base per una supposta contrapposizione, secondo cui i celibi (o le nubili), solo a motivo della continenza constituirebbero la classe dei “perfetti”, e, al contrario, le persone sposate costituirebbero la classe dei “non perfetti” (o dei “meno perfetti”). Se, stando a una certa tradizione teologica, si parla dello stato di perfezione (status perfectionis), lo si fa non a motivo della continenza stessa, ma riguardo all’insieme della vita fondata sui consigli evangelici (povertà, castità, e obbedienza), poichè questa vita corrisponde alla chiamata di Cristo alla perfezione (“Se vuoi essere perfetto...” (5)). La perfezione della vita cristiana, invece, viene misurata col metro della carità. Ne segue che una persona che non viva nello “stato di perfezione” (cioè in una istituzione che fondi il suo piano di vita sui voti di povertà, castità ed obbedienza), ossia che non viva in un Istituto religioso, ma nel “mondo”, può raggiungere de facto un grado superiore di perfezione –la cui misura è la carità– rispetto alla persona che viva nello “stato di perfezione”, con un minor grado di carità. Tuttavia, i consigli evangelici aiutano indubbiamente a raggiungere una più piena carità. Pertanto, chiunque la raggiunge, anche se non vive in uno “stato di perfezione” istituzionalizzato, perviene a quella perfezione che scaturisce dalla carità, mediante la fedeltà allo spirito di quei consigli. Tale perfezione è possibile e accessibile ad ogni uomo, sia in un “Istituto religioso” che nel “mondo”.
5. Matth. 19, 21.
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4. Alle parole di Cristo riportate da Matteo (6), sembra quindi corrispondere adeguatamente la complementarietà del matrimonio e della continenza per “il regno dei Cieli” nel loro significato e nella loro molteplice portata. Nella vita di una comunità autenticamente cristiana, gli atteggiamenti ed i valori propri dell’uno e dell’altro stato –cioè di una o dell’altra scelta essenziale e cosciente come vocazione per tutta la vita terrena e nella prospettiva della “Chiesa celeste”– si completano e in certo senso si compenetrano a vicenda. Il perfetto amore coniugale deve essere contrassegnato da quella fedeltà e da quella donazione all’unico Sposo (ed anche della fedeltà e della donazione dello Sposo all’unica Sposa), su cui son fondati la professione religiosa ed il celibato sacerdotale. In definitiva, la natura dell’uno e dell’altro è “sponsale”, cioè espressa attraverso il dono totale di sè. L’uno e l’altro amore tende ad esprimere quel significato sponsale del corpo, che “dal principio” è iscritto nella stessa struttura personale dell’uomo e della donna.
Riprenderemo in seguito questo argomento.
6. Matth. 19, 11-12.
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5. D’altra parte, l’amore sponsale che trova la sua espressione nella continenza “per il regno dei Cieli”, deve portare nel suo regolare sviluppo alla “paternità” o “maternità” in senso spirituale (ossia proprio a quella “fecondità dello Spirito Santo”, di cui abbiamo già parlato), in modo analogo all’amore coniugale che matura nella paternità e maternità fisica e in esse si conferma proprio come amore sponsale. Dal suo canto, anche la generazione fisica risponde pienamente al suo significato, solo se viene completata dalla paternità e maternità nello spirito, la cui espressione e il cui frutto è tutta l’opera educatrice dei genitori rispetto ai figli, nati dalla loro unione coniugale corporea.
Come si vede, numerosi sono gli aspetti e le sfere della complementarietà tra la vocazione, in senso evangelico, di coloro che “prendono moglie e prendono marito” (7) e di coloro che consapevolmente e volontariamente scelgono la continenza “per il regno dei Cieli” (8).
Nella sua prima Lettera ai Corinzi (la cui analisi faremo in seguito durante le nostre considerazioni) San Paolo scriverà su questo tema: “Ciascuno ha il proprio dono da Dio, chi in un modo, chi in un altro” (9).
[Insegnamenti GP II, 1176-1179]
7. Luc. 20, 34.
8. Matth. 19, 12.
9. 1 Cor. 7, 7.