[1042] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA OPCIÓN DE LA VIRGINIDAD O DEL CELIBATO, UNA RESPUESTA PARTICULAR DEL AMOR
Alocución Proseguiamo le riflessioni, en la Audiencia General, 21 abril 1982
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1. Continuamos las reflexiones sobre las palabras de Cristo, referentes a la continencia “por el reino de los cielos”.
No es posible entender plenamente el significado y el carácter de la continencia, si en la última frase del enunciado de Cristo, “por el reino de los cielos” (Mt 19, 12), no se aprecia su contenido adecuado, concreto y objetivo. Hemos dicho anteriormente que esta frase expresa el motivo, o sea, pone de relieve, en cierto sentido, la finalidad subjetiva de la llamada de Cristo a la continencia. Sin embargo, la expresión en sí misma tiene carácter objetivo, indica, de hecho, una realidad objetiva, en virtud de la cual, cada una de las personas, hombres y mujeres, pueden “hacerse” eunucos (como dice Cristo). La realidad del “reino” en el enunciado de Cristo según Mateo (19, 11-12) se define de modo preciso y a la vez general, es decir de forma tal que pueda abarcar todas las determinaciones y los significados particulares que le son propios.
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2. El “reino de los cielos” significa el “reino de Dios”, que Cristo predicaba en su realización final, es decir escatológica. Cristo predicaba este reino en su realización o instauración temporal y, al mismo tiempo, lo pronosticaba en su cumplimiento escatológico. La instauración temporal del reino de Dios es, a la vez, su inauguración y su preparación para el cumplimiento definitivo. Cristo llama a este reino y, en cierto sentido, invita a todos a él (cf. la parábola del banquete de bodas: Mt 22, 1-14). Si llama a algunos a la continencia “por el reino de los cielos”, se deduce del contenido de esa expresión, que los llama a participar de modo singular en la instauración del reino de Dios sobre la tierra, gracias a la cual se comienza y se prepara la fase definitiva del “reino de los cielos”.
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3. En este sentido hemos dicho que esa llamada está marcada con el signo particular del dinamismo propio del misterio de la redención del cuerpo. Así, pues, en la continencia por el reino de los cielos se pone de relieve, como ya hemos mencionado, la negación de sí mismo, tomar la propia cruz de cada día y seguir a Cristo (cf. Lc 9, 23), que puede llegar hasta implicar la renuncia al matrimonio y a una familia propia. Todo esto se deriva del convencimiento de que, así es posible contribuir mucho más a la realización del reino de Dios en su dimensión terrena con la perspectiva del cumplimiento escatológico. Cristo en su enunciado según Mateo (19, 11-12) dice, de manera general, que la renuncia voluntaria al matrimonio tiene esta finalidad, pero no especifica esta afirmación. En su primer enunciado sobre este tema no precisa aún para qué tareas concretas es necesaria, o bien, indispensable, esta continencia voluntaria, en orden a realizar el reino de Dios en la tierra y preparar su futuro cumplimiento. A este propósito podremos ver algo más en Pablo de Tarso (1 Cor) y lo demás será completado por la vida de la Iglesia en su desarrollo histórico, llevado adelante según la corriente de la auténtica Tradición.
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4. En el enunciado de Cristo sobre la continencia “por el reino de los cielos” no hallamos indicio alguno más detallado de cómo entender ese mismo “reino” –tanto por lo que respecta a su realización terrena, como por lo que se refiere a su definitivo cumplimiento– en su específica y “excepcional” relación con los que por él “se hacen” voluntariamente “eunucos”.
Tampoco se dice mediante qué aspecto particular de la realidad que constituye el reino, se le asocian aquellos que se han hecho libremente “eunucos”. Efectivamente, es sabido que el reino de los cielos es para todos: también están relacionados con él en la tierra (y en el cielo) los que “toman mujer y marido”. Es para todos la “viña del Señor”, en la cual aquí, en la tierra, deben trabajar; y es, después, la “casa del Padre”, donde deben encontrarse en la eternidad. ¿Qué es, pues, ese reino para aquellos que, con miras a él, eligen la continencia voluntaria?
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5. Por ahora, no encontramos respuesta alguna a estas preguntas en el enunciado de Cristo, referido por Mateo (19, 11-12). Parece que esto corresponde al carácter de todo el enunciado. Cristo responde a sus discípulos sin ponerse en la línea de sus pensamientos y sus valoraciones, en las que se oculta, al menos indirectamente, una actitud utilitarista con relación al matrimonio (“Si tal es la condición... es preferible no casarse”: Mt 19, 10). El Maestro se separa explícitamente de este planteamiento del problema, y por eso, al hablar de la continencia “por el reino de los cielos”, no indica por qué vale la pena, de esta manera, renunciar al matrimonio, a fin de que ese “es preferible” no suene en los oídos de los discípulos con algún acento utilitarista. Sólo dice que esta continencia, a veces, es requerida, si no indispensable, por el reino de Dios. Y con esto indica que constituye, en el reino que Cristo predica y al que llama, un valor particular en sí misma. Los que la eligen voluntariamente deben elegirla mirando a ese valor, y no como consecuencia de cualquier otro cálculo.
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6. Este tono esencial de la respuesta de Cristo, que se refiere directamente a la misma continencia “por el reino de los cielos”, puede referirse, de modo indirecto, también al problema precedente del matrimonio (cf. Mt 19, 3-9). Teniendo en cuenta, pues, el conjunto del enunciado (cf. Mt 19, 3-11), según la intención fundamental de Cristo, la respuesta sería la siguiente: si alguno elige el matrimonio, debe elegirlo tal como fue instituido por el Creador “desde el principio”, debe buscar en él los valores que corresponden al designio de Dios; en cambio, si alguno decide seguir la continencia por el reino de los cielos, debe buscar en ella los valores propios de esta vocación. En otros términos: debe actuar conforme a la vocación elegida.
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7. El “reino de los cielos” es ciertamente el cumplimiento definitivo de las aspiraciones de todos los hombres, a quienes Cristo dirige su mensaje: es la plenitud del bien, que el corazón humano desea por encima de todo lo que puede ser su herencia en la vida terrena, es la máxima plenitud de la gratificación de Dios al hombre. En la conversación con los saduceos (cf. Mt 22, 24-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40), que hemos analizado anteriormente, encontramos algunos detalles sobre ese “reino”, o sea, sobre el “otro mundo”. Hay muchos más en todo el Nuevo Testamento. Sin embargo, parece que para esclarecer qué es el reino de los cielos para los que, a causa de él eligen la continencia voluntaria, tiene un significado especial la revelación de la relación esponsalicia de Cristo con la Iglesia: entre otros textos, pues, es decisivo el de la Carta a los Efesios 5, 25 ss., sobre el cual nos convendrá fundarnos especialmente cuando consideremos el problema de la sacramentalidad del matrimonio.
Ese texto es igualmente válido, tanto para la teología del matrimonio, como para la teología de la continencia “por el reino” es decir, la teología de la virginidad o del celibato. Parece que precisamente en ese texto encontramos como concretado lo que Cristo había dicho a sus discípulos, al invitar a la continencia voluntaria “por el reino de los cielos”.
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8. En este análisis se ha subrayado ya suficientemente que las palabras de Cristo –en medio de su gran concisión– son fundamentales, están llenas de contenido esencial y caracterizadas además por cierta severidad. No cabe duda de que Cristo pronuncia su llamada a la continencia en la perspectiva del “otro mundo”, pero en esta llamada pone el acento sobre todo aquello en que se manifiesta el realismo temporal de la decisión vinculada con la voluntad de participar en la obra redentora de Cristo.
Así, pues, a la luz de las respectivas palabras de Cristo, referidas por Mateo (19, 11-12), emergen, sobre todo, la profundidad y la seriedad de la decisión de vivir en la continencia “por el reino”, y encuentra expresión el momento de la renuncia que implica esta decisión.
Indudablemente, a través de todo esto, a través de la seriedad y profundidad de la decisión, a través de la severidad y responsabilidad que comporta, se transparenta y se trasluce el amor: el amor como disponibilidad del don exclusivo de sí por el “reino de Dios”. Sin embargo, en las palabras de Cristo este amor parece estar velado por lo que, en cambio, se pone en primer plano. Cristo no oculta a sus discípulos el hecho de que la elección de la continencia “por el reino de los cielos” es –vista en categorías de temporalidad– una renuncia. Ese modo de hablar a los discípulos, que formula claramente la verdad de su enseñanza y de las exigencias que esta enseñanza contiene, es significativo para todo el Evangelio; y es precisamente eso lo que le confiere, entre otras cosas, una marca y una fuerza tan convincentes.
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9. Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y sobre todo en nombre del amor hacia la persona (efectivamente, el amor está orientado por esencia hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia “por el reino de los cielos”, primero los mismos discípulos y, luego toda la Tradición viva de la Iglesia descubrirán enseguida el amor que se refiere a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia. Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado hasta el fin en el misterio de su Pascua y de la Eucaristía.
De este modo la continencia “por el reino de los cielos”, la opción de la virginidad o del celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo el acto de una respuesta particular del amor del Esposo Divino, y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio: esto es, de una donación esponsalicia de sí, para corresponder de modo especial el amor esponsalicio del Redentor: una donación de sí entendida como renuncia, pero hecha, sobre todo, por amor.
[DP (1982), 126]
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1. Proseguiamo le riflessioni sulle parole di Cristo, relative alla continenza “per il Regno dei Cieli”.
Non è possibile intendere pienamente il significato e il carattere della continenza, se l’ultima locuzione dell’enunciato di Cristo, “per il Regno dei Cieli” (1), non verrà colmata del suo contenuto adeguato, concreto ed oggettivo. Abbiamo detto, in precedenza, che questa locuzione esprime il motivo, ovvero pone in rilievo in un certo senso la finalità soggettiva della chiamata di Cristo alla continenza. Tuttavia, l’espressione in se stessa ha carattere oggettivo, indica di fatto una realtà oggettiva, per cui le singole persone, uomini o donne, possono “farsi” (come Cristo dice) eunuchi. La realtà del “regno” nell’enunciato di Cristo secondo Matteo (2) è definita in modo preciso ed insieme generale, cioè tale da poter comprendere tutte le determinazioni ed i significati particolari che le sono propri.
1. Matth. 19, 12.
2. Cfr. ibid. 19, 11-12.
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2. Il “regno dei Cieli” significa il “regno di Dio”, che Cristo predicava nel suo compimento finale, cioè escatologico. Cristo predicava questo regno nella sua realizzazione o instaurazione temporale, e nello stesso tempo lo preannunziava nel suo compimento escatologico. La instaurazione temporale del Regno di Dio è nel medesimo tempo la sua inaugurazione e la sua preparazione al compimento definitivo. Cristo chiama a questo regno, e in certo senso, vi invita tutti (cfr. la parabola del banchetto di nozze (3)). Se chiama alcuni alla continenza “per il regno dei Cieli”, dal contenuto di quella espressione risulta che Egli li chiama a partecipare in modo singolare alla instauracione del regno di Dio sulla terra, grazie a cui s’inizia e si prepara la fase definitiva del “regno dei Cieli”.
3. Cfr. Matth. 22, 1-14.
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3. In tal senso abbiamo detto che quella chiamata porta in sè il segno particolare del dinamismo proprio del mistero della redenzione del corpo. Così, dunque, nella continenza per il regno di Dio si mette in evidenza, come già abbiamo menzionato, il rinnegare se stesso, prendere la propria croce ogni giorno e seguire Cristo (4), che può giungere fino a implicare la rinuncia al matrimonio e ad una famiglia propria. Tutto ciò deriva dal convincimento che, in questo modo, è possibile contribuire maggiormente alla realizzazione del regno di Dio nella sua dimensione terrena con la prospettiva del compimento escatologico. Cristo, nel suo enunciato secondo Matteo (5), dice, in modo generico, che la rinuncia volontaria al matrimonio ha questa finalità, ma non specifica tale affermazione. Nel suo primo enunciato su questo tema, Egli non precisa ancora per quali compiti concreti è necessaria oppure indispensabile tale continenza volontaria, nel realizzare il regno di Dio sulla terra e nel prepararne il futuro compimento. Qualche cosa di più sentiremo a questo proposito da Paolo di Tarso (6) e il resto sarà completato dalla vita della Chiesa nel suo svolgimento storico, portato dalla corrente dell’autentica Tradizione.
4. Cfr. Luc. 9, 23.
5. Cfr. Matth. 19, 11-12.
6. Cfr. 1 Cor. passim.
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4. Nell’enunciato di Cristo sulla continenza “per il regno dei Cieli” non troviamo alcun indizio più dettagliato di come intendere quello stesso “regno” –sia quanto alla sua realizzazione terrena, sia quanto al suo definitivo compimento– nella sua specifica ed “eccezionale” relazione con coloro che per esso “si fanno” volontariamente “eunuchi”.
Né si dice mediante quale aspetto particolare della realtà che costituisce il regno, gli vengano associati coloro che si sono fatti liberamente “eunuchi”. È noto, infatti, che il regno dei Cieli è per tutti: sono in relazione con esso sulla terra (e in Cielo) anche coloro che “prendono moglie e prendono marito”. Per tutti esso è la “vigna del Signore”, in cui qui, sulla terra, devono lavorare; ed è, in seguito, la “casa del Padre”, in cui devono trovarsi nell’eternità. Che cosa è, quindi, quel regno per coloro che in vista di esso scelgono la continenza volontaria?
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5. A questi interrogativi non troviamo per ora nell’enunciato di Cristo, riportato da Matteo (7), alcuna risposta. Sembra che ciò corrisponda al carattere di tutto l’enunciato. Cristo risponde ai suoi discepoli, in modo da non rimanere in linea con il loro pensiero e le loro valutazioni, in cui si nasconde, almeno indirettamente, un atteg giamento utilitaristico nei riguardi del matrimonio (“Se questa è la condizione... non conviene sposarsi” (8)). Il Maestro si distacca esplicitamente da tale impostazione del problema, e perciò, parlando della continenza “per il regno dei Cieli”, non indica perchè vale la pena, in questa maniera, rinunciare al matrimonio, affinchè quel “conviene” non suoni agli orecchi dei discepoli con qualche nota utilitaristica. Dice soltanto che tale continenza è alle volte richiesta, se non indispensabile, per il regno di Dio. E con questo indica che essa costituisce, nel regno che Cristo predica e al quale chiama, un valore particolare in se stessa. Coloro che la scelgono volontariamente debbono sceglierla per riguardo a quel suo valore, e non in conseguenza di qualsiasi altro calcolo.
7. Cfr. Matth. 19, 11-12.
8. Ibid. 19, 10.
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6. Questo tono essenziale della risposta di Cristo, che si riferisce direttamente alla stessa continenza “per il regno dei Cieli”, può essere riferito, in modo indiretto, anche al precedente problema del matrimonio (9). Prendendo quindi in considerazione l’insieme dell’enunciato (10), secondo l’intenzione fondamentale di Cristo, la risposta sarebbe la seguente: se qualcuno sceglie il matrimonio, debe sceglierlo così come è stato istituito dal Creatore “dal principio”, deve cercare in esso quei valori che corrispondono al piano di Dio; se, invece, qualcuno decide di seguire la continenza per il regno dei Cieli, vi deve cercare i valori propri di tale vocazione. In altri termini: deve agire conformemente alla vocazione prescelta.
9. Cfr. Matth. 19, 3-9.
10. Cfr. ibid. 19, 3-11.
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7. Il “regno dei Cieli” è certamente il compimento definitivo delle aspirazioni di tutti gli uomini, ai quali Cristo rivolge il suo messaggio: è la pienezza del bene, che il cuore umano desidera oltre i limiti di tutto ciò che può essere sua porzione nella vita terrena, è la massima pienezza della gratificazione per l’uomo da parte di Dio. Nel colloquio con i Sadducei (11), che abbiamo precedentemente analizzato, troviamo altri particolari su quel “regno”, ossia sull’“altro mondo”. Ancore più ce ne sono in tutto il Nuovo Testamento. Sembra, tuttavia, che per chiarire che cosa sia il regno dei Cieli per coloro che a motivo di esso scelgono la continenza volontaria, abbia un significato particolare la rivelazione del rapporto sponsale di Cristo con la Chiesa: tra gli altri testi, quindi, è decisivo quello della Lettera agli Efesini 5, 25 ss., su cui ci converrà soprattutto fondarci, quando prenderemo in considerazione il problema della sacramentalità del matrimonio.
Quel testo è ugualmente valido sia per la teologia del matrimonio sia per la teologia della continenza “per il regno”, cioè la teologia della verginità o del celibato. Pare che proprio in quel testo troviamo quasi concretizzato ciò che Cristo aveva detto ai suoi discepoli, invitando alla continenza volontaria “per il regno dei Cieli”.
11. Cfr. Matth. 22, 24-30; Marc. 12, 18-27; Luc. 20, 27-40.
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8. In questa analisi è stato già sufficientemente sottolineato che le parole di Cristo –con tutta la loro grande concisione– sono fondamentali, piene di contenuto essenziale e inoltre caratterizzate da una certa severità. Non c’è dubbio che Cristo pronuncia la sua chiamata alla continenza nella prospettiva dell’“altro mondo”, ma in questa chiamata pone l’accento su tutto ciò in cui si esprime il realismo temporale della decisione a una tale continenza, decisione collegata con la volontà di partecipare all’opera redentrice di Cristo.
Così dunque, alla luce delle rispettive parole di Cristo riportate da Matteo (12), emergono soprattutto la profondità e la serietà della decisione di vivere nella continenza “per il regno”, e trova espressione il momento della rinuncia che tale decisione implica.
Indubbiamente, attraverso tutto ciò, attraverso la serietà e profondità della decisione, attraverso la severità e la responsabilità che essa comporta, traspare e traluce l’amore: l’amore come disponibilità del dono esclusivo di sè per il “regno di Dio”. Tuttavia, nelle parole di Cristo tale amore sembra essere velato da ciò che è invece posto in primo piano. Cristo non nasconde ai suoi discepoli il fatto che la scelta della continenza “per il regno dei Cieli” è –vista nelle categorie della temporalità– una rinuncia. Quel modo di parlare ai discepoli, che formula chiaramente la verità del suo insegnamento e delle esigenze contenute in esso, è significativo per tutto il Vangelo; ed è appunto esso a conferirgli, tra l’altro, un marchio e una forza così convincenti.
12. Cfr. Matth. 19, 11-12.
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9. È proprio del cuore umano accettare esigenze, perfino difficili, in nome dell’amore per un ideale e soprattutto in nome dell’amore verso la persona (l’amore, infatti, è per essenza orientato verso la persona). E perciò in quella chiamata alla continenza “per il regno dei Cieli”, prima gli stessi discepoli e poi tutta la viva Tradizione della Chiesa scopriranno presto l’amore che si riferisce a Cristo stesso come Sposo della Chiesa, Sposo delle anime, alle quali Egli ha donato se stesso sino alla fine, nel mistero della sua Pasqua e dell’Eucaristia.
In tal modo la continenza “per il regno dei Cieli”, la scelta della verginità o del celibato per tutta la vita, è divenuta nell’esperienza dei discepoli e dei seguaci di Cristo l’atto di una risposta particolare dell’amore dello Sposo Divino, e perciò ha acquisito il significato di un atto di amore sponsale: cioè di una donazione sponsale di sè, al fine di ricambiare in modo particolare l’amore sponsale del Redentore; una donazione di sè intesa come rinuncia, ma fatta soprattutto per amore.
[Insegnamenti GP II, 5/1, 1270-1274]