[1043] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VIRGINIDAD, EL CELIBATO Y EL SIGNIFICADO ESPONSAL DEL CUERPO
Alocución Vi sono altri, en la Audiencia General, 28 abril 1982
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1. “Hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos”: así se expresa Cristo según el Evangelio de Mateo (Mt 19, 12).
Es propio del corazón humano aceptar exigencias, incluso difíciles, en nombre del amor por un ideal y, sobre todo, en nombre del amor hacia una persona (en efecto, el amor, por esencia, está orientado hacia la persona). Y por esto, en la llamada a la continencia “por el reino de los cielos” primero los mismos discípulos y luego toda la Tradición viva descubrirán muy pronto el amor que se refiere a Cristo mismo como Esposo de la Iglesia y Esposo de las almas, a las que Él se ha entregado a Sí mismo hasta el fin, en el misterio de su Pasión y en la Eucaristía. De este modo, la continencia “por el reino de los cielos”, la opción por la virginidad o por el celibato para toda la vida, ha venido a ser en la experiencia de los discípulos y de los seguidores de Cristo, un acto de respuesta especial al amor del Esposo divino y, por esto, ha adquirido el significado de un acto de amor esponsalicio, es decir, de una donación esponsalicia de sí, a fin de corresponder de modo especial al amor esponsalicio de Redentor; una donación de sí, entendida como renuncia, pero hecha sobre todo por amor.
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2. Hemos sacado así toda la riqueza del contenido de que está cargado el enunciado, ciertamente conciso, pero a la vez tan profundo, de Cristo sobre la continencia “por el reino de los cielos”: pero ahora conviene prestar atención al significado que tienen estas palabras para la teología del cuerpo, lo mismo que hemos tratado de presentar y reconstruir sus fundamentos bíblicos “desde el principio”. Precisamente el análisis de ese “principio bíblico”, al que se refirió Cristo en la conversación con los fariseos sobre el tema del matrimonio, de su unidad e indisolubilidad (cf. Mt 19, 3-9) –poco antes de dirigir a sus discípulos las palabras sobre la continencia “por el reino de los cielos” (ibid. 19, 10-12)–, nos permite recordar la profunda verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, como la hemos deducido, a su debido tiempo, del análisis de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25). Así precisamente era necesario formular y precisar lo que encontramos en los antiguos textos.
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3. La mentalidad contemporánea está habituada a pensar y hablar, sobre todo, del instinto sexual, transfiriendo al terreno de la realidad humana lo que es propio del mundo de los seres vivientes, los animalia. Ahora bien, una reflexión profunda sobre el conciso texto del capítulo primero y segundo del Génesis nos permite establecer, con certeza y convicción, que desde “el principio” se delinea en la Biblia un límite muy claro y unívoco entre el mundo de los animales (animalia) y el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. En ese texto, aun cuando relativamente muy breve, hay, sin embargo, suficiente espacio para demostrar que el hombre tiene una conciencia clara de lo que le distingue de modo esencial de todos los seres vivientes (animalia).
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4. Por lo tanto, la aplicación al hombre de esta categoría sustancialmente naturalística, que se encierra en el concepto y en la expresión de “instinto sexual”, no es del todo apropiada y adecuada. Es obvio que esta aplicación puede tener lugar, basándose en cierta analogía; efectivamente, la particularidad del hombre en relación con todo el mundo de los seres vivientes (animalia) no es tal, que el hombre, entendido desde el punto de vista de la especie, no pueda ser calificado fundamentalmente también como animal, pero animal racional. Por ello, a pesar de esta analogía, la aplicación del concepto de “instinto sexual” al hombre –dada la dualidad en la que existe como varón o mujer– limita, sin embargo, grandemente y, en cierto sentido “empequeñece” lo que es la misma masculinidad-feminidad en la dimensión personal de la subjetividad humana. Limita y “empequeñece” también aquello, en virtud de lo cual, los dos, el hombre y la mujer, se unen de manera que llegan a ser una sola carne (cf. Gén 2, 24). Para expresar esto de modo apropiado y adecuado, hay que servirse también de un análisis diverso de ese naturalístico. Y precisamente el estudio del “principio” bíblico nos obliga a hacer esto de manera convincente. La verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad, deducida de los primeros capítulos del Génesis (y en particular del capítulo 2, 23-25), o sea, el descubrimiento a la vez del significado esponsalicio del cuerpo en la estructura personal de la subjetividad del hombre y de la mujer, parece ser en este ámbito un concepto-clave y, al mismo tiempo, el único apropiado y adecuado.
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5. Ahora bien, precisamente en relación con este concepto, con esta verdad sobre el significado esponsalicio del cuerpo humano, hay que leer de nuevo y entender las palabras de Cristo acerca de la continencia “por el reino de los cielos”, pronunciadas en el contexto inmediato de esta referencia al “principio”, sobre el cual Cristo ha fundado su doctrina acerca de la unidad e indisolubilidad del matrimonio. En la base de la llamada de Cristo a la continencia está no sólo el “instinto sexual”, como categoría de una necesidad, diría, naturalística, sino también la conciencia de la libertad del don, que está orgánicamente vinculada con la profunda y madura conciencia del significado esponsalicio del cuerpo, en la estructura total de la subjetividad personal del hombre y de la mujer. Sólo en relación a este significado de la masculinidad, encuentra plena garantía y motivación la llamada a la continencia voluntaria “por el reino de los cielos”. Sólo y exclusivamente en esta perspectiva dice Cristo: “El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 12); con esto indica que tal continencia –aunque, en todo caso, sea sobre todo un “don”–, también puede ser “entendida”, esto es, sacada y deducida del concepto que el hombre tiene del propio “yo” psicosomático en su totalidad, y en particular de la masculinidad y feminidad de este “yo” en la relación recíproca, que está inscrita como “por naturaleza” en toda subjetividad humana.
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6. Como recordamos por los análisis precedentes, desarrollados sobre la base del Libro del Génesis (Gén 2, 23-25), esa relación recíproca de la masculinidad y feminidad, ese recíproco “para” del hombre y de la mujer, sólo puede ser entendido de modo apropiado y adecuado en el conjunto dinámico del sujeto personal. ¡Las palabras de Cristo en Mateo (19, 11-12) muestran después que ese “para” presente “desde el principio” en la base del matrimonio, puede estar también en la base de la continencia “por” el reino de los cielos! Apoyándose en la misma disposición del sujeto personal, gracias a la cual el hombre se vuelve a encontrar plenamente a sí mismo a través de un don sincero de sí (cf. Gaudium et spes, 24), el hombre (varón o mujer) es capaz de elegir la donación personal de sí mismo, hecha a otra persona en el pacto conyugal, donde se convierten en “una sola carne”, y también es capaz de renunciar libremente a esta donación de sí a otra persona, de manera que, al elegir la continencia “por el reino de los cielos”, pueda donarse a sí mismo totalmente a Cristo. Basándose en la misma disposición del sujeto personal y basándose en el mismo significado esponsalicio de ser, en cuanto cuerpo, varón o mujer, puede plasmarse el amor que compromete al hombre, en el matrimonio, para toda la vida (cf. Mt 19, 3-10), pero puede plasmarse también el amor que compromete al hombre para toda la vida en la continencia “por el reino de los cielos” (cf. Mt 19, 11-12). Cristo habla precisamente de esto en el conjunto de su enunciado, dirigiéndose a los fariseos (cf. Mt 19, 3-10) y luego a los discípulos (cf. Mt 19, 11-12).
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7. Es evidente que la opción del matrimonio, tal como fue instituido por el Creador “desde el principio”, supone la toma de conciencia y la aceptación interior del significado esponsalicio del cuerpo, vinculado con la masculinidad y feminidad de la persona humana. En efecto, esto es lo que se expresa de modo lapidario en los versículos del Libro del Génesis. Al escuchar las palabras de Cristo, dirigidas a los discípulos, sobre la continencia “por el reino de los cielos” (cf. Mt 19, 11-12), no podemos pensar que el segundo género de opción pueda hacerse de modo consciente y libre sin una referencia a la propia masculinidad o feminidad y al significado esponsalicio, que es propio del hombre precisamente en la masculinidad o feminidad de su ser sujeto personal. Más aún, a la luz de las palabras de Cristo, debemos admitir que ese segundo género de opción, es decir, la continencia por el reino de Dios, se realiza también en relación con la masculinidad o feminidad propia de la persona que hace tal opción; se realiza basándose en la plena conciencia de ese significado esponsalicio, que contienen en sí la masculinidad y la feminidad. Si esta opción se realizase por vía de algún artificioso “prescindir” de esta riqueza real de todo sujeto humano, no respondería de modo apropiado y adecuado al contenido de las palabras de Cristo en Mateo 19, 11-12.
Cristo exige aquí explícitamente una comprensión plena, cuando dice: “El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 12).
[DP (1982), 130]
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1. “Vi sono altri che si sono fatti eunuchi per il regno dei Cieli”: così si esprime Cristo secondo il Vangelo di Matteo (1).
È proprio del cuore umano accettare esigenze, perfino difficili, in nome dell’amore per un ideale e soprattutto in nome dell’amore verso una persona (l’amore infatti, per essenza, è orientato verso la persona). E perciò nella chiamata alla continenza “per il regno dei Cieli”, prima gli stessi Discepoli e poi tutta la viva Tradizione scopriranno presto quell’amore che si riferisce a Cristo stesso come Sposo della Chiesa e Sposo delle anime, alle quali Egli ha donato se stesso sino alla fine, nel mistero della sua Pasqua e nell’Eucaristia. In tal modo, la continenza “per il regno dei Cieli”, la scelta della verginità o del celibato per tutta la vita, è divenuta nell’esperienza dei discepoli e dei seguaci di Cristo un atto di risposta particolare all’amore dello Sposo Divino e perciò ha acquisito il significato di un atto di amore sponsale, cioè di una donazione sponsale di sè, al fine di ricambiare in modo speciale l’amore sponsale del Redentore; una donazione di sè, intesa come rinuncia, ma fatta soprattutto per amore.
1. Matth. 19, 12.
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2. Abbiamo così ricavato tutta la ricchezza del contenuto, di cui è carico il pur conciso, ma insieme tanto profondo enunciato di Cristo sulla continenza “per il regno dei Cieli”; ma ora conviene prestare attenzione al significato che hanno queste parole per la teologia del corpo, così come abbiamo cercato di presentarne e ricostruirne i fon damenti biblici “dal principio”. Appunto l’analisi di quel “principio” biblico a cui Cristo si è riferito nel colloquio con i Farisei sul tema del matrimonio, della sua unità e indissolubilità2 –poco prima di rivolgere ai suoi discepoli le parole sulla continenza “per il regno dei Cieli” (3)– ci consente di ricordare la profonda verità sul significato sponsale del corpo umano nella sua mascolinità e femminilità, come l’abbiamo dedotta a suo tempo dall’analisi dei primi capitoli della Genesi (4). Proprio così occorreva formulare e precisare ciò che troviamo in quegli antichi testi.
2. Cfr. Matth. 19, 3-9.
3. Ibid. 19, 10-12.
4. Cfr. speciatim Gen. 2, 23-25.
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3. La mentalità contemporanea si è abituata a pensare e parlare soprattutto dell’istinto sessuale, trasferendo sul terreno della realtà umana ciò che è proprio del mondo degli esseri viventi, gli animalia. Ora, una approfondita riflessione sul conciso testo del capitolo primo e secondo della Genesi ci permette di stabilire, con certezza e convin zione, che sin “dal principio” viene delineato nella Bibbia un limite molto chiaro e univoco tra il mondo degli animali (animalia) e l’uomo creato a immagine e somiglianza di Dio. In quel testo, pur molto breve relativamente, c’è tuttavia abbastanza spazio per dimostrare che l’uomo ha una chiara coscienza di ciò che lo distingue in modo essenziale da tutti gli esseri viventi (animalia).
5. Cfr. Gen. 2, 24.
6. Cfr. speciatim ibid. 2, 23-25.
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4. Quindi, l’applicazione all’uomo di questa categoria, sostanzialmente naturalistica, che è racchiusa nel concetto e nell’espressione di “istinto sessuale”, non è del tutto appropriato ed adeguata. È ovvio che tale applicazione può avvenire in base ad una certa analogia; infatti, la particolarità dell’uomo nei confronti di tutto il mondo degli esseri viventi (animalia) non è tale che l’uomo, inteso dal punto di vista della specie, non possa essere fondamentalmente qualificato anche come animal, ma animal rationale. Perciò, nonostante questa analogia, l’applicazione del concetto di “istinto sessuale” all’uomo –data la dualità in cui egli esiste come maschio o femmina– limita tuttavia grandemente, e in certo senso “sminuisce”, ciò che è la stessa mascolinitàfemminilità nella dimensione personale della soggettività umana. Limita e “sminuisce” anche ciò per cui ambedue, l’uomo e la donna, si uniscono così da esser una sola carne (5). Per esprimere ciò in modo appropriato ed adeguato, bisogna servirsi anche di un’analisi diversa da quella naturalistica. Ed è proprio lo studio del “principio” biblico che ci obbliga a far questo in maniera convincente. La verità sul significato sponsale del corpo umano nella sua mascolinità e femminilità, dedotta dai primi capitoli della Genesi (6), ossia la scoperta ad un tempo del significato sponsale del corpo nella struttura personale della soggettività dell’uomo e della donna, sembra essere in questo ambito un concetto-chiave, e insieme il solo appropriato ed adeguato.
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5. Orbene, appunto in relazione a questo concetto, a questa verità sul significato sponsale del corpo umano, bisogna rileggere ed intendere le parole di Cristo circa la continenza “per il Regno dei Cieli”, pronunciate nell’immediato contesto di quel riferimento al “principio”, sul quale Egli ha fondato la sua dottrina circa l’unità e l’indissolubilità del matrimonio. Alla base della chiamata di Cristo alla continenza sta non solo l’“istinto sessuale”, quale categoria di una necessità, direi, naturalistica, ma anche la consapevolezza della libertà del dono, che è organicamente connessa alla profonda e matura coscienza del significato sponsale del corpo, nella totale struttura della soggettività personale dell’uomo e della donna. Soltanto in relazione ad un tale significato della mascolinità e femminilità della persona umana, la chiamata alla continenza volontaria “per il regno dei Cieli” trova piena garanzia e motivazione. Soltanto ed esclusivamente in tale prospettiva Cristo dice: “Chi può capire, capisca” (7); con ciò, Egli indica che tale continenza –sebbene in ogni caso sia soprattutto un “dono”– può essere anche “capita”, cioè ricavata e dedotta dal concetto che l’uomo ha del proprio “io” psicosomatico nella sua interezza, e in particolare della mascolinità e femminilità di questo “io” nel reciproco rapporto, che è come “per natura” inscritto in ogni soggettività umana.
7. Matth. 19, 12.
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6. Come ricordiamo dalle analisi precedenti, svolte in base al Libro della Genesi (8), quel reciproco rapporto della mascolinità e femminilità, quel reciproco “per” dell’uomo e della donna può essere inteso in modo appropriato ed adeguato solo nell’insieme dinamico del soggetto personale. Le parole di Cristo in Matteo (9) mostrano in seguito che quel “per”, presente “dal principio” alla base del matrimonio, può anche stare alla base della continenza “per” il regno dei Cieli! Poggiandosi sulla stessa disposizione del soggetto personale, grazie a cui l’uomo si ritrova pienamente attraverso un dono sincero di sè10, l’uomo (maschio o femmina) è capace di scegliere la donazione personale di se stesso, fatta ad un’altra persona nel patto coniugale, in cui essi divengono “una sola carne”, ed è anche capace di rinunciare liberamente a tale donazione di sè ad un’altra persona, affinchè, scegliendo la continenza “per il regno dei Cieli”, possa donare se stesso totalmente a Cristo. In base alla stessa disposizione del soggetto personale e in base allo stesso significato sponsale dell’essere, in quanto corpo, maschio o femmina, può plasmarsi l’amore che impegna l’uomo al matrimonio nella dimensione di tutta la vita (11), ma può anche plasmarsi l’amore che impegna l’uomo per tutta la vita alla continenza “per il regno dei Cieli” (12). Proprio di questo parla Cristo nell’insieme del suo enunciato, rivolgendosi ai Farisei (13) e poi ai Discepoli (14).
8. Gen. 2, 23-25.
9. Cfr. Matth. 19, 11-12.
10. Cfr. Gaudium et spes, 24.
11. Cfr. Matth. 19, 3-10.
12. Cfr. Matth. 19, 11-12.
13. Cfr. ibid. 19, 3-10.
14. Cfr. ibid. 19, 11-12.
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7. È evidente che la scelta del matrimonio, così come esso è stato istituito dal Creatore “da principio”, suppone la presa di coscienza e l’accettazione interiore del significato sponsale del corpo, collegato con la mascolinità e femminilità della persona umana. Proprio questo infatti e espresso in modo lapidario nei versetti del Libro della Genesi. Nell’ascoltare le parole di Cristo, rivolte ai Discepoli sulla continenza “per il regno dei Cieli” (15), non possiamo pensare che quel secondo genere di scelta possa esser fatto in modo cosciente e libero senza un riferimento alla propria mascolinità o femminilità ed a quel significato sponsale, che è proprio dell’uomo appunto nella mascolinità o femminilità del suo essere soggetto personale. Anzi, alla luce delle parole di Cristo, dobbiamo ammettere che quel secondo genere di scelta, cioè la continenza per il regno di Dio, si attua pure in rapporto alla mascolinità o femminilità propria della persona che fa tale scelta; si attua in base alla piena coscienza di quel significalo sponsale, che la mascolinità e la femminilità contengono in sè. Se tale scelta si attuasse per via di un qualche artificioso “prescindere” da questa reale ricchezza di ogni soggetto umano, essa non risponderebbe in modo appropriato ed adeguato al contenuto delle parole di Cristo in Matteo 19, 11-12.
Cristo richiede qui esplicitamente una piena comprensione, quando dice: “Chi può capire, capisca” (16),
[Insegnamenti GP II, 5/1, 1344-1348]
15. Cfr. Matth. 19, 11-12.
16. Matth. 19, 12.