[1045] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CONTINENCIA “POR EL REINO DE LOS CIELOS” Y EL “ETHOS” DE LA VIDA CONYUGAL Y FAMILIAR
Alocución Nel rispondere, en la Audiencia General, 5 mayo 1982
1982 05 05 0001
1. Al responder a las preguntas de los fariseos sobre el matrimonio y su indisolubilidad, Cristo se refirió al “principio”, es decir, a su institución originaria por parte del Creador. Puesto que sus interlocutores se remitieron a la ley de Moisés, que preveía la posibilidad del llamado “libelo de repudio”, Él contestó: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así” (Mt 19, 8).
Después de la conversación con los fariseos, los discípulos de Cristo se dirigieron a Él con las siguientes palabras: “Si tal es la condición del hombre con la mujer, preferible es no casarse. Él les contestó: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 10-12).
1982 05 05 0002
2. Las palabras de Cristo aluden, sin duda, a una consciente y voluntaria renuncia al matrimonio. Esta renuncia sólo es posible si supone una conciencia auténtica del valor que constituye la disposición nupcial de la masculinidad y feminidad en el matrimonio. Para que el hombre pueda ser plenamente consciente de lo que elige (la continencia por el reino), debe ser también plenamente consciente de aquello a lo que renuncia (aquí se trata precisamente de la conciencia del valor en sentido “ideal”; no obstante, esta conciencia es totalmente “realística”). Cristo, de este modo, exige ciertamente una opción madura. Lo comprueba, sin duda alguna, la forma en que se expresa la llamada a la continencia por el reino de los cielos.
1982 05 05 0003
3. Pero no basta una renuncia plenamente consciente a dicho valor. A la luz de las palabras de Cristo, como también a la luz de toda la auténtica tradición cristiana, es posible deducir que esta renuncia es a la vez una particular forma de afirmación de ese valor, en virtud del cual la persona no casada se abstiene coherentemente, siguiendo el consejo evangélico. Esto puede parecer una paradoja. Sin embargo, es sabido que la paradoja acompaña a numerosos enunciados del Evangelio, y frecuentemente a los más elocuentes y profundos. Al aceptar este significado de la llamada a la continencia “por el reino de los cielos”, sacamos una conclusión correcta, sosteniendo que la realización de esta llamada sirve también –y de modo particular– para la confirmación del significado nupcial del cuerpo humano en su masculinidad y feminidad. La renuncia al matrimonio por el reino de Dios pone de relieve, al mismo tiempo, ese significado en toda su verdad interior y en toda su belleza personal. Se puede decir que esta renuncia, por parte de cada una de las personas, hombres y mujeres, es, en cierto sentido, indispensable, a fin de que el mismo significado nupcial del cuerpo sea más fácilmente reconocido en todo el ethos de la vida humana y sobre todo el ethos de la vida conyugal y familiar.
1982 05 05 0004
4. Así pues, aunque la continencia “por el reino de los cielos” (la virginidad, el celibato) oriente la vida de las personas que la eligen libremente al margen del camino común de la vida conyugal y familiar, sin embargo, no queda sin significado para esta vida: por su estilo, su valor y su autenticidad evangélica. No olvidemos que la única clave para comprender la sacramentalidad del matrimonio es el amor nupcial de Cristo hacia la Iglesia (cf. Ef 5, 22-23): de Cristo, Hijo de la Virgen, el cual era Él mismo virgen, esto es, “eunuco por el reino de los cielos”, en el sentido más perfecto del término. Nos convendrá volver sobre este tema más tarde.
1982 05 05 0005
5. Al final de estas reflexiones queda todavía un problema concreto: ¿De qué modo en el hombre, a quien “le ha sido dada” la llamada a la continencia por el reino, se forma esta llamada basándose en la conciencia del significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad, y, más aún, como fruto de esta conciencia? ¿De qué modo se forma o, mejor, se “transforma”? Esta pregunta es igualmente importante, tanto desde el punto de vista de la teología del cuerpo, como desde el punto de vista del desarrollo de la personalidad humana, que es de carácter personalístico y carismático a la vez. Si quisiéramos responder a esta pregunta de modo exhaustivo –en la dimensión de todos los aspectos y de todos los problemas concretos que encierra– habría que hacer un estudio expreso sobre la relación entre el matrimonio y la virginidad y entre el matrimonio y el celibato. Pero esto excedería los límites de las presentes consideraciones.
1982 05 05 0006
6. Permaneciendo en el ámbito de las palabras de Cristo según Mateo (19, 11-12), es preciso concluir nuestras reflexiones, afirmando lo siguiente. Primero: Si la continencia “por el reino de los cielos” significa indudablemente una renuncia, esta renuncia es al mismo tiempo una afirmación: la que se deriva del descubrimiento del “don”, esto es, el descubrimiento, a la vez, de una perspectiva de la realización personal de sí mismo “a través de un don sincero de sí” (Gaudium et spes, 24); este descubrimiento está, pues, en una profunda armonía interior con el sentido del significado nupcial del cuerpo, vinculado “desde el principio” a la masculinidad o feminidad del hombre como sujeto personal. Segundo: Aunque la continencia “por el reino de los cielos” se identifique con la renuncia al matrimonio –el cual en la vida de un hombre y una mujer da origen a la familia–, no se puede en modo alguno ver en ella una negación del valor esencial del matrimonio; más bien, por el contrario, la continencia sirve indirectamente a poner de relieve lo que en la vocación conyugal es perenne y más profundamente personal, lo que en las dimensiones de la temporalidad (y a la vez en la perspectiva del “otro mundo”) corresponde a la dignidad del don personal, vinculado con el significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad.
1982 05 05 0007
7. De este modo, la llamada de Cristo a la continencia “por el reino de los cielos”, justamente asociada a la evocación de la resurrección futura (cf. Mt 22, 23-30; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40), tiene el significado capital no sólo para el ethos y la espiritualidad cristiana, sino también para la antropología y para toda la teología del cuerpo, que descubrimos en sus bases. Recordemos que Cristo, al referirse a la resurrección del cuerpo en el “otro mundo”, dijo, según la versión de los tres Evangelios sinópticos: “Cuando resuciten de entre los muertos, ni se casarán ni serán dadas en matrimonio...” (Mc 12, 25). Estas palabras, que ya hemos analizado antes, forman parte del conjunto de nuestras consideraciones sobre la teología del cuerpo y contribuyen a su elaboración.
[DP (1982), 136]
1982 05 05 0001
1. Nel rispondere alle domande dei Farisei sul matrimonio e la sua indissolubilità, Cristo si è riferito al “principio”, cioè alla sua originaria istituzione da parte del Creatore. Dato che i suoi interlocutori si sono richiamati alla legge di Mosè, che prevedeva la possibilità della cosiddetta “lettera di ripudio”, Egli rispose: “Per la durezza del vostro cuore Mosè vi ha permesso di ripudiare le vostre mogli, ma da principio non fu così” (1).
Dopo il colloquio con i Farisei, i discepoli di Cristo si sono rivolti a Lui con le seguenti parole: “Se questa è la condizione dell’uomo rispetto alla donna, non conviene sposarsi. Egli rispose loro: Non tutti possono capirlo, ma solo coloro ai quali è stato concesso. Vi sono infatti eunuchi che sono nati così dal ventre della madre; ve ne sono alcuni che sono stati resi eunuchi dagli uomini, e vi sono altri che si sono fatti eunuchi per il regno dei cieli. Chi può capire, capisca” (2).
1. Matth. 19, 8.
2. Matth. 19, 10-12.
1982 05 05 0002
2. Le parole di Cristo alludono indubbiamente ad una cosciente e volontaria rinuncia al matrimonio. Tale rinuncia è possibile soltanto quando si ammette un’autentica coscienza di quel valore che è costituito dalla disposizione sponsale della mascolinità e femminilità al matrimonio. Perchè l’uomo possa essere pienamente consapevole di ciò che sceglie (la continenza per il Regno), deve essere anche pienamente consapevole di ciò a cui rinuncia (si tratta qui proprio della coscienza del valore in senso “ideale”; nondimeno questa coscienza è del tutto “realistica”). Cristo esige certamente, in questo modo, una scelta matura. Lo comprova, senza alcun dubbio, la forma in cui viene espressa la chiamata alla continenza per il regno dei cieli.
1982 05 05 0003
3. Ma non basta una rinuncia pienamente consapevole al suddetto valore. Alla luce delle parole di Cristo, come pure alla luce di tutta l’autentica tradizione cristiana, è possibile dedurre che tale rinuncia è ad un tempo una particolare forma di affermazione di quel valore, da cui la persona non sposata si astiene coerentemente, seguendo il consiglio evangelico. Ciò può sembrare un paradosso. È noto, tuttavia, che il paradosso accompagna numerosi enunciati del Vangelo, e spesso quelli più eloquenti e profondi. Accettando un tale significato della chiamata alla continenza “per il regno dei cieli”, traiamo una conclusione corretta, sostenendo che la realizzazione di questa chiamata serve anche –e in modo particolare– alla conferma del significato sponsale del corpo umano nella sua mascolinità e femminilità. La rinuncia al matrimonio per il regno di Dio mette in evidenza al tempo stesso quel significato in tutta la sua verità interiore e in tutta la sua personale bellezza. Si può dire che questa rinuncia da parte delle singole persone, uomini e donne, sia in un certo senso indispensabile, affinchè lo stesso significato sponsale del corpo sia più facilmente riconosciuto in tutto l’ethos della vita umana e soprattutto nell’ethos della vita coniugale e familiare.
1982 05 05 0004
4. Così, dunque, sebbene la continenza “per il regno dei cieli” (la verginità, il celibato) orienti la vita delle persone che la scelgono liberamente al di fuori della via comune della vita coniugale e familiare, tuttavia non rimane senza significato per questa vita: per il suo stile, il suo valore e la sua autenticità evangelica. Non dimentichiamo che l’unica chiave per comprendere la sacramentalità del matrimonio è l’amore sponsale di Cristo verso la Chiesa (3): di Cristo figlio della vergine, il quale era Lui stesso vergine, cioè “eunuco per il regno dei cieli”, nel senso più perfetto del termine. Ci converrà riprendere questo argomento più tardi.
3. Cfr. Eph. 5, 22-23.
1982 05 05 0005
5. Alla fine di queste riflessioni rimane ancora un problema concreto: in che modo nell’uomo, a cui “è stata concessa” la chiamata alla continenza per il Regno, tale chiamata si forma sulla base della coscienza del significato sponsale del corpo nella sua mascolinità e femminilità, e, in più, come frutto di tale coscienza? In quale modo si forma o piuttosto si “trasforma”? Questa domanda è parimente importante, sia dal punto di vista della teologia del corpo, sia dal punto di vista dello sviluppo della personalità umana, che è di carattere personalistico e carismatico insieme. Se volessimo rispondere a tale domanda in modo esauriente –nella dimensione di tutti gli aspetti e di tutti i problemi concreti, che essa racchiude– bisognerebbe fare uno studio apposito sul rapporto tra il matrimonio e la verginità e tra il matrimonio e il celibato. Questo però oltrepasserebbe i limiti delle presenti considerazioni.
1982 05 05 0006
6. Rimanendo nell’ambito delle parole di Cristo secondo Matteo (4), occorre concludere le nostre riflessioni con l’affermare ciò che segue. Primo: se la continenza “per il regno dei cieli” significa indubbiamente una rinuncia, tale rinuncia è ad un tempo una affermazione: quella che deriva dalla scoperta del “dono”, cioè ad un tempo dalla scoperta di una nuova prospettiva della realizzazione personale di se stessi “attraverso un dono sincero di sè” (5); questa scoperta sta allora in una profonda armonia interiore con il senso del significato sponsale del corpo, collegato “dal principio” alla mascolinità o femminilità dell’uomo quale soggetto personale. Secondo: sebbene la continenza “per il regno dei cieli” si identifichi con la rinuncia al matrimonio –che nella vita di un uomo e di una donna dà inizio alla famiglia–, non si può in alcun modo vedere in essa una negazione del valore essenziale del matrimonio; anzi, al contrario, la continenza serve indirettamente a porre in rilievo ciò che nella vocazione coniugale è perenne e più profondamente personale, ciò che nelle dimensioni della temporalità (ed insieme nella prospettiva dell’“altro mondo”) corrisponde alla dignità del dono personale, collegato al significato sponsale del corpo nella sua mascolinità o femminilità.
4. Matth. 19, 11-12.
5. Gaudium et spes, 24.
1982 05 05 0007
7. In tal modo, la chiamata di Cristo alla continenza “per il regno dei cieli”, giustamente associata al richiamo alla futura risurrezione (6), ha un significato capitale non soltanto per l’ethos e la spiritualità cristiana, ma anche per l’antropologia e per tutta la teologia del corpo, che scopriamo alle sue basi. Ricordiamo che Cristo, richiamandosi alla risurrezione del corpo nell’“altro mondo”, disse, secondo la versione dei tre Vangeli Sinottici: “Quando risusciteranno dai morti... non prenderanno moglie né marito...” (7). Queste parole, già prima analizzate, fanno parte dell’insieme delle nostre considerazioni sulla teologia del corpo e contribuiscono alla sua costruzione.
[Insegnamenti GP II, 5/2, 1405-1408]
6. Cfr. Matth. 22, 23-30; Marc. 12, 18-27; Luc. 20, 27-40.
7. Marc. 12, 25.