[1052] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CONTINENCIA “POR EL REINO DE DIOS” Y LA PREOCUPACIÓN POR LAS “COSAS DEL SEÑOR”
Alocución San Paolo, en la Audiencia General, 30 junio 1982
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1. San Pablo, explicando en el capítulo VII de su primera Carta a los Corintios la cuestión del matrimonio y la virginidad (es decir, la continencia por el reino de Dios), trata de motivar la causa por la que quien elige el matrimonio hace “bien” y quien decide, en cambio, una vida de continencia, o sea la virginidad, hace “mejor”. Así escribe: “Dígoos, pues, hermanos que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran”, y también “los que compran, como si no poseyesen, y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo. Yo os querría libres de cuidados...” (1 Cor 7, 29. 30-32).
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2. Las últimas palabras del texto citado demuestran que en la argumentación Pablo se refiere a su propia experiencia, y de este modo la argumentación se hace más personal. No sólo formula el principio y trata de motivarlo en cuanto tal, sino que lo enlaza con reflexiones y convicciones personales nacidas de la práctica del consejo evangélico del celibato. Cada una de las expresiones y alocuciones son prueba de su fuerza de persuasión. El Apóstol no sólo escribe a sus Corintios: “Quisiera que todos los hombres fuesen como yo” (1 Cor 7, 7), sino que va más adelante y, refiriéndose a los hombres que contraen matrimonio, escribe: “Pero tendréis así que estar sometidos a la tribulación de la carne, que quisiera yo ahorraros” (1 Cor 7, 28). Por lo demás, esta convicción personal la había expresado ya en las primeras palabras del capítulo VII de dicha Carta, refiriendo, si bien para modificarla, esta opinión de los Corintios: “Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al hombre no tocar mujer...” (1 Cor 7, 1).
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3. Nos podemos preguntar: ¿Qué “tribulaciones de la carne” tenía Pablo en el pensamiento? Cristo hablaba sólo de los sufrimientos (o “aflicciones”) que padece la mujer cuando ha de dar “a luz al hijo”, subrayando a la vez la alegría (cf. Jn 16, 21) con que se regocija en compensación de estos sufrimientos, después del nacimiento del hijo: la alegría de la maternidad. En cambio, Pablo escribe sobre las “tribulaciones del cuerpo” que esperan a los casados. ¿Acaso será ésta la expresión de una aversión personal del Apóstol hacia el matrimonio? En esta observación realista hay que ver una advertencia justificada a quienes –como a veces los jóvenes– piensan que la unión y convivencia conyugal han de proporcionarles sólo felicidad y gozo. La experiencia de la vida demuestra que no rara vez los cónyuges quedan desilusionados respecto de lo que principalmente se esperaban. El gozo de la unión lleva consigo también las “tribulaciones de la carne”, sobre las que escribe el Apóstol en la Carta a los Corintios. Con frecuencia son “tribulaciones” de naturaleza moral. Si él quiere decir con esto que el verdadero amor conyugal –aquel precisamente por el que “el hombre... se adherirá a su mujer y vendrán a ser los dos una sola carne” (Gén 2, 24)– es al mismo tiempo un amor difícil, ciertamente se mantiene dentro del terreno de la verdad evangélica y no hay razón alguna para descubrir aquí síntomas de la actitud que caracterizaría más tarde al maniqueísmo.
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4. Cristo, en sus palabras sobre la continencia por el reino de Dios, de ningún modo se propone encauzar a los oyentes hacia el celibato o la virginidad cuando les señala las “tribulaciones” del matrimonio. Más bien se advierte que procura poner de relieve algunos aspectos humanamente penosos de la opción por la continencia: tanto razones sociales como razones de naturaleza subjetiva inducen a Cristo a decir que se hace “eunuco” el hombre que toma tal decisión, es decir, el hombre que abraza voluntariamente la continencia. Pero precisamente gracias a esto resalta con suma claridad todo el significado subjetivo, la grandeza y excepcionalidad de una tal decisión: el significado de una respuesta madura a un don especial del Espíritu.
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5. No entiende de otro modo el consejo de la continencia San Pablo en la Carta a los Corintios, pero lo expresa de modo diferente. Escribe así: “Dígoos, pues, hermanos, que el tiempo es corto...” (1 Cor 7, 29) y un poco más adelante: “Pasa la apariencia de este mundo...” (7, 31). Esta constatación sobre la caducidad de la existencia humana y el carácter transitorio del mundo temporal y, en cierto sentido, del carácter accidental de cuanto ha sido creado, deben llevar a que “los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran” (1 Cor 7, 29; cf. 7, 31), y a preparar el terreno al mismo tiempo a la enseñanza sobre la continencia. Pues en el centro de su razonamiento pone Pablo la frase-clave que puede relacionarse con lo enunciado por Cristo, que es único en su género, sobre el tema de la continencia por el reino de Dios (cf. Mt 19, 12).
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6. Mientras Cristo pone de relieve la magnitud de la renuncia inseparable de tal decisión, Pablo muestra sobre todo cómo hay que entender el “reino de Dios” en la vida de un hombre que ha renunciado al matrimonio por el reino. Y mientras el triple paralelismo de lo enunciado por Cristo alcanza su punto culminante en el verbo que indica la grandeza de la renuncia asumida voluntariamente (“hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos”: Mt 19, 12), Pablo define la situación con una sola palabra: “no casado” (ágamos); en cambio, más adelante incluye todo al contenido de la expresión “reino de los cielos” en una síntesis espléndida cuando dice: “El célibe se cuida de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor” (1 Cor 7, 32).
Cada palabra de este párrafo merece un análisis especial.
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7. En el Evangelio de Lucas, discípulo de Pablo, el contexto del verbo “preocuparse de” o “buscar” indica que de verdad es menester buscar sólo el reino de Dios (cf. Lc 12, 31), lo que constituye la “parte mejor”, el unum necessarium (cf. Lc 10, 41-42). Y el mismo Pablo habla directamente de su “preocupación por todas las Iglesias” (2 Cor 11, 28), de la búsqueda de Cristo mediante la solicitud por los problemas de los hermanos, por los miembros del Cuerpo de Cristo (cf. Flp 2, 20-21; 1 Cor 12, 25). De este contexto emerge todo el amplio campo de la “preocupación” a la que el hombre no casado puede dedicar enteramente su pensamiento, fatigas y corazón. Ya que el hombre puede “preocuparse” sólo de aquello que lleva en el corazón.
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8. En la enunciación de Pablo, quien no está casado se preocupa de las cosas del Señor (tà toû kyrìou). Con esta expresión concisa Pablo abarca la realidad objetiva completa del reino de Dios. “Del Señor es la tierra y cuanto la llena”, dirá él mismo un poco más adelante en esta Carta (1 Cor 10, 26; cf. Sal 23 (24), 1).
¡El objeto del interés del cristiano es el mundo entero! Pero Pablo con el nombre “Señor” califica en primer lugar a Jesucristo (cf., por ejemplo, Flp 2, 11) y, por tanto, “cosas del Señor” quiere decir ante todo el reino de Cristo, su Cuerpo que es la Iglesia (cfr. Col 1, 18) y cuanto contribuye al crecimiento de ésta. De todo ello se preocupa el hombre no casado y, por ello, siendo Pablo “Apóstol de Jesucristo” (1 Cor 1, 1) y ministro del Evangelio (1 Col 1, 23), escribe a los Corintios: “Quisiera yo que todos los hombres fueran como yo” (1 Cor 7, 7).
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9. Sin embargo, el celo apostólico y la actividad más eficaz, tampoco agotan el contenido de la motivación paulina de la continencia. Incluso podría decirse que su raíz y fuente se encuentran en la segunda parte del párrafo que muestra la realidad subjetiva del reino de Dios. “El que no está casado se preocupa... de cómo agradar al Señor”. Esta constatación abarca todo el campo de la relación personal del hombre con Dios. “Agradar a Dios” –esta expresión se encuentra en libros antiguos de la Biblia (cf., por ejemplo, Dt 13, 18)– es sinónimo de vida en gracia de Dios y expresa la actitud de quien busca a Dios, o sea, de quien se comporta según su voluntad para serle agradable. En uno de los últimos libros de la Sagrada Escritura, esta expresión llega a ser una síntesis teológica de la santidad. San Juan sólo una vez la aplica a Cristo: “Yo hago siempre lo que es de su agrado (del Padre)” (Jn 8, 29). San Pablo hace notar en la Carta a los Romanos que Cristo “no buscó agradarse a Sí mismo” (Rom 15, 3).
En estas dos constataciones está encerrado todo el contenido de “agradar a Dios”, entendido en el Nuevo Testamento como seguir las huellas de Cristo.
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10. Podría parecer que se sobreponen las dos partes de la expresión paulina pues, en efecto, preocuparse de lo “que toca al Señor”, de las “cosas del Señor”, debe “agradar al Señor”. Por otra parte, quien complace a Dios no puede encerrarse en sí mismo sino abrirse al mundo, a cuanto hay que llevar de nuevo a Cristo. Evidentemente éstos son dos aspectos de la misma realidad de Dios y de su reino. Pero Pablo tenía que distinguirlos para hacer ver más clara la naturaleza y posibilidad de la continencia “por el reino de los cielos”.
[DP (1982), 202]
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1. San Paolo, spiegando nel capitolo settimo della sua prima lettera ai Corinzi la questione del matrimonio e della verginità (ossia della continenza per il regno di Dio), cerca di motivare la causa per cui chi sceglie il matrimonio fa “bene” e chi, invece, si decide ad una vita nella continenza, ossia nella verginità, fa “meglio”. Scrive infatti così: “Questo vi dico fratelli: il tempo ormai si è fatto breve; d’ora innanzi, quelli che hanno moglie, vivano come se non l’avessero...”; e poi: “quelli che comprano, come se non possedessero; quelli che usano del mondo, come se non ne usassero appieno: perchè passa la scena di questo mondo! Io vorrei vedervi senza preoccupazioni...” (1).
1. 1 Cor. 7, 29. 30-32.
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2. Le ultime parole del testo citato dimostrano che Paolo si riferisce nella sua argomentazione anche alla propria esperienza, per cui la sua argomentazione diventa più personale. Non solo formula il principio e cerca di motivarlo come tale, ma si allaccia alle riflessioni e alle convinzioni personali, nate dalla pratica del consiglio evangelico del celibato. Della loro forza persuasiva testimoniano le singole espressioni e locuzioni. L’Apostolo non soltanto scrive ai suoi Corinzi: “Vorrei che tutti fossero come me” (2), ma va oltre, quando, in riferimento agli uomini che contraggono il matrimonio, scrive: “Tuttavia costoro avranno tribolazioni nella carne, e io vorrei risparmiarvele” (3). Del resto questa sua convinzione personale era già espressa nelle prime parole del capitolo settimo della stessa lettera, riferendo, sia pure per modificarla, questa opinione dei Corinzi: “Quanto poi alle cose che mi avete scritto, è cosa buona per l’uomo non toccare donna...” (4).
2. Ibid. 7, 7.
3. Ibid. 7, 28.
4. 1 Cor. 7, 1.
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3. Ci si può porre la domanda: quali “tribolazioni nella carne” Paolo aveva in mente? Cristo parlava solo delle sofferenze (ovvero “afflizioni”), che prova la donna quando deve dare “alla luce il bambino”, sottolineando tuttavia la gioia (5) di cui ella si allieta come compenso di queste sofferenze, dopo la nascita del figlio: la gioia della maternità. Paolo, invece, scrive delle “tribolazioni del corpo”, che attendono i coniugi. Sarà questa l’espressione di una avversione personale dellnei riguardi del matrimonio? In questa osservazione realistica bisogna vedere un giusto avvertimento per coloro che –come a volte i giovani– ritengono che l’unione e la convivenza coniugale debbono apportare loro soltanto felicità e gioia. L’esperienza della vita dimostra che i coniugi rimangono non di rado delusi in ciò che maggiormente si aspettavano. La gioia dell’unione porta con sè anche quelle “tribolazioni nella carne”, di cui scrive l’Apostolo nella lettera ai Corinzi. Queste sono spesso “tribolazioni” di natura morale. Se egli intende dire con questo che il vero amore coniugale –proprio quello in virtù del quale “l’uomo... si unirà a sua moglie ei due saranno una sola carne” (6)– è anche un amore difficile, certo rimane sul terreno della verità evangelica e non vi è alcuna ragione per scorgervi sintomi dell’atteggiamento che, più tardi, doveva caratterizzare il manicheismo.
5. Cfr. Io. 16, 21.
6. Gen. 2, 24.
7. 1 Cor. 7, 29.
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4. Cristo, nelle sue parole circa la continenza per il Regno di Dio, non cerca in alcun modo di avviare gli ascoltatori al celibato o alla verginità, indicando loro “le tribolazioni” del matrimonio. Piuttosto si percepisce che Egli cerca di mettere in rilievo diversi aspetti, umanamente penosi, del decidersi alla continenza: sia la ragione sociale, sia le ragioni di natura soggettiva, inducono Cristo a dire dell’uomo che prende una tale decisione, che egli si fa “eunuco”, cioè volontariamente abbraccia la continenza. Ma proprio grazie a ciò, balza molto chiaramente tutto il significato soggettivo, la grandezza e l’eccezionalità di una tale decisione: il significato di una risposta matura a un particolare dono dello Spirito.
8. Ibid. 7, 31.
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5. Non diversamente intende il consiglio di continenza San Paolo nella lettera ai Corinzi, ma egli lo esprime in modo diverso. Infatti scrive: “Questo vi dico, fratelli: il tempo ormai si è fatto breve...” (7), e poco più avanti: “Passa la scena di questo mondo...” (8). Questa costatazione circa la caducità dell’esistenza umana e la transitorietà del mondo temporale, in un certo senso circa l’accidentalità di tutto ciò che è creato, dever far sì che “quelli che hanno moglie, vivano come se non l’avessero” (9), e insieme preparare il terreno per l’insegnamento sulla continenza. Nel centro del suo ragionamento, infatti, Paolo mette la frase-chiave che può essere unita all’enunziato di Cristo, unico nel suo genere, sul tema della continenza per il Regno di Dio (10).
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6. Mentre Cristo mette in rilievo la grandezza della rinuncia, inseparabile da una tale decisione, Paolo dimostra soprattutto come bisogna intendere il “Regno di Dio”, nella vita dell’uomo, il quale ha rinunciato al matrimonio in vista di esso. E mentre il triplice parallelismo dell’enunziato di Cristo raggiunge il punto culminante nel verbo che significa la grandezza della rinuncia assunta volontariamente (“e vi sono altri che si sono fatti eunuchi per il Regno dei Cieli” (11)), Paolo definisce la situazione con una sola parola: “Chi non è sposato” (àgamos); più avanti invece rende tutto il contenuto dell’espressione “Regno dei Cieli” in una splendida sintesi. Dice, infatti: “Chi non è sposato si preoccupa delle cose del Signore, come possa piacere al Signore” (12).
Ogni parola di questo enunziato merita una speciale analisi.
9. 1 Cor. 7, 29; cfr. 7, 31.
10. Cfr. Matth. 19, 12.
11. Ibid.
12. 1 Cor. 7, 32.
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7. Il contesto del verbo “preoccuparsi” o “cercare” nel Vangelo di Luca, discepolo di Paolo, indica che veramente bisogna cercare soltanto il Regno di Dio (13), ciò che costituisce “la parte migliore”, l’unum necessarium14. E Paolo stesso parla direttamente della sua “preoccupazione per tutte le Chiese” (15), della ricerca di Cristo mediante la sollecitudine per i problemi dei fratelli, per i membri del Corpo di Cristo (16). Già da questo contesto emerge tutto il vasto campo della “preoccupazione”, alla quale l’uomo non sposato può dedicare totalmente il suo pensiero, la sua fatica e il suo cuore. L’uomo, infatti, può “preoccuparsi” soltanto di ciò che veramente gli sta a cuore.
13. Cfr. Luc. 12, 31.
14. Cfr. ibid. 10, 41-42.
15. 2 Cor. 11, 28.
16. Cfr. Phil. 2, 20-21; 1 Cor. 12, 25.
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8. Nell’enunziato di Paolo, chi non è sposato si preoccupa delle cose del Signore (tà toû kyrìou). Con questa concisa espressione Paolo abbraccia l’intera oggettiva realtà del Regno di Dio.
“Del Signore è la terra e tutto ciò che essa contiene”, dirà egli stesso poco più avanti in questa lettera (17).
L’oggetto della sollecitudine del cristiano è tutto il mondo! Ma Paolo con il nome di “Signore”qualifica prima di tutto Gesù Cristo (18), e perciò “le cose del Signore” significano in primo luogo “il Regno di Cristo”, il suo Corpo che è la Chiesa (19) e tutto ciò che contribuisce alla sua crescita. Di tutto ciò si preoccupa l’uomo non sposato e perciò Paolo, essendo nel pieno senso della parola “apostolo di Gesù Cristo” (20) e ministro del Vangelo (21), scrive ai Corinzi: “Vorrei che tutti fossero come me” (22).
17. 1 Cor. 10, 26; cfr. Ps. 23 (24), 1.
18. Cfr., ex. gr., Phil. 2, 11.
19. Cfr. Col. 1, 18.
20. 1 Cor. 1, 1.
21. Cfr. Col. 1, 23.
22. 1 Cor. 7, 7.
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9. Tuttavia, lo zelo apostolico e l’attività più fruttuosa non esauriscono ancora ciò che si contiene nella motivazione paolina della continenza. Si potrebbe perfino dire che la loro radice e sorgente si trova nella seconda parte della frase, che dimostra la realtà soggettiva del Regno di Dio: “Chi non è sposato si preoccupa..., come possa piacere al Signore”. Questa costatazione abbraccia tutto il campo della relazione personale dell’uomo con Dio. “Piacere a Dio” –l’espressione si trova in antichi libri della Bibbia (23)– è sinonimo di vita nella grazia di Dio, ed esprime l’atteggiamento di colui che cerca Dio, ossia di chi si comporta secondo la Sua volontà, così da essergli gradito. In uno degli ultimi libri della Sacra Scrittura questa espressione diventa una sintesi teologica della santità. San Giovanni l’applica una sola volta a Cristo: “Io faccio sempre le cose che gli (al Padre) sono gradite” (24). San Paolo osserva nella lettera ai Romani che Cristo “non cercò di piacere a se stesso” (25).
Tra queste due costatazioni si racchiude tutto ciò che costituisce il contenuto del “piacere a Dio”, inteso nel Nuovo Testamento come il seguire le orme di Cristo.
23. Cfr., ex. gr., Deut. 13, 18.
24. Io. 8, 29.
25. Rom. 15, 3.
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10. Sembra che ambedue le parti dell’espressione paolina si sovrappongano: infatti, preoccuparsi di ciò che “appartiene al Signore”, delle “cose del Signore”, deve “piacere al Signore”. D’altra parte, colui che piace a Dio non può rinchiudersi in se stesso, ma si apre al mondo, a tutto ciò che è da ricondurre a Cristo. Questi sono, evidentemente, solo due aspetti della stessa realtà di Dio e del suo Regno. Paolo, tuttavia, doveva distinguerli, per dimostrare più chiaramente la natura e la possibilità della continenza “per il Regno dei Cieli”.
[Insegnamenti GP II, 5/2, 2452-2456]