[1054] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA ACCIÓN DE LA GRACIA EN LA VIVENCIA DEL MATRIMONIO Y DE LA VIRGINIDAD
Alocución Durante l’incontro, en la Audiencia General, 7 julio 1982
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1. En el encuentro del miércoles pasado tratamos de ahondar en la argumentación que emplea San Pablo en la primera Carta a los Corintios para convencer a sus destinatarios de que quien elige el matrimonio hace “bien”, y el que elige la virginidad (es decir, la continencia según el espíritu del consejo evangélico) hace “mejor” (1 Cor 7, 38). Prosiguiendo hoy esta meditación, recordemos que según San Pablo “el célibe se cuida... de cómo agradar al Señor” (1 Cor 7, 32).
“Agradar al Señor” tiene por trasfondo el amor. Este trasfondo se ve claro a través de una ulterior confrontación; quien no está casado se cuida de agradar a Dios, mientras que el hombre casado debe procurar también contentar a la mujer. En cierto sentido aparece aquí el carácter nupcial de la “continencia por el reino de Dios”. El hombre procura agradar siempre a la persona amada. El “agradar a Dios” no carece por tanto de ese carácter que distingue la relación interpersonal entre los esposos. Por una parte, es un esfuerzo del hombre que tiende a Dios y procura complacerle, o sea, expresar prácticamente el amor; por otra, a esta aspiración corresponde el agrado de Dios, que acoge los esfuerzos del hombre y corona su obra dándole una gracia nueva: de hecho desde el principio esta aspiración ha sido don de Dios. “Cuidarse de agradar a Dios” es, pues, una aportación del hombre al diálogo continuo de salvación entablado por Dios. Evidentemente todo cristiano que vive de fe toma parte en este diálogo.
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2. Pero Pablo observa que el hombre ligado con vínculo matrimonial “está dividido” (1 Cor 7, 34) a causa de sus deberes familiares (cf. 1 Cor 7, 34). Por consiguiente, de esta constatación parece desprenderse que la persona no casada debería caracterizarse por una integración interior, una unificación, que le permitan dedicarse enteramente al servicio del reino de Dios en todas sus dimensiones. Esta actitud presupone la abstención del matrimonio exclusivamente “por el reino de Dios”, y una vida dedicada sólo a este fin. Y, sin embargo, también puede entrar furtivamente “la división” en la vida de una persona no casada, que al verse privada de la vida matrimonial por una parte y, por otra, de una meta clara por la que renunciar a ésta, podría encontrarse ante un cierto vacío.
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3. El Apóstol parece conocer bien todo esto y se apresura a puntualizar que no quiere “tender un lazo” a quien aconseja no casarse, sino que lo hace para encaminarlo a lo que es digno y lo mantiene unido al Señor sin distracciones (cf. 1 Cor 7, 35).
Estas palabras traen a la memoria lo que dijo Cristo a los Apóstoles en la última Cena, según el Evangelio de Lucas: “Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas (literalmente “en las tentaciones”); y Yo dispongo del reino en favor vuestro, como mi Padre ha dispuesto de él en favor Mío” (Lc 22, 28-29). El no casado, “estando unido al Señor”, puede tener certeza de que sus dificultades serán comprendidas: “No es nuestro Pontífice tal que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, antes fue tentado en todo a semejanza nuestra, fuera del pecado” (Heb 4, 15). Esto permite a la persona no casada englobar sus eventuales problemas personales en la gran corriente de los sufrimientos de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia, en vez de sumergirse exclusivamente en ellos.
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4. El Apóstol enseña cómo se puede estar unido al Señor; esto se llega a alcanzar aspirando a permanecer con Él de continuo, a gozar de su presencia (eupáredron), sin dejarse distraer por las cosas que no son esenciales (aperispástõs) (cf. 1 Cor 7, 35).
Pablo puntualiza este pensamiento con mayor claridad todavía cuando habla de la situación de la mujer casada y de la que ha optado por la virginidad o ya no tiene marido. Mientras la mujer casada debe cuidarse de “cómo agradar a su marido”, la que no está casada “sólo tiene que preocuparse de las cosas del Señor, de ser santa en cuerpo y en espíritu” (1 Cor 7, 34).
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5. Para captar adecuadamente toda la profundidad del pensamiento de Pablo hay que hacer notar que la “santidad” es un estado más bien que una acción, según la concepción bíblica; y tiene ante todo carácter ontológico y luego también moral. Especialmente en el Antiguo Testamento es una “separación” de lo que no está sujeto a la influencia de Dios, lo que es “profanum” a fin de pertenecer exclusivamente a Dios. La “santidad en el cuerpo y en el espíritu” significa también, por tanto, la sacralidad de la virginidad o celibato aceptados por el “reino de Dios”. Y, al mismo tiempo, lo que está ofrecido a Dios debe distinguirse por la pureza moral y, por tanto, presupone un comportamiento “sin mancha ni arruga”, “santo e inmaculado”, según el modelo virginal de la Iglesia que está ante Cristo (Ef 5, 27).
El Apóstol, en este capítulo de la Carta a los Corintios, trata de los problemas del matrimonio y del celibato o virginidad de modo sumamente humano y realista, teniendo en cuenta la mentalidad de sus destinatarios. En una cierta medida la argumentación de Pablo es ad hominem. El mundo nuevo, el nuevo orden de valores que anuncia, en el ambiente de sus destinatarios de Corinto va a encontrarse con otro “mundo”, otra jerarquía de valores distinta de aquella a la que llegaron por vez primera las palabras pronunciadas por Cristo.
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6. Si con su doctrina sobre el matrimonio y la continencia Pablo hace referencia también a la caducidad del mundo y de la vida humana en él, lo hace sin duda aplicándolo a un ambiente que en cierta manera estaba orientado de modo programático al “uso del mundo”. Bajo este punto de vista es muy significativo su llamamiento a los que “disfrutan del mundo” para que lo hagan “como si no disfrutaran plenamente” (1 Cor 7, 31). Del contexto inmediato se desprende que incluso el matrimonio estaba concebido en este ambiente como una manera de “disfrutar del mundo”, al contrario de como había sido en toda la tradición israelita (no obstante algunas desnaturalizaciones que señaló Jesús en la conversación con los fariseos y también en el Sermón de la Montaña). No hay duda de que todo explica el estilo de la respuesta de Pablo. El Apóstol se daba perfecta cuenta de que al estimular a la abstención del matrimonio, al mismo tiempo debía exponer un modo de entender el matrimonio que estuviera conforme con toda la jerarquía evangélica de valores. Y había de hacerlo con realismo máximo, es decir, teniendo ante los ojos el ambiente a que se dirigía y las ideas y modos de valorar las cosas que dominaban en él.
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7. Ante hombres que vivían en un ambiente donde el matrimonio sobre todo era considerado uno de los modos de “usar del mundo”, Pablo se pronuncia con palabras significativas sobre la virginidad y el celibato (como ya hemos visto) y también sobre el mismo matrimonio: “A los no casados y a las viudas les digo que les es mejor permanecer como yo. Pero si no pueden guardar continencia, cásense, que mejor es casarse que abrasarse” (1 Cor 7, 8-9). Igual idea casi había expresado ya Pablo anteriormente: “Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al hombre no tocar mujer; mas por evitar la fornicación, tenga cada uno su mujer, y cada una tenga su marido” (1 Cor 7, 1-2).
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8. ¿Acaso en la primera Carta a los Corintios considera el Apóstol el matrimonio exclusivamente desde el punto de vista de un “remedium concupiscentiae”, como se solía decir en el lenguaje teológico tradicional? Las citas hechas podrían dar la impresión de atestiguarlo. En proximidad inmediata a las formulaciones precedentes, leamos una frase que nos lleva a enfocar de manera diferente el conjunto de enseñanzas de San Pablo contenidas en el capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios: “Quisiera yo que todos los hombres fuesen como yo (repite su argumento preferido en favor de la abstención del matrimonio); pero cada uno tiene de Dios su propia gracia: éste, una; aquél, otra” (1 Cor 7, 7). Por lo tanto, incluso los que optan por el matrimonio y viven en él, reciben de Dios un “don”, “su don”, es decir, la gracia propia de esta opción, de este modo de vivir, de dicho estado. El don que reciben las personas que viven en el matrimonio es distinto del que reciben las personas que viven en virginidad y han elegido la continencia por el reino de Dios; no obstante, es verdadero “don de Dios”, don “propio”, destinado a personas concretas, y “específico”, o sea, adecuado a su vocación de vida.
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9. Así pues, se puede decir que mientras en la caracterización del matrimonio en su parte “humana” (o más aún quizá en la situación local que dominaba en Corinto), el Apóstol pone muy de relieve la motivación que tenía en cuenta la concupiscencia de la carne; y, a la vez y con no menor fuerza persuasiva, destaca su carácter sacramental y “carismático”. Con la misma claridad con que ve la situación del hombre respecto de la concupiscencia de la carne, ve también la acción de la gracia en cada hombre, en quien vive en el matrimonio e igualmente en el que ha elegido voluntariamente la continencia, teniendo presente que “pasa la apariencia de este mundo”.
[DP (1982), 206]
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1. Durante l’incontro di mercoledì scorso, abbiamo cercato di approfondire l’argomentazione, di cui si serve San Paolo nella prima Lettera ai Corinzi per convincere i suoi destinatari che colui che sceglie il matrimonio fa “bene” e chi invece sceglie la verginità (ossia la continenza secondo lo spirito del consiglio evangelico) fa “meglio” (1). Continuando oggi questa meditazione, ricordiamo che secondo San Paolo “chi non è sposato si preoccupa... come possa piacere al Signore” (2).
Il “piacere al Signore” ha, come sfondo, l’amore. Questo sfondo emerge da un ulteriore confronto: chi non è sposato si preoccupa di come piacere a Dio, mentre l’uomo sposato deve preoccuparsi anche di come accontentare la moglie. Qui appare, in un certo senso, il carattere sponsale della “continenza per il regno di Dio”. L’uomo cerca sempre di piacere alla persona amata. Il “piacere a Dio” non è quindi privo di questo carattere, che distingue la relazione interpersonale degli sposi. Da una parte, esso è uno sforzo dell’uomo che tende a Dio e cerca il modo di piacergli, cioè di esprimere attivamente l’amore; d’altra parte, a quest’aspirazione corrisponde un gradimento di Dio che, accettando gli sforzi dell’uomo, corona la propria opera col dare una nuova grazia: sin dall’inizio, infatti, quest’aspirazione è stata suo dono. Il “preoccuparsi (di) come piacere a Dio” è quindi un contributo dell’uomo al continuo dialogo della salvezza, iniziato da Dio. Evidentemente ad esso prende parte ogni cristiano che vive di fede.
1. 1 Cor. 7, 38.
2. Ibid. 7, 32.
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2. Paolo osserva, tuttavia, che l’uomo legato col vincolo matrimoniale “si trova diviso” (3) a causa dei suoi doveri familiari (4). Da questa costatazione sembra quindi risultare che la persona non sposata dovrebbe essere caratterizzata da una integrazione interiore, da una unificazione, che gli permetterebbero di dedicarsi completamente il servizio del Regno di Dio in tutte le sue dimensioni. Tale atteggiamento presuppone l’astensione dal matrimonio, exclusivamente “per il Regno di Dio”, e una vita indirizzata unicamente a questo scopo. Diversamente, “la divisione” può furtivamente entrare anche nella vita di un non sposato, il quale, essendo privo da una parte della vita matrimoniale e dall’altra di un chiaro scopo per cui dovrebbe rinunciare ad essa, potrebbe trovarsi davanti a un certo vuoto.
3. 1 Cor. 7, 34.
4. Cfr. ibid.
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3. L’Apostolo sembra conoscere bene tutto ciò, e si premura di specificare che egli non vuole “gettare un laccio” a colui al quale consiglia di non sposarsi, ma lo fa per indirizzarlo a ciò che è degno e che lo tiene unito al Signore senza distrazioni 5. Queste parole fanno venire in mente ciò che Cristo durante l’Ultima Cena, secondo il Vangelo di Luca, dice agli Apostoli: “Voi siete quelli che avete perseverato con me nelle mie prove (letteralmente, “nelle tentazioni”); e io preparo per voi un Regno, come il Padre l’ha preparato per me” (6). Chi non è sposato “essendo unito al Signore”, può essere certo che le sue difficoltà troveranno comprensione: “Infatti non abbiamo un sommo sacerdote che non sappia compatire le nostre infermità, essendo stato lui stesso provato in ogni cosa, escluso il peccato” (7). Ciò permette alla persona non sposata non tanto di immergersi esclusivamente negli eventuali problemi personali, quanto di includerli nella grande corrente delle sofferenze di Cristo e del suo Corpo che è la Chiesa.
5. Cfr. ibid. 7, 35.
6. Luc. 22, 28-29.
7. Heb. 4, 15.
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4. L’Apostolo mostra in che modo si può “essere uniti al Signore”: ciò si può raggiungere aspirando a un costante permanere con Lui, a un gioire della sua presenza (eupáredron), senza lasciarsi distrarre dalle cose non essenziali (aperispástõs)8.
Paolo precisa questo pensiero ancor più chiaramente, quando parla della situazione della donna sposata e di quella che ha scelto la verginità o non ha più il marito. Mentre la donna sposata deve preoccuparsi di “come possa piacere al marito”, quella non sposata “si preoccupa delle cose del Signore, per essere santa nel corpo e nello spirito” (9).
8. Cfr. 1 Cor. 7, 35.
9. Ibid. 7, 34.
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5. Per afferrare in modo adeguato tutta la profondità del pensiero di Paolo, bisogna osservare che la “santità”, secondo la concezione biblica, è piuttosto uno stato che un’azione; essa ha un carattere innanzitutto ontologico e poi anche morale. Specie nell’Antico Testamento, è una “separazione” da ciò che non è soggetto all’influenza di Dio, che è “profanum”, per appartenere esclusivamente a Dio. La “santità nel corpo e nello spirito”, quindi, significa anche la sacralità della verginità o del celibato, accettati per il “Regno di Dio”. E, contemporaneamente, ciò che è offerto a Dio deve distinguersi con la purezza morale e perciò presuppone un comportamento “senza macchia né ruga”, “santo e immacolato”, secondo il modello verginale della Chiesa che sta davanti a Cristo (10).
L’Apostolo in questo capitolo della Lettera ai Corinzi, tocca i problemi del matrimonio e del celibato o della verginità in modo profondamente umano e realistico, rendendosi conto della mentalità dei suoi destinatari. L’argomentazione di Paolo è, in una certa misura, ad hominem. Il mondo nuovo, il nuovo ordine dei valori che egli annunzia, deve incontrarsi, nell’ambiente dei suoi destinatari di Corinto, con un altro “mondo” e con un altro ordine di valori, diverso anche da quello a cui erano giunte, per la prima volta, le parole pronunziate da Cristo.
10. Eph. 5, 27.
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6. Se Paolo, con la sua dottrina circa il matrimonio e la continenza, si riferisce anche alla caducità del mondo e della vita umana in esso, certamente lo fa in riferimento all’ambiente, che, in un certo senso, era orientato in modo programmatico all’“uso del mondo”. Quanto significativo è, da questo punto di vista, il suo appello “a quelli che usano del mondo” perchè lo facciano “come se non ne usassero appieno” (11). Dal contesto immediato risulta che pure il matrimonio, in quest’ambiente, era inteso come un modo di “usare il mondo” –diversamente da come lo era stato in tutta la tradizione israelitica (nonostante alcuni snaturamenti, che Gesù indicò nel colloquio con i Farisei, oppure nel Discorso della Montagna). Indubbiamente, tutto ciò spiega lo stile della risposta di Paolo. L’Apostolo si rendeva ben conto che, incoraggiando all’astensione dal matrimonio, doveva al tempo stesso mettere in luce un modo di comprensione del matrimonio che fosse conforme con tutto l’ordine evangelico dei valori. E doveva farlo col massimo realismo, tenendo cioè davanti agli occhi l’ambiente al quale si rivolgeva, le idee e i modi di valutare le cose, in esso dominanti.
11. 1 Cor. 7, 31.
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7. Agli uomini che vivevano in un ambiente, ove il matrimonio era considerato soprattutto come uno dei modi di “usare del mondo”, Paolo si pronunzia quindi con le significative parole sia circa la verginità o il celibato (come abbiamo visto), sia anche circa il matrimonio stesso: “Ai non sposati e alle vedove dico: è cosa buona per loro rimanere come sono io; ma se non sanno vivere in continenza, si sposino; è meglio sposarsi che ardere” (12). Quasi la stessa idea era stata espressa da Paolo già prima: “Quanto poi alle cose di cui mi avete scritto, è cosa buona per l’uomo non toccare la donna; tuttavia, per il pericolo dell’incontinenza, ciascuno abbia la propria moglie e ogni donna il proprio marito” (13).
12. 1 Cor. 7, 8-9.
13. Ibid. 7, 1-2.
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8. Forse che l’Apostolo, nella prima Lettera ai Corinzi, guarda il matrimonio esclusivamente dal punto di vista di un “remedium concupiscentiae”, come si soleva dire nel tradizionale linguaggio teologico? Gli enunziati riportati poco sopra sembrerebbero testimoniarlo. Intanto, nell’immediata prossimità delle formulazioni riportate, leggiamo una frase che ci induce a vedere in modo diverso l’insieme dell’insegnamento di San Paolo, contenuto nel capitolo 7 della prima Lettera ai Corinzi: “Vorrei che tutti fossero come me (egli ripete il suo argomento preferito a favore dell’astensione dal matrimonio) –ma ciascuno ha il proprio dono da Dio, chi in un modo, chi in un altro” (14). Quindi, anche coloro che scelgono il matrimonio e vivono in esso ricevono da Dio un “dono”, il “proprio dono”, cioè la grazia propria di tale scelta, di questo modo di vivere, di questo stato. Il dono ricevuto dalle persone che vivono nel matrimonio è diverso da quello ricevuto dalle persone che vivono nella verginità e scelgono la continenza per il Regno di Dio; nondimeno esso è un vero “dono da Dio”, dono “proprio”, destinato a persone concrete, e “specifico”, cioè adatto alla loro vocazione di vita.
14. 1 Cor. 7, 7.
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9. Si può quindi dire che, mentre l’Apostolo, nella sua caratterizzazione del matrimonio da parte “umana” e (forse ancora più da parte della situazione locale che dominava a Corinto) mette fortemente in rilievo la motivazione del riguardo alla concupiscenza della carne, al tempo stesso egli rileva, con non minore forza di convinzione, anche il suo carattere sacramentale e “carismatico”. Con la stessa chiarezza, con la quale vede la situazione dell’uomo in rapporto alla concupiscenza della carne, egli vede anche l’azione della grazia in ogni uomo –in colui che vive nel matrimonio non meno che in colui il quale sceglie volontariamente la continenza– tenendo presente che “passa la scena di questo mondo”.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 28-32]