[1055] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CONVIVENCIA CONYUGAL Y LA ABSTENCIÓN PERIÓ DICA Y VOLUNTARIA DE LOS ESPOSOS, FRUTO DEL DON DE DIOS
Alocución Durante le nostre, en la Audiencia General, 14 julio 1982
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1. En mis anteriores reflexiones, analizando el capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, he tratado de captar y comprender las enseñanzas y los consejos que San Pablo da a los destinatarios de su Carta, sobre las cuestiones referentes al matrimonio y a la continencia voluntaria (o sea, la abstención del matrimonio). Afirmando que quien elige el matrimonio “hace bien”, pero el que escoge la virginidad “hace mejor”, el Apóstol se refiere a la caducidad del mundo, o sea, a todo lo que es temporal.
Es fácil intuir que el motivo de la caducidad y fugacidad de lo temporal tiene, en este caso, más fuerza que la referencia a la realidad del “otro mundo”. El Apóstol encuentra cierta dificultad para exponer su pensamiento; sin embargo, es claro que en la base de la interpretación paulina del tema “matrimonio-virginidad” está no sólo la metafísica misma del ser accidental (y por consiguiente pasajero), sino sobre todo la teología de una gran esperanza, de la que Pablo fue entusiasta defensor. El destino eterno del hombre no es el “mundo”, sino el reino de Dios. El hombre no debe apegarse demasiado a los bienes del mundo perecedero.
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2. También el matrimonio está ligado a la “escena de este mundo” que pasa; y en esto nos encontramos en cierto sentido, muy cerca de la perspectiva abierta por Cristo en su enunciación sobre la resurrección futura (cf. Mt 22, 23-32; Mc 12, 18-27; Lc 20, 27-40). Por eso el cristiano, según las enseñanzas de Pablo, debe vivir el matrimonio desde el punto de vista de su vocación definitiva. Y, mientras el matrimonio está ligado a la escena de este mundo que pasa y por lo tanto impone, en un cierto sentido, la necesidad de “encerrarse” en esta caducidad; la abstención del matrimonio, en cambio, está libre –se puede decir– de esa necesidad. Precisamente por esto el Apóstol afirma que “hace mejor” quien elige la continencia. Y aunque su argumentación sigue por este camino, sin embargo aparece claramente en primer plano (como hemos constatado ya) sobre todo el problema de “agradar al Señor” y “preocuparse de las cosas del Señor”.
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3. Se puede admitir que las mismas razones valen para lo que el Apóstol aconseja a las mujeres que se han quedado viudas: “La mujer está ligada por todo el tiempo de vida a su marido; mas una vez que se duerme el marido, queda libre para casarse con quien quiera, pero en el Señor. Más feliz será si permanece así, conforme a mi consejo, pues también creo tener yo el espíritu de Dios” (1 Cor 7, 39-40). Así, pues, permanezca en la viudez en lugar de contraer un nuevo matrimonio.
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4. En lo que descubrimos con una lectura atenta de la Carta a los Corintios (especialmente del cap. 7), aparece todo el realismo de la teología paulina sobre el cuerpo. El Apóstol en la Carta afirma que “vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros” (1 Cor 6, 19), pero al mismo tiempo es plenamente consciente de la debilidad y de la pecabilidad a las que el hombre está sujeto, precisamente a causa de la concupiscencia de la carne.
Sin embargo, esta conciencia no ofusca en él de modo alguno la realidad del don de Dios, del que participan tanto los que se abstienen del matrimonio, como los que toman mujer o marido. En el capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios encontramos un claro estímulo a la abstención del matrimonio, la convicción de que “hace mejor” quien opta por ella; sin embargo, no encontramos ningún fundamento para considerar a los casados personas “carnales” y a los que, por motivos religiosos, han elegido la continencia “espirituales”. Efectivamente, en uno y en otro modo de vida –hoy diríamos, en una y en otra vocación–, actúa ese “don” que cada uno recibe de Dios, es decir, la gracia, la cual hace que el cuerpo se convierta en “templo del Espíritu Santo” y que permanezca tal, así la virginidad (en la continencia), como también en el matrimonio, si el hombre se mantiene fiel al propio don y, en conformidad con su estado, o sea, con la propia vocación, no “deshonra” este “templo del Espíritu Santo”, que es su cuerpo.
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5. En las enseñanzas de Pablo, contenidas sobre todo en el capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, no encontramos ninguna premisa para lo que más tarde se llamará “maniqueísmo”. El Apóstol es plenamente consciente de que –aunque la continencia por el reino de los cielos sea siempre digna de recomendación– la gracia, es decir, “el don propio de Dios” ayuda también a los esposos en esa convivencia, en la cual (según las palabras del Gén 2, 24) ellos se unen tan estrechamente que forman “una sola carne”. Así, pues, esta convivencia carnal está sometida a la potencia del “don propio de Dios” que cada uno recibe. El Apóstol escribe sobre esto con el mismo realismo que caracteriza toda su argumentación en el capítulo 7 de esta Carta: “El marido otorgue lo que es debido a la mujer, e igualmente la mujer al marido. La mujer no es dueña de su propio cuerpo: es el marido; e igualmente el marido no es dueño de su propio cuerpo: es la mujer” (vv. 3-4).
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6. Se puede decir que estas enunciaciones son un comentario claro, por parte del Nuevo Testamento, a las palabras del Libro del Génesis (Gén 2, 24) que acabo de recordar. Sin embargo, los términos usados aquí, en particular las expresiones “lo que es debido” y “no es dueña (dueño)”. no se pueden explicar prescindiendo de la justa dimensión de la alianza matrimonial, como traté de aclarar cuando analicé los textos del Libro del Génesis; procuraré hacerlo más ampliamente aún cuando hable de la sacramentalidad del matrimonio según la Carta a los Efesios (cf. Ef 5, 22-23). En su momento, será necesario volver sobre estas expresiones significativas que del vocabulario de San Pablo han pasado a toda la teología del matrimonio.
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7. Por ahora, sigamos fijando la atención en las otras frases del mismo párrafo del capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, en el que el Apóstol dirige a los esposos las siguientes palabras: “No os defraudéis uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved a lo mismo a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia. Esto os lo digo condescendiendo, no mandando” (1 Cor 7, 5-6). Es un texto muy significativo, al que habrá que referirse de nuevo en el contexto de las meditaciones sobre otros temas.
En toda su argumentación sobre el matrimonio y la continencia, el Apóstol hace, como Cristo, una clara distinción entre el mandamiento y el consejo evangélico; por eso, es muy significativo el hecho de que sienta la necesidad de referirse también a la “condescendencia” como a una regla suplementaria, y esto precisamente sobre todo con referencia a los esposos y a su recíproca convivencia. San Pablo dice claramente que tanto la convivencia conyugal como la voluntaria y periódica abstención de los esposos, debe ser fruto de ese “don de Dios” que es “propio” de ellos, y que, cooperando conscientemente con él, los mismos cónyuges pueden mantener y reforzar ese recíproco vínculo personal y al mismo tiempo esa dignidad que el hecho de ser “templo del Espíritu Santo, que está con vosotros” (cf. 1 Cor 6, 19), confiere a su cuerpo.
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8. Parece que la regla paulina de “condescendencia” indica la necesidad de tomar en consideración todo lo que, de alguna manera, corresponde al carácter subjetivo tan diferenciado del hombre y de la mujer. Todo lo que en este aspecto subjetivo es de naturaleza no sólo espiritual sino también psicosomática, toda la riqueza subjetiva del hombre –la cual entre su naturaleza espiritual y su naturaleza corporal, se expresa en la sensibilidad específica tanto del hombre como de la mujer–, todo esto debe permanecer bajo la influencia del don que cada uno recibe de Dios, don que es propio de cada uno.
Como se ve, en la capítulo 7 de la primera Carta a los Corintios, San Pablo interpreta las enseñanzas de Cristo sobre la continencia por el reino de los cielos en esa forma, tan pastoral, que le es característica, acentos naturalmente muy personales. Él interpreta las enseñanzas sobre la continencia sobre la virginidad, en línea paralela a la doctrina sobre el matrimonio, conservando el realismo propio de un pastor y, al mismo tiempo, los parámetros que encontramos en el Evangelio, en las palabras del mismo Cristo.
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9. En la enunciación paulina se encuentra esa fundamental estructura-cuadro de la doctrina revelada sobre el hombre que está destinado, también con su cuerpo, a la “vida futura”. Esta estructura-cuadro constituye la base de todas las enseñanzas evangélicas sobre la continencia por el reino de Dios (cf. Mt 19, 12); pero al mismo tiempo en ella se basa también el cumplimiento definitivo (escatológico) de la doctrina evangélica sobre el matrimonio (cf. Mt 22, 30; Mc 12, 25; Lc 20, 36). Estas dos dimensiones de la vocación humana no se oponen entre sí, sino que se complementan. Ambas dan respuesta plena a uno de los interrogantes fundamentales del hombre: el interrogante sobre el significado de “ser cuerpo”, es decir, sobre el significado de la masculinidad y feminidad, de ser “en el cuerpo” un hombre o una mujer.
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10. Lo que generalmente llamamos teología del cuerpo aparece como algo verdaderamente fundamental y constitutivo para toda la hermenéutica antropológica, y al mismo tiempo igualmente fundamental para la ética y para la teología del ethos humano. En cada uno de estos sectores, hay que tener muy presentes las palabras de Cristo, en las que Él se remite al “principio” (cf. Mt 19, 4) o al “corazón” como lugar interior y contemporáneamente “histórico” (cf. Mt 5, 28) del encuentro con la concupiscencia de la carne; pero hay que tener también bien presentes las palabras con las que Cristo se ha referido a la resurrección para injertar en el mismo inquieto corazón del hombre las primeras semillas de la respuesta al interrogante sobre el significado de ser “carne” en la perspectiva del “otro mundo”.
[DP (1982), 210]
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1. Durante le nostre precedenti considerazioni, analizzando il settimo capitolo della prima Lettera ai Corinzi, abbiamo cercato di cogliere e di comprendere gli insegnamenti e i consigli, che San Paolo dà ai destinatari della sua Lettera sulle questioni riguardanti il matrimonio e la continenza volontaria (ossia l’astensione dal matrimonio). Affermando che chi sceglie il matrimonio “fa bene” e chi sceglie la verginità “fa meglio”, l’Apostolo fa riferimento alla caducità del mondo –ossia a tutto ciò che è temporale.
È facile intuire che il motivo della caducità e della labilità di ciò che è temporale, parla, in questo caso, con molta maggior forza che non il riferimento alla realtà dell’“altro mondo”. Benchè l’Apostolo qui si esprima non senza difficoltà, possiamo, tuttavia, essere d’accordo che alla base dell’interpretazione paolina del tema “matrimonio-verginità” si trova non tanto la stessa metafisica dell’essere accidentale (quindi passeggero), quanto piuttosto la teologia di una grande attesa, di cui Paolo fu fervido propugnatore. Non il “mondo” è l’eterno destino dell’uomo, ma il regno di Dio. L’uomo non può attaccarsi troppo ai beni che sono a misura del mondo perituro.
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2. Pure il matrimonio è legato con la “scena di questo mondo”, che passa; e qui siamo, in un certo senso, molto vicini alla prospettiva aperta da Cristo nel suo enunziato circa la futura risurrezione (1). Perciò il cristiano, secondo l’insegnamento di Paolo, deve vivere il matrimonio dal punto di vista della sua vocazione definitiva. E mentre il matrimonio è legato con la scena di questo mondo che passa e perciò impone, in un certo senso, la necessità di “chiudersi” in questa caducità, l’astensione dal matrimonio, invece, si potrebbe dire libera da una tale necessità. Proprio per questo l’Apostolo dichiara che “fa meglio” colui che sceglie la continenza. Benchè la sua argomentazione prosegua su tale strada, tuttavia si mette decisamente in primo piano (come già abbiamo costatato) soprattutto il problema di “piacere al Signore” e di “preoccuparsi delle cose del Signore”.
1. Cfr. Matth. 22, 23-32; Marc. 12, 18-27; Luc. 20, 27-40.
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3. Si può ammettere che le stesse ragioni parlano in favore di ciò che l’Apostolo consiglia alle donne rimaste vedove: “La moglie è vincolata per tutto il tempo in cui vive il marito; ma se il marito muore è libera di sposare chi vuole, purchè ciò avvenga nel Signore. Ma se rimane così, a mio parere, è meglio; credo infatti di avere anch’io lo Spirito di Dio” (2). Quindi: rimanga nella vedovanza piuttosto che contrarre un nuovo matrimonio.
2. 1 Cor. 7, 39-40.
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4. Mediante ciò che scopriamo con una lettura perspicace della lettera ai Corinzi (specia del capitolo 7), si svela tutto il realismo della teologia paolina del corpo. Se l’Apostolo nella lettera proclama che “il vostro corpo è tempio dello Spirito Santo che è in voi” (3), al tempo stesso egli è pienamente consapevole della debolezza e della peccaminosità alle quali l’uomo soggiace, proprio a motivo della concupiscenza della carne.
Tuttavia, una tale coscienza non gli offusca in alcun modo la realtà del dono di Dio, che viene partecipato sia da coloro che si astengono dal matrimonio, sia da coloro che prendono moglie o marito. Nel capitolo 7 della prima Lettera ai Corinzi troviamo un chiaro incoraggiamento all’astensione dal matrimonio, la convinzione che “fa meglio” colui che si decide per essa; ma non troviamo, tuttavia, alcun fondamento per considerare coloro che vivono nel matrimonio come “carnali”, e coloro invece che, per motivi religiosi, scelgono la continenza come “spirituali”. Infatti, nell’uno e nell’altro modo di vivere –diremmo oggi: nell’una e nell’altra vocazione– opera quel “dono” che ciascuno riceve da Dio, cioè la grazia, la quale fa sì che il corpo è “tempio dello Spirito Santo” e tale rimane, così nella verginità (nella continenza) come anche nel matrimonio, se l’uomo si mantiene fedele al proprio dono e, conformemente al suo stato, ossia alla sua vocazione, non “disonora” questo “tempio dello Spirito Santo”, che è il suo corpo.
3. 1 Cor. 6, 19.
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5. Nell’insegnamento di Paolo, contenuto soprattutto nel capitolo 7 della prima lettera ai Corinzi, non troviamo nessuna premessa a ciò che più tardi sarà chiamato “Manicheismo”. L’Apostolo è pienamente consapevole che –per quanto la continenza per il Regno di Dio rimanga sempre degna di raccomandazione– contemporaneamente la grazia, cioè “il proprio dono di Dio”, aiuta anche gli sposi in quella convivenza, nella quale (secondo le parole della Genesi 2, 24) essi sono così strettamente uniti da diventare “una sola carne”. Questa convivenza carnale è quindi sottoposta alla potenza del loro “proprio dono da Dio”. L’Apostolo ne scrive con lo stesso realismo, che caratterizza tutto il suo ragionamento nel capitolo 7 di questa Lettera: “Il marito compia il suo dovere verso la moglie: ugualmente anche la moglie verso il marito. La moglie non è arbitra del proprio corpo, ma lo è il marito; allo stesso modo anche il marito non è arbitro del proprio corpo, ma lo è la moglie” (4).
4. 1 Cor. 7, 3-4.
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6. Si può dire che queste formulazioni sono un chiaro commento, da parte del Nuovo Testamento, alle parole appena ricordate del Libro della Genesi (5). Tuttavia, le parole qui usate, in particolare le espressioni “dovere” e “non è arbitra (arbitro)”, non possono essere spiegate astraendo dalla giusta dimensione dell’alleanza matrimoniale, così come abbiamo cercato di chiarirlo facendo l’analisi dei testi del Libro della Genesi; cercheremo di farlo ancor più pienamente, quando parleremo della sacramentalità del matrimonio in base alla Lettera agli Efesini (6). A suo tempo, occorrerà tornare ancora su queste espressioni significative, che dal vocabolario di San Paolo sono passate in tutta la teologia del matrimonio.
5. Gen. 2, 24.
6. Cfr. Eph. 5, 22-33.
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7. Per ora, continuiamo a rivolgere l’attenzione alle altre frasi dello stesso brano del capitolo 7 della prima Lettera ai Corinzi, in cui l’Apostolo rivolge agli sposi le seguenti parole: “Non astenetevi tra voi se non di comune accordo e temporaneamente, per dedicarvi alla preghiera, e poi ritornate a stare insieme, perchè satana non vi tenti nei momenti di passione. Questo però vi dico per concessione, non per comando” (7). È un testo molto significativo, a cui forse occorrerà fare ancora riferimento nel contesto delle meditazioni sugli altri temi.
È molto significativo il fatto che l’Apostolo, il quale, in tutta la sua argomentazione circa il matrimonio e la continenza, fa, come Cristo, una chiara distinzione tra il comandamento e il consiglio evangelico, senta il bisogno di riferirsi anche alla “concessione”, come ad una regola supplementare e ciò proprio soprattutto in riferimento ai coniugi e alla loro reciproca convivenza. San Paolo dice chiaramente che sia la convivenza coniugale, sia la volontaria e periodica astensione dei coniugi deve essere frutto di questo “dono di Dio” che è loro “proprio”, e che, cooperando consapevolmente con esso, gli stessi coniugi possono mantenere e rafforzare quel reciproco legame personale e insieme quella dignità che il fatto di essere “tempio dello Spirito Santo che è in loro” (8) conferisce al loro corpo.
7. 1 Cor. 7, 5-6.
8. Cfr. 1 Cor. 6, 19.
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8. Sembra che la regola paolina di “concessione” indichi il bisogno di prendere in considerazione tutto ciò che, in qualche modo, corrisponde alla soggettività tanto differenziata dell’uomo e della donna. Tutto ciò che, in questa soggettività, è di natura non soltanto spirituale ma anche psicosomatica, tutta la ricchezza soggettiva dell’uomo, la quale, tra il suo essere spirituale e quello corporale, si esprime nella sensibilità specifica sia per l’uomo che per la donna –tutto ciò deve rimanere sotto l’influsso del dono che ciascuno riceve da Dio, dono che è suo proprio.
Come si vede, San Paolo nel capitolo 7 della prima Lettera ai Corinzi interpreta l’insegnamento di Cristo circa la continenza per il Regno dei cieli in quel modo, molto pastorale, che gli è proprio, non risparmiando in quest’occasione accenti del tutto personali. Egli interpreta l’insegnamento sulla continenza, sulla verginità, parallelamente alla dottrina sul matrimonio, conservando il realismo proprio di un pastore e, al tempo stesso, le proporzioni che troviamo nel Vangelo, nelle parole di Cristo stesso.
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9. Nell’enunziato di Paolo si può ritrovare quella fondamentale struttura portante della dottrina rivelata sull’uomo, che anche con il suo corpo è destinato alla “vita futura”. Questa struttura portante sta alla base di tutto l’insegnamento evangelico sulla continenza per il Regno di Dio (9) –ma contemporaneamente poggia su di essa anche il definitivo (escatologico) compimento della dottrina evangelica circa il matrimonio (10). Queste due dimensioni della vocazione umana non si oppongono tra di loro, ma sono complementari. Tutte e due forniscono una piena risposta a una delle fondamentali domande dell’uomo: alla domanda circa il significato di “essere corpo”, cioè circa il significato della mascolinità e della femminilità, di essere “nel corpo” un uomo o una donna.
9. Cfr. Matth. 19, 12.
10. Cfr. ibid. 22, 30; Marc. 12, 25; Luc. 20, 36.
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10. Ciò che qui di solito definiamo come teologia del corpo si dimostra come qualcosa di veramente fondamentale e costitutivo per tutta l’ermeneutica antropologica –e al tempo stesso ugualmente fondamentale per l’etica e per la teologia dell’ethos umano. In ciascuno di questi campi bisogna ascoltare attentamente non soltanto le parole di Cristo, in cui Egli si richiama al “principio” (11) o al “cuore” come luogo interiore e contemporaneamente “storico” (12) dell’incontro con la concupiscenza della carne– ma dobbiamo ascoltare attentamente anche le parole, mediante le quali Cristo si è richiamato alla risurrezione per innestare nello stesso irrequieto cuore dell’uomo i primi semi della risposta alla domanda circa il significato di essere “carne” nella prospettiva dell’“altro mondo”.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 70-74]
11. Matth. 19, 4.
12. Cfr. ibid. 5, 28.