[1056] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MISTERIO DE LA REDENCIÓN DEL CUERPO
Alocución Anche noi, en la Audiencia General, 21 julio 1982
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1. “También nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando... la redención de nuestro cuerpo” (Rom 8, 23). San Pablo, en la Carta a los Romanos, ve esta “redención del cuerpo” en una dimensión antropológica y al mismo tiempo cósmica... La creación “está sujeta a la vanidad” (Rom 8, 20). Toda la creación visible, todo el cosmos sufre los efectos del pecado del hombre. “La creación entera hasta ahora gime y siente dolores de parto” (Rom 8, 22). Y, al mismo tiempo, toda “la creación... está esperando ansiosa la manifestación de los hijos de Dios”, “con la esperanza de que también ella será libertada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8, 19. 20-21).
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2. La redención del cuerpo es, según San Pablo, objeto de esperanza. Una esperanza que ha arraigado en el corazón del hombre, en cierto sentido, inmediatamente después del primer pecado. Basta recordar las palabras del Libro del Génesis a las que tradicionalmente se llama “proto-Evangelio” (cf. Gén 3, 15) y que por consiguiente son, podríamos decir, algo así como el comienzo de la Buena Nueva, el primer anuncio de la salvación. Según el texto de la Carta a los Romanos, la redención del cuerpo va unida precisamente a esta esperanza, en la que –como leemos– “hemos sido salvados” (Rom 8, 24). Mediante la esperanza, que se remonta a los mismos comienzos del hombre, la redención del cuerpo tiene su dimensión antropológica: es la redención del hombre. Y ésta se irradia, al mismo tiempo, en cierto sentido, sobre toda la creación, la cual desde el principio ha sido vinculada de modo especial al hombre y subordinada a él (cf. Gén 1, 28-30). La redención del cuerpo es, pues, la redención del mundo: tiene una dimensión cósmica.
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3. Al presentar en la Carta a los Romanos la imagen “cósmica” de la redención, Pablo de Tarso pone al hombre en el centro de la misma, igual que ya “en el principio” el hombre había sido colocado en el centro mismo de la imagen de la creación. Es precisamente el hombre, son los hombres, quienes poseen “las primicias del Espíritu”, quienes gimen interiormente, esperando la redención de su cuerpo (cf. Rom 8, 23). Cristo, que ha venido para revelar plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer su altísima vocación (cf. Gaudium et spes, 22), habla en el Evangelio de la misma profundidad Divina del misterio de la redención, que precisamente en el hombre tiene su específico sujeto “histórico”. Así, pues, Cristo habla en nombre de esa esperanza, que fue insertada en el corazón del hombre ya en el “proto-Evangelio”. Cristo da cumplimiento a esa esperanza, no sólo con las palabras contenidas en sus enseñanzas, sino sobre todo con el testimonio de su muerte y resurrección. Por lo mismo, la redención del cuerpo se ha realizado ya en Cristo. En Él ha quedado confirmada esa esperanza, con la cual nosotros “hemos sido salvados”. Y, al mismo tiempo, esa esperanza ha sido proyectada de nuevo hacia su definitivo cumplimiento escatológico. “La revelación de los hijos de Dios” en Cristo ha sido definitivamente orientada hacia esa “libertad y gloria” de las que deben participar definitivamente los “hijos de Dios”.
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4. Para comprender todo lo que comporta “la redención del cuerpo”, según la Carta de Pablo a los Romanos, es necesaria una auténtica teología del cuerpo. He tratado de construirla tomando como base ante todo las palabras de Cristo. Los elementos constitutivos de la teología del cuerpo se encuentran en lo que Cristo dice, remitiéndose al “principio”, en la respuesta a la pregunta sobre la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19, 8); en lo que dice sobre la concupiscencia, refiriéndose al corazón humano, en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5, 28); y también en lo que dice sobre la resurrección (cf. Mt 22, 30). Cada uno de estos enunciados encierra en sí un rico contenido de naturaleza tanto antropológica como ética. Cristo habla al hombre, y habla del hombre: del hombre que es “cuerpo”, y que ha sido creado varón o mujer a imagen y semejanza de Dios; habla del hombre, cuyo corazón está sometido a la concupiscencia; y finalmente habla del hombre, ante el cual se abre la perspectiva escatológica de la resurrección del cuerpo.
El “cuerpo” significa (según el Libro del Génesis) el aspecto visible del hombre y su pertenencia al mundo visible. Para San Pablo no sólo significa esta pertenencia, sino a veces también la alienación del hombre del influjo del Espíritu de Dios. Uno y otro significado están relacionados con la “redención del cuerpo”.
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5. Puesto que, en los textos anteriormente analizados, Cristo habla de la profundidad divina del misterio de la redención, sus palabras están en relación precisamente con esa esperanza, de la que se habla en la Carta a los Romanos. “La redención del cuerpo”, según el Apóstol es, en definitiva, lo que nosotros “esperamos”. Así, esperamos precisamente la victoria escatológica sobre la muerte, de la que Cristo dio testimonio principalmente con su resurrección. A la luz del misterio pascual, las palabras del Señor sobre la resurrección de los cuerpos y sobre la realidad del “otro mundo”, registradas en los Sinópticos, han adquirido su plena elocuencia. Tanto Cristo, como luego Pablo de Tarso, han proclamado la llamada a la abstención del matrimonio “por el reino de los cielos” precisamente en nombre de esta realidad escatológica.
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6. Sin embargo, la “redención del cuerpo” se expresa no sólo a través de la resurrección en cuanto victoria sobre la muerte. Está también presente en las palabras de Cristo, dirigidas al hombre “histórico”, lo mismo cuando confirman el principio de la indisolubilidad del matrimonio, cual principio proveniente del Creador mismo, como cuando –en el Sermón de la Montaña– el Señor invita a superar la concupiscencia, y ello incluso en los movimientos sólo interiores del corazón humano. Es necesario decir que ambos enunciados-clave se refieren a la moralidad humana, tienen un sentido ético. Aquí se trata no de la esperanza escatológica de la resurrección, sino de la esperanza de la victoria sobre el pecado, a la que podemos llamar esperanza de cada día.
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7. En la vida cotidiana el hombre debe sacar del misterio de la redención del cuerpo la inspiración y la fuerza para superar el mal que está adormecido en él bajo la forma de la triple concupiscencia. El hombre y la mujer, unidos en matrimonio, han de iniciar cada día la aventura de la indisoluble unión de esa alianza que han establecido entre ellos. Pero también el hombre y la mujer, que han escogido voluntariamente la continencia por el reino de los cielos, deben dar diariamente testimonio vivo de la fidelidad a esa opción, acogiendo las orientaciones de Cristo en el Evangelio, y las del Apóstol Pablo en la primera Carta a los Corintios. En todo caso se trata de la esperanza de cada día que, en consonancia con los deberes comunes y las dificultades de la vida humana, ayuda a vencer “al mal con el bien” (Rom 12, 21). Efectivamente, “en la esperanza hemos sido salvados”: la esperanza de cada día expresa su fuerza en las obras humanas e incluso en los movimientos mismos del corazón humano abriendo camino, en cierto sentido, a la gran esperanza escatológica ligada a la redención del cuerpo.
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8. Penetrando en la vida diaria con la dimensión de la moral humana, la redención del cuerpo ayuda, en primer lugar, a descubrir todo ese bien con el que el hombre logra la victoria sobre el pecado y sobre la concupiscencia. Las palabras de Cristo, que traen su origen de la profundidad divina del misterio de la redención, permiten descubrir y reforzar esa vinculación que existe entre la dignidad del ser humano (del hombre y de la mujer) y el significado nupcial de su cuerpo. Permiten comprender y realizar en la práctica, según ese significado, la libertad plena del don, que de una forma se expresa a través del matrimonio indisoluble, y de otra forma se expresa mediante la abstención del matrimonio por el reino de los cielos. A través de estos caminos diversos Cristo revela plenamente el hombre al hombre, dándole a conocer “su altísima vocación”. Esta vocación se halla inscrita en el hombre según todo su compositum psico-físico, precisamente mediante el misterio de la redención del cuerpo.
Todo lo que he querido decir en el curso de nuestras meditaciones, para comprender las palabras de Cristo, tiene su fundamento definitivo en el misterio de la redención del cuerpo.
[DP (1982), 212]
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1. “Anche noi che possediamo le primizie dello Spirito, gemiamo interiormente, aspettando... la redenzione del nostro corpo” (1). San Paolo nella Lettera ai Romani vede questa “redenzione del corpo” in una dimensione antropologica e insieme cosmica... La creazione “infatti è stata sottomessa alla caducità” (2). Tutta la creazione visibile, tutto il cosmo porta su di sè gli effetti del peccato dell’uomo. “Tutta la creazione geme e soffre fino ad oggi nelle doglie del parto” (3). E contemporaneamente tutta “la creazione... attende con impazienza la rivelazione dei figli di Dio” e “nutre la speranza di essere lei pure liberata dalla schiavitù della corruzione, per entrare nella libertà della gloria dei figli di Dio” (4).
1. Rom. 8, 23.
2. Ibid. 8, 20.
3. Ibid. 8, 22.
4. Ibid. 8, 19. 20-21.
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2. La redenzione del corpo è, secondo Paolo, oggetto della speranza. Questa speranza è stata innestata nel cuore dell’uomo in un certo senso subito dopo il primo peccato. Basta ricordare le parole del Libro della Genesi, che vengono tradizionalmente definite come il “protovangelo” (5) e quindi, potremmo dire, come l’inizio della Buona Novella, il primo annunzio della salvezza. La redenzione del corpo si collega, secondo le parole della Lettera ai Romani, proprio con questa speranza, nella quale –come leggiamo– “noi siamo stati salvati” (6). Mediante la speranza, che risale agli inizi stessi dell’uomo, la redenzione del corpo ha la sua dimensione antropologica: è la redenzione dell’uomo. Contemporaneamente essa si irradia, in un certo senso, su tutta la creazione, che sin dall’inizio è stata legata in modo particolare all’uomo ed a lui subordinata (7). La redenzione del corpo è, quindi, la redenzione del mondo: ha una dimensione cosmica.
5. Cfr. Gen. 3, 15.
6. Rom. 8, 24.
7. Cfr. Gen. 1, 28-30.
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3. Presentando nella Lettera ai Romani l’immagine “cosmica” della redenzione, Paolo di Tarso colloca al suo stesso centro l’uomo, così come “in principio” questi era stato collocato al centro stesso dell’immagine della creazione. È proprio l’uomo, sono gli uomini, quelli che possiedono “le primizie dello Spirito”, che gemono interiormente, aspettando la redenzione del loro corpo (8). Cristo, che è venuto per svelare pienamente l’uomo all’uomo rendendogli nota la sua altissima vocazione (9), parla nel Vangelo dalla stessa divina profondità del mistero della redenzione, che proprio in Lui trova il suo specifico soggetto “storico”. Cristo, quindi, parla nel nome di quella speranza, che è stata innestata nel cuore dell’uomo già nel “proto-vangelo”. Cristo dà compimento a questa speranza, non soltanto con le parole del suo insegnamento, ma soprattutto con la testimonianza della sua morte e risurrezione. Così, dunque, la redenzione del corpo si è già compiuta in Cristo. In Lui è stata confermata quella speranza, nella quale “noi siamo stati salvati”. E, al tempo stesso, quella speranza è stata riaperta di nuovo verso il suo definitivo compimento escatologico. “La rivelazione dei figli di Dio” in Cristo è stata definitivamente indirizzata verso quella “libertà e gloria”, che devono essere definitivamente partecipate dai “figli di Dio”.
8. Cfr. Rom. 8, 23.
9. Cfr. Gaudium et spes, 22.
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4. Per comprendere tutto ciò che comporta “la redenzione del corpo” secondo la Lettera di Paolo ai Romani, è necessaria una autentica teologia del corpo. Abbiamo cercato di costruirla, riferendoci prima di tutto alle parole di Cristo. Gli elementi costitutivi della teologia del corpo sono racchiusi in ciò che Cristo dice, facendo richiamo al “principio”, in relazione alla domanda circa l’indissolubilità del matrimonio (10), in ciò che Egli dice della concupiscenza, richiamandosi al cuore umano, nel Sermone della Montagna (11), ed anche in ciò che dice richiamandosi alla risurrezione (12). Ciascuno di questi enunziati nasconde in sè un ricco contenuto di natura sia antropologica, sia etica. Cristo parla all’uomo –e parla dell’uomo: dell’uomo che è “corpo”,e che è stato creato come maschio e femmina a immagine e somiglianza di Dio; parla dell’uomo, il cui cuore è sottoposto alla concupiscenza, e infine dell’uomo, davanti al quale si apre la prospettiva escatologica della risurrezione del corpo.
Il “corpo” significa (secondo il Libro della Genesi) l’aspetto visibile dell’uomo e la sua appartenenza al mondo visibile. Per San Paolo esso significa non soltanto questa appartenenza, ma a volte anche l’alienazione dell’uomo dall’influsso dello Spirito di Dio. L’uno e l’altro significato rimane in relazione alla “redenzione del corpo”.
10. Cfr. Matth. 19, 8.
11. Cfr. Matth. 5, 28.
12. Cfr. ibid. 22, 30.
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5. Poichè nel testi precedentemente analizzati Cristo parla dalla profondità divina del mistero della redenzione, le sue parole servono proprio quella speranza, di cui si parla nella Lettera ai Romani. “La redenzione del corpo” secondo l’Apostolo è, in definitiva, ciò che noi “attendiamo”. Così attendiamo, proprio la vittoria escatologica sulla morte, alla quale Cristo rese testimonianza soprattutto con la sua risurrezione. Alla luce del mistero pasquale, le sue parole sulla risurrezione dei corpi e sulla realtà dell’“altro mondo”, registrate dai Sinottici, hanno acquistato la loro piena eloquenza. Sia Cristo, sia poi Paolo di Tarso, hanno proclamato l’appello all’astensione dal matrimonio “per il Regno dei cieli” proprio in nome di questa realtà escatologica.
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6. Tuttavia, la “redenzione del corpo” si esprime non soltanto nella risurrezione quale vittoria sulla morte. Essa è presente anche nelle parole di Cristo, indirizzate all’uomo “storico”, sia quando esse confermano il principio dell’indissolubilità del matrimonio, come principio proveniente dal Creatore stesso, sia anche quando –nel Discorso della Montagna– Cristo invita a superare la concupiscenza, e ciò perfino nei movimenti unicamente interiori del cuore umano. Dell’uno e dell’altro di questi enunziati-chiave bisogna dire che si riferiscono alla moralità umana, hanno un senso etico. Qui si tratta non della speranza escatologica della risurrezione, ma della speranza della vittoria sul peccato, che può essere chiamata la speranza di ogni giorno.
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7. Nella sua vita quotidiana l’uomo deve attingere al mistero della redenzione del corpo l’ispirazione e la forza per superare il male che è assopito in sè sotto forma della triplice concupiscenza. L’uomo e la donna, legati nel matrimonio, devono intraprendere quotidianamente il compito dell’indissolubile unione di quell’alleanza, che hanno stipulato tra di loro. Ma anche un uomo o una donna, che volontariamente hanno scelto la continenza per il Regno dei cieli, devono dare quotidianamente una viva testimonianza della fedeltà a una tale scelta, ascoltando le direttive di Cristo dal Vangelo e quelle dell’Apostolo Paolo dalla prima Lettera ai Corinzi. In ogni caso si tratta della speranza di ogni giorno, che, a misura dei normali compiti e delle difficoltà della vita umana, aiuta a vincere “con il bene il male” (13). Infatti, “nella speranza noi siamo stati salvati”: la speranza di ogni giorno manifesta la sua potenza nelle opere umane e perfino negli stessi movimenti del cuore umano, facendo strada, in un certo senso, alla grande speranza escatologica legata con la redenzione del corpo.
13. Rom. 12, 21.
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8. Penetrando nella vita quotidiana con la dimensione della morale umana, la redenzione del corpo aiuta, prima di tutto, a scoprire tutto questo bene, in cui l’uomo riporta la vittoria sul peccato e sulla concupiscenza. Le parole di Cristo, che derivano dalla divina profondità del mistero della redenzione, permettono di scoprire e di rafforzare quel legame, che esiste tra la dignità dell’essere umano (dell’uomo o della donna) e il significato sponsale del suo corpo. Permettono di comprendere e attuare, in base a quel significato, la libertà matura del dono, che in un modo si esprime nel matrimonio indissolubile, e in un altro mediante l’astensione dal matrimonio per il Regno di Dio. Su queste vie diverse Cristo svela pienamente l’uomo all’uomo, rendendogli nota la “sua altissima vocazione”. Questa vocazione è iscritta nell’uomo secondo tutto il suo compositum psico-fisico, proprio mediante il mistero della redenzione del corpo.
Tutto ciò che abbiamo cercato di fare nel corso delle nostre meditazioni, per comprendere le parole di Cristo, ha il suo fondamento definitivo nel mistero della redenzione del corpo.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 92-96]