[1059] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MISTERIO DE CRISTO EN LA IGLESIA Y LA VOCACIÓN CRISTIANA
Alocución Nella nostra conversazione, en la Audiencia General, 4 agosto 1982
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1. En nuestra conversación del miércoles pasado cité el capítulo V de la Carta a los Efesios (vv. 22-23). Ahora, después de una primera lectura sobre este texto “clásico”, conviene examinar el modo en que este pasaje –tan importante para el ministerio de la Iglesia, como para la sacramentalidad del matrimonio– se encuadra en el contexto inmediato de toda la Carta.
Aun sabiendo que hay una serie de problemas discutidos entre los escrituristas respecto a los destinatarios, a la paternidad e incluso a la fecha de su composición, es necesario constatar que la Carta a los Efesios tiene una estructura muy significativa. El autor comienza esta Carta presentando el plan eterno de la salvación del hombre en Jesucristo.
“...Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... en Él nos eligió... para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia..., para realizarlo al cumplirse los tiempos, recapitulando todas las cosas en Cristo...”(Ef 1, 3. 4-7. 10).
El autor de la Carta a los Efesios, después de haber presentado con palabras llenas de gratitud el designio que, desde la eternidad está en Dios y a la vez se realiza ya en la vida de la humanidad, ruega al Señor para que los hombres (y directamente los destinatarios de la Carta) conozcan plenamente a Cristo como cabeza: “...le puso por cabeza de todas las cosas en la Iglesia, que es su cuerpo, la plenitud del que lo acaba todo en todos” (1, 22-23). La humanidad pecadora está llamada a una vida nueva en Cristo, en quien los gentiles y los judíos deben unirse como en un templo (cf. 2, 11-21). El Apóstol es heraldo del misterio de Cristo entre los gentiles, a los cuales se dirige sobre todo, doblando “las rodillas ante el Padre”, y pidiendo que les conceda, “según la riqueza de su gloria, ser poderosamente fortalecidos en el hombre interior por su Espíritu” (Ef 3, 14. 16).
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2. Después de esta revelación tan profunda y sugestiva del misterio de Cristo en la Iglesia, el autor pasa, en la segunda parte de la Carta, a orientaciones más detalladas, que miran a definir la vida cristiana como vocación que brota del plan divino, del que hemos hablado anteriormente, es decir, del misterio de Cristo en la Iglesia. También el autor toca aquí diversas cuestiones, válidas siempre para la vida cristiana. Exhorta a conservar la unidad subrayando al mismo tiempo que esta unidad se construye sobre la multiplicidad y diversidad de los dones de Cristo. A cada uno se le ha dado un don diverso, pero todos, como cristianos, deben “vestirse del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad verdaderas” (4, 24). A esto está vinculada una llamada categórica a superar los vicios y adquirir las virtudes correspondientes a la vocación que todos han obtenido en Cristo (cf. 4, 25-32). El autor escribe: “Sed, en fin, imitadores de Dios, como hijos amados, y caminad en el amor, como Cristo nos amó y se entregó por nosotros... en sacrificio” (5, 1-2).
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3. En el capítulo V de la Carta a los Efesios estas llamadas se hacen aún más concretas. El autor condena severamente los abusos paganos, escribiendo: “Fuisteis algún tiempo tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor; andad, pues, como hijos de la luz” (5, 8). Y luego: “No seáis insensatos, sino entendidos de cuál es la voluntad de Dios. Y no os embriaguéis de vino (referencia al Libro de los Proverbios 23, 31)..., al contrario, llenaos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones” (5, 17-19). El autor de la Carta quiere ilustrar con estas palabras el clima de vida espiritual, que debe animar a toda comunidad cristiana. Y pasa, luego, a la comunidad doméstica, esto es, a la familia. Efectivamente, escribe: “Llenaos del Espíritu... dando siempre gracias a Dios Padre por todas las cosas en nombre de nuestro Señor Jesucristo, sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (5, 20-21). Y precisamente así entramos en el pasaje de la Carta que será tema de nuestro análisis particular. Podemos constatar fácilmente que el contenido esencial de este texto “clásico” aparece en el cruce de los dos principales hilos conductores de toda la Carta a los Efesios: el primero, el del misterio de Cristo que, como expresión del plan divino para la salvación del hombre, se realiza en la Iglesia; el segundo, el de la vocación cristiana como modelo de vida para cada uno de los bautizados y cada una de las comunidades, correspondiente al misterio de Cristo, o sea, al plan divino para la salvación del hombre.
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4. En el contexto inmediato del pasaje citado, el autor de la Carta trata de explicar de qué modo la vocación cristiana, concebida así, debe realizarse y manifestarse en las relaciones entre todos los miembros de una familia; por lo tanto, no sólo entre el marido y la mujer (de quienes trata precisamente el pasaje del capítulo 5, 22-33, elegido por nosotros), sino también entre padres e hijos, el autor escribe: “Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor, porque es justo. Honra a tu padre y a tu madre. Tal es el primer mandamiento, seguido de promesa, para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra. Y vosotros, padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y en la enseñanza del Señor” (6, 1-4). A continuación se habla de los deberes de los siervos con relación a sus amos y viceversa, de los amos con relación a los siervos, esto es, a los esclavos (cf. 6, 5-9), lo que se refiere también a las orientaciones concernientes a la familia en sentido amplio. Efectivamente, la familia estaba constituida no sólo por los padres e hijos (según la sucesión de las generaciones), sino que también pertenecían a ella en sentido amplio incluso los siervos de ambos sexos: esclavos y esclavas.
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5. Así pues, el texto de la Carta a los Efesios, que nos proponemos hacer objeto de un análisis profundo, se halla en el contexto inmediato de enseñanzas sobre las obligaciones morales de la sociedad familiar (las llamadas “Hausteflen” o códigos domésticos, según la definición de Lutero). Encontramos también instrucciones análogas en otras Cartas (por ejemplo, en la dirigida a los Colosenses, 3, 18-4, y en la primera Carta de Pedro, 2, 13-3, 7). Además, este contexto inmediato forma parte de nuestro pasaje, en cuanto también el texto “clásico” que hemos elegido trata de los deberes recíprocos de los maridos y de las mujeres. Sin embargo, hay que notar que el pasaje 5, 22-33 de la Carta a los Efesios se centra de suyo exclusivamente en los cónyuges y en el matrimonio, y lo que respecta a la familia, también en sentido amplio, se halla ya en el contexto. Pero antes de disponernos a hacer un análisis profundo del texto, conviene añadir que toda la Carta termina con un estupendo estímulo a la lucha espiritual (cf. Ef 6, 10-20), con breves recomendaciones (cf. 6, 21-22) y una felicitación final (cf. 6, 23-24). La llamada a la lucha espiritual parece estar lógicamente fundada en la argumentación de toda la Carta. Esa llamada es, por decirlo así, la conclusión explícita de sus principales hilos conductores.
[DP (1982), 220]
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1. Nella nostra conversazione di mercoledì scorso ho citato il capitolo quinto della Lettera agli Efesini (1). Ora, dopo lo sguardo introduttivo su quel testo “classico”, conviene esaminare il modo in cui tale brano –così importante sia per il mistero della Chiesa, sia per la sacramentalità del matrimonio– è inquadrato nell’immediato contesto dell’intera Lettera.
Pur sapendo che esiste una serie di problemi discussi tra i Biblisti riguardo ai destinatari, alla paternità e anche alla data della sua composizione, bisogna costatare che la Lettera agli Efesini ha una struttura molto significativa. L’autore inizia questa lettera col presentare l’eterno piano della salvezza dell’uomo in Gesù Cristo.
“...Dio, Padre del Signore nostro Gesù Cristo..., in lui ci ha scelti... per essere santi ed immacolati al suo cospetto nella carità, predestinandoci ad essere suoi figli adottivi per opera di Gesù Cristo, secondo il beneplacito della sua volontà. E questo a lode e gloria della sua grazia, che ci ha dato nel suo Figlio diletto; nel quale abbiamo la redenzione mediante il suo sangue, la remissione dei peccati secondo la ricchezza della sua grazia... per realizzarlo nella pienezza dei tempi: il disegno cioè di ricapitolare in Cristo tutte le cose...” (2).
L’Autore della Lettera agli Efesini, dopo aver presentato con parole piene di gratitudine il piano che, fin dall’eternità, è in Dio e ad un tempo si realizza già nella vita dell’umanità, prega il Signore, affinchè gli uomini (e direttamente i destinatari della lettera) conoscano pienamente Cristo quale capo: “...Lo ha costituito su tutte le cose a capo della Chiesa, la quale è il suo corpo, la pienezza di colui che si realizza interamente in tutte le cose” (3). L’umanità peccatrice è chiamata ad una vita nuova in Cristo, nel quale i pagani e gli Ebrei debbono unirsi come in un tempio (4). L’Apostolo è banditore del mistero di Cristo tra i pagani, ai quali soprattutto si rivolge nella sua lettera, piegando “le ginocchia davanti al Padre” e chiedendo che conceda loro, “secondo la ricchezza della sua gloria, di essere potentemente rafforzati dal suo Spirito nell’uomo interiore” (5).
1. Eph. 5, 22-23.
2. Eph. 1, 3. 4-7. 10.
3. Eph. 1, 22-23.
4. Cfr. ibid. 2, 11-21.
5. Eph. 3, 14. 16.
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2. Dopo questo così profondo e suggestivo svelamento del mistero di Cristo nella Chiesa; l’autore passa, nella seconda parte della Lettera, a direttive più particolareggiate, che mirano a definire la vita cristiana come vocazione che scaturisce dal piano divino, di cui abbiamo parlato in precedenza, cioè dal mistero di Cristo nella Chiesa. Anche qui l’autore tocca diverse questioni sempre valide per la vita cristiana. Esorta a conservare l’unità, sottolineando in pari tempo che tale unità si costruisce sulla molteplicità e diversità dei doni di Cristo. A ciascuno è dato un dono diverso, ma tutti, come cristiani, debbono “rivestire l’uomo nuovo, creato secondo Dio, nella giustizia e nella santità vera” (6). Con ciò è legato un richiamo categorico a superare i vizi ed acquisire le virtù corrispondenti alla vocazione che tutti hanno ottenuto in Cristo (7). L’autore scrive: “Fatevi dunque imitatori di Dio, quali figli carissimi, e camminate nella carità, nel modo che anche Cristo vi ha amato e ha dato se stesso per noi... in sacrificio” (8).
6. Ibid. 4, 24.
7. Cfr. ibid. 4, 25-32.
8. Eph. 5, 1-2.
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3. Nel capitolo quinto della Lettera agli Efesini questi richiami divengono ancor più particolareggiati. L’autore condanna severamente gli abusi pagani, scrivendo: “Se un tempo eravate tenebra, ora siete luce nel Signore. Comportatevi perciò come figli della luce” (9). E poi: “Non siate... inconsiderati, ma sappiate comprendere la volontà di Dio. E non ubriacatevi di vino (riferimento al Libro dei Proverbi 23, 31)... ma siate ricolmi dello Spirito, intrattenendovi a vicenda con salmi, inni e cantici spirituali, cantando ed inneggiando al Signore con tutto il vostro cuore” (10). L’autore della Lettera vuole illustrare con queste parole il clima di vita spirituale, che dovrebbe animare ogni comunità cristiana. A questo punto, passa alla comunità domestica, cioè alla famiglia. Scrive infatti: “Siate ricolmi dello Spirito... rendendo continuamente grazie per ogni cosa a Dio Padre, nel nome del Signore nostro Gesù Cristo. Siate sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (11). E così entriamo appunto in quel brano della lettera, che sarà tema della nostra particolare analisi. Potremo costatare facilmente che il contenuto essenziale di questo testo “classico” compare all’incrocio dei due principali fili conduttori dell’intera Lettera agli Efesini: il primo, quello del mistero di Cristo che, come espressione del piano divino per la salvezza dell’uomo, si realizza nella Chiesa; il secondo, quello della vocazione cristiana quale modello di vita dei singoli battezzati e delle singole comunità, corrispondente al mistero di Cristo, ossia al piano divino per la salvezza dell’uomo.
9. Ibid. 5, 8.
10. Eph. 5, 17-19.
11. Ibid. 5, 20-21.
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4. Nel contesto immediato del brano citato, l’autore della Lettera cerca di spiegare in qual modo la vocazione cristiana così concepita debba realizzarsi e manifestarsi nei rapporti tra tutti i membri di una famiglia; dunque, non solo tra il marito e la moglie (di cui tratta precisamente il brano del capitolo 5, 22-33 da noi scelto), ma anche tra i genitori e i figli. L’autore scrive: “Figli, obbedite ai vostri genitori nel Signore, perchè questo è giusto. Onora tuo padre e tua madre: è questo il primo comandamento associato a una promessa: perchè tu sia felice e goda di una vita lunga sopra la terra. E voi, padri, non inasprite i vostri figli, ma allevateli nell’educazione e nella disciplina del Signore” (12). In seguito, si parla dei doveri dei servi nel riguardi dei padroni e, viceversa, dei padroni nei riguardi dei servi, cioè degli schiavi (13), il che va riferito anche alle direttive concernenti la famiglia in senso lato. Essa, infatti, era costituita non soltanto dai genitori e dai figli (secondo il succedersi delle generazioni), ma vi appartenevano in senso lato anche i servi di ambedue i sessi: schiavi e schiave.
12. Eph. 6, 1-4.
13. Cfr. Eph. 6, 5-9.
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5. Così, dunque, il testo della Lettera agli Efesini, che ci proponiamo di far oggetto di una approfondita analisi, si trova nell’immediato contesto di insegnamenti sugli obblighi morali della società familiare (le cosiddette “Hausteflen” o codici domestici, secondo la definizione di Lutero). Analoghe istruzioni troviamo anche in altre lettere (14). Per di più, tale contesto immediato fa parte del nostro brano, in quanto anche il “classico” testo da noi scelto tratta dei reciproci doveri dei mariti e delle mogli. Tuttavia occorre notare che il brano 5, 22-33 della Lettera agli Efesini è centrato di per sè esclusivamente sui coniugi e sul matrimonio, e quanto riguarda la famiglia anche in senso lato si trova già nel contesto. Prima, però, di accingersi ad un’analisi approfondita del testo, conviene aggiungere che l’intera lettera termina con uno stupendo incoraggiamento alla battaglia spirituale (15), con brevi raccomandazioni (16) e un augurio finale (17). Quell’appello alla battaglia spirituale sembra essere logicamente fondato sull’argomentazione di tutta la Lettera. Esso è, per così dire, l’esplicito compimento dei suoi principali fili conduttori.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 160-163]
14. Cfr., ex. gr., Col. 3, 18-4; et 1 Petr. 2, 13-3, 7.
15. Cfr. Eph. 6, 10-20.
16. Cfr. ibid. 6, 21-22.
17. Cfr. ibid. 6, 23-24.