[1060] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA RELACIÓN ENTRE CRISTO Y LA IGLESIA, FUENTE Y MODELO DE LAS RELACIONES ENTRE LOS CÓNYUGES
Alo cución Iniziamo oggi, en la Audiencia General, 11 agosto 1982
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1. Comenzamos hoy un análisis más detallado del pasaje de la Carta a los Efesios 5, 21-33. El autor, dirigiéndose a los cónyuges, les recomienda que estén “sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (5, 21).
Se trata aquí de una relación de doble dimensión o de doble grado: recíproco y comunitario. El uno precisa y caracteriza al otro. Las relaciones recíprocas del marido y de la mujer deben brotar de su común relación con Cristo. El autor de la Carta habla del “temor de Cristo” en un sentido análogo a cuando habla del “temor de Dios”. En este caso, no se trata de temor o miedo, que es una actitud defensiva ante la amenaza de un mal, sino que se trata sobre todo de respeto por la santidad, por lo sacrum; se trata de la pietas, que en el lenguaje del Antiguo Testamento fue expresada también con el término “temor de Dios” (cf., por ejemplo, Sal 103 (102), 11; Prov 1, 7; 23, 17; Sir 1, 11-16). Efectivamente, esta pietas, nacida de la profunda conciencia del misterio de Cristo, debe constituir la base de las relaciones recíprocas entre los cónyuges.
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2. Igual que el contexto inmediato, también el texto elegido por nosotros tiene un carácter “parenético”, es decir, de instrucción moral. El autor de la Carta desea indicar a los cónyuges cómo deben ser sus relaciones recíprocas y todo su comportamiento. Deduce las propias indicaciones y directrices del misterio de Cristo, presentado al comienzo de la Carta. Este misterio debe estar espiritualmente presente en las recíprocas relaciones de los cónyuges. Penetrando sus corazones, engendrando en ellos ese santo “temor de Cristo” (es decir, precisamente la pietas), el misterio de Cristo debe llevarlos a estar “sujetos los unos a los otros”: el misterio de Cristo, esto es, el misterio de la elección, desde la eternidad, de cada uno de ellos en Cristo “para ser hijos adoptivos” de Dios.
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3. La expresión que abre nuestro pasaje de Ef 5, 21-33, al que nos hemos acercado gracias al análisis del contexto remoto e inmediato, tiene una elocuencia muy particular. El autor habla de la mutua sujeción de los cónyuges, marido y mujer, y de este modo da también a conocer cómo hay que entender las palabras que escribirá luego sobre la sumisión de la mujer al marido. Efectivamente, leemos: “las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor” (5, 22). Al expresarse así, el autor no intenta decir que el marido es “amo” de la mujer y que el contrato inter-personal propio del matrimonio es un contrato de dominio del marido sobre la mujer. En cambio, expresa otro concepto: esto es, que la mujer, en su relación con Cristo –que es para los dos cónyuges el único Señor– puede y debe encontrar la motivación de esa relación con el marido, que brota de la esencia misma del matrimonio y de la familia. Sin embargo, esta relación no es sumisión unilateral. El matrimonio, según la doctrina de la Carta a los Efesios, excluye ese componente del contrato, que gravaba y, a veces, no cesa de gravar sobre esta institución. En efecto, el marido y la mujer están “sujetos los unos a los otros”, están mutuamente subordinados. La fuente de esta sumisión recíproca está en la pietas cristiana, y su expresión es el amor.
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4. El autor de la Carta subraya de modo particular este amor, al dirigirse a los maridos. Efectivamente escribe: “Y vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres...”, y con esta manera de expresarse destruye cualquier temor que hubiera podido suscitar (dada la sensibilidad contemporánea) la frase precedente: “Las casadas estén sujetas a sus maridos”. El amor excluye todo género de sumisión, en virtud de la cual la mujer se convertiría en sierva o esclava del marido, objeto de sumisión unilateral. El amor ciertamente hace que simultáneamente también el marido esté sujeto a la mujer, y sometido en esto al Señor mismo, igual que la mujer al marido. La comunidad o unidad que deben formar por el matrimonio, se realiza a través de una recíproca donación, que es también una mutua sumisión. Cristo es fuente y, a la vez, modelo de esta sumisión que, al ser recíproca “en el temor de Cristo”, confiere a la unión conyugal un carácter profundo y maduro. Múltiples factores de índole sicológica o de costumbre, se transforman en esta fuente y ante este modelo, de manera que hacen surgir, diría, una nueva y preciosa “fusión” de los comportamientos y de las relaciones bilaterales.
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5. El autor de la Carta a los Efesios no teme aceptar los conceptos propios de la mentalidad y de las costumbres de entonces; no teme hablar de la sumisión de la mujer al marido; ni tampoco teme (también en el último versículo del texto que hemos citado) recomendar a la mujer que “reverencie a su marido” (5, 33). Efectivamente, es cierto que cuando el marido y la mujer se sometan el uno al otro “en el temor de Cristo”, todo encontrará su justo equilibrio, es decir corresponderá a su vocación cristiana en el misterio de Cristo.
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6. Ciertamente es diversa nuestra sensibilidad contemporánea, diversas son también las mentalidades y las costumbres, y es diferente la situación social de la mujer con relación al hombre. No obstante, el fundamental principio parenético que encontramos en la Carta a los Efesios, sigue siendo el mismo y ofrece los mismos frutos. La sumisión recíproca “en el temor de Cristo” –sumisión que nace del fundamento de la pietas cristiana– forma siempre esa profunda y sólida estructura que integra la comunidad de los cónyuges, en la que se realiza la verdadera “comunión” de las personas.
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7. El autor del texto a los Efesios, que comenzó su Carta con una magnífica visión del plan eterno de Dios para con la humanidad, no se limita a poner de relieve solamente los aspectos tradicionales de las costumbres o los aspectos éticos del matrimonio, sino que sobrepasa el ámbito de la enseñanza y, al escribir sobre las relaciones recíprocas de los cónyuges, descubre en ellas la dimensión del misterio de Cristo, de quien él es heraldo y apóstol. “Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...” (5, 22-25). De este modo, la enseñanza propia de esta parte parenética de la Carta en cierto sentido se inserta en la realidad misma del misterio oculto desde la eternidad en Dios y revelado a la humanidad en Jesucristo. En la Carta a los Efesios somos testigos, diría, de un encuentro particular de ese misterio con la esencia misma de la vocación al matrimonio. ¿Cómo hay que entender este encuentro?
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8. En el texto de la Carta a los Efesios este encuentro se presenta ante todo como una gran analogía. Leemos allí: “Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor...”: he aquí el primer miembro de la analogía. “Porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia...”: éste es el segundo miembro, que constituye la clarificación y la motivación del primero. “Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos...”: la relación de Cristo con la Iglesia, presentada antes, se expresa ahora como relación de la Iglesia con Cristo, y aquí está comprendido el siguiente miembro de la analogía. Finalmente: “Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...”: he aquí el último miembro de la analogía. La continuación del texto de la Carta desarrolla el pensamiento fundamental, contenido en el pasaje que acabamos de citar; y todo el texto de la Carta a los Efesios en el capítulo 5 (vv. 21-33) está totalmente penetrado por la misma analogía; esto es, la relación recíproca entre los cónyuges, marido y mujer, los cristianos la entienden a imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia.
[DP (1982), 224]
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1. Iniziamo oggi un’analisi più particolareggiata del brano della Lettera agli Efesini 5, 21-33. L’autore, rivolgendosi ai coniugi, raccomanda loro di esser “sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” 1.
Si tratta qui di un rapporto dalla doppia dimensione o di duplice grado: reciproco e comunitario. Uno precisa e caratterizza l’altro. Le relazioni reciproche del marito e della moglie debbono scaturire dalla loro comune relazione con Cristo. L’autore della Lettera parla del “timore di Cristo” in un senso analogo a quando parla del “timore di Dio”. In questo caso, non si tratta di timore o paura, che è un atteggiamento difensivo davanti alla minaccia di un male, ma si tratta soprattutto di rispetto per la santità, per il sacrum; si tratta della pietas, che nel linguaggio dell’Antico Testamento fu espressa anche col termine “timore di Dio” (2). In effetti, una tale pietas, sorta dalla profonda coscienza del mistero di Cristo, deve costituire la base delle reciproche relazioni tra i coniugi.
1. Eph. 5, 21.
2. Cfr., ex. gr., Ps. 103(102), 11; Prov. 1, 7; 23, 17; Sir. 1, 11-16.
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2. Come il contesto immediato, così anche il testo scelto da noi ha un carattere “parenetico”, cioè di istruzione morale. L’autore della lettera desidera indicare ai coniugi come si devono stabilire le loro relazioni reciproche e tutto il loro comportamento. Egli deduce le proprie indicazioni e direttive dal mistero di Cristo presentato all’inizio della Lettera. Questo mistero deve essere spiritualmente presente nel reciproco rapporto dei coniugi. Penetrando i loro Cuori, generando in essi quel santo “timore di Cristo” (cioè appunto la pietas), il mistero di Cristo deve condurli ad esser “sottomessi gli uni agli altri”: il mistero di Cristo, cioè il mistero della scelta, fin dall’eternità, di ciascuno di loro in Cristo “ad essere figli adottivi” di Dio.
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3. L’espressione che apre il nostro brano di Efesini 5, 21-33, al quale ci siamo avvicinati grazie all’analisi del contesto remoto e immediato, ha un’eloquenza tutta particolare. L’autore parla della mutua sottomissione dei coniugi, marito e moglie, e in tal modo fa anche capire come bisogna intendere le parole che scriverà in seguito sulla sottomissione della moglie al marito. Infatti leggiamo: “Le mogli siano sottomesse ai mariti come al Signore” (3). Esprimendosi così, l’autore non intende dire che il marito è “padrone” della moglie e che il patto inter-personale proprio del matrimonio è un patto di dominio del marito sulla moglie. Esprime, invece, un altro concetto: cioè che la moglie, nel suo rapporto con Cristo –il quale è per ambedue i coniugi unico Signore– può e deve trovare la motivazione di quel rapporto con il marito, che scaturisce dall’essenza stessa del matrimonio e della famiglia. Tale rapporto, tuttavia, non è sottomissione unilaterale. Il matrimonio, secondo la dottrina della Lettera agli Efesini, esclude quella componente del patto che gravava e, a volte, non cessa di gravare su questa istituzione. Il marito e la moglie sono infatti “sottomessi gli uni agli altri”, sono vicendevolmente subordinati. La fonte di questa reciproca sottomissione sta nella pietas cristiana, e la sua espressione è l’amore.
3. Eph. 5, 22.
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4. L’autore della Lettera sottolinea in modo particolare questo amore, rivolgendosi ai mariti. Scrive infatti: “E voi, mariti, amate le vostre mogli...”, e con questo modo di esprimersi toglie qualunque timore, che avrebbe potuto suscitare (data la sensibilità contemporanea) la frase precedente: “Le mogli siano sottomesse ai mariti”. L’amore esclude ogni genere di sottomissione, per cui la moglie diverrebbe serva o schiava del marito, oggetto di sottomissione unilaterale. L’amore fa sì che contemporaneamente anche il marito è sottomesso alla moglie, e sottomesso in questo al Signore stesso, così come la moglie al marito. La comunità o unità che essi debbono costituire a motivo del matrimonio, si realizza attraverso una reciproca donazione, che è anche una sottomissione vicendevole. Cristo è fonte ed insieme modello di quella sottomissione che, essendo reciproca “nel timore di Cristo”, conferisce all’unione coniugale un carattere profondo e maturo. Molteplici fattori di natura psicologica o di costume vengono, in questa fonte e dinanzi a questo modello, talmente trasformati da far emergere, direi, una nuova e preziosa “fusione” dei comportamenti e dei rapporti bilaterali.
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5. L’autore della Lettera agli Efesini non teme di accogliere quei concetti che erano propri della mentalità e dei costumi di allora; non teme di parlare della sottomissione della moglie al marito; non teme, poi (anche nell’ultimo versetto del testo da noi citato), di raccomandare alla moglie che “sia rispettosa verso il marito” (4). Infatti è certo che, quando il marito e la moglie saranno sottomessi l’uno all’altro “nel timore di Cristo”, tutto troverà un giusto equilibrio, cioè tale da corrispondere alla loro vocazione cristiana nel mistero di Cristo.
4. Eph. 5, 33.
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6. Diversa è certamente la nostra sensibilità contemporanea, diversi sono anche le mentalità e i costumi, e differente è la posizione sociale della donna nei confronti dell’uomo. Nondimeno, il fondamentale principio parenetico, che troviamo nella Lettera agli Efesini, rimane lo stesso e porta i medesimi frutti. La sottomissione reciproca “nel timore di Cristo” –sottomissione nata sul fondamento della pietas cristiana– forma sempre quella profonda e salda struttura portante della comunità dei coniugi, in cui si realizza la vera “comunione” delle persone.
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7. L’autore del testo agli Efesini, che ha iniziato la sua Lettera con una magnifica visione del piano eterno di Dio verso l’umanità, non si limita a porre in rilievo soltanto gli aspetti tradizionali del costume o quelli etici del matrimonio, ma oltrepassa l’ambito dell’insegnamento, e, scrivendo sul rapporto reciproco dei coniugi, scopre in esso la dimensione dello stesso mistero di Cristo, di cui egli è annunziatore e apostolo. “Le mogli siano sottomesse ai mariti come al Signore; il marito infatti è capo della moglie, come anche Cristo è capo della Chiesa, lui che è il salvatore del suo corpo. E come la Chiesa sta sottomessa a Cristo, così anche le mogli siano soggette ai loro mariti, in tutto. E voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei...” (5). In tal modo, l’insegnamento proprio di questa parte parenetica della Lettera viene, in certo senso, inserito nella realtà stessa del mistero nascosto fin dall’eternità in Dio e rivelato all’umanità in Gesù Cristo. Nella Lettera agli Efesini siamo testimoni, direi, di un particolare incontro di quel mistero con l’essenza stessa della vocazione al matrimonio. Come bisogna intendere questo incontro?
5. Eph. 5, 22-25.
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8. Nel testo della Lettera agli Efesini esso si presenta anzitutto come una grande analogia. Vi leggiamo: “Le mogli siano sottomesse ai manti come al Signore...”: ecco la prima componente dell’analogia. “Il marito infatti è capo della moglie, come anche Cristo è capo della Chiesa...”: ecco la seconda componente, che costituisce il chiarimento e la motivazione della prima. “E come la Chiesa sta sottomessa a Cristo, così anche le mogli siano soggette ai loro mariti...”: il rapporto di Cristo con la Chiesa, presentato precedentemente, viene ora espresso quale rapporto della Chiesa con Cristo, e qui è compresa la componente successiva dell’analogia. Infine: “E voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei...”: ecco l’ultima componente dell’analogia. Il seguito del testo della lettera sviluppa il pensiero fondamentale, contenuto nel passo or ora citato; e l’intero testo della Lettera agli Efesini al capitolo cinque (6) è interamente permeato della stessa analogia; cioè: il rapporto reciproco tra i coniugi, marito e moglie, va inteso dai cristiani a immagine del rapporto tra Cristo e la Chiesa.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 204-207]
6. Eph. 5, 21-33.