[1061] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MISTERIO DE LA RELACIÓN ENTRE CRISTO Y LA IGLESIA, DESVELACIÓN DE LA VERDAD ESENCIAL SOBRE EL MATRIMONIO
Alocución Analizzando le rispettive, en la Audiencia General, 18 agosto 1982
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1. Al analizar los respectivos componentes de la Carta a los Efesios, el miércoles pasado constatamos que la relación recíproca entre los cónyuges, marido y mujer, los cristianos la entienden a imagen de la relación entre Cristo y la Iglesia.
Esta relación es, al mismo tiempo, revelación y realización del misterio de la salvación, de la elección de amor, “escondida” desde la eternidad en Dios. En esta revelación y realización el misterio de la salvación comprende el rasgo particular del amor nupcial en la relación de Cristo con la Iglesia, y por esto se puede expresar de la manera más adecuada recurriendo a la analogía de la relación que hay –que debe haber– entre marido y mujer dentro del matrimonio. Esta analogía esclarece el misterio, al menos hasta cierto punto. Más aún, parece que, según el autor de la Carta a los Efesios, esta analogía es complementaria de la del “Cuerpo místico” (cf. Ef 1, 22-23) cuando tratamos de expresar el misterio de la relación de Cristo con la Iglesia, y remontándonos aún más lejos, el misterio del amor eterno de Dios al hombre, a la humanidad: el misterio que se expresa y se realiza en el tiempo a través de la relación de Cristo con la Iglesia.
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2. Si –como hemos dicho– esta analogía ilumina el misterio, a su vez es iluminada por ese misterio. La relación nupcial que une a los cónyuges, marido y mujer, debe –según el autor de la Carta a los Efesios– ayudarnos a comprender el amor que une a Cristo con la Iglesia, el amor recíproco de Cristo y de la Iglesia, en el que se realiza el eterno designio divino de la salvación del hombre. Sin embargo, el significado de la analogía no se agota aquí. La analogía utilizada en la Carta a los Efesios, al esclarecer el misterio de la relación entre Cristo y la Iglesia, descubre, a la vez, la verdad esencial sobre el matrimonio, esto es, que el matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos únicamente cuando refleja el amor que Cristo-Esposo dona a la Iglesia, su Esposa, y con el que la Iglesia (a semejanza de la mujer “sometida”, por lo tanto, plenamente donada) trata de corresponder a Cristo. Éste es el amor redentor, salvador, el amor con el que el hombre, desde la eternidad, ha sido amado por Dios en Cristo: “En Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él...” (Ef 1, 4).
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3. El matrimonio corresponde a la vocación de los cristianos en cuanto cónyuges sólo si, precisamente, se refleja y se realiza en él ese amor. Éste aparecerá claro si tratamos de leer de nuevo la analogía paulina en dirección inversa, es decir, partiendo de la relación de Cristo con la Iglesia, y dirigiéndonos luego a la relación del marido y de la mujer en el matrimonio. En el texto se usa el tono exhortativo: “Las mujeres estén sujetas a sus maridos..., como la Iglesia está sujeta a Cristo”. Y, por otra parte: “Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia...”. Estas expresiones demuestran que se trata de una obligación moral. Sin embargo, para poder recomendar esta obligación, es necesario admitir que en la esencia misma del matrimonio se encierra una partícula del mismo misterio. De otro modo, toda esta analogía estaría suspendida en el aire. La invitación del autor de la Carta a los Efesios, dirigida a los cónyuges, para que modelen sus relaciones recíprocas a semejanza de las relaciones de Cristo con la Iglesia (“como-así”), estaría privada de una base real, como si le faltara la tierra bajo los pies. Ésta es la lógica de la analogía utilizada en el citado texto a los Efesios.
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4. Como se ve, esta analogía actúa en dos direcciones. Si, por una parte, nos permite comprender mejor la esencia de la relación de Cristo con la Iglesia, por otra, a la vez, nos permite penetrar más profundamente en la esencia del matrimonio, al que están llamados los cristianos. Manifiesta, en cierto sentido, el modo en que este matrimonio, en su esencia más profunda, emerge del misterio del amor eterno de Dios al hombre y a la humanidad: de ese misterio salvífico que se realiza en el tiempo mediante el amor nupcial de Cristo a la Iglesia. Partiendo de las palabras de la Carta a los Efesios (5, 22-33), podemos desarrollar luego el pensamiento contenido en la gran analogía paulina en dos direcciones: tanto en la dirección de una comprensión más profunda de la Iglesia, como en la dirección de una comprensión más profunda del matrimonio. En nuestras consideraciones seguiremos, ante todo, esta segunda, recordando que en la base de la comprensión del matrimonio en su esencia misma, está la relación nupcial de Cristo con la Iglesia. Esta relación se analiza más detalladamente aún para poder establecer –suponiendo la analogía con el matrimonio– cómo éste se convierte en signo visible del eterno misterio divino, a imagen de la Iglesia unida con Cristo. De este modo la Carta a los Efesios nos lleva a las bases mismas de la sacramentalidad del matrimonio.
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5. Comencemos, pues, un análisis detallado del texto. Cuando leemos en la Carta a los Efesios que “el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, y salvador de su cuerpo” (5, 23), podemos suponer que el autor, que ha aclarado ya antes que la sumisión de la mujer al marido, como cabeza, se entiende como sumisión recíproca “en el temor de Cristo”, se remonta al concepto arraigado en la mentalidad del tiempo, para expresar ante todo la verdad acerca de la relación de Cristo con la Iglesia, esto es, que Cristo es cabeza de la Iglesia. Es cabeza como “salvador de su cuerpo”. Precisamente la Iglesia es ese cuerpo que –estando sometido en todo a Cristo como a su cabeza– recibe de Él todo aquello por lo que viene a ser y es su cuerpo: es decir, la plenitud de la salvación como don de Cristo, el cual “se ha entregado a sí mismo por ella” hasta el fin. La “entrega” de Cristo al Padre por medio de la obediencia hasta la muerte de cruz adquiere aquí un sentido estrictamente eclesiológico: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25). A través de una donación total por amor ha formado a la Iglesia como su cuerpo y continuamente la edifica, convirtiéndose en su cabeza. Como cabeza es salvador de su cuerpo y, a la vez, como salvador es cabeza. Como cabeza y salvador de la Iglesia es también esposo de su esposa.
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6. La Iglesia es ella misma en tanto en cuanto, como cuerpo, recibe de Cristo, su cabeza, todo el don de la salvación como fruto del amor de Cristo y de su entrega por la Iglesia: fruto de la entrega de Cristo hasta el fin. Ese don de sí al Padre por medio de la obediencia hasta la muerte (cf. Flp 2, 8), es al mismo tiempo, según la Carta a los Efesios, un “entregarse a sí mismo por la Iglesia”. En esta expresión, diría que el amor redentor se transforma en amor nupcial. Cristo, al entregarse a sí mismo por la Iglesia, con el mismo acto redentor se ha unido de una vez para siempre con ella, como el esposo con la esposa, como el marido con la mujer, entregándose a través de todo lo que, de una vez para siempre, está incluido en ese su “darse a sí mismo” por la Iglesia. De este modo, el misterio de la redención del cuerpo lleva en sí, de alguna manera, el misterio “de las bodas del Cordero” (cf. Ap 19, 7). Puesto que Cristo es cabeza del cuerpo, todo el don salvífico de la redención penetra a la Iglesia como a cuerpo de esa cabeza, y forma continuamente la más profunda, esencial sustancia de su vida. Y la forma de manera nupcial, ya que en el texto citado la analogía del cuerpo-cabeza pasa a la analogía del esposo-esposa, o mejor, del marido-mujer. Lo demuestran los pasajes sucesivos del texto a los que nos conviene pasar más adelante.
[DP (1982), 228]
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1. Analizzando le rispettive componenti della Lettera agli Efesini, abbiamo costatato mercoledì scorso che il rapporto reciproco tra i coniugi, marito e moglie, va inteso dai cristiani ad immagine del rapporto tra Cristo e la Chiesa.
Questo rapporto è rivelazione e realizzazione nel tempo del mistero della salvezza, dell’elezione di amore, “nascosta” dall’eternità in Dio. In questa rivelazione e realizzazione il mistero della salvezza comprende il tratto particolare dell’amore sponsale nel rapporto di Cristo con la Chiesa, e perciò lo si può esprimere nel modo più adeguato, ricorrendo all’analogia del rapporto che c’è –che deve esserci– tra marito e moglie nel matrimonio. Tale analogia chiarisce il mistero, almeno fino ad un certo grado. Anzi, sembra che, secondo l’Autore della Lettera agli Efesini, questa analogia sia complementare di quella di “Corpo Mistico” (1), quando cerchiamo di esprimere il mistero del rapporto di Cristo con la Chiesa e –risalendo ancor più lontano– il mistero dell’amore eterno di Dio verso l’uomo, verso l’umanità: il mistero, che si esprime e si realizza nel tempo attraverso il rapporto di Cristo con la Chiesa.
1. Cfr. Eph. 1, 22-23.
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2. Se –come è stato detto– questa analogia illumina il mistero, essa stessa a sua volta viene illuminata da quel mistero. Il rapporto sponsale che unisce i coniugi, marito e moglie, deve –secondo l’Autore della Lettera agli Efesini– aiutarci a comprendere l’amore che unisce il Cristo con la Chiesa, quell’amore reciproco di Cristo e della Chiesa, in cui si realizza l’eterno piano divino della salvezza dell’uomo. Tuttavia, il significato dell’analogia non si esaurisce qui. L’analogia usata nella Lettera agli Efesini, chiarendo il mistero del rapporto tra il Cristo e la Chiesa, contemporaneamente svela la verità essenziale sul matrimonio: cioè, che il matrimonio corrisponde alla vocazione dei cristiani solo quando rispecchia l’amore che Cristo-Sposo dona alla Chiesa sua Sposa, e che la Chiesa (a somiglianza della moglie “sottomessa”, dunque pienamente donata) cerca di ricambiare a Cristo. Questo è l’amore redentore, salvatore, l’amore con cui l’uomo dall’eternità è stato amato da Dio in Cristo: “In lui ci ha scelti prima della creazione del mondo, per essere santi e immacolati al suo cospetto...” (2).
2. Eph. 1, 4.
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3. Il matrimonio corrisponde alla vocazione dei cristiani in quanto coniugi soltanto se, appunto, quell’amore vi si rispecchia ed attua. Ciò diverrà chiaro se cercheremo di rileggere l’analogia paolina nella direzione inversa, cioè partendo dal rapporto di Cristo con la Chiesa, e volgendoci poi al rapporto del marito e della moglie nel matrimonio. Nel testo è usato il tono esortativo: “Le mogli siano sottomesse ai mariti... come la Chiesa sta sottomessa a Cristo”. E d’altra parte: “Voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa...”. Queste espressioni dimostrano che si tratta di un obbligo morale. Tuttavia, per poter raccomandare tale obbligo, bisogna ammettere che nell’essenza stessa del matrimonio si racchiude una particella dello stesso mistero. Altrimenti, tutta questa analogia rimarrebbe sospesa nel vuoto. L’invito dell’Autore della Lettera agli Efesini, rivolto ai coniugi, perchè modellino il loro rapporto reciproco a somiglianza del rapporto di Cristo con la Chiesa (“come-così”), sarebbe privo di una base reale, come se gli mancasse il terreno sotto i piedi. Tale è la logica dell’analogia usata nel citato testo agli Efesini.
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4. Come si vede, questa analogia opera in due direzioni. Se, da una parte, ci consente di comprendere meglio l’essenza del rapporto di Cristo con la Chiesa, dall’altra, al tempo stesso, ci permette di penetrare più profondamente nell’essenza del matrimonio, al quale sono chiamati i cristiani. Essa manifesta, in un certo senso, il modo in cui questo matrimonio, nella sua essenza più profonda, emerge dal mistero dell’amore eterno di Dio verso l’uomo e l’umanità: da quel mistero salvifico, che si compie nel tempo mediante l’amore sponsale di Cristo verso la Chiesa. Partendo dalle parole della Lettera agli Efesini (3), possiamo in seguito sviluppare il pensiero contenuto nella grande analogia paolina in due direzioni: sia nella direzione di una più profonda comprensione della Chiesa, sia nella direzione di una più profonda comprensione del matrimonio. Nelle nostre considerazioni seguiremo anzitutto questa seconda, memori che, alla base della comprensione del matrimonio nella sua essenza stessa, sta il rapporto sponsale di Cristo con la Chiesa. Quel rapporto va analizzato ancor più accuratamente per poter stabilire l’analogia con il matrimonio– in qual modo questo diventi segno visibile dell’eterno mistero divino, ad immagine della Chiesa unita con Cristo. In questo modo la Lettera agli Efesini ci conduce alle basi stesse della sacramentalità del matrimonio.
3. Eph. 5, 22-33.
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5. Intraprendiamo, dunque, un’analisi particolareggiata del testo. Quando leggiamo nella Lettera agli Efesini che “il marito... è capo della moglie come anche Cristo è capo della Chiesa, lui che è il salvatore del suo corpo” (4), possiamo supporre che l’Autore, il quale ha già prima chiarito che la sottomissione della moglie al marito, come capo, va intesa quale sottomissione reciproca “nel timore di Cristo”, risale al concetto radicato nella mentalità del tempo, per esprimere anzitutto la verità circa il rapporto di Cristo con la Chiesa, cioè che Cristo è capo della Chiesa. È capo come “salvatore del suo corpo”. La Chiesa è appunto quel corpo che –essendo sottomesso in tutto a Cristo come suo capo– riceve da lui tutto ciò, per cui diviene ed è suo corpo: cioè la pienezza della salvezza come dono di Cristo, il quale “ha dato se stesso per lei” sino alla fine. Il “donarsi” di Cristo al Padre per mezzo dell’obbedienza fino alla morte di croce acquista qui un senso strettamente ecclesiologico: “Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei” 5. Attaverso una totale donazione per amore ha formato la Chiesa come suo corpo e continuamente la edifica, divenendo suo capo. Come capo è salvatore del suo corpo e, nello stesso tempo, quale salvatore è capo. Come capo e salvatore della Chiesa è anche sposo della sua sposa.
4. Eph. 5, 23.
5. Eph. 5, 25.
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6. In tanto la Chiesa è se stessa, in quanto, come corpo, accoglie da Cristo, suo capo, l’intero dono della salvezza come frutto dell’amore di Cristo e della sua donazione per la Chiesa: frutto della donazione di Cristo sino alla fine. Quel dono di sè al Padre per mezzo dell’obbedienza fino alla morte (6) è contemporaneamente, secondo la Lettera agli Efesini, un “dare se stesso per la Chiesa”. In questa espressione, l’amore redentore si trasforma, direi, in amore sponsale: Cristo, dando se stesso per la Chiesa, con lo stesso atto redentore si è unito una volta per sempre con essa, come lo sposo con la sposa, come il marito con la moglie, donandosi attraverso tutto ciò che una volta per sempre è racchiuso in quel suo “dare se stesso” per la Chiesa. In tal modo, il mistero della redenzione del corpo nasconde in sè, in certo senso, il mistero “delle nozze dell’Agnello” (7). Poichè Cristo è capo del corpo, l’intero dono salvifico della redenzione penetra la Chiesa come il corpo di quel capo, e forma continuamente la più profonda, essenziale sostanza della sua vita. E la forma al modo sponsale, dato che nel testo citato l’analogia del corpo-capo passa nell’analogia dello sposo-sposa, o piuttosto del marito-moglie. Lo dimostrano i brani successivi del testo, ai quali converrà passare in seguito.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 245-248]
6. Flp. 2, 8.
7. Cfr. Ap. 19, 7.