[1062] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA BI-SUBJETIVIDAD EN LA RELACIÓN CRISTO-IGLESIA Y MARIDO-MUJER
Alocución Nelle precedenti, en la Audiencia General, 25 agosto 1982
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1. En las precedentes reflexiones sobre el capítulo 5 de la Carta a los Efesios (21-33) hemos llamado especialmente la atención sobre la analogía de la relación que existe entre Cristo y la Iglesia, y de la que existe entre el esposo y la esposa, esto es, entre el marido y la mujer, unidos por el vínculo matrimonial. Antes de disponernos al análisis de los pasajes siguientes del texto en cuestión, debemos tomar conciencia del hecho de que en el ámbito de la fundamental analogía paulina: Cristo e Iglesia, por una parte, hombre y mujer, como esposos, por otra, hay también una analogía suplementaria: esto es, la analogía de la Cabeza y del Cuerpo. Precisamente esta analogía confiere un significado principalmente eclesiológico al enunciado que analizamos: la Iglesia, como tal, está formada por Cristo; está constituida por Él en su parte esencial, como el cuerpo por la cabeza. La unión del cuerpo con la cabeza es sobre todo de naturaleza orgánica, es, sencillamente, la unión somática del organismo humano. Sobre esta unión orgánica se funda, de modo directo, la unión biológica, en cuanto se puede decir que “el cuerpo vive de la cabeza” (si bien al mismo tiempo, aunque de otro modo, la cabeza vive del cuerpo). Y además, si se trata del hombre, sobre esta unión orgánica se funda también la unión psíquica, entendida en su integridad y, en definitiva, la unidad integral de la persona humana.
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2. Como ya he dicho (al menos en el pasaje analizado), el autor de la Carta a los Efesios ha introducido la analogía suplementaria de la cabeza y del cuerpo en el ámbito de la analogía del matrimonio. Parece incluso que haya concebido la primera analogía: “cabeza-cuerpo”, de manera más central desde el punto de vista de la verdad sobre Cristo y sobre la Iglesia, que él proclama. Sin embargo, hay que afirmar del mismo modo que no la ha puesto al lado o fuera de la analogía del matrimonio como vínculo nupcial. Más aún, al contrario. En todo el texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33), y especialmente en la primera parte, de la que nos estamos ocupando (5, 22-23), el autor habla como si en el matrimonio también el marido fuera “cabeza de la mujer”, y la mujer “cuerpo del marido”, cual si los dos cónyuges formaran una unión orgánica. Esto puede hallar su fundamento en el texto del Génesis donde se habla de “una sola carne” (Gén 2, 24), o sea, en el mismo texto al que se referirá el autor de la Carta a los Efesios después en el marco de su gran analogía. No obstante, en el texto del Libro del Génesis se pone claramente de relieve que se trata del hombre y de la mujer como de dos distintos sujetos personales, que deciden conscientemente su unión conyugal, definida por el arcaico texto con los términos: “una sola carne”. Y también en la Carta a los Efesios queda igualmente claro. El autor se sirve de una doble analogía: cabeza-cuerpo, marido-mujer, a fin de ilustrar con claridad la naturaleza de la unión entre Cristo y la Iglesia. En cierto sentido, especialmente en este primer pasaje del texto a los Efesios 5, 22-23, la dimensión eclesiológica parece decisiva y predominante.
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3. “Las casadas estén sujetas a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia y salvador de su cuerpo. Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella...” (Ef 5, 22-25).
Esta analogía suplementaria “cabeza-cuerpo” hace que en el ámbito de todo el pasaje de la Carta a los Efesios 5, 22-33, nos encontremos con dos sujetos distintos, los cuales, en virtud de una especial relación recíproca, vienen a ser, en cierto sentido, un solo sujeto: la cabeza constituye juntamente con el cuerpo un sujeto (en el sentido físico y metafísico), un organismo, una persona humana, un ser. No cabe duda de que Cristo es un sujeto diverso de la Iglesia, sin embargo, en virtud de una relación especial, se une con ella, como en una unión orgánica de cabeza y cuerpo: la Iglesia es así fuertemente, así esencialmente ella misma en virtud de la unión con Cristo (místico). ¿Se puede decir lo mismo de los esposos, del hombre y de la mujer, unidos por un vínculo matrimonial? Si el autor de la Carta a los Efesios ve la analogía de la unión de la cabeza con el cuerpo también en el matrimonio, esta analogía, en cierto sentido, parece referirse al matrimonio, teniendo en cuenta la unión que Cristo constituye con la Iglesia y la Iglesia con Cristo. La analogía, pues, se refiere sobre todo al matrimonio mismo como a la unión en virtud de la cual, “serán dos una sola carne” (Ef 5, 31; cf. Gén 2, 24).
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4. Sin embargo, esta analogía no oscurece la individualidad de los sujetos: la del marido y la de la mujer, es decir, la esencial bi-subjetividad que está en la base de la imagen de “un solo cuerpo”, más aún, la esencial bi-subjetividad del marido y de la mujer en el matrimonio, que hace de ellos, en cierto sentido, “un solo cuerpo”, pasa, en el ámbito de todo el texto que estamos examinando (Ef 5, 22-33), a la imagen de la Iglesia-Cuerpo, unida con Cristo como Cabeza. Esto se ve especialmente en la continuación de este texto, donde el autor describe la relación de Cristo con la Iglesia precisamente mediante la imagen de la relación del marido con la mujer. En esta descripción la Iglesia-Cuerpo de Cristo aparece claramente como el sujeto segundo de la unión conyugal, al cual el sujeto primero, Cristo, manifiesta el amor con que la ha amado, entregándose “a sí mismo por ella”. Ese amor es imagen y sobre todo, modelo del amor que el marido debe manifestar a la mujer en el matrimonio, cuando ambos están sometidos uno al otro “en el temor de Cristo”.
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5. Efectivamente, leemos: “Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua, con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama, y nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne” (Ef 5, 25-31).
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6. Es fácil descubrir que en esta parte del texto de la Carta a los Efesios 5, 22-33 “prevalece” claramente la bi-subjetividad: se pone de relieve tanto en la relación Cristo-Iglesia, como en la relación marido-mujer. Esto no quiere decir que desaparezca la imagen de un sujeto único: la imagen de “un solo cuerpo”. Ésta se conserva incluso en el pasaje de nuestro texto, y en cierto sentido está allí todavía mejor explicada. Lo veremos con mayor claridad al analizar detalladamente el pasaje antes citado. Así, pues, el autor de la Carta a los Efesios habla del amor de Cristo a la Iglesia, explicando el modo en que se expresa ese amor, y presentando, a la vez, tanto ese amor como sus expresiones cual modelo que debe seguir el marido con relación a la propia mujer. El amor de Cristo a la Iglesia tiene como finalidad esencialmente su santificación: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... para santificarla” (Ef 5, 25-26). En el principio de esa santificación está el bautismo, fruto primero y esencial de la entrega de sí que Cristo ha hecho por la Iglesia. En este texto el bautismo no es llamado por su propio nombre, sino definido como purificación “mediante el lavado del agua, con la palabra” (Ef 5, 26). Este lavado, con la potencia que se deriva de la donación redentora de sí, que Cristo ha hecho por la Iglesia, realiza la purificación fundamental mediante la cual el amor de Él a la Iglesia adquiere un carácter nupcial a los ojos del autor de la Carta.
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7. Es sabido que en el sacramento del bautismo participa un sujeto individual en la Iglesia. Sin embargo, el autor de la Carta, a través de ese sujeto individual del bautismo ve a toda la Iglesia. El amor nupcial de Cristo se refiere a ella, a la Iglesia, siempre que una persona individual recibe en ella la purificación fundamental por medio del bautismo. El que recibe el bautismo, en virtud del amor redentor de Cristo, se hace, al mismo tiempo, partícipe de su amor nupcial a la Iglesia. “El lavado del agua, con la palabra” en nuestro texto es la expresión del amor nupcial, en el sentido de que prepara a la esposa (Iglesia) para el esposo, hace a la Iglesia esposa de Cristo, diría, “in actu primo”. Algunos estudiosos de la Biblia observan aquí que, en el texto que hemos citado, el “lavado del agua” evoca la ablución ritual que precedía a los desposorios, y que constituía un importante rito religioso incluso entre los griegos.
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8. Como sacramento del bautismo el “lavado del agua, con la palabra” (Ef 5, 26) convierte a la Iglesia en esposa no sólo “in actu primo”, sino también en la perspectiva más lejana, o sea, en la perspectiva escatológica. Ésta se abre ante nosotros cuando, en la Carta a los Efesios, leemos que “el lavado del agua” sirve, por parte del esposo, “a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e inmaculada” (Ef 5, 27). La expresión “presentársela” parece indicar el momento del desposorio, cuando la esposa es llevada al esposo, vestida ya con el traje nupcial y adornada para la boda. El texto citado pone de relieve que el mismo Cristo-Esposo se preocupa de adornar a la Esposa-Iglesia, procura que esté hermosa con la belleza de la gracia, hermosa gracias al don de la salvación en su plenitud, concedido ya desde el sacramento del bautismo. Pero el bautismo es sólo el comienzo, del que deberá surgir la figura de la Iglesia gloriosa (como leemos en el texto), cual fruto definitivo del amor redentor y nupcial, solamente en la última venida de Cristo (parusía).
Vemos con cuánta profundidad el autor de la Carta a los Efesios escruta la realidad sacramental, al proclamar su gran analogía: tanto la unión de Cristo con la Iglesia, como la unión nupcial del hombre y de la mujer en el matrimonio quedan iluminados de este modo por una especial luz sobrenatural.
[DP (1982), 230]
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1. Nelle precedenti considerazioni sul quinto capitolo della Lettera agli Efesini (1) abbiamo richiamato particolarmente l’attenzione sull’analogia del rapporto che esiste tra Cristo e la Chiesa, e di quello che esiste tra lo sposo e la sposa, cioè tra il marito e la moglie, uniti dal vincolo sponsale. Prima di accingerci all’analisi dei brani ulteriori del testo in questione, dobbiamo prendere coscienza del fatto che nell’ambito della fondamentale analogia paolina: Cristo e Chiesa da una parte, uomo e donna, come coniugi, dall’altra, vi è pure un’analogia supplementare: l’analogia cioè del Capo e del Corpo. Ed è proprio questa analogia a conferire un significato principalmente ecclesiologico all’enunciato da noi analizzato: la Chiesa, come tale, è formata da Cristo; è costituita da Lui nella sua parte essenziale, come il corpo dal capo. L’unione del corpo con il capo è soprattutto di natura organica, è, in semplici parole, l’unione somatica dell’organismo umano. Su questa unione organica si fonda, in modo diretto, l’unione biologica, in quanto si può dire che “il corpo vive dal capo” (anche se, in pari tempo, seb bene in un altro modo, il capo vive dal corpo). E inoltre, se si tratta dell’uomo, su questa unione organica si fonda anche l’unione psichica, intesa nella sua integrità e, in definitiva, l’unità integrale della persona umana.
1. Eph. 5, 21-33.
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2. Come già è stato detto (per lo meno nel brano analizzato), l’Autore della Lettera agli Efesini ha introdotto l’analogia supplementare del capo e del corpo nell’ambito dell’analogia del matrimonio. Sembra perfino che abbia concepito la prima analogia: “capo-corpo”, in maniera più centrale dal punto di vista della verità su Cristo e sulla Chiesa, da lui proclamata. Tuttavia, bisogna ugualmente affermare che non l’ha posta accanto o al di fuori dell’analogia del matrimonio come legame sponsale. Anzi, al contrario. Nell’intero testo della Lettera agli Efesini (2), e specialmente nella prima parte, di cui ci stiamo occupando (3), l’Autore parla come se nel matrimonio anche il marito sia “capo della moglie”, e la moglie “corpo del marito”, come se anche i coniugi formino una unione organica. Ciò può trovare il suo fondamento nel testo della Genesi, in cui si parla di “una sola carne” (4), ossia in quello stesso testo, al quale l’Autore della Lettera agli Efesini si riferirà tra poco nel quadro della sua grande analogia. Nondimeno, nel testo del Libro della Genesi viene chiaramente posto in evidenza che si tratta dell’uomo e della donna, come di due distinti soggetti personali, i quali decidono coscientemente della loro unione coniugale, definita da quell’arcaico testo con i termini: “una sola carne”. E anche nella Lettera agli Efesini, questo è ugualmente ben chiaro. L’Autore si serve di una duplice analogia: capo-corpo, marito-moglie, al fine di illustrare con chiarezza la natura dell’unione tra Cristo e la Chiesa. In un certo senso, specialmente in questo primo passo del testo agli Efesini 5, 22-23, la dimensione ecclesiologica sembra decisiva e prevalente.
2. Eph. 5, 22-33.
3. Ibid. 5, 22-23.
4. Gen. 2, 24.
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3. “Le mogli siano sottomesse ai mariti, come al Signore; il marito infatti è capo della moglie, come Cristo è capo della Chiesa, lui che è il Salvatore del suo corpo. E come la Chiesa sta sottomessa a Cristo, così anche le mogli siano soggette al loro mariti in tutto. E voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei...” (5). Questa analogia supplementare “capo-corpo” fa sì che nell’ambito dell’intero brano della Lettera agli Efesini 5, 22-33 abbiamo a che fare con due soggetti distinti, i quali, in virtù di un particolare rapporto reciproco, diventano in certo senso un solo soggetto: il capo costituisce insieme al corpo un soggetto (nel senso fisico e metafisico), un organismo, una persona umana, un essere. Non vi è dubbio che Cristo è un soggetto diverso dalla Chiesa, tuttavia, in virtù di un particolare rapporto, si unisce con essa, come in una unione organica del capo e del corpo: la Chiesa è così fortemente, così essenzialmente se stessa in virtù di una unione con Cristo (mistico). È possibile dire lo stesso dei coniugi, dell’uomo e della donna, uniti in un legame matrimoniale? Se l’Autore della Lettera agli Efesini vede l’analogia dell’unione del capo con il corpo anche nel matrimonio, questa analogìa, in un certo senso, sembra rapportarsi al matrimonio in considerazione dell’unione che Cristo costituisce con la Chiesa e la Chiesa con Cristo. Quindi l’analogia riguarda soprattutto il matrimonio stesso come quell’unione per cui “due formeranno una carne sola” (6).
5. Eph. 5, 22-25.
6. Eph. 5, 31; cfr. Gen. 2, 24.
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4. Questa analogia, tuttavia, non offusca l’individualità dei soggetti: quella del marito e quella della moglie, cioè l’essenziale bi-soggettività che sta alla base dell’immagine di “un solo corpo”, anzi, l’essenziale bi-soggettività del marito e della moglie nel matrimonio, che fa di loro in un certo senso “un solo corpo”, passa, nell’ambito di tutto il testo che stiamo esaminando (7), all’immagine della Chiesa-Corpo, unita con Cristo come Capo. Ciò si vede specialmente nel seguito di questo testo, dove l’Autore descrive il rapporto di Cristo con la Chiesa appunto mediante l’immagine del rapporto del marito con la moglie. In questa descrizione la Chiesa-Corpo di Cristo appare chiaramente come il soggetto secondo dell’unione coniugale, al quale il soggetto primo, Cristo, manifesta l’amore di cui l’ha amata dando “se stesso per lei”. Quell’amore è immagine e soprattutto modello dell’amore che il marito deve manifestare alla moglie nel matrimonio, quando ambedue sono sottomessi l’un l’altro “nel timore di Cristo”.
7. Eph. 5, 22-33.
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5. Leggiamo infatti: “E voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei, per renderla santa, purificandola per mezzo del lavacro dell’acqua accompagnato dalla parola, al fine di farsi comparire davanti la sua Chiesa tutta gloriosa, senza macchia né ruga o alcunchè di simile, ma santa e immacolata. Così anche i mariti hanno il dovere di amare le mogli come il proprio corpo, perchè chi ama la propria moglie ama se stesso. Nessuno mai infatti ha preso in odio la propria carne; al contrario siamo membra del suo corpo. Per questo l’uomo lascerà suo padre e sua madre e si unirà alla sua donna e i due formeranno una carne sola” (8).
8. Eph. 5, 25-31.
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6. È facile scorgere che in questa parte del testo della Lettera agli Efesini 5, 22-33 “prevale” chiaramente la bi-soggettività: essa viene rilevata sia nel rapporto Cristo-Chiesa, sia anche nel rapporto maritomoglie. Ciò non vuol dire che sparisca l’immagine di un soggetto unico: l’immagine di “un solo corpo”. Essa è conservata anche nel brano del nostro testo, e in un certo senso vi è ancor meglio spiegata. Ciò si vedrà con più chiarezza quando sottoporremo ad un’analisi particolareggiata il brano sopracitato. Così dunque l’Autore della Lettera agli Efesini parla dell’amore di Cristo verso la Chiesa, spiegando il modo in cui quell’amore si esprime, e presentando, nello stesso tempo, sia quell’amore sia le sue espressioni come modello che il marito deve seguire nei riguardi della propria moglie. L’amore di Cristo verso la Chiesa ha essenzialmente, come scopo, la sua santificazione: “Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso... per renderla santa” (9). Al principio di questa santificazione è il battesimo, primo ed essenziale frutto della donazione di sè, che Cristo ha fatto per la Chiesa. In questo testo, il battesimo non viene chiamato col proprio nome, ma definito come purificazione “per mezzo del lavacro dell’acqua, accompagnato della parola” (10). Questo lavacro, con la potenza che deriva dalla donazione redentrice di sè, che Cristo ha fatto per la Chiesa, opera la purificazione fondamentale mediante la quale l’amore di Lui verso la Chiesa acquista, agli occhi dell’Autore della Lettera, un carattere sponsale.
9. Eph. 5, 25-26.
10. Ibid. 5, 26.
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7. È noto che al sacramento del battesimo partecipa un soggetto individuale nella Chiesa. L’Autore della Lettera, tuttavia, attraverso quel soggetto individuale del battesimo vede tutta la Chiesa. L’amore sponsale di Cristo si riferisce ad essa, alla Chiesa ogni qualvolta una persona singola riceve in essa la purificazione fondamentale per mezzo del battesimo. Chi riceve il battesimo, in virtù dell’amore redentore di Cristo, diviene al tempo stesso partecipe del suo amore sponsale verso la Chiesa. “Il lavacro dell’acqua, accompagnato dalla parola” è nel nostro testo, l’espressione dell’amore sponsale, nel senso che prepara la sposa (Chiesa) allo Sposo, fa la Chiesa sposa di Cristo, direi, “in actu primo”. Alcuni studiosi della Bibbia osservano qui che, nel testo da noi citato, il “lavacro dell’acqua” rievoca l’abluzione rituale che precedeva lo sposalizio, il che costituiva un importante rito religioso anche presso i Greci.
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8. Come sacramento del battesimo il “lavacro dell’acqua, accompagnato dalla parola” (11) rende sposa la Chiesa non solo “in actu primo”, ma anche nella prospettiva più lontana, ossia nella prospettiva escatologica. Questa si apre davanti a noi quando, nella Lettera agli Efesini, leggiamo che “il lavacro dell’acqua” serve, da parte dello sposo, “al fine di farsi comparire davanti la sua Chiesa tutta gloriosa, senza macchia né ruga o alcunchè di simile, ma santa e immacolata” (12). L’espressione “di farsi comparire davanti” sembra indicare quel momento dello sposalizio, in cui la sposa viene condotta allo sposo, già vestita dell’abito nuziale e adornata per lo sposalizio. Il testo citato rileva che lo stesso Cristo-Sposo ha cura di adornare la sposa-Chiesa, ha cura che essa sia bella della bellezza della grazia, bella in virtù del dono della salvezza nella sua pienezza, già concesso fin dal sacramento del battesimo. Ma il battesimo è soltanto l’inizio, da cui dovrà emergere la figura della Chiesa gloriosa (come leggiamo nel testo), quale frutto definitivo dell’amore redentore e sponsale, solamente con l’ultima venuta di Cristo (parusia).
Vediamo quanto profondamente l’Autore della Lettera agli Efesini scruta la realtà sacramentale, proclamandone la grande analogia: sia l’unione di Cristo con la Chiesa, sia l’unione sponsale dell’uomo e della donna nel matrimonio vengono in tal modo illuminate da una particolare luce soprannaturale.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 284-288]
11. Eph. 5, 26.
12. Eph. 5, 27.