[1066] • JUAN PABLO II (1978-2005) • SACRAMENTALIDAD DE LA IGLESIA Y MATRIMONIO
Alocución L’Autore della Lettera, en la Audiencia General, 8 septiembre 1982
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1. El autor de la Carta a los Efesios escribe: “Nadie aborrece jamás su propia carne, sino que la alimenta y la abriga como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo” (Ef 5, 29-30). Después de este versículo, el autor juzga oportuno citar el que en toda la Biblia puede ser considerado el texto fundamental sobre el matrimonio, texto contenido en el Génesis, capítulo 2, 24: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una sola carne” (Ef 5, 31; Gén 2, 24). Se puede deducir del contexto inmediato de la Carta a los Efesios que la cita del Libro del Génesis (Gén 2, 24) es aquí necesaria no tanto para recordar la unidad de los esposos, definida “desde el principio” en la obra de la creación, cuanto para presentar el misterio de Cristo con la Iglesia, de donde el autor deduce la verdad sobre la unidad de los cónyuges. Éste es el punto más importante de todo el texto, en cierto sentido, su clave angular. El autor de la Carta a los Efesios encierra en estas palabras todo lo que ha dicho anteriormente, al trazar la analogía y presentar la semejanza entre la unidad de los esposos y la unidad de Cristo con la Iglesia. Al citar las palabras del Libro del Génesis (Gén 2, 24), el autor pone de relieve que las bases de esta analogía se buscan en la línea que, dentro del plan salvífico de Dios, une el matrimonio, como la más antigua revelación y “manifestación” definitiva, esto es, la revelación de que “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25), dando a su amor redentor un carácter y sentido nupcial.
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2. Así, pues, esta analogía que impregna el texto de la Carta a los Efesios (5, 22-23) tiene su base última en el plan salvífico de Dios. Esto quedará aún más claro y evidente cuando situemos el pasaje del texto, que hemos analizado, en el contexto general de la Carta a los Efesios. Entonces se comprenderá más fácilmente la razón por la que el autor, después de haber citado las palabras del Libro del Génesis (2, 24), escribe: “Gran misterio éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia” (Ef 5, 32).
En el contexto global de la Carta a los Efesios y además en el contexto más amplio de las palabras de la Sagrada Escritura, que revelan el plan salvífico de Dios “desde el principio”, es necesario admitir que el término “mysterion” significa aquí el misterio, antes oculto en la mente divina y después revelado en la historia del hombre. Efectivamente, se trata de un misterio “grande”, dada su importancia: ese misterio, como plan salvífico de Dios con relación a la humanidad, es, en cierto sentido, el tema central de toda la revelación, su realidad central. Es lo que Dios, como Creador y Padre, desea transmitir sobre todo a los hombres en su Palabra.
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3. Se trataba de transmitir no sólo la “buena noticia” sobre la salvación, sino de comenzar, al mismo tiempo, la obra de la salvación como fruto de la gracia que santifica al hombre para la vida eterna en la unión con Dios. Precisamente en el camino de esta revelación-realización, San Pablo pone de relieve la continuidad entre la más antigua Alianza, que Dios estableció al constituir al matrimonio ya en la obra de la creación, y la Alianza definitiva en la que Cristo, después de haber amado a la Iglesia y haberse entregado por ella, se une a la misma de modo nupcial, esto es, como corresponde a la imagen de los esposos. Esta continuidad de la iniciativa salvífica de Dios constituye la base esencial de la gran analogía contenida en la Carta a los Efesios. La continuidad de la iniciativa salvífica de Dios significa la continuidad e incluso la identidad del misterio, del “gran misterio”, en las diversas fases de su revelación –por lo tanto, en cierto sentido, de su “manifestación”– y, a la vez, de su realización; en la fase “más antigua” desde el punto de vista de la historia del hombre y de la salvación, y en la fase “de la plenitud de los tiempos” (Gál 4, 4).
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4. ¿Se puede entender ese “gran misterio” como “sacramento”? ¿Acaso el autor de la Carta a los Efesios habla en el texto que hemos citado, del sacramento del matrimonio? Si no habla de él directamente y en sentido estricto –en este punto hay que estar de acuerdo con la opinión bastante difundida de los escrituristas y teólogos–, sin embargo, parece que en este texto habla de las bases de la sacramentalidad de toda la vida cristiana, y en particular, de las bases de la sacramentalidad del matrimonio. Habla, pues, de la sacramentalidad de toda la existencia cristiana en la Iglesia, y especialmente del matrimonio de modo indirecto, pero del modo más fundamental posible.
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5. “Sacramento” no es sinónimo de “misterio” (10). Efectivamente, el misterio permanece “oculto” –escondido en Dios mismo–, de manera que, incluso después de su proclamación (o sea, revelación), no cesa de llamarse “misterio”, y se predica también como misterio. El sacramento presupone la revelación del misterio y presupone también su aceptación mediante la fe, por parte del hombre. Sin embargo, es, a la vez, algo más que la proclamación del misterio y la aceptación de él mediante la fe. El sacramento consiste en “manifestar” ese misterio en un signo que sirve no sólo para proclamar el misterio, sino también para realizarlo en el hombre. El sacramento es signo visible y eficaz de la gracia. Mediante él, se realiza en el hombre el misterio escondido desde la eternidad en Dios, del que habla la Carta a los Efesios (cf. Ef 1, 9) al comienzo: misterio de la llamada a la santidad, por parte de Dios, del hombre en Cristo, y el misterio de su predestinación a convertirse en hijo adoptivo. Se realiza de modo misterioso, bajo el velo de un signo; no obstante, el signo es siempre un “hacer sensible” ese misterio sobrenatural que actúa en el hombre bajo su velo.
10. El “sacramento”, concepto central para nuestras reflexiones, ha recorrido un largo camino durante los siglos. La historia semántica del término “sacramento” hay que comenzarla desde el término griego “mysterion” que, a decir verdad, en el Libro de Judit significa todavía los planes militares del rey (“consejo secreto”, cf. Jdt. 2, 2), pero ya en el Libro de la Sabiduría (2, 22) y en la profecía de Daniel (2, 27) significa los planes creadores de Dios y el fin que Él asigna al mundo y que sólo se revelan a los confesores fieles.
En este sentido “mysterion” sólo aparece una vez en los Evangelios: “a vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del reino de Dios” (Mc. 4, 11 y par.). En las grandes Cartas de San Pablo ese término se encuentra siete veces, culminando en la Carta a los Romanos: “...según mi Evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio tenido secreto en los tiempos eternos, pero manifestado ahora...” (Rom. 16, 25-26).
En las Cartas posteriores tiene lugar la identificación del “mysterion” con el Evangelio (cf. Ef. 6, 19) e incluso con el mismo Jesucristo (cf. Col. 2, 2; 4, 3; Ef. 3, 4), lo que constituye un cambio en la inteligencia del término: “mysterion” no es ya sólo el plan eterno de Dios, sino la realización en la tierra de ese plan, revelado en Jesucristo.
Por esto, en el período patrístico comienzan a llamarse “mysterion” incluso los acontecimientos históricos en los que se manifiesta la voluntad divina de salvar al hombre. Ya en el siglo II, en los escritos de San Ignacio de Antioquía, de San Justino y Melitón, los misterios de la vida de Jesús, las profecías y las figuras simbólicas del Antiguo Testamento se definen con el término “mysterion”.
En el siglo III comienzan a aparecer las versiones más antiguas en latín de la Sagrada Escritura, donde el término griego se traduce o por el término “mysterion”, o por el término “sacramentum” (por ejemplo: Sab. 2, 22; Ef. 5, 32), quizá por apartarse explícitamente de los ritos misteriosos paganos y de la neoplatónica mistagogía gnóstica.
Sin embargo, originariamente el “sacramentum” significaba el juramento militar que prestaban los legionarios romanos. Puesto que en él se podía distinguir el aspecto de “iniciación a una nueva forma de vida”, “el compromiso sin reservas”, “el servicio fiel hasta el peligro de muerte”. Tertuliano pone de relieve estas dimensiones en el sacramento cristiano del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía. En el siglo III se aplica, pues, el término “sacramentum”, tanto al misterio del plan salvífico de Dios en Cristo (cf. por ejemplo Ef. 5, 32), como a su realización concreta por medio de las siete fuentes de la gracia, llamadas hoy “sacramentos de la Iglesia”.
San Agustín, sirviéndose de varios significados de este término, llamó sacramentos a los ritos religiosos tanto de la Antigua como de la Nueva Alianza, a los símbolos y figuras bíblicas, así como también a la religión cristiana revelada. Todos estos sacramentos, según San Agustín, pertenecen al gran sacramento: al misterio de Cristo y de la Iglesia. San Agustín incluyó sobre la precisación ulterior del término “sacramento”, subrayando que los sacramentos son signos sagrados: que tienen en sí semejanza con lo que significan y que confieren lo que significan. Contribuyó, pues, con sus análisis a elaborar una concisa definición escolástica del sacramento: “signum efficax gratiae”.
San Isidoro de Sevilla (siglo VII) subrayó después otro aspecto: la naturaleza misteriosa del sacramento que, bajo los velos de las especies materiales, oculta la acción del Espíritu Santo en el alma del hombre.
Las Summas Teológicas de los siglos XII y XIII formularon ya las definiciones sistemáticas de los sacramentos, pero tiene un significado particular la definición de Santo Tomás: “Non omne signum rei sacrae est sacramentum, sed solum ea quae significant perfectionem sanctitatis humanae” (3a qu. 60, a. 2).
Desde entonces, se entendió como “sacramento” exclusivamente cada una de las siete fuentes de la gracia y los estudios de los teólogos apuntaron sobre la profundización de la esencia y de la acción de los siete sacramentos, elaborando, de manera sistemática, las líneas principales contenidas en la tradición escolástica.
Sólo en el último siglo se ha prestado atención a los aspectos del sacramento, desatendidos en el curso de los siglos, por ejemplo a su dimensión eclesial y al encuentro personal con Cristo, que han encontrado expresión en la Constitución sobre la Liturgia (núm. 59). Sin embargo, el Vaticano II torna, sobre todo, al significado originario del “sacramentum-mysterium”, denominando a la Iglesia “sacramento universal de la salvación” (Lumen gentium, 48), sacramento, o sea, “signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium, 1).
Aquí entendemos el sacramento –de acuerdo con su significado originario– como realización del eterno plan divino referente a la salvación de la humanidad.
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6. Al considerar el pasaje de la Carta a los Efesios que hemos analizado, y en particular las palabras: “Gran misterio éste, pero entendido de Cristo y de la Iglesia”, hay que constatar que el autor de la Carta escribe no sólo del gran misterio escondido en Dios, sino también –y sobre todo– del misterio que se realiza por el hecho de que Cristo, que con acto de amor redentor amó a la Iglesia y se entregó por ella, con el mismo acto se ha unido a la Iglesia de modo nupcial, como se unen recíprocamente marido y mujer en el matrimonio instituido por el Creador. Parece que las palabras de la Carta a los Efesios motivan suficientemente lo que leemos al comienzo mismo de la Constitución “Lumen gentium”: “...La Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen gentium, 1).
Este texto del Vaticano II no dice: “La Iglesia es sacramento”, sino “es como un sacramento”, indicando así que de la sacramentalidad de la Iglesia hay que hablar de modo analógico y no idéntico respecto a lo que entendemos cuando nos referimos a los siete sacramentos que administra la Iglesia por institución de Cristo. Si existen las bases para hablar de la Iglesia como de un sacramento, la mayor parte de estas bases están indicadas precisamente en la Carta a los Efesios.
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7. Se puede decir que esta sacramentalidad de la Iglesia está constituida por todos los sacramentos, mediante los cuales ella realiza su misión santificadora. Además se puede decir que la sacramentalidad de la Iglesia es fuente de los sacramentos, y en particular del Bautismo y de la Eucaristía, como se deduce del pasaje, ya analizado, de la Carta a los Efesios (cf. Ef 5, 25-33). Finalmente hay que decir que la sacramentalidad de la Iglesia permanece en una relación particular con el matrimonio: el sacramento más antiguo.
[DP (1982), 241]
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1. L’Autore della lettera agli Efesini scrive: “Nessuno mai... ha preso in odio la propria carne; al contrario la nutre e la cura, come fa Cristo con la Chiesa poichè siamo membra del suo corpo” (1). Dopo questo versetto, l’Autore ritiene opportuno citare quello che nell’intera Bibbia può essere considerato il testo fondamentale sul matrimonio, testo contenuto in Genesi, capitolo 2, 24: “Per questo l’uomo lascerà suo padre e sua madre e si unirà alla sua donna e i due formeranno una carne sola” (2). È possibile dedurre dall’immediato contesto della Lettera agli Efesini che la citazione del Libro della Genesi (3) è qui necessaria non tanto per ricordare l’unità dei coniugi, definita fin “da principio” nell’opera della creazione, quanto per presentare il mistero di Cristo con la Chiesa, da cui l’Autore deduce la verità sull’unità dei coniugi. Questo è il punto più importante di tutto il testo, in certo senso, la sua chiave di volta. L’Autore della Lettera agli Efesini racchiude in queste parole tutto ciò che ha detto in precedenza, tracciando l’analogia e presentando la somiglianza tra l’unità dei coniugi e l’unità di Cristo con la Chiesa. Riportando le parole del Libro della Genesi (4), l’Autore rileva che le basi di tale analogia vanno cercate nella linea che, nel piano salvifico di Dio, unisce il matrimonio, come la più antica rivelazione (e “manifestazione”) di quel piano nel mondo creato, con la rivelazione e “manifestazione” definitiva, la rivelazione cioè che “Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei” (5), conferendo al suo amore redentore indole e senso sponsale.
1. Eph. 5, 29-30.
2. Ibid. 5, 31; Gen. 2, 24.
3. Gen. 2, 24.
4. Ibid.
5. Eph. 5, 25.
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2. Così dunque questa analogia che permea il testo della Lettera agli Efesini (6) ha la base ultima nel piano salvifico di Dio. Questo diverrà ancor più chiaro ed evidente quando collocheremo il brano del testo da noi analizzato nel complessivo contesto della Lettera agli Efesini. Allora si comprenderà più facilmente la ragione per cui l’Autore, dopo aver citato le parole del Libro della Genesi (7), scrive: “Questo mistero è grande; lo dico in riferimento a Cristo e alla Chiesa” (8).
Nel contesto globale della Lettera agli Efesini e inoltre nel contesto più ampio delle parole della Sacra Scrittura che rivelano il piano salvifico di Dio “da principio”, bisogna ammettere che il termine “mysterion” significa qui il mistero, prima nascosto nel pensiero divino, e in seguito rivelato nella storia dell’uomo. Si tratta infatti di un mistero “grande”, data la sua importanza: quel mistero, come piano salvifico di Dio nei riguardi dell’umanità, è, in certo senso, il tema centrale di tutta la rivelazione, la sua realtà centrale. È ciò che Dio, come Creatore e Padre, desidera soprattutto trasmettere agli uomini nella sua Parola.
6. Ibid. 5, 22-23.
7. Gen. 2, 24.
8. Eph. 5, 32.
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3. Si trattava di trasmettere non solo la “buona novella” sulla salvezza, ma di iniziare al tempo stesso l’opera della salvezza, come fruto della grazia che santifica l’uomo per la vita eterna nell’unione con Dio. Appunto sulla via di questa rivelazione-attuazione, San Paolo pone in rilievo la continuità tra la più antica Alleanza, che Dio stabilì costituendo il matrimonio già nell’opera della creazione, e l’Alleanza definitiva in cui Cristo, dopo aver amato la Chiesa e aver dato se stesso per lei, si unisce con essa in modo sponsale, corrispondente cioè all’immagine dei coniugi. Questa continuità dell’iniziativa salvifica di Dio costituisce la base essenziale della grande analogia contenuta nella Lettera agli Efesini. La continuità della iniziativa salvifica di Dio significa la continuità e perfino l’identità del mistero, del “grande mistero”, nelle diverse fasi della sua rivelazione –quindi in certo senso, della sua “manifestazione”– ed insieme dell’attuazione; nella fase “più antica” dal punto di vista della storia dell’uomo e della salvezza e nella fase “della pienezza del tempo” (9).
9. Gal. 4, 4.
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4. È possibile intendere quel “grande mistero” come “sacramento”? L’Autore della Lettera agli Efesini parla forse, nel testo da noi citato, del sacramento del matrimonio? Se non ne parla direttamente e in senso stretto –qui occorre esser d’accordo con labbastanza diffusa dei biblisti e teologi– tuttavia sembra che in questo testo parli delle basi della sacramentalità di tutta la vita cristiana, e in particolare, delle basi della sacramentalità del matrimonio. Parla dunque della sacramentalità di tutta l’esistenza cristiana nella Chiesa e in specie del matrimonio in modo indiretto, tuttavia nel modo più fondamentale possibile.
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5. “Sacramento” non è sinonimo di “mistero” (10). Il mistero infatti rimane “occulto” –nascosto in Dio stesso– cosicchè anche dopo la sua proclamazione (ossia rivelazione) non cessa di chiamarsi “mistero”, e viene anche predicato come mistero. Il sacramento presuppone la rivelazione del mistero e presuppone anche la sua accettazione mediante la fede, da parte dell’uomo. Tuttavia esso è ad un tempo qualcosa di più che la proclamazione del mistero e l’accettazione di esso mediante la fede. Il sacramento consiste nel “manifestare” quel mistero in un segno che serve non solo a proclamare il mistero, ma anche ad attuarlo nell’uomo. Il sacramento è segno visibile ed efficace della grazia. Per suo mezzo si attua nell’uomo quel mistero nascosto dalla eternità in Dio, di cui parla, subito all’inizio, la Lettera agli Efesini (11) –mistero della chiamata alla santità, da parte di Dio, dell’uomo in Cristo, e mistero della sua predestinazione a divenire figlio adottivo. Esso si attua in modo misterioso, sotto il velo di un segno; nondimeno quel segno è pur sempre un “rendere visibile” quel mistero soprannaturale che agisce nell’uomo sotto il suo velo.
10. Il “sacramento”, concetto centrale per le nostre considerazioni, ha fatto nel corso dei secoli una lunga strada. La storia semantica del termine “sacramento” occorre iniziarla dal termine greco “mystèrion”, che, per dir il vero, nel Libro di Giuditta significa ancora i piani militari del re (“consiglio segreto”, cfr. Iudit. 2, 2), ma già nel Libro della Sapienza (Sap. 2, 22) e nella profezia di Daniele (Dan. 2, 27) significa i piani creativi di Dio e il fine che Egli assegna al mondo e che sono rivelati soltanto ai confessori fedeli.
In tale senso “mystèrion” appare solo una volta nel Vangeli: “A voi è stato confidato il mistero del regno di Dio” (Marc. 4, 11 e par.). Nelle grandi Lettere di San Paolo quel termine ritorna sette volte, con punto culminante nella Lettera ai Romani: “...secondo il Vangelo che io vi annunzio e il messaggio di Gesù Cristo, secondo la rivelazione del mistero taciuto per secoli eterni, ma rivelato ora...” (Rom. 16, 25-26).
Nelle Lettere posteriori avviene l’identificazione del “mystèrion” con il Vangelo (cfr. Eph. 6, 19) e perfino con lo stesso Gesù Cristo (cfr. Col. 2, 2; 4, 3; Eph. 3, 4), il che costituisce una svolta nell’intendere il termine; “mystèrion” non è più soltanto il piano eterno di Dio, ma la realizzazione sulla terra di quel piano, rivelato in Gesù Cristo.
Perciò nel periodo patristico si cominciano a denominare “mystèrion” anche gli eventi storici attraverso cui si manifesta la volontà divina di salvare l’uomo. Già nel II secolo, negli scritti di Sant’Ignazio di Antiochia, di San Giustino e Melitone, i misteri della vita di Gesù, le profezie e le figure simboliche dell’Antico Testamento sono definiti con il termine “mystèrion”.
Nel III secolo cominciano ad apparire le più antiche versioni in latino della Sacra Scrittura, nelle quali il termine greco è tradotto sia col termine “mystèrion”, sia col termine “sacramentum” (ad es. Sap. 2, 22; Eph. 5, 32), forse per esplicito distacco dai riti misterici pagani e dalla neoplatonica mistagogia gnostica.
Tuttavia, originariamente il “sacramentum” significava il giuramento militare, prestato dai legionari romani. Dato che in esso si poteva distinguere l’aspetto di “iniziazione ad una nuova forma di vita”, “l’impegno senza riserva”, “il servizio fedele fino al rischio di morte”, Tertulliano rileva queste dimensioni nel sacramento cristiano del Battesimo, della Cresima e dell’Eucaristia. Nel IIIsecolo viene quindi applicato il termine “sacramentum” sia al mistero del piano salvifico di Dio in Cristo (cfr. ex. gr., Eph. 5, 32), sia alla sua concreta realizzazione per mezzo delle sette fonti della grazia, chiamate oggi “sacramenti della Chiesa”.
Sant’Agostino, servendosi di vari significati di quel termine, chiamò sacramenti i riti religiosi sia dell’Antica che della Nuova Alleanza, i simboli e le figure bibliche come pure la religione cristiana rivelata. Tutti questi “sacramenti”, secondo Sant, appartengono al grande sacramento: il mistero di Cristo e della Chiesa. Sant’Agostino influì sull’ulteriore precisazione del termine “sacramento”, sottolineando che i sacramenti sono segni sacri; che hanno in sè somiglianza con ciò che significano e che conferiscono ciò che significano. Contribuì quindi con le sue analisi ad elaborare una concisa definizione scolastica del sacramento: “signum efficax gratiae”.
Sant’Isidoro di Siviglia (VII secolo) sottolineò in seguito un altro aspetto: la misteriosa natura del sacramento che, sotto i veli delle specia materiali, nasconde l’azione dello Spirito Santo nell’anima dell’uomo.
Le somme teologiche del XII e XIII secolo formulano già le definizioni sistematiche dei sacramenti, ma un significato particolare ha la definizione di San Tommaso: “Non omne signum rei sacrae est sacramentum, sed solum ea quae significant perfectionem sanctitatis humanae” (III, qu. 60 a. 2).
Come “sacramento” fu da allora in poi intesa esclusivamente una delle sette fonti della grazia e gli studi dei teologi si appuntarono sull’approfondimento dell’essenza e dell’azione dei sette sacramenti, elaborando, in via sistematica, le linee principali, contenute nella tradizione scolastica.
Solo nell’ultimo secolo è stata prestata attenzione agli aspetti del sacramento disattesi nel corso dei secoli, ad esempio alla sua dimensione ecclesiale e all’incontro personale con Cristo, che hanno trovato espressione nella Costituzione sulla Liturgia (n. 59). Tuttavia il Vaticano II torna soprattutto al significato originario del “sacramentum-mysterium”, denominando la Chiesa “sacramento universale della salvezza” (Lumen gentium, 48), sacramento, ossia “segno e strumento dell’intima unione con Dio e dell’unità di tutto il genere umano” (Lumen gentium, 1).
Il sacramento è qui inteso –conformemente al suo significato originario– come realizzazione dell’eterno piano divino relativo alla salvezza dell’umanità.
11. Cfr. Eph. 1, 9.
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6. Prendendo in considerazione il passo della lettera agli Efesini qui analizzato, e in particolare le parole: “Questo mistero è grande; lo dico in riferimento a Cristo e alla Chiesa”, bisogna costatare che l’Autore della lettera scrive non soltanto del grande mistero nascosto in Dio, ma anche –e soprattutto– del mistero che si realizza per il fatto che Cristo, il quale con atto di amore redentore ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei, col medesimo atto si è unito con la Chiesa in modo sponsale, così come si uniscono reciprocamente marito e moglie nel matrimonio istituito dal Creatore. Sembra che le parole della lettera agli Efesini motivino sufficientemente ciò che leggiamo all’inizio stesso della Costituzione “Lumen Gentium”: “...la Chiesa è in Cristo come un sacramento o segno e strumento dell’intima unione con Dio e dell’unità di tutto il genere umano” (12). Questo testo del Vaticano II non dice: “La Chiesa è sacramento”, ma “è come sacramento”, indicando con questo che della sacramentalità della Chiesa bisogna parlare in modo analogico e non identico rispetto a ciò che intendiamo quando ci riferiamo ai sette sacramenti amministrati dalla Chiesa per istituzione di Cristo. Se esistono le basi per parlare della Chiesa come di un sacramento, tali basi sono state per la maggior parte indicate appunto nella Lettera agli Efesini.
12. Lumen gentium, 1.
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7. Si può dire che tale sacramentalità della Chiesa è constituita da tutti i sacramenti per mezzo dei quali essa compie la sua missione santificatrice. Si può inoltre dire che la sacramentalità della Chiesa è fonte dei sacramenti, e in particolare del Battesimo e dell’Eucaristia, come risulta dal brano, già analizzato, della Lettera agli Efesini (13). Bisogna infine dire che la sacramentalità della Chiesa rimane in un particolare rapporto con il matrimonio: il sacramento più antico.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 389-394]
13. Cfr. Eph. 5, 25-33.