[1072] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL “PRINCIPIO” SACRAMENTAL DEL HOMBRE Y DEL MATRIMONIO EN EL ESTADO DE JUSTICIA ORIGINARIA
Alocución Proseguiamo l’analisi, en la Audiencia General, 6 octubre 1982
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1. Continuamos el análisis del texto clásico del capítulo 5 de la Carta a los Efesios, versículos 22-33. A este propósito conviene citar algunas frases de uno de los análisis precedentes dedicados a este tema: “El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios, con la que trasciende y domina también su ‘visibilidad’ en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la conciencia primordial del significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio de la inocencia originaria” (L’Osservatore Romano, Edición de Lengua Española, 24 de febrero, 1980, pág. 3). Estas frases resumen en pocas palabras el resultado de los análisis centrados en los primeros capítulos del Libro del Génesis, en relación a las palabras mediante las que Cristo, en su conversación con los fariseos sobre el tema del matrimonio y de su indisolubilidad, hizo referencia al “principio”. Otras frases del mismo análisis plantean el problema del sacramento primordial: “Así, en esta dimensión, se constituye un sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Y éste es el misterio de la verdad y del amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente... Es la inocencia originaria la que inicia esta participación...” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 24 de febrero, 1980, pág. 3).
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2. Hay que ver de nuevo el contenido de estas afirmaciones a la luz de la doctrina paulina expresada en la Carta a los Efesios, teniendo presente, sobre todo, el pasaje del capítulo 5, 22-33, situado en el contexto total de toda la Carta. Por lo demás, la Carta nos autoriza a hacer esto, ya que el autor mismo, en el capítulo 5, versículo 31, hace referencia al “principio”, y precisamente a las palabras de la institución del matrimonio en el Libro del Génesis (Gén 2, 24). ¿En qué sentido podemos entrever en estas palabras un enunciado acerca del sacramento, acerca del sacramento primordial? Los análisis precedentes del “principio” bíblico nos han llevado gradualmente a esto, teniendo en cuenta el estado de la originaria gratuidad del hombre en la existencia y en la gracia, que fue el estado de inocencia y de justicia originarias. La Carta a los Efesios nos impulsa a acercarnos a esta situación –o sea, al estado del hombre antes del pecado original– desde el punto de vista del misterio escondido desde la eternidad en Dios. Efectivamente, leemos en las primeras frases de la Carta que “Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo... nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos, en Cristo, por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad...” (Ef 1, 3-4).
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3. La Carta a los Efesios abre ante nosotros el mundo sobrenatural del misterio eterno, de los designios eternos de Dios Padre respecto al hombre. Estos designios preceden a la “creación del mundo”, por lo tanto, también a la creación del hombre. Al mismo tiempo esos designios divinos comienzan a realizarse ya en toda la realidad de la creación. Si al misterio de la creación pertenece también el estado de la inocencia originaria del hombre creado, como varón y mujer, a imagen de Dios, esto significa que el don primordial otorgado al hombre por parte de Dios, incluía en sí ya el fruto de la elección, del que leemos en la Carta a los Efesios: “Nos eligió... para que fuésemos santos e inmaculados ante Él” (Ef 1, 4). Precisamente esto parecen poner de relieve las palabras del Libro del Génesis cuando el Creador-Elohim encuentra en el hombre –varón y mujer–, al aparecer “ante Él”, un bien digno de complacencia: “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho” (Gén 1, 31). Sólo después del pecado, después de la ruptura de la alianza originaria con el Creador, el hombre siente necesidad de esconderse “del Señor Dios”: “Te he oído en el jardín, y temeroso porque estaba desnudo, me escondí” (Gén 3, 10).
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4. En cambio, antes del pecado, el hombre llevaba en su alma el fruto de la elección eterna en Cristo, Hijo eterno del Padre. Mediante la gracia de esta elección, el hombre, varón y mujer, era “santo e inmaculado” ante Dios. Esa primordial (u originaria) santidad y pureza se expresaban también en el hecho de que, aunque los dos estuviesen “desnudos... no se avergonzaban de ello” (Gén 2, 25), como ya hemos tratado de poner de relieve en los análisis precedentes. Confrontando el testimonio del “principio”, referido en los primeros capítulos del Libro del Génesis, con el testimonio de la Carta a los Efesios, hay que deducir que la realidad de la creación del hombre estaba ya impregnada por la perenne elección del hombre en Cristo: llamada a la santidad a través de la gracia de adopción como hijos (“nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado”: Ef 1, 5-6).
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5. El hombre, varón y mujer, desde el “principio” es hecho partícipe de este don sobrenatural. Esta gratificación ha sido dada en consideración a Aquel que, desde la eternidad, era “amado” como Hijo, aunque –según las dimensiones del tiempo y de la historia– la gratificación haya precedido a la encarnación de este “Hijo amado” y también a la “redención” que tenemos en Él “por su sangre” (Ef 1, 7). La redención debía convenirse en la fuente de la gratificación sobrenatural del hombre después del pecado y, en cierto sentido, a pesar del pecado. Esta gratificación sobrenatural, que tuvo lugar antes del pecado original, esto es, la gracia de la justicia y de la inocencia originarias –gratificación que fue fruto de la elección del hombre en Cristo antes de los siglos– se realizó precisamente por relación a Él, a ese único Amado, incluso anticipando cronológicamente su venida en el cuerpo. En las dimensiones del misterio de la creación, la elección a la dignidad de la filiación adoptiva fue propia sólo del “primer Adán”, es decir, del hombre creado a imagen y semejanza de Dios, como varón y mujer.
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6. ¿De qué modo se verifica en este contexto la realidad del sacramento, del sacramento primordial? En el análisis del “principio”, del que hemos citado hace poco un pasaje, dijimos que “el sacramento como signo visible, se constituye con el hombre, en cuanto ‘cuerpo’, mediante su ‘visible’ masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 24 de febrero, 1980, pág. 3).
Este signo tiene además una eficacia propia, como decía también: “La inocencia originaria, unida a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo”, hace realmente que “el hombre se sienta, en su cuerpo de varón o de mujer, sujeto de santidad” (ibid. pág. 3). “Se siente” y lo es desde el “principio”. La santidad conferida al hombre originariamente por parte del Creador pertenece a la realidad del “sacramento de la creación”. Las palabras del Génesis 2, 24, “el hombre... se unirá a su mujer y serán dos en una sola carne”, pronunciadas teniendo como fondo esta realidad originaria en sentido teológico, constituyen el matrimonio como parte integrante y, en cierto sentido, central del “sacramento de la creación”. Constituyen –o quizá mejor, confirman sencillamente– el carácter de su origen. Según estas palabras, el matrimonio es sacramento en cuanto parte integral, y diría, punto central del “sacramento de la creación”. En este sentido es sacramento primordial.
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7. La institución del matrimonio, según las palabras del Génesis 2, 24, expresa no sólo el comienzo de la fundamental comunidad humana que, mediante la fuerza “procreadora” que le es propia (“procread y multiplicaos”: Gén 1, 28) sirve para continuar la obra de la creación, pero, al mismo tiempo, expresa la iniciativa salvífica del Creador, que corresponde a la elección eterna del hombre, de la que habla la Carta a los Efesios. Esa iniciativa salvífica proviene de Dios-Creador y su eficacia sobrenatural se identifica con el acto mismo de la creación del hombre en el estado de la inocencia originaria. En este estado, ya desde el acto de la creación del hombre, fructificó su eterna elección en Cristo. De este modo hay que reconocer que el sacramento originario de la creación toma su eficacia del “Hijo amado” (cf. Ef 1, 6, donde se habla de la “gracia que nos otorgó en su Hijo amado”). Si luego se trata del matrimonio, se puede deducir que –instituido en el contexto del sacramento de la creación en su globalidad, o sea, en el estado de la inocencia originaria– debía servir no sólo para prolongar la obra de la creación, o sea, de la procreación, sino también para extender sobre las posteriores generaciones de los hombres el mismo sacramento de la creación, es decir, los frutos sobrenaturales de la elección eterna del hombre por parte del Padre en el Hijo eterno: esos frutos con los que el hombre ha sido gratificado por Dios en el acto mismo de la creación.
La Carta a los Efesios parece autorizarnos a entender de este modo el Libro del Génesis y la verdad sobre el “principio” del hombre y del matrimonio que allí se contiene.
[DP (1982), 314]
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1. Proseguiamo l’analisi del classico testo del capitolo quinto della Lettera agli Efesini, versetti 22-33. A questo proposito occorre citare alcune frasi contenute in una delle precedenti analisi dedicate a questo tema: “L’uomo appare nel mondo visibile come la più alta espressione del dono divino, perchè porta in sè l’interiore dimensione del dono. E con essa porta nel mondo la sua particolare somiglianza con Dio, con la quale egli trascende e domina anche la sua ‘visibilità’ nel mondo, la sua corporeità, la sua mascolinità o femminilità, la sua nudità. Un riflesso di questa somiglianza è anche la consapevolezza primordiale del significato sponsale del corpo, pervasa dal mistero dell’innocenza originaria” (1). Queste frasi riassumono in poche parole il risultato delle analisi centrate sui primi capitoli del Libro della Genesi, in rapporto alle parole con cui Cristo, nel suo colloquio con i Farisei sul tema del matrimonio e della sua indissolubilità, fece riferimento al “principio”. Altre frasi della medesima analisi pongono il problema del sacramento primordiale: “Così, in questa dimensione, si costituisce un primordiale sacramento, inteso quale segno che trasmette efficacemente nel mondo visibile il mistero invisibile nascosto in Dio dall’eternità. E questo è il mistero della Verità e dell’Amore, il mistero della vita divina, alla quale l’uomo partecipa realmente... È l’innocenza originaria che inizia questa partecipazione...” (2).
1. L’amore umano nel piano divino, Città del Vaticano 1980, p. 90.
2. L’amore umano nel piano divino, Città del Vaticano 1980, p. 90.
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2. Bisogna rivedere il contenuto di queste affermazioni alla luce della dottrina paolina espressa nella Lettera agli Efesini, avendo presente soprattutto il passo del capitolo 5, 22-33, collocato nel contesto complessivo di tutta la Lettera. Del resto, la Lettera ci autorizza a far questo, perchè l’Autore stesso nel capitolo quinto, versetto 31, fa riferimento al “principio”, e precisamente alle parole dell’istituzione del matrimonio nel Libro della Genesi (3). In che senso possiamo intravvedere in queste parole un enunciato circa il sacramento, circa il sacramento primordiale? Le precedenti analisi del “principio” biblico ci hanno condotto gradualmente a questo, in considerazione dello stato dell’originaria gratificazione dell’uomo nell’esistenza e nella grazia, che fu lo stato di innocenza e di giustizia originarie. La Lettera agli Efesini ci induce ad accostarci a tale situazione –ossia allo stato dell’uomo prima del peccato originale– dal punto di vista del mistero nascosto dall’eternità in Dio. Infatti leggiamo nelle prime frasi della Lettera che “Dio,Padre del Signore nostro Gesù Cristo... ci ha benedetti con ogni benedizione spirituale nei cieli, in Cristo. In lui ci ha scelti prima della creazione del mondo, per essere santi e immacolati al suo cospetto nella carità...” (4).
3. Gen. 2, 24.
4. Eph. 1, 3-4.
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3. La Lettera agli Efesini apre davanti a noi il mondo soprannaturale dell’eterno mistero, degli eterni disegni di Dio Padre nei riguardi dell’uomo. Questi disegni precedono la “creazione del mondo”, quindi anche la creazione dell’uomo. Al tempo stesso quei disegni divini cominciano a realizzarsi già in tutta la realtà della creazione. Se al mistero della creazione appartiene anche lo stato dell’innocenza originaria dell’uomo creato, come maschio e femmina, ad immagine di Dio, ciò significa che il dono primordiale, conferito all’uomo da parte di Dio, racchiudeva già in sè il frutto dell’elezione, di cui leggiamo nella Lettera agli Efesini: “Ci ha scelti... per essere santi e immacolati al suo cospetto” (5). Ciò appunto sembrano rilevare le parole del Libro della Genesi, quando il Creatore-Elohim trova nell’uomo –maschio e femmina– comparso “al suo cospetto”, un bene degno di compiacimento: “Dio vide quanto aveva fatto, ed ecco, era cosa molto buona” (6). Solo dopo il peccato, dopo la rottura dell’originaria alleanza con il Creatore, l’uomo sente il bisogno di nascondersi “dal Signore Dio”: “Ho udito il tuo passo nel giardino: ho avuto paura, poichè sono nudo, e mi sono nascosto” (7).
5. Ibid. 1, 4.
6. Gen. 1, 31.
7. Gen. 3, 10.
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4. Invece, prima del peccato, l’uomo portava nella sua anima il frutto dell’eterna elezione in Cristo, Figlio eterno del Padre. Mediante la grazia di questa elezione l’uomo, maschio e femmina, era “santo e immacolato” al cospetto di Dio. Quella primordiale (o originaria) santità e purezza si esprimeva anche nel fatto che, sebbene entrambi fossero “nudi..., non provavano vergogna” (8), come già abbiamo cercato di mettere in evidenza nelle precedenti analisi. Confrontando la testimonianza del “principio”, riportata nei primi capitoli del Libro della Genesi, con la testimonianza della Lettera agli Efesini, occorre dedurre che la realtà della creazione dell’uomo era già permeata dalla perenne elezione dell’uomo in Cristo: chiamata alla santità attraverso la grazia di adozione a figli (“predestinandoci a essere suoi figli adottivi per opera di Gesù Cristo, secondo il beneplacito della sua volontà. E questo a lode e gloria della sua grazia, che ci ha dato nel suo Figlio diletto” (9)).
8. Ibid. 2, 25.
9. Eph. 1, 5-6.
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5. L’uomo, maschio e femmina, divenne fin dal “principio” partecipe di questo dono soprannaturale. Tale gratificazione è stata data in considerazione di Colui, che dall’eternità era “diletto” quale Figlio, sebbene –secondo le dimensioni del tempo e della storia– essa abbia preceduto l’incarnazione di questo “Figlio diletto” e anche la “redenzione” che abbiamo in Lui “mediante il suo sangue” (10).
La redenzione doveva diventare la fonte della gratificazione soprannaturale dell’uomo dopo il peccato e, in certo senso, malgrado il peccato. Questa gratificazione soprannaturale, che ebbe luogo prima del peccato originale, cioè la grazia della giustizia e dell’innocenza originarie –gratificazione che fu frutto dell’elezione dell’uomo in Cristo prima dei secoli– si è compiuta appunto per riguardo a Lui, a quell’unico Diletto, pur anticipando cronologicamente la sua venuta nel corpo. Nelle dimensioni del mistero della creazione, la elezione alla dignità della figliolanza adottiva fu propria soltanto del “primo Adamo”, cioè dell’uomo creato ad immagine e somiglianza di Dio, quale maschio e femmina.
10. Eph. 1, 7.
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6. In quale modo si verifica in questo contesto la realtà del sacramento, del sacramento primordiale? Nell’analisi del “principio”, di cui è stato citato poco fa un brano, abbiamo detto che “il sacramento, come segno visibile, si costituisce con l’uomo, in quanto ‘corpo’, mediante la sua ‘visibile’ mascolinità e femminilità. Il corpo, infatti, e soltanto esso, è capace di rendere visibile ciò che è invisibile: lo spiritituale e il divino. Esso è stato creato per trasferire nella realtà visibile del mondo il mistero nascosto dall’eternità in Dio, e così esserne segno” (11).
Questo segno ha inoltre una sua efficacia, come ancora dicevo: “L’innocenza originaria collegata all’esperienza del significato sponsale del corpo” fa sì che “l’uomo si sente, nel suo corpo di maschio e di femmina, soggetto di santità” (12). “Si sente” e lo è fin dal “principio”. Quella santità conferita originariamente all’uomo da parte del Creatore appartiene alla realtà del “sacramento della creazione”. Le parole della Genesi 2, 24, “l’uomo... si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne”, pronunciate sullo sfondo di questa realtà originaria in senso teologico, costituiscono il matrimonio quale parte integrante e, in certo senso, centrale del “sacramento della creazione”. Esse costituiscono –o forse piuttosto confermano semplicemente– il carattere della sua origine. Secondo queste parole, il matrimonio è sacramento in quanto parte integrale e, direi, punto centrale del “sacramento della creazione”. In questo senso è sacramento primordiale.
11. L’amore umano nel piano divino, Città del Vaticano 1980, p. 90.
12. Ibid., p. 91.
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7. L’istituzione del matrimonio, secondo le parole della Genesi 2, 24, esprime non soltanto l’inizio della fondamentale comunità umana che, mediante la forza “procreatrice” che le è propria (“siate fecondi e moltiplicatevi” (13)), serve a continuare l’opera della creazione, ma essa nello stesso tempo esprime l’iniziativa salvifica del Creatore, corrispondente alla eterna elezione dell’uomo, di cui parla la Lettera agli Efesini. Quella iniziativa salvifica proviene da Dio-Creatore e la sua efficacia soprannaturale s’identifica con l’atto stesso della creazione dell’uomo nello stato dell’innocenza originaria. In questo stato, già fin nell’atto della creazione dell’uomo, fruttificò la sua eterna elezione in Cristo. In tal modo occorre riconoscere che l’originario sacramento della creazione trae la sua efficacia dal “Figlio diletto” 14. Se poi si tratta del matrimonio, si può dedurre che –istituito nel contesto del sacramento della creazione nella sua globalità, ossia nello stato dell’innocenza originaria– esso doveva servire non soltanto a prolungare l’opera della creazione, ossia della procreazione, ma anche ad espandere sulle ulteriori generazioni degli uomini lo stesso sacramento della creazione, cioè i frutti soprannaturali dell’eterna elezione dell’uomo da parte del Padre nell’eterno Figlio; quei frutti, di cui l’uomo è stato gratificato da Dio nell’atto stesso della creazione.
La Lettera agli Efesini sembra autorizzarci ad intendere in tal modo il Libro della Genesi e la verità sul “principio” dell’uomo e del matrimonio ivi contenuta.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 697-701]
13. Gen. 1, 28.
14. Cfr. Eph. 1, 6: dove si parla della “grazia che ci ha dato nel suo Figlio diletto”.