[1074] • JUAN PABLO II (1978-2005) • SACRAMENTALIDAD DEL MATRIMONIO INSTITUIDO EN EL CONTEXTO DEL SACRAMENTO DE LA CREACIÓN
Alocución Nella nostra precedente, en la Audiencia General, 13 octubre 1982
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1. En nuestra precedente reflexión tratamos de profundizar –a la luz de la Carta a los Efesios– sobre el “principio” sacramental del hombre y del matrimonio en el estado de la justicia (o inocencia) originaria.
Sin embargo, es sabido que la heredad de la gracia fue rechazada por el corazón humano en el momento de la ruptura de la primera alianza con el Creador. La perspectiva de la procreación, en lugar de estar iluminada por la heredad de la gracia originaria, donada por Dios nada más infundir el alma racional, fue ofuscada por la heredad del pecado original. Se puede decir que el matrimonio, como sacramento primordial, fue privado de esa eficacia sobrenatural que, en el momento de su institución, sacaba del sacramento de la creación en su globalidad. Con todo, incluso en este estado, esto es, en el estado pecaminoso hereditario del hombre, el matrimonio jamás dejó de ser la figura de aquel sacramento, del que habla la Carta a los Efesios (Ef 5, 22-33) y al que el autor de la misma Carta no vacila en definir “gran misterio”. ¿Acaso no podemos deducir que el matrimonio quedó como plataforma de la realización de los eternos designios de Dios, según los cuales el sacramento de la creación había acercado a los hombres y los había preparado al sacramento de la redención, introduciéndoles en la dimensión de la obra de la salvación? El análisis de la Carta a los Efesios, y en particular del texto “clásico” del capítulo 5, versículos 22 33, parece inclinarse a esta conclusión.
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2. Cuando el autor, en el versículo 31, hace referencia a las palabras de la institución del matrimonio, contenidas en el Génesis (2, 24: “Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”), e inmediatamente después declara: “Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32), parece indicar no sólo la identidad del misterio escondido desde los siglos en Dios, sino también la continuidad de su realización, que existe entre el sacramento primordial vinculado con la gratificación sobrenatural del hombre en la creación misma y la nueva gratificación, que tuvo lugar cuando “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla...” (Ef 5, 25-26), gratificación que puede ser definida en su conjunto como sacramento de la redención. En este don redentor de sí mismo “por” la Iglesia, se encierra también –según el pensamiento paulino– el don de sí por parte de Cristo a la Iglesia, a imagen de la relación nupcial que une al marido y a la mujer en el matrimonio. De este modo el sacramento de la redención reviste, en cierto sentido, la figura y la forma del sacramento primordial. Al matrimonio del primer marido y de la primera mujer, como signo de la gratificación sobrenatural del hombre en el sacramento de la creación, corresponde el desposorio, o mejor, la analogía del desposorio de Cristo con la Iglesia, como fundamental signo “grande” de la gratificación sobrenatural del hombre en el sacramento de la redención, de la gratificación en la que se renueva, de modo definitivo, la alianza de la gracia de elección, quebrantada en el “principio” con el pecado.
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3. La imagen contenida en el pasaje citado de la Carta a los Efesios parece hablar sobre todo del sacramento de la redención como de la realización definitiva del misterio escondido desde los siglos en Dios. En este mysterium magnum se realiza definitivamente todo aquello de lo que había tratado la misma Carta a los Efesios en el capítulo primero. Efectivamente, como recordamos, dice no sólo: “En Él (eso es, en Cristo) –Dios– nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él...” (Ef 1, 4), sino también: “En Él –Cristo– tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados, según las riquezas de su gracia, que superabundantemente derramó sobre nosotros...” (Ef 1, 7-8). La nueva gratificación sobrenatural del hombre en el “sacramento de la redención” es también una nueva realización del misterio escondido desde los siglos en Dios, nueva en relación al sacramento de la creación. En este momento la gratificación es, en cierto sentido, una “nueva creación”. Pero se diferencia del sacramento de la creación en cuanto que la gratificación originaria, unida a la creación del hombre, constituía a ese hombre “desde el principio”, mediante la gracia, en el estado de la originaria inocencia y justicia. En cambio, la nueva gratificación del hombre en el sacramento de la redención le da, sobre todo, la “remisión de los pecados”. Sin embargo, también aquí puede “sobreabundar la gracia”, como dice en otra parte San Pablo: abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom 5, 20).
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4. El sacramento de la redención –fruto del amor redentor de Cristo– se convierte, basándose en su amor nupcial a la Iglesia, en una dimensión permanente de la vida de la Iglesia misma, dimensión fundamental y vivificante. Es el mysterium magnum de Cristo y de la Iglesia: misterio eterno realizado por Cristo, que “se entregó por ella” (Ef 5, 25); misterio que se realiza continuamente en la Iglesia, porque Cristo “amó a la Iglesia” (Ef 5, 25), uniéndose a ella con amor indisoluble, tal como se unen los esposos, marido y mujer, en el matrimonio. De este modo la Iglesia vive del sacramento de la redención y a su vez, completa este sacramento como la mujer, en virtud del amor nupcial, completa al propio marido, lo que ya se puso de relieve, en cierto modo, “al principio”, cuando el hombre halló en la primera mujer “una ayuda semejante a él” (Gén 2, 20). Aunque la analogía de la Carta a los Efesios no lo precise, sin embargo, podemos añadir que también la Iglesia unida a Cristo, como la mujer con el propio marido, saca del sacramento de la redención toda su fecundidad y maternidad espiritual. Lo testimonian, de algún modo, las palabras de la Carta de San Pedro, cuando escribe que hemos sido “engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios” (1 Pe 1, 23). Así el misterio escondido desde los siglos en Dios –misterio que al “principio”, en el sacramento de la creación, se convirtió en una realidad visible a través de la unión del primer hombre y de la primera mujer en la perspectiva del matrimonio–, en el sacramento de la redención se convierte en una realidad visible en la unión indisoluble de Cristo con la Iglesia, que el autor de la Carta a los Efesios presenta como la unión nupcial de los esposos marido y mujer.
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5. El sacramentum magnum (el texto griego dice: tò myst~erion toûto méga estín) de la Carta a los Efesios, habla de la nueva rea lización del misterio escondido desde los siglos en Dios; realización definitiva desde el punto de vista de la historia terrena de la salvación. Habla además de “hacer –al misterio– visible”: de la visibilidad del Invisible. Esta visibilidad no hace ciertamente que el misterio deje de ser misterio. Esto se refería al matrimonio constituido al “principio”, en el estado de la inocencia originaria, dentro del contexto del sacramento de la creación. Esto se refiere también a la unión de Cristo con la Iglesia, como “misterio grande” del sacramento de la redención. La visibilidad del Invisible no significaba –si así se puede decir– una claridad total del misterio. Como objeto de la fe, permanece velado incluso a través de aquello en que precisamente se expresa y se realiza. La visibilidad del Invisible pertenece, pues, al orden de los signos, y el “signo” indica solamente la realidad del misterio, pero no la “desvela”. Así como el “primer Adán” –el hombre, varón y mujer– creado en el estado de la inocencia originaria y llamado en este estado a la unión conyugal (en este sentido hablamos del sacramento de la creación), fue signo del misterio eterno, así también el “segundo Adán”, Cristo, unido con la Iglesia, a través del sacramento de la redención con un vínculo indisoluble análogo a la alianza indisoluble de los esposos, es signo definitivo del mismo misterio eterno. Al hablar, pues, de la realización del misterio eterno, hablamos también del hecho de que se convierte en visible con la visibilidad del signo. Y por eso hablamos incluso de la sacramentalidad de toda la heredad del sacramento de la redención, con referencia a toda la obra de la creación y de la redención, y mucho más con referencia al matrimonio instituido en el contexto del sacramento de la creación, como también con referencia a la Iglesia, cual Esposa de Cristo, dotada de una alianza de tipo conyugal con Él.
[DP (1982), 322]
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1. Nella nostra precedente considerazione abbiamo cercato di approfondire –alla luce della Lettera agli Efesini– il “principio” sacramentale dell’uomo e del matrimonio nello stato della giustizia (o innocenza) originaria.
È noto, tuttavia, che l’eredità della grazia è stata respinta dal cuore umano al momento della rottura della prima alleanza con il Creatore. La prospettiva della procreazione, invece di essere illuminata dall’eredità della grazia originaria, donata da Dio non appena infusa l’anima razionale, è stata offuscata dalla eredità del peccato originale. Si può dire che il matrimonio, come sacramento primordiale, è stato privato di quella efficacia soprannaturale, che, al momento della istituzione, attingeva al sacramento della creazione nella sua globalità. Nondimeno, anche in questo stato, cioè nello stato della peccaminosità ereditaria dell’uomo, il matrimonio non cessò mai di essere la figura di quel sacramento, di cui leggiamo nella Lettera agli Efesini1 e che l’Autore della medesima Lettera non esita a definire “grande mistero”. Non possiamo forse desumere che il matrimonio sia rimasto quale piattaforma dell’attuazione degli eterni disegni di Dio, secondo i quali il sacramento della creazione aveva avvicinato gli uomini e li aveva preparati al sacramento della Redenzione, introducendoli nella dimensione dell’opera della salvezza? L’analisi della Lettera agli Efesini, e in particolare del “classico” testo del capo 5, versetti 22-33, sembra propendere per una tale conclusione.
1. Eph. 5, 22-33.
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2. Quando l’Autore, al versetto 31, fa riferimento alle parole dell’istituzione del matrimonio, contenute nella Genesi (2, 24: “Per questo l’uomo abbandonerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne”), e subito dopo dichiara: “Questo mistero è grande; lo dico in riferimento a Cristo e alla Chiesa” (2), sembra indicare non soltanto l’identità del Mistero nascosto in Dio dall’eternità, ma anche quella continuità della sua attuazione che esiste tra il sacramento primordiale connesso alla gratificazione soprannaturale dell’uomo nella creazione stessa e la nuova gratificazione –avvenuta quando “Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei, per renderla santa... (3)– gratificazione che può essere definita nel suo insieme quale Sacramento della Redenzione. In questo dono redentore di se stesso “per” la Chiesa, è anche racchiuso –secondo il pensiero paolino– il dono di sè da parte di Cristo alla Chiesa, ad immagine del rapporto sponsale che unisce marito e moglie nel matrimonio. In tal modo il Sacramento della Redenzione riveste, in certo senso, la figura e la forma del sacramento primordiale. Al matrimonio del primo marito e della prima moglie, quale segno della gratificazione soprannaturale dell’uomo nel sacramento della creazione, corrisponde lo sposalizio, o piuttosto l’analogia dello sposalizio, di Cristo con la Chiesa, quale fondamentale “grande” segno della gratificazione soprannaturale dell’uomo nel Sacramento della Redenzione, della gratificazione, in cui si rinnova, in modo definitivo, l’Alleanza della grazia di elezione, infranta al “principio” con il peccato.
2. Eph. 5, 32.
3. Ibid. 5, 25-26.
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3. L’immagine contenuta nel passo citato della Lettera agli Efesini sembra parlare soprattutto del Sacramento della Redenzione come della definitiva attuazione del Mistero nascosto dall’eternità in Dio. In questo mysterium magnum si realizza appunto definitivamente tutto ciò, di cui la medesima Lettera agli Efesini aveva trattato nel capitolo I. Essa infatti dice, come ricordiamo, non soltanto: “In lui (cioè in Cristo) [Dio] ci ha scelti prima della creazione del mondo, per essere santi e immacolati al suo cospetto...” (4), ma anche: “Nel quale [Cristo] abbiamo la redenzione mediante il suo sangue, la remissione dei peccati, secondo la ricchezza della sua grazia. Egli l’ha abbondantemente riversata su di noi...” (5). La nuova gratificazione soprannaturale dell’uomo nel “Sacramento della Redenzione” è anche una nuova attuazione del Mistero nascosto dall’eternità in Dio, nuova in rapporto al sacramento della creazione. In questo momento la gratificazione è, in certo senso, una “nuova creazione”. Si differenzia però dal sacramento della creazione in quanto la gratificazione originaria, unita alla creazione dell’uomo, costituiva quell’uomo “dal principio”, mediante la grazia, nello stato della originaria innocenza e giustizia. La nuova gratificazione dell’uomo nel Sacramento della Redenzione gli dona invece soprattutto la “remissione dei peccati”. Tuttavia, anche qui può “sovrabbondare la grazia”, come altrove si esprime San Paolo: “Laddove è abbondato il peccato, ha sovrabbondato la grazia” (6).
4. Eph. 1, 4.
5. Eph. 1, 7-8.
6. Rom. 5, 20.
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4. Il Sacramento della Redenzione –frutto dell’amore redentore di Cristo– diviene, in base al suo amore sponsale verso la Chiesa, una permanente dimensione della vita della Chiesa stessa, dimensione fondamentale e vivificante. È il mysterium magnum di Cristo e della Chiesa: mistero eterno realizzato da Cristo, il quale “ha dato se stesso per lei” (7); mistero che si attua continuamente nella Chiesa, perchè Cristo “ha amato la Chiesa” (8), unendosi con essa con amore indissolubile, così come si uniscono gli sposi, marito e moglie, nel matrimonio. In questo modo la Chiesa vive del Sacramento della Redenzione, e a sua volta completa questo sacramento come la moglie, in virtù dell’amore sponsale, completa il proprio marito, il che venne in certo modo già posto in rilievo “al principio”, quando il primo uomo trovò nella prima donna “un aiuto che gli era simile” (9). Sebbene l’analogia della Lettera agli Efesini non lo precisi, possiamo tuttavia aggiungere che anche la Chiesa unita con Cristo, come la moglie col proprio marito, attinge dal Sacramento della Redenzione tutta la sua fecondità e maternità spirituale. Ne testimoniano, in qualche modo, le parole della Lettera di San Pietro, quando scrive che siamo stati “rigenerati non da un seme corruttibile, ma immortale, cioè dalla parola di Dio viva ed eterna” (10). Così il Mistero nascosto dall’eternità in Dio –Mistero che al “principio”, nel sacramento della creazione, divenne una realtà visibile attraverso l’unione del primo uomo e della prima donna nella prospettiva del matrimonio –diventa nel Sacramento della Redenzione una realtà visibile nell’unione indissolubile di Cristo con la Chiesa, che l’Autore della Lettera agli Efesini presenta come l’unione sponsale dei coniugi, marito e moglie.
7. Eph. 5, 25.
8. Ibid.
9. Gen. 2, 20.
10. 1 Petr. 1, 23.
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5. Il sacramentum magnum (il testo greco dice: tò myst~erion toûto méga estín) della Lettera agli Efesini parla della nuova realizzazione del Mistero nascosto dall’eternità in Dio; realizzazione definitiva dal punto di vista della storia terrena della salvezza. Parla inoltre del “renderlo [il mistero] visibile”: della visibilità dell’Invisibile. Questa visibilità non fa sì che il mistero cessi d’esser mistero. Ciò si riferiva al matrimonio costituito al “principio”, nello stato dell’innocenza originaria, nel contesto del sacramento della creazione. Ciò si riferisce anche all’unione di Cristo con la Chiesa, quale “mistero grande” del Sacramento della Redenzione. La visibilità dell’Invisibile non significa –se così si può dire– una totale chiarezza del mistero. Esso, come oggetto della fede, rimane velato anche attraverso ciò in cui appunto si esprime e si attua. La visibilità dell’Invisibile appartiene quindi all’ordine dei segni, e il “segno” indica soltanto la realtà del mistero, ma non la “svela”. Come il “primo Adamo” –l’uomo, maschio e femmina– creato nello stato dell’innocenza originaria e chiamato in questo stato all’unione coniugale (in questo senso parliamo del sacramento della creazione), fu segno dell’eterno Mistero, così il “secondo Adamo”, Cristo, unito con la Chiesa attraverso il Sacramento della Redenzione con un vincolo indissolubile, analogo all’indissolubile alleanza dei coniugi, è segno definitivo dello stesso Mistero eterno. Parlando dunque del realizzarsi dell’eterno mistero, parliamo anche del fatto che esso diventa visibile con la visibilità del segno. E perciò parliamo pure della sacramentalità di tutta l’eredità del Sacramento della Redenzione, in riferimento all’intera opera della Creazione e della Redenzione, e tanto più in riferimento al matrimonio istituito nel contesto del sacramento della creazione, come anche in riferimento alla Chiesa come sposa di Cristo, dotata di un’alleanza quasi coniugale con Lui.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 810-814]