[1075] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO, PARTE INTEGRANTE DE LA NUEVA ECONOMÍA SACRAMENTAL
Alocución Mercoledì scorso, en la Audiencia General, 20 octubre 1982
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1. El miércoles pasado hablamos de la heredad integral de la Alianza con Dios, y de la gracia unida originariamente con la obra divina de la creación. De esta heredad integral –como conviene deducir del texto de la Carta a los Efesios 5, 22-33– formaba parte también el matrimonio, como sacramento primordial, instituido desde el “principio” y vinculado con el sacramento de la creación en su totalidad. La sacramentalidad del matrimonio no es sólo modelo y figura del sacramento de la Iglesia (de Cristo y de la Iglesia), sino que forma también parte esencial de la nueva heredad: la del sacramento de la redención, con el que la Iglesia es gratificada en Cristo. Hay que remitirse aquí una vez más a las palabras de Cristo en Mateo 19, 3-9 (cf. también Mc 10, 5-9), donde Cristo, al responder a la pregunta de los fariseos acerca del matrimonio y de su carácter específico, se refiere sólo y exclusivamente a la institución originaria del mismo de parte del Creador al “principio”. Reflexionando sobre el significado de esta respuesta a la luz de la Carta a los Efesios, y en particular de Ef 5, 22-33, llegamos a la conclusión de una relación doble, en cierto sentido, del matrimonio con todo el orden sacramental que, en la Nueva Alianza, emerge del sacramento mismo de la redención.
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2. El matrimonio como sacramento primordial constituye, por una parte, la figura (y, por tanto: la semejanza, la analogía), según la cual se construye la estructura fundamental portadora de la nueva economía de la salvación y del orden sacramental, que toma origen de la gratificación nupcial que la Iglesia recibe de Cristo, juntamente con todos los bienes de la redención (se podría decir, valiéndonos de las palabras iniciales de la Carta a los Efesios: “Con toda bendición espiritual”, Ef 1, 3). De este modo el matrimonio, como sacramento primordial, es asumido e insertado en la estructura integral de la nueva economía sacramental, que surge de la redención en forma, diría, de “prototipo”: es asumido e insertado como desde sus mismas bases. Cristo mismo, en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 3-9), confirma de nuevo, ante todo, su existencia. Reflexionando bien sobre esta dimensión, habría que concluir que todos los sacramentos de la Nueva Alianza encuentran, en cierto sentido, su prototipo en el matrimonio como sacramento primordial. Esto parece proyectarse en el clásico pasaje citado de la Carta a los Efesios, como diremos dentro de poco.
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3. Sin embargo, la relación del matrimonio con todo el orden sacramental, que surge de la gratificación de la Iglesia con los bienes de la redención, no se limita solamente a la dimensión de modelo. Cristo, en su conversación con los fariseos (cf. Mt 19), no sólo confirma la existencia del matrimonio instituido desde el “principio” por el Creador, sino que lo declara también parte integral de la nueva economía sacramental, del nuevo orden de los “signos” salvíficos, que toma origen del sacramento de la redención, del mismo modo que la economía originaria surgió del sacramento de la creación; y en realidad Cristo se limita al único sacramento que había sido el matrimonio instituido en el estado de la inocencia y de la justicia originarias del hombre, creado como varón y mujer “a imagen y semejanza de Dios”.
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4. La nueva economía sacramental, que está constituida sobre la base del sacramento de la redención, brotando de la gratificación nupcial de la Iglesia por parte de Cristo, difiere de la economía originaria. Efectivamente, se dirige no al hombre de la justicia e inocencia originarias, sino al hombre gravado por la heredad del pecado original y por el estado de pecaminosidad (status naturae lapsae). Se dirige al hombre de la triple concupiscencia, según las palabras clásicas de la primera Carta de Juan (2, 16), al hombre en el que “la carne... tiene tendencias contrarias a las del Espíritu, y el Espíritu tendencias contrarias a las de la carne” (Gál 5, 17), según la teología (y la antropología) paulina, a la que hemos dedicado mucho espacio en nuestras reflexiones precedentes.
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5. Estas consideraciones, acompañadas por un profundo análisis del significado del enunciado de Cristo en el Sermón de la Montaña acerca de la “mirada concupiscente” como “adulterio del corazón”, disponen a comprender el matrimonio como parte integrante del nuevo orden sacramental, que toma origen del sacramento de la redención, o sea, de ese “gran misterio” que, como misterio de Cristo y de la Iglesia, determina la sacramentalidad de la Iglesia misma. Además, estas consideraciones preparan para comprender el matrimonio como sacramento de la Nueva Alianza, cuya obra salvífica está orgánicamente unida con el conjunto de ese ethos, que ha sido definido en los aná lisis anteriores ethos de la redención. La Carta a los Efesios expresa, a su modo, la misma verdad: efectivamente, habla del matrimonio como sacramento “grande” en un amplio contexto parenético, esto es, en el contexto de las exhortaciones de carácter moral, concerniente, precisamente, al ethos, que debe calificar la vida de los cristianos, es decir, de los hombres conscientes de la elección que se realiza en Cristo y en la Iglesia.
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6. Sobre este amplio fondo de las reflexiones que surgen de la lectura de la Carta a los Efesios (más en particular de Ef 5, 22-33), se puede y se debe finalmente tocar aún el problema de los sacramentos de la Iglesia. El texto citado a los Efesios habla de ello de modo indirecto y, diría, secundario, aunque suficiente, a fin de que también este problema encuentre lugar en nuestras consideraciones. Sin embargo, conviene precisar aquí, al menos brevemente, el sentido que adoptamos en el uso del término “sacramento”, que es significativo para nuestras reflexiones.
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7. Efectivamente, hasta ahora nos hemos servido del término “sacramento” –de acuerdo, por una parte, con toda la tradición bíblico-patrística[1]–, en un sentido más amplio del que es propio de la terminología teológica tradicional y contemporánea, la cual con la palabra “sacramento” indica los signos instituidos por Cristo y administrados por la Iglesia, que expresan y confieren la gracia divina a la persona que recibe el sacramento correspondiente. En este sentido, cada uno de los siete sacramentos de la Iglesia está caracterizado por una determinada acción litúrgica, constituida mediante la palabra (forma) y la “materia” específica sacramental, según la difundida teoría hilomórfica que proviene de Tomás de Aquino y de toda la tradición escolástica.
8[1]. Cfr. LEONIS XIII, Acta, vol. II, 1881, p. 22 [1880 02 10/4 ss.].
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8. En relación a este significado circunscrito así, nos hemos servido en nuestras reflexiones de un significado más amplio y quizás más antiguo y más fundamental del término “sacramento”[2]. La Carta a los Efesios, y especialmente 5, 22-23, parece autorizamos a esto de modo particular. Sacramento significa aquí el misterio mismo de Dios, que está escondido desde la eternidad, sin embargo no en ocultamiento eterno, sino sobre todo en su misma revelación y realización (también: en la revelación mediante la realización). En este sentido se ha hablado también del sacramento de la creación y del sacramento de la redención. Basándonos en el sacramento de la creación, es como hay que entender la sacramentalidad originaria del matrimonio (sacramento primordial). Luego, basándonos en el sacramento de la redención, podemos comprender la sacramentalidad de la Iglesia, o mejor, la sacramentalidad de la unión de Cristo con la Iglesia que el autor de la Carta a los Efesios presenta con la semejanza del matrimonio, de la unión nupcial del marido y de la mujer. Un atento análisis del texto demuestra que en este caso no se trata sólo de una comparación en sentido metafórico, sino de una renovación real (o sea, de una “recreación” esto es, de una nueva creación), de lo que constituía el contenido salvífico (en cierto sentido, la “sustancia salvífica”) del sacramento primordial. Esta constatación tiene un significado esencial, tanto para aclarar la sacramentalidad de la Iglesia (y a esto se refieren las palabras tan significativas del primer capítulo de la Constitución Lumen gentium), como también para comprender la sacramentalidad del matrimonio, entendido precisamente como uno de los sacramentos de la Iglesia.
[DP (1982), 327]
9[2]. Cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio in Audientia Generali, die 8 sept. 1982, adnot. 1: vide supra, p. 389 [1982 09 08/1 ss.].
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1. Mercoledì scorso abbiamo parlato dell’integrale eredità dell’Alleanza con Dio, e della grazia unita originariamente alla divina opera della creazione. Di questa integrale eredità –come conviene dedurre dal testo della Lettera agli Efesini 5, 22-33– faceva parte anche il matrimonio, come sacramento primordiale, istituito dal “principio” e collegato con il sacramento della creazione nella sua globalità. La sacramentalità del matrimonio non è soltanto modello e figura del sacramento della Chiesa (di Cristo e della Chiesa), ma costituisce anche parte essenziale della nuova eredità: quella del Sacramento della Redenzione, di cui la Chiesa viene gratificata in Cristo. Occorre qui ancora una volta riportarsi alle parole di Cristo in Matteo 19, 3-91, in cui Cristo, nel rispondere alla domanda dei Farisei circa il matrimonio e il suo carattere specifico, si riferisce soltanto ed esclusivamente alla istituzione originaria di esso da parte del Creatore al “principio”. Riflettendo sul significato di questa risposta alla luce della Lettera agli Efesini, e in particolare di Efesini 5, 22-33, concludiamo ad un rapporto in certo senso duplice del matrimonio con tutto l’ordine sacramentale che, nella Nuova Alleanza, emerge dallo stesso Sacramento della Redenzione.
1. Cfr. etiam Marc. 10, 5-9.
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2. Il matrimonio come sacramento primordiale costituisce, da una parte, la figura (e dunque: la somiglianza, l’analogia), secondo cui viene costruita la fondamentale struttura portante della nuova economia della salvezza e dell’ordine sacramentale, che trae origine dalla gratificazione sponsale che la Chiesa riceve da Cristo, insieme con tutti i beni della Redenzione (si potrebbe dire, servendosi delle parole iniziali della Lettera agli Efesini: “Di ogni benedizione spirituale” (2)). In tal modo il matrimonio, come sacramento primordiale, viene assunto ed inserito nella struttura integrale della nuova economia sacramentale, sorta dalla Redenzione in forma, direi, di “prototipo”: viene assunto ed inserito quasi dalle sue stesse basi. Cristo stesso, nel colloquio con i Farisei (3), riconferma prima di tutto la sua esistenza. A ben riflettere su questa dimensione, bisognerebbe concludere che tutti i Sacramenti della Nuova Alleanza trovano in un certo senso nel matrimonio quale sacramento primordiale il loro prototipo. Ciò sembra prospettarsi nel classico brano citato della Lettera agli Efesini, come diremo ancora fra poco.
2. Eph. 1, 3.
3. Matth. 19, 3-9.
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3. Tuttavia, il rapporto del matrimonio con tutto l’ordine sacramentale, sorto dalla gratificazione della Chiesa con i beni della Redenzione, non si limita soltanto alla dimensione di modello. Cristo, nel suo colloquio con i Farisei (4), non solo conferma l’esistenza del matrimonio istituito dal “principio” dal Creatore, ma lo dichiara anche parte integrale della nuova economia sacramentale, del nuovo ordine dei “segni” salvifici, che trae origine dal sacramento della Redenzione, così come l’economia originaria è emersa dal Sacramento della creazione; e in realtà Cristo si limita all’unico Sacramento, che era stato il matrimonio istituito nello stato dell’innocenza e della giustizia originarie dell’uomo, creato come maschio e femmina “ad immagine e somiglianza di Dio”.
4. Cfr. Matth. 19.
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4. La nuova economia sacramentale, che viene costituita sulla base del sacramento della Redenzione, emergendo dalla sponsale gratificazione della Chiesa da parte di Cristo, differisce dalla economia originaria. Essa, infatti, è diretta non all’uomo della giustizia e innocenza originarie, ma all’uomo gravato dall’eredità del peccato originale e dallo stato di peccaminosità (status naturae lapsae). È diretta all’uomo della triplice concupiscenza, secondo le classiche parole della prima Lettera di Giovanni (5), all’uomo, in cui “la carne... ha desideri contrari allo Spirito e lo Spirito ha desideri contrari alla carne” (6), secondo la teologia (e antropologia) paolina, alla quale abbiamo dedicato molto spazio nelle nostre precedenti riflessioni.
5. Cfr. 1 Io. 2, 16.
6. Gal. 5, 17.
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5. Queste considerazioni, sulla scorta di un’approfondita analisi del significato dell’enunciato di Cristo nel Discorso della Montagna circa lo “sguardo concupiscente” quale “adulterio del cuore”, preparano a comprendere il matrimonio come parte integrante del nuovo ordine sacramentale, che trae origine dal Sacramento della Redenzione, ossia da quel “grande mistero” che, come mistero di Cristo e della Chiesa, determina la sacramentalità della Chiesa stessa. Queste considerazioni, inoltre, preparano a comprendere il matrimonio come Sacramento della Nuova Alleanza, la cui opera salvifica va organicamente unita con l’insieme di quell’ethos, che nelle analisi precedenti è stato definito ethos della redenzione. La Lettera agli Efesini esprime, a suo modo, la stessa verità: parla infatti del matrimonio come sacramento “grande” in un ampio contesto parenetico, cioè nel contesto delle esortazioni di carattere morale, concernenti appunto l’ethos che deve qualificare la vita dei cristiani, cioè degli uomini consapevoli della elezione che si realizza in Cristo e nella Chiesa.
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6. Su questo vasto sfondo delle riflessioni che emergono dalla lettura della Lettera agli Efesini (7), si può e si deve infine toccare ancora il problema dei Sacramenti della Chiesa. Il testo citato agli Efesini ne parla in modo indiretto e, direi, secondario, sebbene sufficiente affinchè anche questo problema trovi posto nelle nostre considerazioni. Tuttavia conviene qui precisare, almeno brevemente, il senso che adottiamo nell’uso del termine “sacramento”, che è significativo per le nostre considerazioni.
7. Cfr. speciatim Eph. 5, 22-33.
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7. Finora, infatti, ci siamo serviti del termine “sacramento” (conformemente d’altronde a tutta la tradizione biblico-patristica)8 in un senso più lato di quello che è proprio della terminologia teologica tradizionale e contemporanea, che con la parola “sacramento” indica i segni istituiti da Cristo e amministrati dalla Chiesa, i quali esprimono e conferiscono la grazia divina alla persona che riceve il relativo sacramento. In questo senso, ciascuno dei sette Sacramenti della Chiesa è caratterizzato da una determinata azione liturgica, costituita attraverso la parola (forma) e la specifica “materia” sacramentale –secondo la diffusa teoria ilemorfica proveniente da Tommaso d’Aquino e da tutta la tradizione scolastica.
8[1]. Cfr. LEONIS XIII, Acta, vol. II, 1881, p. 22 [1880 02 10/4 ss.].
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8. In rapporto a questo significato così circoscritto, ci siamo serviti nelle nostre considerazioni di un significato più largo e forse anche più antico e più fondamentale del termine “sacramento” (9). La Lettera agli Efesini, e specialmente 5, 22-23, sembra in modo particolare autorizzarci a questo. Sacramento significa qui il mistero stesso di Dio, che è nascosto fin dall’eternità, tuttavia non in nascondimento eterno, ma anzitutto nella sua stessa rivelazione e attuazione (anche: nella rivelazione mediante l’attuazione). In tal senso, si è parlato anche del sacramento della creazione e del Sacramento della Redenzione. In base al sacramento della creazione, occorre intendere l’originaria sacramentalità del matrimonio (sacramento primordiale). In seguito, in base al Sacramento della Redenzione si può comprendere la sacramentalità della Chiesa, o piuttosto la sacramentalità dell’unione di Cristo con la Chiesa che l’autore della Lettera agli Efesini presenta nella similitudine del matrimonio, dell’unione sponsale del marito e della moglie. Un’attenta analisi del testo dimostra che in questo caso non si tratta solo di un paragone in senso metaforico, ma di un reale rinnovamento (ovvero di una “ri-creazione”, cioè di una nuova creazione) di ciò che costituiva il contenuto salvifico (in certo senso la “sostanza salvifica”) del sacramento primordiale. Questa costatazione ha un significato essenziale, sia per chiarire la sacramentalità della chiesa (e a ciò si riferiscono le parole molto significative del primo capitolo della Costituzione “Lumen Gentium”), sia anche per comprendere la sacramentalità del matrimonio, inteso proprio come uno dei Sacramenti della Chiesa.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 857-861]
9[2]. Cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Allocutio in Audientia Generali, die 8 sept. 1982, adnot. 1: vide supra, p. 389 [1982 09 08/1 ss.].