[1076] • JUAN PABLO II (1978-2005) • INDISOLUBILIDAD DEL SACRAMENTO DEL MATRIMONIO EN EL MISTERIO DE LA “REDENCIÓN DEL CUERPO”
Alocución Il testo, en la Audiencia General, 27 octubre 1982
1982 10 27 0001
1. El texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33) habla de los sacramentos de la Iglesia –y en particular del Bautismo y de la Eucaristía–, pero sólo de modo indirecto y en cierto sentido alusivo, desarrollando la analogía del matrimonio con referencia a Cristo y a la Iglesia. Y así leemos primeramente que Cristo, el cual “amó a la Iglesia y se entregó por ella” (5, 25), hizo esto “para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua con la palabra” (5, 26). Aquí se trata, sin duda, del sacramento del Bautismo, que por institución de Cristo se confiere desde el principio a los que se convierten. Las palabras citadas muestran con gran plasticidad de qué modo el Bautismo saca su signifi cado esencial y su fuerza sacramental del amor nupcial del Redentor, en virtud del cual se constituye sobre todo la sacramentalidad de la Iglesia misma, sacramentum magnum. Quizá se pueda decir lo mismo también de la Eucaristía, que da la impresión de estar indicada por las palabras siguientes sobre el alimento del propio cuerpo que cada uno de los hombres nutre y cuida “como Cristo a la Iglesia, porque somos miembros de su Cuerpo” (5, 29-30). En efecto, Cristo nutre a la Iglesia con su Cuerpo precisamente en la Eucaristía.
1982 10 27 0002
2. Sin embargo, se ve que ni en el primero ni en el segundo caso podemos hablar de un tratado de sacramentos ampliamente desarrollado. Tampoco se puede hablar de ello cuando se trata del sacramento del matrimonio como uno de los sacramentos de la Iglesia. La Carta a los Efesios, expresando la relación nupcial de Cristo con la Iglesia, permite comprender que, basándonos en esta relación, la Iglesia misma es el “gran sacramento”, el nuevo signo de la Alianza y de la gracia, que hunde sus raíces en la profundidad del sacramento de la redención, lo mismo que de la profundidad del sacramento de la creación brotó el matrimonio, signo primordial de la Alianza y de la gracia. El autor de la Carta a los Efesios proclama que ese sacramento primordial se realiza de modo nuevo en el “sacramento” de Cristo y de la Iglesia. Incluso por esta razón el Apóstol, en el texto “clásico” de Ef 5, 21-33, se dirige a los esposos a fin de que estén “sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (5, 21) y modelen su vida conyugal fundándola sobre el sacramento instituido desde el “principio” por el Creador: sacramento que halló su definitiva grandeza y santidad en la alianza nupcial de gracia entre Cristo y la Iglesia.
1982 10 27 0003
3. Aunque la Carta a los Efesios no hable directa e inmediatamente del matrimonio como uno de los sacramentos de la Iglesia, sin embargo, la sacramentalidad del matrimonio queda particularmente confirmada y profundizada en ella. En el “gran sacramento” de Cristo y de la Iglesia los esposos cristianos están llamados a modelar su vida y su vocación sobre el fundamento sacramental.
1982 10 27 0004
4. Después del análisis del texto clásico de Ef 5, 21-33, dirigido a los esposos cristianos, donde Pablo les anuncia el “gran misterio” (sacramentum magnum) del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia, es oportuno retornar a las significativas palabras del Evangelio, que ya hemos sometido anteriormente a análisis viendo en ellas los enunciados-clave para la teología del cuerpo. Cristo pronuncia estas palabras, por decirlo así, desde la profundidad divina de la “redención del cuerpo” (Rom 8, 23). Todas estas palabras tienen un significado fundamental para el hombre, precisamente dado que él es cuerpo, en cuanto es varón y mujer. Tienen un significado para el matrimonio, donde el hombre y la mujer se unen de tal manera que vienen a ser “una sola carne”, según la expresión del Libro del Génesis (2, 24), aunque, al mismo tiempo, las palabras de Cristo indiquen también la vocación a la continencia “por el reino de los cielos” (Mt 19, 12).
1982 10 27 0005
5. En cada uno de estos caminos “la redención del cuerpo” no es sólo una gran esperanza de los que poseen “las primicias del Espíritu” (Rom 8, 23), sino también un manantial permanente de esperanza de que la creación será “liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (ibid. 8, 21). Las palabras de Cristo, pronunciadas desde la profundidad divina del misterio de la redención, y de la “redención del cuerpo”, llevan en sí el fermento de esta esperanza; les abren la perspectiva tanto en la dimensión escatológica, como en la dimensión de la vida cotidiana. Efectivamente, las palabras dirigidas a los oyentes inmediatos se dirigen a la vez al hombre “histórico” de los diversos tiempos y lugares. Precisamente ese hombre que posee “las primicias del Espíritu... gime... suspirando por la redención del... cuerpo” (ibid. 8, 23). En él se centra también la esperanza “cósmica” de toda la creación, que en él, en el hombre, “espera con impaciencia la manifestación de los hijos de Dios” (ibid. 8, 19).
1982 10 27 0006
6. Cristo conversa con los fariseos que le preguntan: “¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier causa?” (Mt 19, 3); le preguntan de este modo, precisamente porque la ley atribuida a Moisés admitía el llamado “libelo de repudio” (Dt 24, 1). La respuesta de Cristo es ésta: “¿No habéis leído que al principio el Creador los hizo varón y mujer? Y dijo: Por esto dejará el hombre al padre y a la madre y se unirá a la mujer y serán los dos una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Por tanto, lo que Dios unió no lo separe el hombre” (Mt 19, 4-6). Si luego se trata del “libelo de repudio”, Cristo responde así: “Por la dureza de vuestro corazón os permitió Moisés repudiar a vuestras mujeres, pero al principio no fue así. Y Yo digo que quien repudia a su mujer (salvo caso de adulterio) y se casa con otra, adultera” (ibid. 19, 8-9). “El que se casa con la repudiada por el marido, comete adulterio” (Lc 16, 18).
1982 10 27 0007
7. El horizonte de la “redención del cuerpo” se abre con estas palabras, que constituyen la respuesta a una pregunta concreta de carácter jurídico-moral; se abre, ante todo, por el hecho de que Cristo se coloca en el plano de ese sacramento primordial que sus interlocutores heredan de modo singular, puesto que heredan también la revelación del misterio de la creación, encerrada en los primeros capítulos del Libro del Génesis.
Estas palabras contienen a la vez una respuesta universal, dirigida al hombre “histórico” de todos los tiempos y lugares, porque son decisivas para el matrimonio y para su indisolubilidad; efectivamente, se remiten a lo que es el hombre, varón y mujer, como ha venido a ser de modo irreversible por el hecho de ser creado “a imagen y semejanza de Dios”: el hombre que no deja de ser tal incluso después del pecado original, aun cuando éste le haya privado de la inocencia original y de la justicia. Cristo que, al responder a la pregunta de los fariseos, hace referencia al “principio”, parece subrayar de este modo particularmente el hecho de que Él habla desde la profundidad del misterio de la redención, y de la redención del cuerpo. La redención, en efecto, significa como una “nueva creación”, significa la apropiación de todo lo que es creado: para expresar en la creación la plenitud de justicia, equidad y santidad, designada por Dios, y para expresar esa plenitud sobre todo en el hombre, creado como varón y mujer, “a imagen de Dios”.
Así, en la óptica de las palabras de Cristo, dirigidas a los fariseos, sobre lo que era el matrimonio “desde el principio”, volvemos a leer el texto clásico de la Carta a los Efesios (5, 22-33) como testimonio de la sacramentalidad del matrimonio, basada en el “gran misterio” de Cristo y de la Iglesia.
[DP (1982), 331]
1982 10 27 0001
1. Il testo della Lettera agli Efesini (1) parla dei sacramenti della Chiesa –e in particolare del Battesimo e dell’Eucaristia– ma soltanto in modo indiretto e in certo senso allusivo, sviluppando l’analogia del matrimonio in riferimento a Cristo e alla Chiesa. E così leggiamo dapprima che Cristo, il quale “ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei” (2), ha fatto questo “per renderla santa, purificandola per mezzo del lavacro dell’acqua accompagnato dalla parola” (3). Si tratta qui indubbiamente del sacramento del Battesimo, che per istituzione di Cristo viene sin dall’inizio conferito a coloro che si convertono. Le parole citate mostrano con grande plasticità in che modo il Battesimo attinge il suo significato essenziale e la sua forza sacramentale da quell’amore sponsale del Redentore, attraverso cui si costituisce soprattutto la sacramentalità della Chiesa stessa, sacramentum magnum. Lo stesso si può forse dire anche dell’Eucaristia, che sembrerebbe essere indicata dalle parole seguenti sul nutrimento del propio corpo, che ogni uomo appunto nutre e cura “come fa Cristo con la Chiesa, poichè siamo membra del suo corpo” (4). Infatti, Cristo nutre la Chiesa con il suo Corpo appunto nell’Eucaristia.
1. Eph. 5, 22-33.
2. Eph. 5, 25.
3. Ibid. 5, 26.
4. Ibid. 5, 29-30.
1982 10 27 0002
2. Si vede, tuttavia, che né nel primo né nel secondo caso possiamo parlare di una sacramentaria ampiamente sviluppata. Non se ne può parlare nemmeno quando si tratta del sacramento del matrimonio come uno dei sacramenti della Chiesa. La Lettera agli Efesini, esprimendo il rapporto sponsale di Cristo con la Chiesa, consente di comprendere che, in base a questo rapporto, la Chiesa stessa è il “grande sacramento”, il nuovo segno dell’Alleanza e della grazia, che trae le sue radici dalle profondità del Sacramento della Redenzione, così come dalle profondità del sacramento della creazione è emerso il matrimonio, segno primordiale dell’Alleanza e della grazia. L’Autore della Lettera agli Efesini proclama che quel sacramento primordiale si realizza in un modo nuovo nel “sacramento” di Cristo e della Chiesa. Anche per questa ragione l’Apostolo, nello stesso “classico” testo di Efesini 5, 21-33, si rivolge ai coniugi, affinchè siano “sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (5) e modellino la loro vita coniugale fondandola sul sacramento istituito al “principio” dal Creatore: sacramento, che trovò la sua definitiva grandezza e santità nell’alleanza sponsale di grazia tra Cristo e la Chiesa.
5. Eph. 5, 21.
1982 10 27 0003
3. Sebbene la Lettera agli Efesini non parli direttamente e immediatamente del matrimonio come di uno dei sacramenti della Chiesa, tuttavia la sacramentalità del matrimonio viene in essa particolarmente confermata e approfondita. Nel “grande sacramento” di Cristo e della Chiesa i coniugi cristiani sono chiamati a modellare la loro vita e la loro vocazione sul fondamento sacramentale.
1982 10 27 0004
4. Dopo l’analisi del classico testo di Efesini 5, 21-33, indirizzato ai coniugi cristiani, in cui Paolo annunzia loro il “grande mistero” (sacramentum magnum) dell’amore sponsale di Cristo e della Chiesa, è opportuno ritornare a quelle significative parole del Vangelo, che già in precedenza abbiamo sottoposto ad analisi, vedendo in esse gli enunciati-chiave per la teologia del corpo. Cristo pronuncia queste parole, per così dire, dalla profondità divina della “redenzione del corpo” 6. Tutte queste parole hanno un significato fondamentale per l’uomo in quanto appunto egli è corpo –in quanto è maschio o femmina. Esse hanno un significato per il matrimonio, in cui l’uomo e la donna si uniscono così che i due diventano “una sola carne”, secondo l’espressione del Libro della Genesi (7), sebbene, nello stesso tempo, le parole di Cristo indichino anche la vocazione alla continenza “per il regno dei Cieli” (8).
6. Rom. 8, 23.
7. Gen. 2, 24.
8. Matth. 19, 12.
1982 10 27 0005
5. In ciascuna di queste vie “la redenzione del corpo” non è soltanto una grande attesa di coloro che posseggono “le primizie dello Spirito” (9), ma anche una permanente fonte di speranza che la creazione sarà “liberata dalla schiavitù della corruzione, per entrare nella libertà della gloria dei figli di Dio” (10). Le parole di Cristo, pronunciate dalla profondità divina del mistero della Redenzione, e della “redenzione del corpo”, portano in sè il lievito di questa speranza: le aprono la prospettiva sia nella dimensione escatologica sia nella dimensione della vita quotidiana. Infatti, le parole indirizzate agli ascoltatori immediati sono rivolte contemporaneamente all’uomo “storico” dei vari tempi e luoghi. Quell’uomo, appunto, che possiede “le primizie dello Spirito... geme... aspettando la redenzione del... corpo” (11). In lui si concentra anche la speranza “cosmica” di tutta la creazione, che in lui, nell’uomo, “attende con impazienza la rivelazione dei figli di Dio” (12).
9. Rom. 8, 23.
10. Ibid. 8, 21.
11. Ibid. 8, 23.
12. Ibid. 8, 19.
1982 10 27 0006
6. Cristo colloquia con i Farisei, che gli chiedono: “È lecito ad un uomo ripudiare la propria moglie per qualsiasi motivo?” (13); essi lo interrogano in tale modo, appunto perchè la legge attribuita a Mosè ammetteva la cosiddetta “lettera di ripudio” (14). La risposta di Cristo è questa: “Non avete letto che il Creatore da principio li creò maschio e femmina e disse: Per questo l’uomo lascerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una carne sola? Così che non sono più due, ma una carne sola. Quello dunque che Dio ha congiunto, l’uomo non lo separi” (15). Se poi si tratta della “lettera di ripudio”, Cristo risponde così: “Per la durezza del vostro cuore Mosè vi ha permesso di ripudiare le vostre mogli, ma da principio non fu così. Perciò io vi dico: chiunque ripudia la propria moglie, se non in caso di concubinato, e ne sposa un’altra, commette adulterio” (16). “Chi sposa una donna ripudiata del marito, commette adulterio” (17).
13. Matth. 19, 3.
14. Deut. 24, 1.
15. Matth. 19, 4-6.
16. Matth. 19, 8-9.
17. Luc. 16, 18.
1982 10 27 0007
7. L’orizzonte della “redenzione del corpo” si apre con queste parole, che costituiscono la risposta a una concreta domanda di carattere giuridico-morale; si apre, anzitutto, per il fatto che Cristo si colloca sul piano di quel sacramento primordiale, che i suoi interlocutori ereditano in modo singolare, dato che ereditano anche la rivelazione del mistero della creazione, racchiusa nei primi capitoli del Libro della Genesi.
Queste parole contengono ad un tempo una risposta universale, indirizzata all’uomo “storico” di tutti i tempi e luoghi, poichè sono decisive per il matrimonio e per la sua indissolubilità; infatti si richiamano a ciò che è l’uomo, maschio e femmina, quale è divenuto in modo irreversibile per il fatto di esser creato “ad immagine e somiglianza con Dio”: l’uomo, che non cessa di essere tale anche dopo il peccato originale, benchè questo l’abbia privato dell’innocenza originaria e della giustizia. Cristo che nel rispondere alla domanda dei Farisei fa riferimento al “principio”, sembra in tal modo sottolineare particolarmente il fatto che Egli parla dalla profondità del mistero della Redenzione, e della redenzione del corpo. La Redenzione significa, infatti, quasi una “nuova creazione” –significa l’assunzione di tutto ciò che è creato: per esprimere nella creazione la pienezza di giustizia, di equità e di santità, designata da Dio, e per esprimere quella pienezza soprattutto nell’uomo, creato come maschio e femmina “ad immagine di Dio”.
Nell’ottica delle parole di Cristo rivolte ai Farisei su ciò che era il matrimonio “dal principio”, rileggiamo anche il classico testo della Lettera agli Efesini (18) come testimonianza della sacramentalità del matrimonio, basata sul “grande mistero” di Cristo e della Chiesa.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 936-939]
18. Eph. 5, 22-33.