[1093] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO-SACRAMENTO, DESVELACIÓN DEL SIGNIFICADO ESPONSAL Y REDENTOR DEL AMOR
Alocución L’Auttore della Lettera, en la Audiencia General, 15 diciembre 1982
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1. El autor de la Carta a los Efesios, como ya hemos visto, habla de un “gran misterio”, unido al sacramento primordial mediante la continuidad del plan salvífico de Dios. También él se remite al “principio”, como había hecho Cristo en la conversación con los fariseos (cf. Mt 19, 8) citando las mismas palabras: “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer; y serán los dos una sola carne” (Gén 2, 24). Ese “misterio grande” es, sobre todo, el misterio de la unión de Cristo con la Iglesia, que el Apóstol presenta a semejanza de la unidad de los esposos: “Lo aplico a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32). Nos encontramos en el ámbito de la gran analogía, donde el matrimonio como sacramento por un lado, es presupuesto y, por otro, descubierto de nuevo. Se presupone como sacramento del “principio” humano, unido al misterio de la creación. En cambio, es descubierto de nuevo como fruto del amor nupcial de Cristo y de la Iglesia, vinculado con el misterio de la redención.
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2. El autor de la Carta a los Efesios, dirigiéndose a los esposos, les exhorta a plasmar su relación recíproca sobre el modelo de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia. Se puede decir que –presuponiendo la sacramentalidad del matrimonio en su significado primordial– les manda aprender de nuevo este sacramento a base de la unión nupcial de Cristo y de la Iglesia: “Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla...” (Ef 5, 25-26). Esta invitación dirigida por el Apóstol a los esposos cristianos, tiene su plena motivación en cuanto ellos, mediante el matrimonio como sacramento, participan en el amor salvífico de Cristo, que se expresa, al mismo tiempo, como amor nupcial de Él a la Iglesia. A la luz de la Carta a los Efesios –precisamente por medio de la participación en este amor salvífico de Cristo– se confirma y a la vez se renueva el matrimonio como sacramento del “principio” humano, es decir, sacramento en el que el hombre y la mujer, llamados a hacerse “una sola carne”, participan en el amor creador de Dios mismo. Y participan en él tanto por el hecho de que, creados a imagen de Dios, han sido llamados en virtud de esta imagen a una particular unión (communio personarum), como porque esta unión ha sido bendecida desde el principio con la bendición de la fecundidad (cf. Gén 1, 28).
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3. Toda esta originaria y estable estructura del matrimonio como sacramento del misterio de la creación –según el “clásico” texto de la Carta a los Efesios (Ef 5, 21-33)– se renueva en el misterio de la redención, ya que ese misterio asume el aspecto de la gratificación nupcial de la Iglesia por parte de Cristo. Esa originaria y estable forma del matrimonio se renueva cuando los esposos lo reciben como sacramento de la Iglesia, beneficiándose de la nueva profundidad de la gratificación del hombre por parte de Dios, que se ha revelado y abierto con el misterio de la redención, porque “Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla...” (Ef 5, 25-26). Se renueva esa originaria y estable imagen del matrimonio como sacramento, cuando los esposos cristianos –conscientes de la auténtica profundidad de la “redención del cuerpo”– se unen “en el temor de Cristo” (Ef 5, 21).
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4. La imagen paulina del matrimonio, asociada al “misterio grande” de Cristo y de la Iglesia, aproxima la dimensión redentora del amor a la dimensión nupcial. En cierto sentido, une estas dos dimensiones en una sola. Cristo se ha convertido en Esposo de la Iglesia, ha desposado a la Iglesia como a su Esposa, porque “se entregó por ella” (Ef 5, 25). Por medio del matrimonio como sacramento (como uno de los sacramentos de la Iglesia) estas dos dimensiones del amor, la nupcial y la redentora, juntamente con la gracia del sacramento, penetran en la vida de los esposos. El significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad, que se manifestó por vez primera en el misterio de la creación sobre el fondo de la inocencia originaria del hombre, se une en la imagen de la Carta a los Efesios con el significado redentor, y de este modo queda confirmado y en cierto sentido “nuevamente creado”.
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5. Esto es importante con relación al matrimonio, a la vo cación cristiana de los maridos y de las mujeres. El texto de la Carta a los Efesios (5, 21-33) se dirige directamente a ellos y les habla sobre todo a ellos. Sin embargo, esa vinculación del significado nupcial del cuerpo con su significado “redentor” es igualmente esencial y válido para la hermenéutica del hombre en general: para el problema fundamental de su comprensión y de la auto-comprensión de su ser en el mundo. Es obvio que no podemos excluir de este problema el interrogante sobre el sentido de ser cuerpo, sobre el sentido de ser, en cuanto cuerpo, hombre y mujer. Estos interrogantes se plantearon por primera vez en relación con el análisis del “principio” humano, en el contexto del Libro del Génesis. En cierto sentido, fue ese contexto quien exigió que se plantearan. Del mismo modo lo reclama el “clásico” texto de la Carta a los Efesios. Y si el “misterio grande” de la unión de Cristo con la Iglesia nos obliga a vincular el significado nupcial del cuerpo con su significado redentor, en esta vinculación encuentran los esposos la respuesta al interrogante sobre el sentido de “ser cuerpo”, y no sólo ellos, aunque sobre todo a ellos se dirija este texto de la Carta del Apóstol.
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6. La imagen paulina del “misterio grande” de Cristo y de la Iglesia habla indirectamente también de la “continencia por el reino de los cielos”, en la que ambas dimensiones del amor, nupcial y redentor, se unen recíprocamente de un modo diverso que en el matrimonial, según proporciones diversas. ¿Acaso no es el amor nupcial, con el que Cristo “amó a la Iglesia”, su Esposa, “y se entregó por ella”, de idéntico modo la más plena encarnación del ideal de la “continencia por el reino de los cielos” (cf. Mt 19, 12)? ¿No encuentran su propio apoyo en ella todos los que –hombres y mujeres– al elegir el mismo ideal, desean vincular la dimensión nupcial del amor con la dimensión redentora, según el modelo de Cristo mismo? Quieren confirmar con su vida que el significado nupcial del cuerpo –de su masculinidad o feminidad–, grabado profundamente en la estructura esencial de la persona humana, se ha abierto de un modo nuevo, por parte de Cristo y con el ejemplo de su vida, a la esperanza unida a la redención del cuerpo. Así, pues, la gracia del misterio de la redención fructifica también –más aún, fructifica de modo especial– con la vocación a la continencia “por el reino de los cielos”.
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7. El texto de la Carta a los Efesios (5, 22-33) no habla de ello explícitamente. Este texto se dirige a los esposos y está construido según la imagen del matrimonio, que por medio de la analogía explica la unión de Cristo con la Iglesia: unión en el amor redentor y nupcial, al mismo tiempo. Precisamente este amor que, como expresión viva y vivificante del misterio de la redención, ¿no supera acaso el círculo de los destinatarios de la Carta, circunscritos por la analogía del matrimonio? ¿No abarca a todo hombre y, en cierto sentido, a toda la creación, como denota el texto paulino sobre la “redención del cuerpo” en la Carta a los Romanos (cf. Rom 8, 23)? El “sacramentum magnum” en este sentido es incluso un nuevo sacramento del hombre en Cristo y en la Iglesia: sacramento “del hombre y del mundo”, del mismo modo que la creación del hombre, varón y mujer, a imagen de Dios, fue el originario sacramento del hombre y del mundo. En este nuevo sacramento de la redención está incluido orgánicamente el matrimonio, igual que estuvo incluido en el sacramento originario de la creación.
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8. El hombre, que “desde el principio” es varón y mujer, debe buscar el sentido de su existencia y el sentido de su hu manidad, llegando hasta el misterio de la creación a través de la realidad de la redención. Ahí se encuentra también la respuesta esencial al interrogante sobre el significado del cuerpo humano, sobre el significado de la masculinidad y feminidad de la persona humana. La unión de Cristo con la Iglesia nos permite entender de qué modo el significado nupcial del cuerpo se completa con el significado redentor, y esto en los diversos caminos de la vida y en las distintas situaciones: no sólo en el matrimonio o en la “continencia” (o sea, virginidad o celibato), sino también, por ejemplo, en el multiforme sufrimiento humano, más aún: en el mismo nacimiento y muerte del hombre. A través del “misterio grande”, de que trata la Carta a los Efesios, a través de la nueva alianza de Cristo con la Iglesia, el matrimonio queda incluido de nuevo en este “sacramento del hombre” que abraza al universo, en el sacramento del hombre y del mundo, que gracias a las fuerzas de la “redención del cuerpo” se modela según el amor nupcial de Cristo y de la Iglesia hasta la medida del cumplimiento definitivo en el reino del Padre.
El matrimonio como sacramento sigue siendo una parte viva y vivificante de este proceso salvífico.
[DP (1982), 375]
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1. L’Autore della Lettera agli Efesini, come abbiamo già visto, parla di un “grande mistero”, unito al sacramento primordiale mediante la continuità del piano salvifico di Dio. Anche egli si riporta al “principio”, come aveva fatto Cristo nel colloquio con i Farisei (1), citando le stesse parole: “Per questo l’uomo abbandonerà suo padre e sua madre e si unirà a sua moglie e i due saranno una sola carne” (2). Quel “grande mistero” è soprattutto il mistero della unione di Cristo con la Chiesa, che l’Apostolo presenta nella similitudine dell’unità dei coniugi: “Lo dico in riferimento a Cristo e alla Chiesa” (3). Ci troviamo nell’àmbito della grande analogia, in cui il matrimonio come sacramento da un lato viene presupposto e, dall’altro, riscoperto. Viene presupposto come sacramento del “principio” umano, unito al mistero della creazione. E viene invece riscoperto come frutto dell’amore sponsale di Cristo e della Chiesa, collegato col mistero della Redenzione.
1. Cfr. Matth. 19, 8.
2. Gen. 2, 24.
3. Eph. 5, 32.
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2. L’Autore della Lettera agli Efesini, rivolgendosi direttamente ai coniugi, li esorta a plasmare il loro rapporto reciproco sul modello dell’unione sponsale di Cristo e della Chiesa. Si può dire che –presupponendo la sacramentalità del matrimonio nel suo significato primordiale– ordina loro di apprendere nuovamente questo sacramento dall’unione sponsale di Cristo e della Chiesa: “E voi, mariti, amate le vostre mogli, come Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei, per renderla santa...” (4). Questo invito, indirizzato dall’Apostolo ai coniugi cristiani, ha la sua piena motivazione in quanto essi, mediante il matrimonio come sacramento, partecipano all’amore salvifico di Cristo, che si esprime al tempo stesso come amore sponsale di Lui verso la Chiesa. Alla luce della Lettera agli Efesini –appunto mediante la partecipazione a questo amore salvifico di Cristo– viene confermato ed insieme rinnovato il matrimonio come sacramento del “principio” umano, cioè sacramento in cui l’uomo e la donna, chiamati a diventare “una sola carne”, partecipano all’amore creatore di Dio stesso. E vi partecipano, sia per il fatto che, creati ad immagine di Dio, sono stati chiamati in virtù di questa immagine ad una particolare unione (communio personarum), sia perchè questa stessa unione è stata fin dal principio benedetta con la benedizione della fecondità5.
4. Eph. 5, 25-26.
5. Cfr. Gen. 1, 28.
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3. Tutta questa originaria e stabile struttura del matrimonio come sacramento del mistero della creazione –secondo il “classico” testo della Lettera agli Efesini (6)– si rinnova nel mistero della Redenzione, quando quel mistero assume l’aspetto della gratificazione sponsale della Chiesa da parte di Cristo. Quell’originaria e stabile forma del matrimonio, si rinnova quando gli sposi lo ricevono come sacramento della Chiesa, attingendo alla nuova profondità della gratificazione dell’uomo da parte di Dio, che si è svelata e aperta col mistero della Redenzione, quando “Cristo ha amato la Chiesa e ha dato se stesso per lei, per renderla santa...” (7). Si rinnova quella originaria e stabile immagine del matrimonio come sacramento, quando i coniugi cristiani –consapevoli dell’autentica profondità della “redenzione del corpo”– si uniscono “nel timore di Cristo” (8).
6. Eph. 5, 21-33.
7. Eph. 5, 25-26.
8. Ibid. 5, 21.
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4. L’immagine paolina del matrimonio, iscritta nel “grande mistero” di Cristo e della Chiesa, accosta la dimensione redentrice dell’amore alla dimensione sponsale. In certo senso unisce queste due dimensioni in una sola. Cristo è divenuto sposo della Chiesa, ha sposato la Chiesa come sua sposa, perchè “ha dato se stesso per lei” (9). Mediante il matrimonio come sacramento (come uno dei sacramenti della Chiesa) ambedue queste dimensioni dell’amore, quella sponsale e quella redentrice, insieme con la grazia del sacramento, penetrano nella vita dei coniugi. Il significato sponsale del corpo nella sua mascolinità e femminilità, che si è manifestato per la prima volta nel mistero della creazione sullo sfondo dell’innocenza originaria dell’uomo, viene collegato nell’immagine della Lettera agli Efesini col significato redentore, e in tal modo confermato e in certo senso “nuovamente creato”.
9. Eph. 5, 25.
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5. Questo è importante riguardo al matrimonio, alla vocazione cristiana dei mariti e delle mogli. Il testo della Lettera agli Efesini (10) si rivolge direttamente a loro e parla soprattutto a loro. Tuttavia, quel collegamento del significato sponsale del corpo con il suo significato “redentore” è ugualmente essenziale e valido per l’ermeneutica dell’uomo in generale: per il fondamentale problema della comprensione di lui e dell’auto-comprensione del suo essere nel mondo. È ovvio che non possiamo escludere da questo problema l’interrogativo sul senso di essere corpo, sul senso di essere, in quanto corpo, uomo e donna. Questi interrogativi sono stati posti per la prima volta in rapporto con l’analisi del “principio” umano, nel contesto del Libro della Genesi. Fu quel contesto stesso, in certo senso, ad esigere che fossero posti. Ugualmente lo richiede il “classico” testo della Lettera agli Efesini. E se il “grande mistero” dell’unione di Cristo con la Chiesa ci obbliga a collegare il significato sponsale del corpo con il suo significato redentore, in tale collegamento i coniugi trovano la risposta all’interrogativo sul senso di “essere corpo”, e non solo essi, benchè soprattutto a loro sia indirizzato questo testo della Lettera dell’Apostolo.
10. Eph. 5, 21-33.
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6. L’immagine paolina del “grande mistero” di Cristo e della Chiesa parla indirettamente anche della “continenza per il regno dei cieli”, in cui ambedue le dimensioni dell’amore, sponsale e redentore, si uniscono reciprocamente in un modo diverso da quello matrimoniale, secondo diverse proporzioni. Non è forse quell’amore sponsale, con cui Cristo “ha amato la Chiesa”, sua sposa, “e ha dato se stesso per lei”, ugualmente la più piena incarnazione dell’ideale della “continenza per il regno dei cieli”?11. Non trovano sostegno proprio in essa tutti coloro –uomini e donne– che, scegliendo lo stesso ideale, desiderano collegare la dimensione sponsale dell’amore con la dimensione redentrice, secondo il modello di Cristo stesso? Essi desiderano confermare con la loro vita che il significato sponsale del corpo –della sua mascolinità o femminilità–, profondamente inscritto nella struttura essenziale della persona umana, è stato aperto in un modo nuovo, da parte di Cristo e con l’esempio della sua vita, alla speranza unita alla redenzione del corpo. Così, dunque, la grazia del mistero della Redenzione fruttifica anche –anzi fruttifica in modo particolare– con la vocazione alla continenza “per il regno dei cieli”.
11. Cfr. Matth. 19, 12.
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7. Il testo della Lettera agli Efesini (12) non ne parla esplicitamente. Esso è indirizzato ai coniugi e costruito secondo l’immagine del matrimonio, che attraverso l’analogia spiega l’unione di Cristo con la Chiesa: unione nell’amore redentore e sponsale insieme. Non è forse appunto questo amore che, quale viva e vivificante espressione del mistero della Redenzione, oltrepassa il cerchio dei destinatari della Lettera circoscritti dall’analogia del matrimonio? Non abbraccia ogni uomo e, in certo senso, tutto il creato, come denota il testo paolino sulla “redenzione del corpo” nella Lettera ai Romani?13 Il “sacramentum magnum” in tal senso è addirittura un nuovo sacramento dell’uomo in Cristo e nella Chiesa: sacramento “dell’uomo e del mondo”, così come la creazione dell’uomo, maschio e femmina, ad immagine di Dio fu l’originario sacramento dell’uomo e del mondo. In questo nuovo sacramento della redenzione è inscritto organicamente il matrimonio, così come fu inscritto nell’originario sacramento della creazione.
12. Eph. 5, 22-33.
13. Cfr. Rom. 8, 23.
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8. L’uomo, che “dal principio” è maschio e femmina, deve cercare il senso della sua esistenza e il senso della sua umanità giungendo fino al mistero della creazione attraverso la realtà della Redenzione. Ivi si trova anche la risposta essenziale all’interrogativo sul significato del corpo umano, sul significato della mascolinità e femminilità della persona umana. L’unione di Cristo con la Chiesa ci consente di intendere in quale modo il significato sponsale del corpo si completa con il significato redentore, e ciò nelle diverse strade della vita e nelle diverse situazioni: non soltanto nel matrimonio o nella “continenza” (ossia verginità o celibato), ma anche, per esemplio, nella multiforme sofferenza umana, anzi: nella stessa nascita e morte dell’uomo. Attraverso il “grande mistero”, di cui tratta la Lettera agli Efesini, attraverso la nuova alleanza di Cristo con la Chiesa, il matrimonio viene nuovamente inscritto in quel “sacramento dell’uomo” che abbraccia l’universo, nel sacramento delle del mondo, che grazie alle forze della “redenzione del corpo” si modella secondo l’amore sponsale di Cristo e della Chiesa fino alla misura del compimento definitivo nel regno del Padre.
Il matrimonio come sacramento rimane una parte viva e vivificante di questo processo salvifico.
[Insegnamenti GP II, 5/3, 1602-1606]