[1098] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LAS PALABRAS DEL CONSENTIMIENTO MATRIMONIAL EN LA LÍNEA DEL “PROFETISMO DEL CUERPO”
Alocución I testi dei Profeti, en la Audiencia General, 19 enero 1983
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1. Los textos de los Profetas tienen gran importancia para comprender el matrimonio como alianza de personas (a imagen de la Alianza de Yahvé con Israel) y, en particular, para comprender la alianza sacramental del hombre y de la mujer en la dimensión del signo. El “lenguaje del cuerpo” entra –como ya hemos considerado anteriormente– en la estructura integral del signo sacramental, cuyo principal sujeto es el hombre, varón y mujer. Las palabras del consentimiento conyugal constituyen este signo, porque en ellas halla expresión el significado nupcial del cuerpo en su masculinidad y feminidad. Este significado se expresa, sobre todo, por las palabras: “Yo te recibo... como esposa... esposo”. Por lo demás, con estas palabras se confirma la “verdad” esencial del lenguaje del cuerpo y queda excluida también (al menos indirectamente, implicite) la “no-verdad” esencial, la falsedad del lenguaje del cuerpo. Efectivamente, el cuerpo dice la verdad por medio del amor, la fidelidad, la honestidad conyugal, así como la no verdad, o sea, la falsedad, se expresa por medio de todo lo que es negación del amor, de la fidelidad, de la honestidad conyugal. Se puede decir, pues, que, en el momento de pronunciar las palabras del consentimiento matrimonial, los nuevos esposos se sitúan en la línea del mismo “profetismo del cuerpo”, cuyo portavoz fueron los antiguos Profetas. El “lenguaje del cuerpo”, expresado por boca de los ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia, instituye el mismo signo visible de la Alianza y de la gracia que –remontándose en su origen al misterio de la creación– se alimenta continuamente con la fuerza de la “redención del cuerpo”, ofrecida por Cristo a la Iglesia.
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2. Según los textos proféticos, el cuerpo humano habla un “lenguaje”, del que no es el autor. Su autor es el hombre que, como varón y mujer, esposo y esposa, relee correctamente el significado de este “lenguaje”. Relee, pues, el significado nupcial del cuerpo como integralmente grabado en la estructura de la masculinidad o feminidad del sujeto personal. Una relectura correcta “en la verdad” es condición indispensable para proclamar esta verdad, o sea, para instituir el signo visible del matrimonio como sacramento. Los esposos proclaman precisamente este “lenguaje del cuerpo”, releído en la verdad, como contenido y principio de su nueva vida en Cristo y en la Iglesia. Sobre la base del “profetismo del cuerpo”, los ministros del sacramento del matrimonio realizan un acto de carácter profético. Confirman de este modo su participación en la misión profética de la Iglesia, recibida de Cristo. “Profeta” es aquel que expresa con palabras humanas la verdad que proviene de Dios, aquel que profiere esta verdad en lugar de Dios, en su nombre y, en cierto sentido, con su autoridad.
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3. Todo esto se refiere a los nuevos esposos, que, como ministros del sacramento del matrimonio, instituyen con las palabras del consentimiento conyugal el signo visible, proclamando el “lenguaje del cuerpo”, releído en la verdad, como contenido y principio de su nueva vida en Cristo y en la Iglesia. Esta proclamación “profética” tiene un carácter completo. El consentimiento conyugal es, al mismo tiempo, anuncio y causa del hecho de que, de ahora en adelante, ambos serán ante la Iglesia y la sociedad marido y mujer. (Entendemos este anuncio como “indicación” en el sentido ordinario del término). Sin embargo, el consentimiento conyugal tiene sobre todo el carácter de una recíproca profesión de los nuevos esposos, hecha ante Dios. Basta detenerse con atención en el texto, para convencerse de que esa proclamación profética del lenguaje del cuerpo, releído en la verdad, está inmediata y directamente dirigida del “yo” al “tú”: del hombre a la mujer y de ella a él. Precisamente tienen puesto central en el consentimiento conyugal las palabras que indican el sujeto personal, los pronombres “yo” y “a ti”. El “lenguaje del cuerpo”, releído en la verdad de su significado nupcial, constituye, mediante las palabras de los nuevos esposos, la unión-comunión de las personas. Si el consentimiento conyugal tiene carácter profético, si es la proclamación de la verdad que proviene de Dios y, en cierto sentido, la enunciación de esta verdad en el nombre de Dios, esto se realiza sobre todo en la dimensión de la comunión interpersonal, y sólo indirectamente “ante” los otros y “por” los otros.
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4. En el fondo de las palabras pronunciadas por los ministros del sacramento del matrimonio, está el perenne “lenguaje del cuerpo”, al que Dios “dio comienzo” al crear al hombre como varón y mujer: lenguaje que ha sido renovado por Cristo. Este perenne del cuerpo” lleva en sí toda la riqueza y profundidad del misterio: primero de la creación, después de la redención. Los esposos, realizando el signo visible del sacramento mediante las palabras de su consentimiento conyugal, expresan en él “el lenguaje del cuerpo”, con toda la profundidad del misterio de la creación y de la redención (la liturgia del sacramento del matrimonio ofrece un rico contexto de ello). Al releer de este modo “el lenguaje del cuerpo”, los esposos no sólo incluyen en las palabras del consentimiento conyugal la plenitud subjetiva de la profesión, indispensable para realizar el signo propio de este sacramento, sino que llegan también, en cierto sentido, a las fuentes mismas de las que ese signo toma cada vez su elocuencia profética y su fuerza sacramental. No es lícito olvidar que “el lenguaje del cuerpo”, antes de ser pronunciado por los labios de los esposos, ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia, ha sido pronunciado por la palabra del Dios vivo, comenzando por el Libro del Génesis, a través de los Profetas de la Antigua Alianza, hasta el autor de la Carta a los Efesios.
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5. Empleamos aquí varias veces la expresión “lenguaje del cuerpo” refiriéndonos a los textos proféticos. En estos textos, como ya hemos dicho, el cuerpo humano habla un “lenguaje”, del que no es autor en el sentido propio del término. El autor es el hombre –varón y mujer– que relee el verdadero sentido de ese “lenguaje”, poniendo de relieve el significado nupcial del cuerpo como grabado integralmente en la estructura misma de la masculinidad y feminidad del sujeto personal. Esta relectura “en la verdad” del lenguaje del cuerpo confiere, ya de por sí, un carácter profético a las palabras del consentimiento conyugal, por medio de las cuales, el hombre y la mujer realizan el signo visible del matrimonio como sacramento de la Iglesia. Sin embargo, estas palabras contienen algo más que una simple relectura en la verdad de ese lenguaje, del que habla la feminidad y la masculinidad de los nuevos esposos en su relación recíproca: “Yo te recibo como mi esposa-como mi esposo”. En las palabras están incluidos: el propósito, la decisión y la opción. Los dos esposos deciden actuar en conformidad con el lenguaje del cuerpo, releído en la verdad. Si el hombre, varón y mujer, es el autor de ese lenguaje, lo es, sobre todo, en cuanto quiere conferir, y efectivamente confiere a su comportamiento y a sus acciones el significado conforme con la elocuencia releída de la verdad de la masculinidad y de la feminidad en la recíproca relación conyugal.
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6. En este ámbito el hombre es artífice de las acciones que tienen, de por sí, significados definidos. Es, pues, artífice de las acciones y, a la vez, autor de su significado. La suma de estos significados constituye, en cierto sentido, el conjunto del “lenguaje del cuerpo”, con el que los esposos deciden hablar entre sí como ministros del sacramento del matrimonio. El signo que ellos realizan con las palabras del consentimiento conyugal no es un mero signo inmediato y pasajero, sino un signo de perspectiva que reproduce un efecto duradero, esto es, el vínculo conyugal, único e indisoluble (“Todos los días de mi vida”, es decir, hasta la muerte). En esta perspectiva deben llenar ese signo del múltiple contenido que ofrece la comunión conyugal y familiar de las personas, y también del contenido que, nacido “del lenguaje del cuerpo”, es continuamente releído en la verdad. De este modo, la “verdad” esencial del signo permanecerá orgánicamente vinculada al ethos de la conducta conyugal. En esta verdad del signo y, consiguientemente, en el ethos de la conducta conyugal, se inserta con gran perspectiva el significado procreador del cuerpo, es decir, la paternidad y la maternidad, de las que ya hemos tratado. A la pregunta: “¿Estáis dispuestos a recibir de Dios, responsable y amorosamente, los hijos y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?”, el hombre y la mujer responden: “Sí, estamos dispuestos”.
[DP (1983), 16]
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1. I testi dei Profeti hanno grande importanza per comprendere il matrimonio come alleanza di persone (ad immagine dell’Alleanza di Jahvè con Israele) e, in particolare, per comprendere l’alleanza sacramentale dell’uomo e della donna nella dimensione del segno. Il “linguaggio del corpo” entra –come già in precedenza è stato considerato –nella struttura integrale del segno sacramentale, il cui precipuo soggetto è l’uomo, maschio e femmina. Le parole del consenso coniugale costituiscono questo segno, perchè in esse trova espressione il significato sponsale del corpo nella sua mascolinità e femminilità. Un tale significato viene espresso soprattutto dalle parole: “Io... prendo te... come mia sposa... mio sposo”. Per di più con queste parole è confermata l’essenziale “verità” del linguaggio del corpo e viene anche (almeno indirettamente, implicite) esclusa l’essenziale “non verità”, la falsitá del linguaggio del corpo. Il corpo, infatti, dice la verità attraverso l’amore, la fedeltà, l’onestà coniugali, così come la non verità, ossia la falsità, viene espressa attraverso tutto ciò che è negazione dell’amore, della fedeltà, dell’onestà coniugali. Si può quindi dire che, nel momento di profferire le parole del consenso coniugale, gli sposi novelli si pongono sulla linea dello stesso “profetismo del corpo”, i cui portavoce furono gli antichi Profeti. Il “linguaggio del corpo”, espresso per bocca dei ministri del matrimonio come sacramento della Chiesa, istituisce lo stesso segno visibile dell’Alleanza e della grazia, che –ri salendo con la sua origine al mistero della creazione– si alimenta continuamente con la forza della “redenzione del corpo”, offerta da Cristo alla Chiesa.
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2. Secondo i testi profetici il corpo umano parla un “linguaggio”, di cui esso non è l’autore. L’autore ne è l’uomo che, come maschio e femmina, sposo e sposa, rilegge correttamente il significato di questo “linguaggio”. Rilegge dunque quel significato sponsale del corpo come integralmente inscritto nella struttura della mascolinità o femminilità del soggetto personale. Una corretta rilettura “nella verità” è condizione indispensabile per proclamare tale verità, ossia per istituire il segno visibile del matrimonio come sacramento. Gli sposi proclamano appunto questo “linguaggio del corpo”, riletto nella verità, quale contenuto e principio della loro nuova vita in Cristo e nella Chiesa. Sulla base del “profetismo del corpo”, i ministri del sacramento del matrimonio compiono un atto di carattere profetico. Confermano in tal modo la loro partecipazione alla missione profetica della Chiesa, ricevuta da Cristo. “Profeta” è colui che esprime con parole umane la verità proveniente da Dio, colui che profferisce tale verità in sostituzione di Dio, nel suo nome e, in certo senso, con la sua autorità.
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3. Tutto ciò si riferisce agli sposi novelli, i quali, come ministri del sacramento del matrimonio, istituiscono con le parole del consenso coniugale il segno visibile, proclamando il “linguaggio del corpo”, riletto nella verità, come contenuto e principio della loro nuova vita in Cristo e nella Chiesa. Questa proclamazione “profetica” ha un carattere complesso. Il consenso coniugale è insieme annunzio e causa del fatto che, d’ora in poi, entrambi saranno dinanzi alla Chiesa e alla società marito e moglie. (Un tale annunzio intendiamo come “indicazione” nel senso ordinario del termine). Tuttavia, il consenso coniugale ha soprattutto il carattere di una reciproca professione degli sposi novelli, fatta dinanzi a Dio. Basta soffermarsi con attenzione sul testo, per convincersi che quella proclamazione profetica del linguaggio del corpo, riletto nella verità, è immediatamente e direttamente rivolta dall’“io” al “tu”: dall’uomo alla donna e da lei a lui. Posto centrale nel consenso coniugale hanno proprio le parole che indicano il soggetto personale, i pronomi “io” e “te”. Il “linguaggio del corpo” riletto nella verità del suo significato sponsale, costituisce mediante le parole degli sposi novelli l’unione-comunione delle persone. Se il consenso coniugale ha carattere profetico, se è la proclamazione della verità proveniente da Dio, e in certo senso l’enunciazione di questa verità nel nome di Dio, ciò si attua soprattutto nella dimensione della comunione interpersonale, e soltanto indirettamente “dinanzi” agli altri e “per” gli altri.
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4. Sullo sfondo delle parole pronunciate dai ministri del sacramento del matrimonio, sta il perenne “linguaggio del corpo”, a cui Dio “diede inizio” creando l’uomo quale maschio e femmina: linguaggio, che è stato rinnovato da Cristo. Questo perenne “linguaggio del corpo” porta in sè tutta la ricchezza e la profondità del Mistero: prima della creazione, poi della redenzione. Gli sposi, attuando il segno visibile del sacramento mediante le parole del loro consenso coniugale, esprimono in esso “il linguaggio del corpo”, con tutta la profondità del mistero della creazione e della redenzione (la liturgia del sacramento del matrimonio ne offre un ricco contesto). Rileggendo in tal modo “il linguaggio del corpo”, gli sposi non solo racchiudono nelle parole del consenso coniugale la soggettiva pienezza della professione, indispensabile ad attuare il segno proprio di questo sacramento, ma giungono anche, in un certo senso, alle sorgenti stesse, da cui quel segno attinge ogni volta la sua eloquenza profetica e la sua forza sacramentale. Non è lecito dimenticare che “il linguaggio del corpo”, prima di essere pronunciato dalle labbra degli sposi, ministri del matrimonio quale sacramento della Chiesa, è stato pronunciato dalla parola del Dio vivo, iniziando dal Libro della Genesi, attraverso i Profeti dell’Antica Alleanza, fino all’Autore della Lettera agli Efesini.
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5. Adoperiamo qui a più riprese l’espressione “linguaggio del corpo”, riportandoci ai testi profetici. In questi testi, come abbiamo già detto, il corpo umano parla un “linguaggio”, di cui esso non è l’autore nel senso proprio del termine. L’autore è l’uomo –maschio e femmina– che rilegge il vero senso di quel “linguaggio”, riportando alla luce il significato sponsale del corpo come integralmente iscritto nella struttura stessa della mascolinità e femminilità del soggetto personale. Tale rilettura “nella verità” del linguaggio del corpo già di per sè conferisce un carattere profetico alle parole del consenso coniugale, per mezzo delle quali l’uomo e la donna attuano il segno visibile del matrimonio come sacramento della Chiesa. Queste parole contengono tuttavia qualcosa di più che una semplice rilettura nella verità di quel linguaggio, di cui parla la femminilità e la mascolinità degli sposi novelli nel loro rapporto reciproco: “Io prendo te come mia sposa –come mio sposo”. Nelle parole del consenso coniugale son racchiusi: il proposito, la decisione e la scelta. Entrambi gli sposi decidono di agire in conformità col linguaggio del corpo, riletto nella verità. Se l’uomo, maschio e femmina, è l’autore di quel linguaggio, lo è soprattutto in quanto vuole conferire, ed effettivamente conferisce al suo comportamento e alle sue azioni il significato conforme all’eloquenza riletta della verità della mascolinità e della femminilità nel reciproco rapporto coniugale.
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6. In questo ambito l’uomo è artefice delle azioni che hanno di per sè significati definiti. È dunque artefice delle azioni ed insieme autore del loro significato. La somma di quei significati costituisce, in certo senso, l’insieme del “linguaggio del corpo”, con cui gli sposi decidono di parlare tra loro come ministri del sacramento del matrimonio. Il segno che essi attuano con le parole del consenso coniugale non è puro segno immediato e passeggero, ma un segno prospettico che riproduce un effetto duraturo, cioè il vincolo coniugale, unico e indissolubile (“tutti i giorni della mia vita”, cioè fino alla morte). In questa prospettiva essi debbono riempire quel segno del molteplice contenuto offerto dalla comunione coniugale e familiare delle persone, e anche di quel contenuto che, originato “dal linguaggio del corpo”, viene continuamente riletto nella verità. In tal modo la “verità” essenziale del segno rimarrà organicamente legata all’ethos della condotta coniugale. In questa verità del segno e, in seguito, nell’ethos della condotta coniugale, s’inserisce prospetticamente il significato procreativo del corpo, cioè la paternità e la maternità, di cui abbiamo trattato in precedenza. Alla domanda: “Siete disposti ad accogliere responsabilmente con amore i figli che Dio vorrà donarvi ed educarli secondo la legge di Cristo e della sua Chiesa?” l’uomo e la donna rispondono: “Sì”.
[Insegnamenti GP II, 6/1, 155-159]