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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1119] • JUAN PABLO II (1978-2005) • VERDAD Y “ETHOS” DE LA COMUNIÓN CONYUGAL, PRINCIPIO DE ACCIÓN PASTORAL FAMILIAR

Del Discurso Je remercie, a los participantes en la I Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para la Familia, 30 mayo 1983

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1. [...] Estoy verdaderamente feliz por este encuentro oficial con todos vosotros, a quienes saludo de todo corazón. En mi vida de sacerdote y Obispo, una de mis preocupaciones más vivas ha sido siempre la pastoral familiar, porque estoy convencido de la realidad de esa afirmación incisiva de San Agustín según la cual la unión del hombre y de la mujer “quantum attinet ad genus mortalium, quoddam seminarium est civitatis” – “en lo que concierne al género humano, es como el semillero de la ciudad” (De Civit. Dei, XV, 16, 3: PL 41, 459). Y entre los recuerdos más bellos y más consoladores de mi ministerio sacerdotal y episcopal, puedo contar los innumerables contactos con las familias para orar con ellas y para profundizar con ellas en el sentido y la dignidad del matrimonio cristiano.

1. S. AUGUSTINI, De civitate Dei, XV, 16, 3: PL. 41, 459.

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2. Llevo siempre en el corazón la actividad del Consejo Pontificio para la Familia, que inicia sus primeros pasos. Tengo la firme convicción –la tenemos todos– de que el futuro del mundo pasa a través de la familia. Ciertamente, en el pasado se ha tenido siempre conciencia de la importancia que reviste la familia para el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Pero, hoy, se ha visto más claramente y con más fuerza, no sólo en razón de los peligros que pesan sobre la institución familiar y que van unidos al proceso de transformación de la sociedad y de la cultura, sino porque unas nuevas posibilidades invitan a la familia a redescubrir sus propios valores, sus exigencias, sus responsabilidades.

Por otra parte, la familia ocupa un lugar central en la evangelización de la humanidad: “La familia cristiana... es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana mediante una progresiva educación y catequesis”. (Familiaris consortio, 2).

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3. En el contexto de la misión de la Iglesia, el Consejo Pontificio para la Familia ocupa un puesto preciso en razón de la tarea que le ha sido confiada, la de “promover la pastoral familiar y el apostolado específico en el campo familiar, para poner en práctica la doctrina y el espíritu del Magisterio de la Iglesia, de manera que las familias cristianas puedan cumplir su función propia, función de educación, de evangelización y de ejercicio del apostolado” (cfr. ASS 73 (1981), p. 443).

La familia –como he tenido ocasión de decir muchas veces– es la primera y fundamental escuela de humanidad y de fe para el hombre y, en este sentido, es la célula tanto del cuerpo social como de la Iglesia. Ésta es la razón por la cual tiene derecho a recibir ayuda, a fin de que pueda cumplir sus tareas esenciales. El Consejo Pontificio para la Familia es el organismo central de la Iglesia al que está confiado este servicio específico en favor de la familia.

Habéis elegido muy oportunamente como tema de vuestra primera Asamblea plenaria “los cometidos de la familia cristiana”, tomando como base y como orientación de vuestros trabajos la exhortación apostólica Familiaris consortio (tercera parte). A la luz de la fe y habida cuenta de las situaciones en las que vive hoy la familia, es necesario que vuestra atención se concentre sobre todo en algunos puntos.

La exhortación apostólica citada más arriba ha subrayado que la familia, fundada y vivificada por el amor, es una comunidad de personas: del hombre y de la mujer esposos, de los padres y de los hijos, de los parientes. Su primer cometido es el de vivir fielmente la realidad de la comunión con el empeño constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas” (n. 18). Es necesario, pues, que en la base de toda acción pastoral en favor de la familia se ponga la verdad y el ethos de la comunión de las personas, del amor conyugal y familiar. Por ello, el primer deber del Consejo Pontificio para la Familia es actuar de modo que esta verdad y este ethos sean conocidos cada vez más profunda y ampliamente en la Iglesia y vividos en la familia, defendiéndola contra las incesantes tentaciones de reducir su significación. A este respecto existen hoy ciertas urgencias a las que el Consejo Pontificio para la Familia debe prestar una atención particular.

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4. La primera de estas urgencias se refiere a la indisoluble relación entre amor conyugal y servicio a la vida. Es absolutamente necesario que la acción pastoral de las comunidades cristianas sea totalmente fiel a la enseñanza de la encíclica Humanae vitae y de la exhortación apostólica Familiaris consortio. Sería un grave error establecer una oposición entre las exigencias pastorales y la enseñanza doctrinal, porque el primer servicio que la Iglesia debe cumplir con relación al hombre es el de decirle la verdad: una verdad de la que la Iglesia no es ni la autora ni el árbitro. Se abre aquí, pues, un amplio campo para los trabajos pastorales, sobre todo en lo que se refiere a la preparación de los jóvenes para el matrimonio.

La segunda urgencia hace referencia a la relación indisoluble entre servicio a la vida y misión educadora. Es primeramente a la familia a quien corresponde el deber de educar a la persona humana. En el ejercicio de este deber no puede ser sustituida por nadie, pero tiene derecho a ser ayudada por toda institución pública y privada, en el respeto de la libertad, propia de los padres, de educar a sus hijos según sus convicciones.

La tercera urgencia es la relativa al deber de la familia respecto a la sociedad civil y respecto a la Iglesia. En lo que se refiere al primer punto, la familia debe ser defendida de toda tentativa de reducir arbitrariamente su “espacio” en la vida humana. Como ya he recordado, ella es la primera escuela de formación del hombre. La sociedad civil encuentra, pues, en la familia –cuando reconoce su verdad completa– una de las instancias más importantes de la construcción de la civilización. En lo que mira después a las relaciones con la Iglesia, dicho de otra manera, a la misión eclesial de la familia, es necesario educar cada vez mejor a los esposos en la responsabilidad que tienen, en virtud del sacramento del matrimonio, de edificar, de la manera que les es propia, el Cuerpo de Cristo.

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5. Esta edificación del Cuerpo de Cristo –es decir, el apostolado de los esposos cristianos– debe realizarse ante todo y de manera especial dentro de su familia y de las otras familias. En el seno de la Iglesia, la familia es el medio natural en el que las nuevas vidas son destinadas a la regeneración por el bautismo. Los esposos cristianos tienen el deber de preparar personas que serán purificadas y regeneradas por el lavado sacramental, llegando a ser así miembros del Cuerpo místico. En esta perspectiva, las afirmaciones del Concilio Vaticano II adquieren una significación más rica: “De aquí que el auténtico cultivo del amor conyugal y todo el sistema de vida que de ahí procede, sin menoscabo de otras finalidades del matrimonio, tienden precisamente a que los esposos estén valientemente dispuestos a cooperar con el amor del Creador y Salvador, que por medio de ellos dilata y enriquece de día en día su familia. En este oficio de transmitir la vida humana y educarla que han de considerar los esposos como misión propia, saben ellos que son cooperadores del amor de Dios y en cierta manera sus intérpretes” (Gaudium et spes, 50).

Los esposos cristianos deben anunciar mediante su vida ejemplar el designio de Dios sobre la familia; deben ayudar a toda la familia a tomar conciencia de la multiforme y extraordinaria riqueza de valores y de tareas que lleva en sí misma, a fin de construirse ella misma de manera continua y de contribuir a construir la sociedad humana y la Iglesia. A todo cristiano incumbe el deber de dar testimonio del mensaje del Evangelio. El Concilio Vaticano II ha subrayado que este deber demuestra el “alto valor” del estado de vida matrimonial y familiar: “En él los esposos encuentran su vocación propia para que ellos entre sí y con sus hijos sean testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama muy alto tanto las presentes virtudes del Reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. Y así, con su ejemplo y testimonio, arguye al mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad” (Lumen gentium, 35).

La esperanza que el hombre pone legítimamente en el matrimonio y en la familia no encuentra su plena realización más que en la acogida del Evangelio. Los esposos cristianos deben dar testimonio de ella con su propia vida.

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6. Amados hermanos y hermanas. Es la primera vez que os reunís en Asamblea plenaria y ésta puede ser para muchos de vosotros la primera vez que os encontráis.

Los miembros del Consejo Pontificio de la Familia –caso único en la Curia romana– son todos laicos casados: estáis realizando ya aquel servicio eclesial del que acabo de hablar al poneros directamente a disposición del Sucesor de Pedro.

Vuestra colaboración, sin embargo, no debe limitarse a estas jornadas en la Asamblea plenaria; debe ser continua. Vuestras relaciones con los responsables del Consejo Pontificio deben ser constantes: debéis informarles, proponerles iniciativas, llamar su atención sobre los problemas que estiméis más importantes y urgentes.

Os animo a dedicaros incansablemente a fin de que se cumplan los fines para los que ha sido instituido el Consejo. Y en vuestras diócesis respectivas, ofreced vuestra generosa colaboración a vuestros Obispos y a los distintos movimientos consagrados a la pastoral familiar, distinguiéndoos por vuestro dinamismo y vuestro celo, y buscando favorecer una real comunicación de fines y de programas.

[DP (1983), 164]

 

© Javier Escrivá-Ivars y Augusto Sarmiento. Universidad de Navarra