[1126] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA VINCULADOS ESTRECHAMENTE AL MISTERIO PASCUAL DEL SEÑOR
Discurso It is a real joy, a un grupo de Obispos de los Estados Unidos, en la visita ad limina, 24 septiembre 1983
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1. Es una verdadera alegría para mí daros la bienvenida en esta asamblea colegial en la que nos reunimos en el nombre de Cristo que es el “Supremo Pastor” (1 Pet 5, 4) de la Iglesia y el Señor y Salvador de todos nosotros. Nos reunimos aquí con ocasión de vuestra visita ad limina y desearía reflexionar con vosotros sobre uno de los más importantes sectores de vuestra común responsabilidad pastoral: el matrimonio cristiano y la vida familiar.
En la Constitución Pastoral Gaudium et spes, los Obispos del Concilio Vaticano II declararon que “la salvación del individuo y de la sociedad humana y cristiana está estrechamente unida a una feliz situación de la comunidad conyugal y familiar” (n. 47). Todos somos conocedores de algunas tendencias contemporáneas que parecen amenazar la estabilidad –si no la real existencia– de la familia: un cambio de valoración en cuanto tiende a prevalecer el bienestar del individuo sobre el bienestar de la familia como unidad social de base, el aumento de divorcios, la tendencia al permisivismo sexual, y el convencimiento de que otros tipos de relaciones podrían reemplazar al matrimonio y a la familia.
Frente a estas tendencias tenemos la importante misión de proclamar la Buena Nueva de Cristo en lo que se refiere al amor conyugal, la identidad y el valor de la familia, y la importancia de su misión en la Iglesia y en el mundo.
En consecuencia, en la Familiaris consortio he subrayado que los Obispos deberán ejercer una particular solicitud en favor de la familia “consagrando a ella interés, solicitud, apoyo, tiempo, personal, iniciativas; pero sobre todo personal, a las familias y a quienes en diversas estructuras diocesanas, lo ayudan en la pastoral de la familia” (n. 73).
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2. Esta responsabilidad pastoral está basada sobre el hecho de que la vida de la familia cristiana está fundada sobre el sacramento del matrimonio, que es “fuente propia y medio original de santificación para los cónyuges y para la familia cristiana” (ibid. n. 56). Está en nosotros, junto con nuestros sacerdotes, ofrecer a los fieles la riqueza del magisterio de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio. Este magisterio, bien ejercido, tiene mucha eficacia, presentando, como es debido, el matrimonio como alianza de Dios con su pueblo y la relación de Cristo con la Iglesia. Es de extrema importancia para las parejas cristianas ser conocedoras de la verdad divina según la cual en el amor humano elevado y santificado por medio del matrimonio sacramental, ellos “son el signo del misterio de unidad y de fecundo amor que media entre Cristo y la Iglesia y lo participan” (Lumen gentium, 11). Porque el matrimonio cristiano es signo de la relación entre Cristo y la Iglesia, él posee las cualidades de la unidad, permanencia e indisolubilidad, fidelidad y fecundidad. En las palabras del Concilio Vaticano II proclamamos: “La íntima comunidad conyugal de vida y de amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así del acto humano por el cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución (el matrimonio) confirmada por la ley divina” (Gaudium et spes, 48).
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3. Las responsabilidades primarias de las parejas desposadas están descritas tanto en la Gaudium et spes como en la Humanae vitae en términos de amor conyugal que se desarrolla y persigue una maternidad y paternidad responsables. En la base de una relación matrimonial es este especial amor interpersonal el que se dan los esposos uno a otro. La Iglesia proclama este amor conyugal humano por excelencia, incluyendo el bien de toda la persona y enriqueciendo y haciendo nobles tanto a la mujer como al marido en su vida cristiana. Este amor crea una unidad especial entre un hombre y una mujer que asemeja a la unidad entre Cristo y la Iglesia. La Gaudium et spes nos asegura que el amor conyugal está unido al amor de Dios y está influido por el poder redentor de Cristo y de la actividad salvadora de la Iglesia. Por lo tanto los esposos son guiados por Dios y asistidos y reforzados en el sublime papel de ser un padre o una madre (cfr. n. 48).
El matrimonio es también derecho para la formación de una familia. Los esposos colaboran con Dios en la continua obra de la creación. El amor conyugal está enraizado en el amor divino, y su significado es de ser un apoyo creativo y de vida. Es por medio de la unión espiritual y de la unión de sus cuerpos como la pareja cumple con su papel procreador dando la vida, el amor y el sentido de seguridad a los propios hijos.
Dar la vida y ayudar a los propios hijos a alcanzar la madurez por medio de la educación es una de las tareas más privilegiadas y de responsabilidad de una pareja desposada. Sabemos que las parejas casadas desean llegar a ser padres, pero que son impedidas en alcanzar sus esperanzas y sus deseos por las condiciones sociales, por las circunstancias personales y también por la imposibilidad de engendrar una nueva vida.
Pero la Iglesia anima a las parejas a ser generosas y confiadas, a comprender que la paternidad y la maternidad son un privilegio y que todo niño es el testimonio del amor existente en una pareja de uno hacia la otra, por su generosidad y su apertura hacia Dios.
Ellos deben ser estimulados a ver al niño como un enriquecimiento del propio matrimonio y un don de Dios a ellos y a sus otros niños.
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4. Las parejas deberán con tenacidad y con la oración tomar sus decisiones en lo que respecta al número de los nacimientos y las dimensiones de su familia. Al tomar estas decisiones ellos tienen necesidad de estar atentos al Magisterio de la Iglesia en lo que se refiere a la íntima conexión entre las dimensiones unitiva y procreativa del acto del matrimonio (cfr. Humanae vitae, 12). Las parejas deben ser estimuladas a evitar toda acción que amenace una vida ya concebida, que impida o frustre el poder procreador del acto del matrimonio.
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5. Como Obispos, en unión con vuestros sacerdotes y de los demás que se ocupan del apostolado de la familia, estáis invitados a ayudar a las parejas a conocer y comprender las razones del Magistero de la Iglesia sobre la sexualidad humana. Este Magisterio puede ser comprendido sólo a la luz del plan de Dios para el amor humano y el matrimonio en su relación con la creación y con la Redención. Mostremos al mismo tiempo a nuestro pueblo la elevada y gozosa afirmación del amor humano, diciendo que “Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano” (Familiaris consortio, 11). Por consiguiente para evitar cualquier vulgarización y desacralización de la sexualidad debemos enseñar que la sexualidad trasciende la esfera puramente biológica y mira al ser más profundo de la persona en cuanto tal. El amor sexual es verdaderamente humano sólo si es parte integral del amor por medio del cual un hombre y una mujer se confían uno a la otra hasta la muerte. Este darse recíprocamente tan pleno es posible sólo en el matrimonio.
Éste es el magisterio –basado en la comprensión de la Iglesia de la dignidad de la persona humana y el hecho de que el sexo es un don de Dios– que debe ser comunicado tanto a las parejas casadas como a las prometidas y también a la Iglesia entera. Esta enseñanza debe estar en la base de toda la educación de la sexualidad y de la castidad. Debe ser comunicado a los padres, que tienen la importante responsabilidad de la educación de los propios hijos, y también a los pastores y a los educadores religiosos que colaboran con los padres en el cumplimiento de sus responsabilidades.
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6. Una parte especial e importante de vuestro ministerio hacia las familias es el de la planificación natural de las familias. El número de parejas que utilizan con éxito los métodos naturales va en constante aumento. Pero es necesario un esfuerzo concertado ulterior. Como se declara en la Familiaris consortio: “La comunidad eclesial en el tiempo presente, debe preocuparse por suscitar convicciones y de ofrecer ayudas concretas a quienes desean vivir la paternidad y la maternidad de modo verdaderamente responsable... Esto significa un compromiso más amplio, decisivo y sistemático en hacer conocer, estimar y aplicar los métodos naturales de regulación de la fertilidad” (n. 35).
Aquellas parejas que eligen los métodos naturales perciben la fundamental diferencia, tanto antropológica como moral entre la contracepción y la planificación familiar natural. Pueden encontrar dificultades o más bien a menudo se deciden a comenzar a usar los métodos naturales y tienen necesidad de instrucciones competentes, estímulo y consejo y apoyo pastoral. Debemos ser sensibles a sus esfuerzos y tener comprensión para las necesidades que tienen. Como Obispos tenemos el carisma y la responsabilidad de hacer a nuestro pueblo conocedor de la única influencia que la gracia del sacramento del matrimonio tiene sobre cada aspecto de la vida conyugal, incluida la sexualidad (cfr. Familiaris consortio, 33).
El Magisterio de la Iglesia de Cristo no es sólo luz y fuerza para el pueblo de Dios sino que eleva sus corazones a la alegría y a la esperanza.
Vuestra Conferencia Episcopal ha establecido un programa especial para difundir y coordinar los trabajos en las diferentes diócesis. Pero el éxito de tal esfuerzo requiere el constante interés pastoral y el apoyo de cada Obispo en su diócesis, y os estoy profundamente agradecido por cuanto hacéis en este importante apostolado.
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7. La familia está justamente descrita como una Iglesia doméstica. Como tal, ella transmite de una generación a otra la fe y la escala de los valores cristianos. Los padres están llamados a comprometerse en la educación de sus hijos, precisamente como jóvenes cristianos. La familia es también el centro de la catequesis sacramental. Cada vez más los padres están llamados a asumir un papel activo en preparar a sus hijos al Bautismo, Primera Confesión y Primera Comunión.
Parejas de matrimonios están activas también en la preparación de programas para la preparación al matrimonio. Todo esto se refiere al papel de la familia en compartir la vida y la misión de Cristo.
Con todo nuestro corazón debemos animar la oración familiar y la vida sacramental de la familia, centrada en torno a la Eucaristía. Porque la vitalidad de la familia cristiana deriva de su unión con Cristo en la vida de gracia que está alimentada por medio de la liturgia y a través de la oración familiar.
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8. La familia cristiana tiene también la responsabilidad de participar en el desarrollo de la sociedad. Como Obispos de los Estados Unidos tenéis una larga historia al servicio de la familias con necesidades particulares, sobre todo gracias a vuestras agendas de servicio social católico. Vuestras agencias diocesanas han demostrado también una especial solicitud por los pobres, por las minorías raciales, étnicas y culturales así como por los marginados.
Pero como decía en 1980 el Sínodo de Obispos y como fue subrayado en la Familiaris consortio, “la función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política, es decir: las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y deberes de la familia” (n. 44). Vuestra Conferencia Episcopal ha sido diligente en favorecer este papel por medio de su actividad en favor de la vida, y especialmente a través del anual Programa para el Respeto a la Vida que comienza la próxima semana de este año.
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9. El desafío pastoral es grande y requiere vuestra guía personal y constante, la colaboración de los sacerdotes y de los religiosos, y el generoso y escrupuloso esfuerzo del laicado católico, especialmente el de las familias. En un país grande como el vuestro, la tarea es muy compleja. Pero todavía os confío la recomendación de la Familiaris consortio, es decir, que la Conferencia Episcopal, deberá formular un Directorio para el Cuidado Pastoral de la Familia, que incluirá el contenido de la preparación al matrimonio, y que a los sacerdotes y a los seminaristas sea dada una especial preparación para la obra pastoral con las familias. Precisamente por esta razón ha sido establecido un Instituto especial para el estudio del matrimonio y de la vida familiar en la Pontificia Universidad del Laterano.
Soy conocedor de vuestras muchas otras responsabilidades y problemas pastorales, pero por mis viajes pastorales me ha convencido mucho la vitalidad de la vida familiar cristiana, aun frente a tantas tensiones y presiones. Os aconsejo que mostréis la especial solicitud y amor familiar por colaborar con los demás a sostener la vida familiar y proclamar constantemente a vuestro pueblo que “el futuro de la humanidad pasa a través de la familia” (Familiaris consortio, 86).
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10. No podemos aceptar sencillamente la búsqueda contemporánea de exagerada comodidad y bienestar, porque como cristianos debemos prestar atención a la vigorosa exhortación de San Pablo “No conformaos a la mentalidad de este mundo” (Rom 12, 2).
Debemos comprender que en nuestra lucha por superar las influencias de la sociedad moderna estamos identificados con Cristo Señor, que a través de sus sufrimientos y su muerte ha redimido al mundo. Por lo tanto podemos impartir todavía mejor a nuestro pueblo el mensaje del Concilio Vaticano II: el seguir a Cristo, que es el principio de vida “en las alegrías y en los sacrificios de su vocación por medio de su fiel amor, sean testigos de aquel misterio de amor que el Señor con su muerte y resurrección reveló al mundo” (Gaudium et spes, 52). Sí, queridos hermanos, el matrimonio y la familia están estrechamente unidos al Misterio Pascual del Señor Jesús. Y el amor conyugal humano permanece para siempre como gran expresión sacramental del hecho de que “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (Ef 5, 25). Con la fuerza del Espíritu Santo comuniquemos este don de la verdad de Dios al mundo.
La proclamación de esta verdad es nuestra contribución a las parejas desposadas; es la prueba de nuestro amor pastoral por la familia, y la fuente de inmensa vitalidad para la Iglesia de Dios en esta generación y para las generaciones que vendrán. Con determinación, confianza y esperanza proclamemos la Buena Nueva de Cristo para el amor conyugal y la vida familiar, y pueda María, la Madre de Jesús, estar con nosotros en esta tarea apostólica.
[DP (1983), 264]
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1. It is a real joy for me to welcome you to this collegial gathering in which we come together in the name of Christ, who is “the chief Shepherd” (1) of the Church and the Lord and Saviour of us all. And as we assemble here on the occasion of your ad limina visit, I wish to reflect with you on one of the most important areas of our common pastoral responsibility: Christian marriage and family life.
In the Pastoral Constitution “Gaudium et Spes”, the Bishops of the Second Vatican Council stated that “the well-being of the individual person and of human and Christian society is intimately linked with the healthy condition of the community set up by marriage and the family” (2). We are all aware of certain contemporary trends that seem to threaten the stability, if not the very existence, of the family: a shift of emphasis toward the comfort of the individual over the well-being of the family as society’s basic social unit, increasing divorce rates, attitudes of sexual permissiveness, and the suggestion that other types of relationships can replace marriage and the family.
In the face of these attitudes we have the important mission of proclaiming Christ’s Good News about Christian married love, the identity and worth of the family, and the importance of its mission in the Church and in the world. Accordingly, in “Familiaris Consortio”, I noted that the Bishops should exercise particular solicitude for the family, “devoting to it personal interest, care, time, personnel and resources, but above all personal support for the families and for all those who, in the various diocesan structures, assist him in the pastoral care of the family” (3).
1. 1 Petr. 5, 4.
2. Gaudium et spes, 47 [1965 12 07c/47].
3. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 73 [1981 11 22/73].
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2. This pastoral responsibility is based on the fact that Christian family life is founded on the sacrament of marriage, which is “the specific source and original means of sanctification for Christian couples and families” (4). It is up to us, together with our priests, to offer to the faithful the richness of the Church’s teaching on the sacrament of marriage. This teaching, when explained well, is so very powerful, presenting as it does the covenant of God’s relationship with his people and of Christ’s relationship with the Church. It is of extreme importance for Christian couples to be aware of the divine truth that, in their human love elevated and sanctified by sacramental marriage, they actually “signify and partake in that fruitful love between Christ and his Church” (5).
Because Christian marriage expresses the relationship of Christ and the Church, it possesses the qualities of unity, permanence or indissolubility, fidelity and fruitfulness. In the words of the Second Vatican Council we proclaim: “The intimate partnership of married life and love has been established by the Creator and qualified by his laws, and is rooted in the conjugal covenant of irrevocable personal consent. Hence by that human act whereby spouses mutually bestow and accept each other, a relationship arises which by divine will and in the eyes of society too is a lasting one” (6).
4. Ibid., 56 [1981 11 22/56].
5. Lumen gentium, 11 [1964 11 21a/11].
6. Gaudium et spes, 48 [1965 12 07c/48].
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3. The primary responsibilities of married couples are described in both “Gaudium et Spes” and “Humanae Vitae” in terms of developing conjugal love and pursuing responsible parenthood. Basic to the marriage relationship is that special interpersonal love which the spouses give to one another. The Church proclaims this conjugal love as eminently human, involving the good of the whole person and enriching and ennobling both husband and wife in their Christian life. This love creates a special unity between a man and a woman, resembling the unity between Christ and his Church. “Gaudium et Spes” assures us that married love is caught up in God’s love and is affected by Christ’s redemptive power and the saving activity of the Church. As a result, the spouses are led to God and assisted and strengthened in the sublime role of being a father or a mother (7).
Marriage is also directed toward building a family. The spouses share with God in the continuing work or creation. Conjugal love is rooted in divine love, and is meant to be creative and life-sustaining. It is through spiritual union and the union of their bodies that the couple fulfill their procreative role by giving life, love and a sense of security to their children.
Giving life and helping their children to reach maturity through education are among the primary privileges and responsibilities of married couples. We know that married couples usually look forward to parenthood, but are sometimes impeded from achieving their hopes and desires by social conditions, by personal circumstances or even by inability to beget new life. But the Church encourages couples to be generous and hopeful, to realize that parenthood is a privilege and that each child bears witness to the couple’s own love for each other, to their generosity and to their openess to God. They must be encouraged to see the child as an enrichment of their marriage and a gift of God to themselves and to their other children.
7. Cfr. Gaudium et spes, 48 [1965 12 07c/48].
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4. Couples should thoughtfully and prayerfully make their decisions regarding the spacing of births and the size of their family. In pursuing these decisions they need to be attentive to the teaching of the Church regarding the inherent connection between the unitive and procreative dimensions of the marriage act8. Couples must be urged to avoid any action that threatens a life already conceived, that denies or frustrates their procreative power, or violates the integrity of the marriage act.
8. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 12 [1968 07 25/12].
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5. As Bishops, together with your priests and others in the family apostolate, you are called upon to help couples know and understand the reasons for the Church’s teaching on human sexuality. This teaching can only be understood in the light of God’s plan for human love and marriage as they relate to creation and Redemption. Let us often present to our people the uplifting and exhilarating affirmation of human love, telling them that “God inscribed in the humanity of man and woman the vocation, and thus the capacity and responsibility, of love and communion. Love is therefore the fundamental and innate vocation of every human being” (9).
Thus, in order to avoid any trivialization or desecration of sexuality, we must teach that sexuality transcends the purely biological sphere and concerns the innermost being of the human persons as such. Sexual love is truly human only if it is an integral part of the love by which a man and a woman commit themselves totally to one another until death. This full self-giving is possible only in marriage.
It is this teaching, based on the Church’s understanding of the dignity of the human person and the fact that sex is a gift of God, that must be communicated to both married and engaged couples, and indeed to the whole Church. This teaching must be at the basis of all education in sexuality and chastity. It must be communicated to parents, who have the primary responsibility for the education of their children, and also to pastors and religious teachers who collaborate with parents in the fulfillment of their responsibility.
9. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 11 [1981 11 22/11].
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6. A special and important part of your ministry to families has to do with natural family planning. The number of couples successfully using the natural methods is constantly growing. But much more concerted effort is needed. As stated in “Familiaris Consortio”: “the ecclesial community at the present time must take on the task of instilling conviction and offering practical help to those who wish to live out their parenthood in a truly responsible way... This implies a broader, more decisive and more systematic effort to make the natural methods of regulating fertility known, respected and applied” (10).
Those couples who choose the natural methods perceive the profound difference –both anthropological and moral– between contraception and natural family planning. Yet they may experience difficulties; indeed they often go through a certain conversion in becoming committed to the use of the natural methods, and they stand in need of competent instruction, encouragement and pastoral counselling and support. We must be sensitive to their struggles and have a feeling for the needs that they experience. We must encourage them to continue their efforts with generosity, confidence and hope. As Bishops we have the charism and the pastoral responsibility to make our people aware of the unique influence that the grace of the sacrament of marriage has on every aspect of married life, including sexuality11. The teaching of Christ’s Church is not only light and strength for God’s people, but it uplifts their hearts in gladness and hope.
Your Episcopal Conference has established a special program to expand and coordinate efforts in the various dioceses. But the success of such an effort requires the abiding pastoral interest and support of each Bishop in his own diocese, and I am deeply grateful to you for what you do in this important apostolate.
10. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 35 [1981 11 22/35].
11. Cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 33 [1981 11 22/33].
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7. The family is rightly described as the domestic Church. As such, it transmits the faith and the Christian value system from one generation to the next. Parents are called to be involved in the education of their children, precisely as young Christians. The family is also the center of sacramental catechesis. Increasingly, parents are called upon to take an active role in preparing their children for Baptism, First Confession and First Communion.
Married couples are also active in programs of marriage preparation. All of this touches the role of the family in sharing in the life and mission of the Church.
With all our hearts we should encourage family prayer and a family sacramental life, centered around the Eucharist. For the vitality of the Christian family derives from its union with Christ in the life of grace, which is nourished by the liturgy and by family prayer.
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8. The Christian family also has a responsibility to participate in the development of society. As Bishops in the United States you have a long history of devoted service to families with special needs, particularly through your Catholic social service agencies. Your diocesan agencies have also shown a special concern for the poor, for racial, ethnic and cultural minorities, as well as for the disadvantaged. But as the 1980 Synod of Bishops urged, and as was pointed out in “Familiaris Consortio”, “the social role of families is called upon to find expression also in the form of political intervention: families should be the first to take steps to see that the laws and institutions of the State not only do not offend but support and positively defend the rights and duties of the family” (12). Your Episcopal Conference has been diligent in fostering this role through its pro-life activity, and especially the annual “Respect Life Program” which begins next week for the current year.
12. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 44 [1981 11 22/44].
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9. The pastoral challenge is great, and it requires your personal and constant leadership, the collaboration of priests and religious, and the generous and dedicated efforts of the Catholic laity, especially families. In a country as vast as yours, the task is very complex. But again I commend to you the recommendation of “Familiaris Consortio”, that is, that the Episcopal Conferences should formulate a Directory for the Pastoral Care for the Family, which will include the content of the preparation for marriage, and that priests and seminarians will be given special preparation for pastoral work with families. Specifically for this reason a special Institute has been established for the study of marriage and family life at the Pontifical Lateran University.
I am aware of your many other pastoral responsibilities and concerns, but from my pastoral journeys I am very much convinced of the vitality of Christian family life even in the face of so many tensions and pressures. I urge you to show the family special love and concern, to collaborate with others in supporting family life, and to proclaim constantly to your people that “the future of humanity passes by way of the family” (13).
13. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 86 [1981 11 22/86].
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10. We simply cannot accept the contemporary pursuit of exaggerated convenience and comfort, for as Christians we must heed the vigourous exhortation of Saint Paul: “Do not conform yourselves to this age” (14). We must realize that in our struggles to overcome the negative influences of modern society we are identified with Christ the Lord, who by his suffering and death has redeemed the world. Thus we can better impart to our people the message of the Second Vatican Council that in following Christ, who is the principle of life, “by the sacrifices and joys of their vocation and through their faithful love, married people will become witnesses of the mystery of love which the Lord revealed to the world by his death and Resurrection” (15). Yes, dear Brothers, marriage and the family are closely linked to the Paschal Mystery of the Lord Jesus. And human conjugal love remains for ever a great sacramental expression of the fact that “Christ loved the Church and gave himself up for her” (16). In the power of the Holy Spirit let us communicate this gift of God’s truth to the world.
The proclamation of this truth is our contribution to married couples; it is the proof of our pastoral love for families; and it will be the source of immense vitality for the Church of God in this generation and for generations yet to come. With determination, confidence and hope let us proclaim Christ’s Good News for married love and family life. And may Mary, the Mother of Jesus, be with us in this apostolic task.
[Insegnamenti GP II, 6/2, 617-624]
14. Rom. 12, 2.
15. Gaudium et spes, 52 [1965 12 07c/52].
16. Eph. 5, 25.