[1128] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, CENTRO DE LA ATENCIÓN DE LA IGLESIA Y LA SOCIEDAD
Del Discurso Al recibiros hoy, a un grupo de Obispos de México, en la visita ad limina, 1 octubre 1983
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3. [...] Pensando en el bien de esos fieles, dentro de vuestro contexto eclesial, deseo llamar vuestra atención sobre algunos aspectos de la pastoral de la familia que adquieren particular significado en el momento actual.
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4. Se trata de un campo de importancia primordial para la labor de la Iglesia en la sociedad de nuestros días.
En efecto, el desarrollo de la civilización moderna, marcada por un agudo proceso de secularización, provoca una creciente descristianización; a causa de ella, la transmisión y vivencia de la fe encuentran graves obstáculos.
Con algunos de esos procesos actuales, se ponen en juego valores humanos esenciales, ya que la familia continúa siendo “el fundamento de la sociedad” y “escuela del más rico humanismo” (2). Pero a la vez se pone en juego la evangelización “que constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda” (3).
Y sin embargo, la transmisión de una fe profunda, auténtica, vivida, sigue siendo un servicio valioso que la Iglesia ha de prestar al hombre y a la sociedad de hoy: a ese hombre que se busca con ansia creciente; que quiere descubrirse en su identidad radical; que olvida a veces que un humanismo encerrado en sí mismo rebaja los horizontes de su dignidad más honda, porque “el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (4).
En esa labor humanizadora y constructora de la sociedad (5) el núcleo familiar halla la dimensión de su dignidad. Y ello requiere asimismo que se le haga centro evangelizado y ambiente evangelizador, para que realice en plenitud ese importante cometido que es imperioso también en vuestras diócesis.
2. Gaudium et spes, 52 [1965 12 07c/52]; cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 43, 86 [1981 11 22/43, 86].
3. PAULI VI, Evangelii nuntiandi, 14.
4. IOANNIS PAULI PP. II, Redemptor hominis, 8.
5. Cfr. EIUSDEM, Familiaris consortio, 43 [1981 11 22/43].
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5. No cabe duda de que el logro de estos trascendentales objetivos plantea una problemática bastante compleja y exigente a nivel pastoral.
Vosotros, maestros en la fe y primeros responsables de la formación moral de vuestros fieles, habréis de ofrecer una respuesta válida a sus necesidades y expectativas. Partiendo de una sólida doctrina, tendréis que presentarles el designio completo de Dios sobre el amor, el matrimonio y la familia. Procurando hacer accesibles a todo cristiano las enseñanzas propuestas por la Iglesia; con profundo sentido pedagógico-pastoral, con gran espíritu de amor y comprensión, con atención a las condiciones de cada persona o familia, pero con fidelidad al plan de Dios y a las normas señaladas por el Magisterio de la Iglesia.
Cuando sea necesario, junto con vuestra misión de maestros y guías deberéis ejercer la función profética de denuncia de los males que amenazan a la familia. Aunque no siempre sea fácil esa tarea; aunque no siempre sea comprendida. Habréis cumplido ante Dios, al menos por vuestra parte, vuestro deber de guías y testigos.
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6. Por su particular incidencia en el campo familiar, quiero decir una palabra sobre algunos puntos concretos, que están en vuestra solicitud de Pastores y en vuestra praxis orientadora.
Sé que con frecuencia habláis a vuestros fieles de la dignidad de la familia, de la alta misión de los esposos en la transmisión y el servicio a la vida, así como del respeto absoluto que deben a la vida humana, que desde el primer momento de existencia escapa al dominio de ellos. Seguid proclamando la sacralidad de esa vida, aunque esté todavía en el seno materno. Y animadles a guardar escrupulosamente las reglas morales que protegen la vida humana y que ninguna norma legal externa puede modificar su obligatoriedad para la conciencia.
En vuestro esfuerzo en favor de la unidad de la familia, no dejéis de insistir en la identidad sustancial de deberes que pesan sobre el esposo y la esposa dentro del matrimonio. Sin que cierta tolerancia introducida en la sociedad autorice al esposo a constituirse eventuales uniones extra-matrimoniales, que resultan una especie de familias paralelas. No justificaría moralmente tales uniones el hecho de que se atienda de algún modo a las necesidades materiales derivadas de las mismas.
Por idénticos motivos es imputable, desde el punto de vista de la moral cristiana, el recurso al adulterio; sin que pueda modificar la naturaleza ética del acto cualquier regulación jurídica positiva que se dé al mismo. Como tampoco carecen de profunda significación moral fenómenos como el del alcoholismo, que tanto inciden en la vida personal y familiar, rompiendo el equilibrio interno, la paz, el responsable sentido del deber, y provocando serios efectos de descomposición del hogar.
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7. Obviamente, no pretendo trazar aquí un marco completo de orientaciones en el campo familiar. Hay otros puntos y prioridades pastorales que no escapan a vuestro celo y al de vuestros colaboradores.
Es claro, por lo demás, que el desempeño de vuestra misión os impone un preciso deber de orientación moral del pueblo cristiano. La Iglesia, en efecto, cuando proclama las exigencias de la fe o ilumina con su juicio moral materias incluso de orden temporal, no invade competencias que le son ajenas, sino que ejerce su misión propia y con ello –como enseñó el último Concilio– “consolida la paz en la humanidad para gloria de Dios” (6).
El alto ejemplo de entusiasmo, de participación espontánea, de civismo y creciente búsqueda de esos valores humanos, morales y espirituales en los que cree, dado por vuestro pueblo durante mi inolvidable visita a vuestro País –el primer viaje apostólico de mi Pontificado a tierras lejanas– es una clara indicación de cómo la práctica de las propias creencias y sus ineludibles concreciones externas no sólo no dificultan, sino que pueden favorecer positivamente la armonía social y la ordenada convivencia en la legítima libertad.
6. Gaudium et spes, 76.
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8. A la Madre de Guadalupe, como peregrino de senderos ya conocidos, acudo con vosotros y con todo el pueblo de México. A sus pies pongo vuestras intenciones, vuestra acción pastoral, la de vuestros colaboradores, personas de especial consagración eclesial y fieles.
A la amada Señora del Tepeyac confío en particular las familias cristianas, para que las transforme en verdaderas “Iglesias domésticas” donde Ella desarrolle toda la eficacia de su acción educadora y materna. Con mi Bendición Apostólica para vosotros y vuestras Iglesias locales.
[Insegnamenti GP II, 6/2, 690-693]