[1133] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, ESCUELA DE HUMANIDAD>
Del Discurso À l’occasion, a los participantes en el VII Congreso Internacional sobre la Familia, 7 noviembre 1983
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2. En este campo, lo primero es estar bien convencidos del lugar original y fundamental de la familia, tanto en la sociedad como en la Iglesia. Necesitáis volver a escuchar las palabras del Evangelio, las enseñanzas de la Iglesia, que revelan la identidad de la familia, sus recursos interiores, la importancia de su misión en la ciudad de los hombres y en la de Dios (cfr. Familiaris consortio, 86). No tengo necesidad de repasar con vosotros los principales pasajes de mi Exhortación Apostólica sobre las tareas de la familia cristiana. Las habéis leído y meditado. Estáis convencidos de que “el futuro de la humanidad pasa por la familia”; de que es necesario permitirle jugar su papel. Pero no basta con exaltar la familia y con repetir sus derechos. Es preciso ver concretamente cómo se pueden articular sus tareas y las de la sociedad. Nuestro breve encuentro me permite evocar solamente estos problemas. Diría sencillamente que, por una parte, la familia tiene una misión propia, al servicio de sus miembros, que tiene sus derechos y que por tanto tiene necesidad de la ayuda de la sociedad para ejercerlos. Por otra parte, que tiene deberes con relación a la sociedad, ya que ha de prestar su colaboración al servicio del conjunto.
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3. Sí, en un sentido la sociedad está al servicio de la familia, debe respetarla y promoverla como a “una sociedad que tiene un derecho propio y primordial”, sin sustituirse a ella, sin invadir sus responsabilidades ni las iniciativas de las asociaciones familiares. En este campo, más aún que en otros, debe jugar el concepto de subsidiaridad.
Así, por no citar sino algunos ejemplos significativos, los que quieren fundar una familia tienen el derecho de esperar de la sociedad el ser situados en condiciones morales, educativas, sociales y económicas favorables. En particular, el valor institucional del matrimonio debe ser sostenido por los poderes públicos.
La familia tiene derecho a la ayuda de la sociedad para la carga y la responsabilidad que representan traer al mundo y educar a los hijos, y en particular las familias numerosas tienen derecho a una ayuda apropiada.
Los huérfanos y los niños privados de la asistencia de sus padres o tutores deben gozar de una protección especial por parte de la sociedad; en este caso el Estado debe facilitar, en su legislación, la acogida de estos niños por familias que puedan hacerlo.
Por lo que se refiere a la educación, los padres –que son los primeros y principales educadores de sus hijos– tienen el derecho de educarlos conforme a sus convicciones morales y religiosas, y, por tanto, de escoger libremente las escuelas u otros medios necesarios para este fin.
Deben recibir de la sociedad la ayuda y la asistencia necesaria mediante una justa distribución de las ayudas públicas. La educación religiosa y moral, la educación sexual, deben desarrollarse siempre bajo su atenta guía.
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4. Por otra parte, las familias tienen el derecho y el deber de ejercer su función social en la construcción de la sociedad; es éste un servicio que debe contribuir a la calidad de las relaciones sociales y al clima ético del que dependen las costumbres del conjunto.
La familia que cumple bien su misión con relación a sus miembros es ya, por sí misma, una escuela de humanidad, de fraternidad, de amor, de comunión, que prepara a ciudadanos capaces de ejercer lo que yo llamo el amor social, con todo lo que éste lleva consigo de necesaria apertura, de espíritu de colaboración, de justicia, de solidaridad, de paz, y también de valentía con relación a las propias convicciones.
Existe además toda una posible colaboración entre padres y educadores, en el marco de la escuela o de las organizaciones de recreo, en las que las familias cristianas pueden ofrecer una fructuosa colaboración.
Pienso también en la elaboración de políticas familiares, a todo lo que se refiere al estatuto jurídico y social de las familias en general, a la ayuda mutua que hay que prestar a las que están desfavorecidas en el plano material o moral. Las familias y, sobre todo, las asociaciones familiares tienen una gran aportación que realizar, de la que vosotros sois muy conscientes.
¿Cómo olvidar, por otra parte, la influencia cada vez mayor que reviste la utilización de los medios de comunicación social –prensa, publicidad, radio, televisión, cine– para presentar, de modo que favorezca la dignidad de las costumbres, el amor conyugal, su preparación, la institución matrimonial, todos los valores familiares? Hay ahí una función no sólo de vigilancia sobre lo que puede acentuar la crisis de la familia, sino una aportación positiva que realizar: las familias que intentan vivir el ideal del matrimonio a la luz de la fe cristiana tienen que testimoniar claramente ese ideal en los medios de comunicación y trabajar para que los artículos y las secuencias lo tengan en cuenta.
En definitiva, necesitáis examinar lúcidamente las situaciones que se presentan en el contexto de la cultura actual, con lo que tienen de deficiente o peligroso, lo mismo que de posibilidades y esperanzas. De este modo estaréis en situación de entablar un verdadero diálogo con los que contribuyen a modelar las costumbres, de ejercer la responsabilidad que os corresponde, de proponer soluciones adecuadas, realistas y eficaces, y, sobre todo, de testimoniar siempre una visión cristiana de la familia que nuestra sociedad tiene gran necesidad de conocer y apreciar. La Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi hablaba de evangelizar las culturas; la familia, hoy más que nunca, es una realidad que hay que evangelizar.
He aquí una tarea maravillosa a realizar en interés de la familia y de la sociedad toda entera, en interés de la Iglesia que cuenta con las familias por tantas razones. Este servicio, para ser eficaz, supone una apertura y una búsqueda de cooperación con los que se preocupan de la familia en los diferentes movimientos y asociaciones de la Iglesia y en la sociedad.
[OR. (ed. esp.), 22.I. (19)84, 9]
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2. Dans un tel domaine, la première chose est d’être bien convaincu de la place originale et fondamentale de la famille, dans la société comme dans l’Église. Il vous faut réécouter ensemble les paroles de l’Évangile, l’enseignement de l’Église, qui révèlent l’identité de la famille, ses ressources intérieures, l’importance de sa mission dans la cité des hommes et dans celle de Dieu (1). Mais je n’ai pas besoin de reprendre avec vous les principaux passages de mon exhortation apostolique sur les tâches de la famille chrétienne: vous les avez lus et médités. Vous êtes persuadés que “l’avenir de l’humanité passe par la famille”, qu’il faut lui permettre de jouer le rôle qui lui revient. Mais il ne suffit pas d’exalter la famille et de brandir ses droits: il faut regarder concrètement comment peuvent s’articuler les tâches de la famille à celles de la société. Notre brève rencontre me permet seulement d’évoquer ces problèmes. Je dirai simplement que, d’une part, la famille a una mission propre, au service de ses membres, elle a des droits et elle a donc besoin de l’aide de la société pour les exercer. Et d’autre part, elle a des devoirs envers la société, pour apporter sa collaboration au service de l’ensemble.
1. Cfr. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 86 [1981 11 22/86].
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3. Oui, dans un sens, la société est au service de la famille qu’elle doit respecter et promouvoir, comme une “société jouissant d’un droit propre et primordial”, sans se substituer à elle, sans empiéter sur ses responsabilités ni sur les initiatives des associations familiales. En ce domaine, plus encore qu’en d’autres, c’est la subsidiarité qui doit jouer.
Ainsi, pour ne citer que quelques exemples significatifs, ceux qui veulent fonder une famille ont le droit d’attendre de la société d’être placés dans des conditions morales, éducatives, sociales et économiques favorables. En particulier la valeur institutionnelle du mariage doit être soutenue par les pouvoirs publics.
La famille a droit à l’aide de la société pour la charge et la responsabilité que représentent la mise au monde et l’éducation des enfants, et en particulier les familles nombreuses ont droit à une aide appropriée.
Les orphelins et les enfants privés de l’assistance de leurs parents ou tuteurs doivent jouir d’une protection particulière de la part de la société; dans ce cas l’État doit faciliter, par sa législation, l’accueil de ces enfants par des familles aptes à le faire.
Pour ce qui est de l’éducation, les parents –qui demeurent les premiers et principaux éducateurs de leurs enfants– ont le droit de les éduquer conformément à leurs convictions morales et religieuses, et donc de choisir librement les écoles ou autres moyens nécessaires à ce but.
Ils doivent recevoir de la société l’aide et l’assistance nécessaires, au moyen d’une juste répartition des subsides publics. L’éducation religieuse et morale, l’éducation sexuelle, doivent être toujours menées sous leur conduite attentive.
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4. D’autre part, les familles ont le droit et le devoir d’exercer leur fonction sociale dans la construction de la société; c’est un service qui doit contribuer à la qualité des rapports sociaux, au climat éthique dont dépendent les moeurs de l’ensemble.
Déjà, par elle-même, la famille qui remplit bien sa mission à l’égard de ses membres est une école d’humanité, de fraternité, d’amour, de communion, qui prépare des citoyens capables d’exercer ce que j’appelle l’amour social, avec ce qu’il comporte nécessairement d’ouverture, d’esprit de coopération, de justice, de solidarité, de paix et aussi de courage de ses convictions.
Et puis il y a toute la collaboration entre parents et éducateurs, dans le cadre de l’école ou des organisations de loisirs, où les familles chrétiennes peuvent apporter une participation fructueuse.
Je pense encore à l’élaboration des politiques familiales, à tout ce qui va concerner le statut juridique et social des familles en général et l’entraide à apporter à celles qui sont défavorisés au plan matériel ou moral. Les familles et surtout les associations familiales ont là une contribution importante à apporter, dont vous êtes certainement très conscients.
Comment oublier par ailleurs l’influence que revêt de plus en plus l’usage des moyens de communication sociale –presse, prospectus, radio, télévision, cinéma– pour présenter, d’une façon qui favorise la dignité des moeurs, l’amour conjugal, sa préparation, l’institution du mariage, toutes les valeurs familiales? Il y a là, non seulement un rôle de vigilance sur ce qui, hélas, risque d’accentuer la crise de la famille, mais une contribution positive à apporter: les familles qui essaient de vivre l’idéal du mariage à la lumière de la foi chrétienne ont à en témoigner clairement dans les médias et même à agir pour que des articles ou des séquences en tiennent compte.
En définitive, il vous faut examiner lucidement les situations qui se présentent dans le contexte de la culture d’aujourd’hui, avec ce qu’elles ont de déficient ou de périlleux, et aussi les chances ou les pierres d’attente. Ainsi vous serez en mesure ddans un dialogue vrai avec ceux qui contribuent à modeler les moeurs, d’exercer votre part de responsabilité, de proposer des remèdes adéquats, réalistes et efficaces, et surtout de témoigner sans cesse d’une vision chrétienne de la famille que notre société a grand besoin de connaître et d’apprécier. L’exhortation apostolique “Evangelii Nuntiandi” parlait d’évangéliser les cultures; la famille est plus que jamais une réalité à évangéliser.
Voilà une oeuvre merveilleuse à poursuivre dans l’intérêt de la famille et de la société tout entière, dans l’intérêt de l’Église qui compte sur les familles à tant de titres. Ce service, pour être efficace, suppose une ouverture et une recherche de coopération avec ceux qui s’en préoccupent dans les différents mouvements et associations d’Église et dans la société.
[Insegnamenti GP II, 6/2, 1008-1011]