[1152] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA IGLESIA AL LADO DE LA FAMILIA, LA MATERNIDAD Y LA VIDA
Del Discurso I am happy, a los participantes en el Encuentro de UNICEF, 26 abril 1984
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3. La solicitud de la Iglesia por los niños nace también del hecho de que la Iglesia se sitúa del lado de la vida. La Iglesia considera que un aspecto prioritario de su misión en el mundo de hoy consiste en proclamar el valor de todas y cada una de las personas humanas, especialmente de aquellos que tienen menos posibilidad de defenderse. Por esta razón, la Iglesia no dejará nunca de alzar su voz profética proclamando que la vida humana tiene que ser respetada y protegida desde el momento de su concepción.
¿No hay que percibir en el cambio del índice demográfico de muchos países desarrollados un cambio de actitud hacia el niño y hacia la misma vida? ¿No puede ocurrir que en su deseo de que sus hijos tengan el mayor número de cosas posible, algunas personas los estén privando de los elementos básicos y positivos, necesarios para que sean una persona humana auténtica? ¿No es posible detectar un cierto temor ante el niño, temor ante las exigencias de amor y generosidad humana que requieren la procreación y educación de un niño? ¿No pertenecen el amor, la generosidad y la autodonación a los elementos más nobles de la misma vida? La mentalidad antivida que ha surgido en la sociedad actual es muchas veces signo de que la gente ha perdido la fe en la vida, ha perdido la visión de los elementos más fundamentales del destino humano.
Es un peligro real recurrir a soluciones que parecen ofrecer resultados a corto plazo, pero que, por tratarse de soluciones que no se fundamentan en una visión integral de la persona, no sólo no conducirán a la solución deseada sino más bien a un ulterior enajenamiento del hombre respecto a sí mismo.
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4. Un ejemplo de respuesta falsa a la situación crítica de los niños sería indudablemente adoptar una política que tuviera como resultado la debilitación de la institución familiar, especialmente en aquellos países en vías de desarrollo en los que el sistema familiar tradicional está impregnado realmente de sabiduría humana y nutrido de profundos valores humanos.
La Iglesia está convencida de que una de las respuestas más vitales a la situación del niño en el mundo actual debe proceder de un reforzamiento y fortalecimiento de la familia como institución y mediante una política que permita a las familias desempeñar el papel irreemplazable que les compete propiamente a ellas.
La Santa Sede ha ofrecido recientemente a la comunidad internacional una Carta de los Derechos de la Familia, un documento que había sido solicitado por muchos obispos de todo el mundo durante el Sínodo de Obispos de 1980, celebrado aquí, en el Vaticano. Este documento señala con claridad áreas en las que los derechos de la familia son ignorados y minados. Pero es, en primer término, un documento que demuestra la confianza que la Iglesia tiene en la familia, que constituye la comunidad natural de vida y amor a la que se ha confiado la tarea singula rísima de la transmisión de la vida y el cuidado y desarrollo amorosos de la persona humana, especialmente en los primeros años.
Una vida familiar sana contribuirá enormemente a la estabilidad de la sociedad. Garantizará que los niños reciban un desarrollo personal armonioso, en el que sus necesidades sean tomadas en consideración desde una perspectiva integral. Sé que ustedes conocen muy bien la contribución vital que las familias pueden prestar a un cuidado sano, a una educación sana y a la erradicación de enfermedades en los países en vías de desarrollo. El amor y la estabilidad que una vida familiar sólida y genuina puede ofrecer en el terreno físico, cultural y moral, tiene que ser considerado, por consiguiente, como factor importante a la hora de responder a las nuevas formas de enfermedad que afectan cada vez más a los niños de los países desarrollados.
Hablando de la familia, no puedo pasar por alto el importante aspecto del papel de la maternidad y la necesidad de que se dé a las madres toda la protección y asistencia necesarias durante el embarazo y por un período de tiempo razonable después del parto. Un elemento esencial en cualquier política en favor del niño es procurar una presencia efectiva de la madre entre sus hijos más pequeños y garantizar que las madres se preparen para desempeñar con eficacia su papel en las áreas de la nutrición y de una sana educación. La Santa Sede ha abogado repetidamente en favor de adecuados avances personales y sociales para la mujer a fin de asegurar la dignidad de las mujeres y el progreso de la calidad de vida a las futuras generaciones. Cualquier política que se oriente a ayudar a las madres a desempeñar sus tareas con eficacia y satisfacción debe basarse en el principio que supone reconocer adecuadamente el trabajo de las madres en el hogar por el valor que éste tiene para la familia y la sociedad.
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5. Precisamente porque se da cuenta del gran valor de la familia, la Iglesia se siente particularmente cercana a aquellos niños que no tienen la alegría de crecer en el seno de una familia sana y completa. Como afirmaba en la Familiaris consortio: “Hay en el mundo muchas personas que desgraciadamente no tienen en absoluto lo que con propiedad se llama una familia. Grandes sectores de la humanidad viven en condiciones de enorme pobreza, donde la promiscuidad, la falta de vivienda, la irregularidad de relaciones y la grave carencia de cultura no permiten poder hablar de verdadera familia. Hay otras personas que por motivos diversos se han quedado solas en el mundo” (núm. 85).
Junto a todos los esfuerzos que debemos hacer para intentar que se ayude a las familias a desempeñar su papel con mayor eficacia, es importante dedicar atención urgente e inmediata a aquellos niños privados de vida familiar. En especial hago un llamamiento a otras familias para que respondan a su vocación a la hospitalidad y abran sus puertas a niños que tengan necesidad de atención temporal o permanente. Al mismo tiempo, renuevo mis llamamientos a las autoridades para que provean una legislación que permita a las familias adecuadas adoptar niños o atenderlos durante cierto tiempo. Tal legislación debe respetar al mismo tiempo los derechos naturales de los padres, incluida la esfera religiosa. También es importante intentar que se eliminen todos los abusos que se cometen en este campo, tanto a nivel nacional como internacional, y que consisten en explotar a los niños y sus necesidades.
[DP (1984), 160]
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3. The Church’s concern for children emerges also from the fact that the Church is on the side of life. The Church considers it a priority aspect of her mission in today’s world to proclaim the value of each and every human person, especially those who are least able to defend themselves. For this reason the Church will never cease to raise her prophetic voice proclaiming that human life must be respected and protected from the moment of conception.
Is it not possible to notice in the changing demographic trends of many developed countries a changing attitude to the child and to life itself? Is it perhaps possible that some people in their desire that their children should have as much as possible, deprive their children of some of the basic, positive elements of what it is to be a genuine human person? Can one not detect a certain fear of the child, a fear of the demands of love and human generosity which the procreation and education of a child require? Do not love, generosity and selfgiving belong to the noblest elements of life itself? The anti-life mentality which has emerged in today’s society is very often a sign of the fact that people have lost faith in life, have lost sight of the most fundamental elements of human destiny.
There is a real danger in resorting to solutions which appear to offer short-term results but which, because these solutions are not based on an integral vision of the person, not only will not lead to the desired solution but will lead to an ulterior estrangement of man from himself.
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4. One example of a false response to the critical plight of children would undoubtedly be to adopt policies that result in a weakening of the institution of the family, especially in those developing countries where the traditional family system is truly impregnated with human wisdom and nourished by profound moral values.
The Church is convinced that one of the most vital answers to the situation of the child in today’s world will come through reinforcing and strengthening the family as an institution and through policies which will permit families to carry out the irreplaceable role that properly belongs to them.
Recently the Holy See offered the international community a Charter of the Rights of the Family, a document which had beed requested by many bishops from all over the world during the 1980 Synod of Bishops held here in the Vatican. This document dearly indicates areas where the rights of families are ignored and undermined. But it is, in the first place, a document which demonstrates the confidence which the Church has in the family, which is the natural community of life and love uniquely entrusted with the task of the transmission of life and the loving care and development of the human person, especially in the earliest years.
Healthy family life will contribute greatly to the stability of society. It will ensure that children receive a well-rounded personal development in which their needs will be taken into consideration in an integrated manner. You are well aware, I know, of the vital contribution that families can play in health care, in health education of disease in developing countries. The love and stability which strong and genuine family life can offer, on the physical, cultural and moral levels, must also be seen as an important factor in responding to the new forms of malaise which increasingly affect the children of the developed countries.
In referring to the family, I cannot overlook the important aspect of the role of motherhood and the necessity that mothers be afforded all the necessary social protection and assistance during pregnancy and for a reasonable period of time afterwards. An essential element of any policy in favour of the child is that of providing for an effective presence of the mother alongside her young children and of ensuring that mothers are trained to carry out effectively their role in the areas of nutrition and health education. The Holy See has repeatedly advocated appropriate personal and social advancement for women in order to assure the dignity of women and the improvement of the quality of life for the coming generations. Policies aimed at assisting mothers to carry out their task effectively and with satisfaction are based on the principle of giving adequate recognition to the work of mothers in the home because of its value for the family and society.
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5. Precisely because the Church realises what a great value the family is, she feels particularly close to all those children who have not had the joy or growing up in a healthy and complete family. As I said in “Familiaris Consortio”: “There exist in the world countless people who unfortunately cannot in any sense claim membership of what can be called in the proper sense a family. Large sections of humanity live in conditions of extreme poverty, in which promiscuity, lack of housing, the irregular nature and instability of relationships and the extreme lack of education make it impossible in practice to speak of a true family. There exist others who, for various reasons, have been left alone in the world” (5).
Alongside all the efforts which we must make to see that families are helped to carry out their role more effectively, it is important to dedicate urgent and immediate attention to those children who are deprived of family life. In particular I make an appeal to other families to respond to their vocation to hospitality and to open their doors to children who need temporary or permanent care. At the same time I renew my appeals to authorities to provide legislation which permits suitable families to adopt children or take care of them for a period. Such legislation should, at the same time, respect the natural rights of parents, also in the religious sphere. It is also important to see that all abuses in this field, both on a national and international level, which exploit children and their needs are eliminated.
[Insegnamenti GP II, 7/1, 1123-1126]
5. IOANNIS PAULI PP. II, Familiaris consortio, 85 [1981 11 22/85].