[1162] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA VERDAD DEL AMOR NUPCIAL PROCLAMADA POR EL CANTAR DE LOS CANTARES
Alocución Abbiamo ascoltato, en la Audiencia General, 6 junio 1984
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1. También hoy reflexionamos sobre el Cantar de los Cantares, a fin de comprender mejor el signo sacramental del matrimonio.
La verdad del amor, proclamada por el Cantar de los Cantares, no puede separarse del “lenguaje del cuerpo”. La verdad del amor hace ciertamente que el mismo “lenguaje del cuerpo” se relea en la verdad. Ésta es también la verdad del progresivo acercamiento de los esposos que crece por medio del amor: y la cercanía significa también la iniciación en el misterio de la persona, pero sin que implique su violación (cfr. Cant 1, 13-14. 16).
La verdad de la creciente cercanía de los esposos por medio del amor se desarrolla en la dimensión subjetiva “del corazón”, del afecto y del sentimiento, que permite descubrir en sí al otro como don y, en cierto sentido, de “gustarlo” en sí (cfr. Cant 2, 3-6).
A través de esta cercanía, el esposo vive más plenamente la experiencia del don que, por parte del “yo” femenino, se une con la expresión y el significado nupciales del cuerpo. Las palabras del hombre (cfr. Cant 7, 1-8) no contienen solamente una descripción poética de la amada, de su belleza femenina, en la que se detienen los sentidos, sino que hablan del don y del donarse de la persona.
La esposa sabe que hacia ella se dirige el “anhelo” del esposo y va a su encuentro con la prontitud del don de sí (cfr. Cant 7, 9-10. 11-13), porque el amor que los une es de naturaleza espiritual y sensual a la vez. Y también, a base de este amor, se realiza la relectura del significado del cuerpo en la verdad, porque el hombre y la mujer deben constituir en común el signo de recíproco don de sí, que pone el sello sobre toda su vida.
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2. En el Cantar de los Cantares el “lenguaje del cuerpo” se inserta en el proceso singular de la atracción recíproca del hombre y de la mujer, que se expresa en frecuentes retornelos que hablan de la búsqueda llena de nostalgia, de solicitud afectuosa (cfr. Cant 2, 7) y de recíproco encuentro de los esposos (cfr. Cant 5, 2). Esto les proporciona alegría y sosiego y parece inducirlos a una búsqueda continua. Se tiene la impresión de que, al encontrarse, al juntarse experimentando la propia cercanía, continúan tendiendo incesantemente a algo: ceden a la llamada de algo que supera el contenido del momento y traspasa los límites del eros, tal cual se ven en las palabras del mutuo “lenguaje del cuerpo” (cfr. Cant 1, 7-8; 2, 17). Esta búsqueda tiene una dimensión interior: “el corazón vela” incluso en el sueño. Esta aspiración que nace del amor, sobre la base del “lenguaje del cuerpo” es una búsqueda de la belleza integral, de la pureza libre de toda mancha: es una búsqueda de perfección que contiene, diría, la síntesis de la belleza humana, belleza del alma y del cuerpo.
En el Cantar de los Cantares el eros humano desvela el rostro del amor siempre en búsqueda y casi nunca saciado. El eco de esta inquietud impregna las estrofas del poema:
“Yo misma abro a mi amado; / abro, y mi amado se ha marchado ya. / Lo busco y no lo encuentro; / lo llamo y no responde” (Cant 5, 6). “Muchachas de Jerusalén, os conjuro / que si encontráis a mi amado / le digáis... ¿qué le diréis?... / que estoy enferma de amor” (Cant 5, 8).
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3. Así, pues, algunas estrofas del Cantar de los Cantares presentan el eros como la forma del amor humano, en el que ac túan las energías del deseo. Y en ellas se enraíza la conciencia, o sea, la certeza subjetiva del recíproco, fiel y exclusivo pertenecerse. Pero, al mismo tiempo, otras muchas estrofas del poema nos obligan a reflexionar sobre la causa de la búsqueda y de la inquietud que acompañan a la conciencia de ser el uno de la otra. Esta inquietud, ¿forma parte también de la naturaleza del eros? Si fuese así, esta inquietud indicaría también la necesidad de la autosuperación. La verdad del amor se expresa en la conciencia de la recíproca pertenencia, fruto de la aspiración y de la mutua búsqueda, y en la necesidad de la aspiración y de la búsqueda, resultado de la pertenencia recíproca.
En esta necesidad interior, en esta dinámica de amor, se descubre indirectamente la casi imposibilidad de apropiarse y posesionarse de la persona por parte de la otra. La persona es alguien que supera todas las medidas de apropiación y enseñoreamiento, de posesión y saciedad, que brotan del mismo “lenguaje del cuerpo”. Si el esposo y la esposa releen este “lenguaje” bajo la luz de la plena verdad de la persona y del amor, llegan siempre a la convicción cada vez más profunda de que la amplitud de su pertenencia constituye ese don recíproco donde el amor se revela “fuerte como la muerte”, esto es, se remonta hasta los últimos límites del “lenguaje del cuerpo”, para superarlos. La verdad del amor interior y la verdad del don recíproco llaman, en cierto sentido, continuamente al esposo y la esposa –a través de los medios de expresión de la recíproca pertenencia e incluso apartándose de esos medios– a lograr lo que constituye el núcleo mismo del don de persona a persona.
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4. Siguiendo los senderos de las palabras trazadas por las estrofas del Cantar de los Cantares, parece que nos acercamos, pues, a la dimensión en la que el “eros” trata de integrarse, también mediante la otra verdad del amor. Siglos después –a la luz de la muerte y resurrección de Cristo–, esta verdad la proclamará Pablo de Tarso, con las palabras de la Carta a los Corintios:
“La caridad es longánime, es benigna, no es envidiosa; no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás decae” (1 Cor 13, 4-8).
¿La verdad sobre el amor, expresada en las estrofas del Cantar de los Cantares queda confirmada a la luz de estas palabras paulinas? En el Cantar leemos, por ejemplo, sobre el amor, que sus “celos” son “crueles como el abismo” (Cant 8, 6), y en la Carta paulina leemos que “la caridad no es envidiosa”. ¿En qué relación se hallan ambas expresiones sobre el amor? ¿En qué relación está el amor que “es fuerte como la muerte”, según el Cantar de los Cantares, con el amor que “jamás decae”, según la Carta paulina? No multipliquemos estas preguntas, no abramos el análisis comparativo. Sin embargo, parece que el amor se abre aquí ante nosotros en dos perspectivas: como si aquello, en que el “eros” humano cierra el propio horizonte, se abriese todavía, a través de las palabras paulinas, a otro horizonte de amor que habla otro lenguaje; el amor que parece brotar de otra dimensión de la persona y llama, invita a otra comunión. Este amor ha sido llamado con el nombre de “ágape” y el ágape lleva a la plenitud al eros, purificándolo.
Concluimos así estas breves meditaciones sobre el Cantar de los Cantares, destinadas a profundizar ulteriormente el tema del “lenguaje del cuerpo”. En este ámbito, el Cantar de los Cantares tiene un significado totalmente singular.
[DP (1984), 187]
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1. Anche oggi riflettiamo sul Cantico dei Cantici al fine di comprendere maggiormente il segno sacramentale del matrimonio.
La verità dell’amore, proclamata dal Cantico dei Cantici, non può essere separata dal “linguaggio del corpo”. La verità dell’amore fa sì che lo stesso “linguaggio del corpo” venga riletto nella verità. Questa è anche la verità del progressivo avvicinarsi degli sposi che cresce attraverso l’amore: e la vicinanza significa pure l’iniziazione al mistero della persona, senza, però, implicarne la violazione (1).
La verità della crescente vicinanza degli sposi attraverso l’amore si sviluppa nella dimensione soggettiva “del cuore”, dell’affetto e del sentimento, la quale permette di scoprire in sè l’altro come dono e, in un certo senso, di “gustarlo” in sè2.
Attraverso questa vicinanza lo sposo vive più pienamente l’esperienza di quel dono che da parte dell’“io” femminile si unisce con l’espressione ed il significato sponsali del corpo. Le parole dell’uomo (3) non contengono solo una descrizione poetica dell’amata, della sua bellezza femminea, su cui si soffermano i sensi, ma parlano del dono e del donarsi della persona.
La sposa sa che verso di lei è la “brama” dello sposo e gli va incontro con la prontezza del dono di sè4 perchè l’amore che li unisce è di natura spirituale e sensuale insieme. Ed è anche in base a ques’amore che si attua la rilettura nella verità del significato del corpo, poichè l’uomo e la donna debbono in comune costituire quel segno del reciproco dono di sè, che pone il sigillo su tutta la loro vita.
1. Cfr. Cant. 1, 13-14. 16.
2. Cfr. Cant. 2, 3-6.
3. Cfr. ibid. 7, 1-8.
4. Cfr. ibid. 7, 9-10. 11-13.
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2. Nel Cantico dei Cantici il “linguaggio del corpo” è inserito nel singolare processo della reciproca attrattiva dell’uomo e della donna, che viene espresso nei frequenti ritornelli che parlano della ricerca piena di nostalgia, di sollecitudine affettuosa (5) e del vicendevole ritrovarsi degli sposi (6). Ciò porta loro gioia e quiete e sembra indurli a una ricerca continua. Si ha l’impressione che, incontrandosi, raggiungendosi, sperimentando la propria vicinanza, continuino incessantemente a tendere a qualcosa: cedano alla chiamata di qualcosa che sovrasta il contenuto del momento e oltrepassa i limiti dell’eros, riletti nelle parole del mutuo “linguaggio del corpo” (7). Questa ricerca ha la sua dimensione interiore: “il cuore veglia” perfino nel sonno. Questa aspirazione nata dall’amore sulla base del “linguaggio del corpo” è una ricerca del bello integrale, della purezza libera da ogni macchia: è una ricerca di perfezione che contiene, direi, la sintesi della bellezza umana, bellezza dell’anima e del corpo.
Nel Cantico dei Cantici l’eros umano svela il volto dell’amore sempre alla ricerca e quasi mai appagato. L’eco di questa inquietudine percorre le strofe del poemetto: “Ho aperto allora al mio diletto, / il mio diletto già se n’era andato, era scomparso. / Io venni meno, ma non l’ho trovato, / l’ho chiamato, ma non m’ha risposto” (8). “Io vi scongiuro, figlie di Gerusalemme, / se trovate il mio diletto / che cosa gli racconterete? / Che sono malata d’amore” (9).
5. Cfr. Cant. 2, 7.
6. Cfr. ibid. 5, 2.
7. Cfr. ibid. 1, 7-8; 2, 17.
8. Cant. 5, 6.
9. Cant. 5, 8.
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3. Dunque alcune strofe del Cantico dei Cantici presentano l’eros come la forma dell’amore umano, in cui operano le energie del desiderio. Ed è in esse che si radica la coscienza ossia la certezza soggettiva del reciproco, fedele ed esclusivo appartenersi. Al tempo stesso, però, molte altre strofe del poema ci impongono di riflettere sulla causa della ricerca e dell’inquietudine che accompagnano la coscienza dell’essere l’uno dell’altra. Questa inquietudine fa parte anch’essa della natura dell’eros? Se così fosse, tale inquietudine indicherebbe pure la necessità dell’autosuperamento. La verità dell’amore si esprime nella coscienza del reciproco appartenersi, frutto dell’aspirazione e della ricerca vicendevole, e nella necessità dell’aspirazione e della ricerca, esito del reciproco appartenersi.
In tale necessità interiore, in tale dinamica di amore, si svela indirettamente la quasi impossibilità di appropriarsi ed impossessarsi della persona da parte dell’altra. La persona è qualcuno che sovrasta tutte le misure di appropriazione e padroneggiamento, di possesso e di appagamento, che emergono dallo stesso “linguaggio del corpo”. Se lo sposo e la sposa rileggono questo “linguaggio” nella piena verità della persona e dell’amore, giungono alla sempre più profonda convinzione che l’ampiezza della loro appartenenza costituisce quel dono reciproco in cui l’amore si rivela “forte come la morte”, cioè risale fino agli ultimi limiti del “linguaggio del corpo” per superarli. La verità dell’amore interiore e la verità del dono reciproco chiamano, in un certo senso, continuamente lo sposo e la sposa –attraverso i mezzi di espressione del reciproco appartenersi e perfino staccandosi da quei mezzi– a pervenire a ciò che costituisce il nucleo stesso del dono da persona a persona.
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4. Seguendo i sentieri delle parole tracciate dalle strofe del Cantico dei Cantici sembra che ci avviciniamo dunque alla dimensione in cui l’eros cerca di integrarsi, mediante ancora un’altra verità dell’amore. Secoli dopo –alla luce della morte e risurrezione di Cristo– questa verità la proclamerà Paolo di Tarso, con le parole della Lettera ai Corinzi:
“La carità è paziente, è benigna la carità, / non è invidiosa la carità, non si vanta, / non si gonfia, non manca di rispetto, / non cerca il suo interesse, non si adira, / non tiene conto del male ricevuto, / non gode dell’ingiustizia, / ma si compiace della verità. / Tutto copre, tutto crede, tutto spera, / tutto sopporta. / La carità non avrà mai fine” (10).
La verità sull’amore, espressa nelle strofe del Cantico dei Cantici viene confermata alla luce di queste parole paoline? Nel Cantico leggiamo, ad esempio sull’amore, che la sua “gelosia” è “tenace come gli inferi” (11), e nella lettera paolina leggiamo che “non è invidiosa la carità”. In quale rapporto sono entrambe le espressioni sull’amore? In quale rapporto sta l’amore che “è forte come la morte”, secondo il Cantico dei Cantici, con l’amore che “non avrà mai fine”, secondo la lettera paolina? Non moltiplichiamo queste domande, non apriamo l’analisi comparativa. Sembra tuttavia che l’amore si apra qui davanti a noi, in due prospettive: come se ciò, in cui l’eros umano chiude il proprio orizzonte, si aprisse ancora, attraverso le parole paoline, ad un altro orizzonte di amore che parla un altro linguaggio; l’amore che sembra emergere da un’altra dimensione della persona e chiama, invita ad un’altra comunione. Questo amore è stato chiamato col nome di “agape” e l’agape porta a compimento, purificandolo, l’eros.
Abbiamo così concluso queste brevi meditazioni sul Cantico dei Cantici, intese ad approfondire ulteriormente il tema del “linguaggio del corpo”. In questo ambito, il Cantico dei Cantici ha un significato del tutto singolare.
[Insegnamenti GP II, 7/1, 1615-1619]
10. 1 Cor. 13, 4-8.
11. Cant. 8, 6.