[1169] • JUAN PABLO II (1978-2005) • CONEXIÓN ENTRE EL AMOR CONYUGAL Y LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA
Alocución Le riflessioni, en la Audiencia General, 11 julio 1984
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1. Las reflexiones que hasta ahora hemos expuesto acerca del amor humano en el plano divino, quedarían, de algún modo, incompletas si no tratásemos de ver su aplicación concreta en el ámbito de la moral conyugal y familiar. Deseamos dar este nuevo paso, que nos llevará a concluir nuestro ya largo camino, bajo la guía de una importante declaración del Magisterio reciente: la Encíclica “Humanae Vitae”, que publicó el Papa Pablo VI, en julio de 1968. Vamos a releer este significativo documento a la luz de los resultados a que hemos llegado, examinando el designio inicial de Dios y las palabras de Cristo, que nos remiten a él.
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2. “La Iglesia enseña que cualquier acto matrimonial debe quedar abierto a la transmisión de la vida...” (Humanae vitae, 11). “Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador” (Humanae vitae, 12).
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3. Las consideraciones que voy a hacer se referirán especialmente al pasaje de la Encíclica “Humanae Vitae”, que trata de los “dos significados del acto conyugal” y de su “inseparable conexión”. No intento hacer un comentario a toda la Encíclica, sino más bien explicarla y profundizar en dicho pasaje. Desde el punto de vista de la doctrina moral contenida en el documento citado, este pasaje tiene un significado central. Al mismo tiempo es un párrafo que se relaciona estrechamente con nuestras anteriores reflexiones sobre el matrimonio en su dimensión de signo (sacramental).
Puesto que, según he dicho, se trata de un pasaje central de la Encíclica, resulta obvio que esté inserto muy profundamente en toda su estructura: su análisis, en consecuencia, debe orientarse hacia las diversas componentes de esa estructura, aunque la intención no sea comentar todo el texto.
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4. En las reflexiones acerca del signo sacramental, se ha dicho ya varias veces que está basado sobre “el lenguaje del cuerpo” releído en la verdad. Se trata de una verdad afirmada por primera vez al principio del matrimonio, cuando los nuevos esposos, prometiéndose mutuamente “ser fieles siempre... y amarse y respetarse durante todos los días de su vida”, se convierten en ministros del matrimonio como sacramento de la Iglesia.
Se trata, por tanto, de una verdad que por decirlo así, se afirma siempre de nuevo. En efecto, el hombre y la mujer, viviendo en el matrimonio “hasta la muerte”, reproponen siempre, en cierto sentido, ese signo que ellos pusieron –a través de la liturgia del sacramento– el día de su matrimonio.
Las palabras antes citadas de la Encíclica del Papa Pablo VI se refieren a ese momento de la vida común de los cónyuges, en el cual, al unirse mediante el acto conyugal, ambos vienen a ser, según la expresión bíblica, “una sola carne” (Gén 2, 24). Precisamente en ese momento tan rico de significado, es también particularmente importante que se relea el “lenguaje del cuerpo” en la verdad. Esa lectura se convierte en condición indispensable para actuar en la verdad, o sea, para comportarse en conformidad con el valor y la norma moral.
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5. La Encíclica no sólo recuerda esta norma, sino que intenta también darle su fundamento adecuado. Para aclarar más a fondo esa “inseparable conexión que Dios ha querido... entre los dos significados del acto conyugal”, Pablo VI continúa así en la frase siguiente: “...el acto conyugal por su íntima estructura, mientras une profundamente a los esposos, los hace aptos para la generación de nuevas vidas, según las leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer” (Humanae vitae, 12).
Podemos observar cómo en la frase precedente el texto recién citado trata, sobre todo, del “significado” y en la frase sucesiva, de la “íntima estructura” (es decir, de la naturaleza) de la relación conyugal. Definiendo esta “íntima estructura”, el texto hace referencia a las “leyes inscritas en el ser mismo del hombre y de la mujer”.
El paso de la frase, que expresa la norma moral, a la frase que la explica y motiva, es particularmente significativo. La Encíclica nos induce a buscar el fundamento de la norma, que determina la moralidad de las acciones del hombre y de la mujer en el acto conyugal, en la naturaleza de este mismo acto y, todavía más profundamente, en la naturaleza de los sujetos mismos que actúan.
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6. De este modo, la “íntima estructura” (o sea, la naturaleza) del acto conyugal constituye la base necesaria para una adecuada lectura y descubrimiento de los significados, que deben ser transferidos a la conciencia y a las decisiones de las personas agentes, y también la base necesaria para establecer la adecuada relación entre estos significados, es decir, su inseparabilidad. Dado que, “el acto conyugal...” –a un mismo tiempo– “une profundamente a los esposos”, y, a la vez, “los hace aptos para la generación de nuevas vidas”; y tanto una cosa como otra se realizan “por su íntima estructura”: de todo se deriva en consecuencia que la persona humana (con la necesidad propia de la razón, la necesidad lógica) “debe” leer contemporáneamente los “dos significados del acto conyugal” y también la “inseparable conexión... entre los dos significados del acto conyugal”.
No se trata, pues, aquí de ninguna otra cosa sino de leer en la verdad el “lenguaje del cuerpo”, como repetidas veces hemos dicho en los precedentes análisis bíblicos. La norma moral, enseñada constantemente por la Iglesia en este ámbito, y recordada y reafirmada por Pablo VI en su Encíclica, brota de la lectura del “lenguaje del cuerpo” en la verdad.
Se trata aquí de la verdad, primero en su dimensión ontológica (“estructura íntima”) y luego –en consecuencia– de la dimensión subjetiva y psicológica (“significado”). El texto de la Encíclica subraya que, en el caso en cuestión, se trata de una norma de la ley natural.
[DP (1984), 224]
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1. Le riflessioni finora svolte sull’amore umano nel piano divino resterebbero in qualche modo incomplete, se non cercassimo di vederne l’applicazione concreta nell’ambito della morale coniugale e familiare. Vogliamo compiere questo ulteriore passo, che ci porterà alla conclusione del nostro ormai lungo cammino, sulla scorta di un importante pronunciamento del Magistero recente: l’Enciclica “Humanae Vitae”, che il Papa Paolo VI ha pubblicato nel luglio del 1968. Rileggeremo questo significativo documento alla luce dei risultati a cui siamo giunti esaminando l’iniziale disegno divino e le parole di Cristo, che ad esso rimandano.
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2. “La Chiesa insegna che qualsiasi atto matrimoniale deve rimanere per sè aperto alla trasmissione della vita...” (1). “Tale dottrina, più volte esposta dal Magistero, è fondata sulla connessione inscindibile, che Dio ha voluto e che l’uomo non può rompere di sua iniziativa, tra i due significati dell’atto coniugale: il significato unitivo e il significato procreativo” (2).
1. PAULI VI, Humanae vitae, 11 [1968 07 25/11].
2. Ibid. 12 [1968 07 25/12].
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3. Le considerazioni che mi accingo a fare riguarderanno particolarmente il passo dell’Enciclica “Humanae Vitae” che tratta dei “due significati dell’atto coniugale” e della loro “connessione inscindibile”. Non intendo presentare un commento all’intera Enciclica, ma piuttosto illustrarne ed approfondirne un passo. Dal punto di vista della dottrina morale racchiusa nel documento citato, quel passo ha un significato centrale. Al tempo stesso è un brano che si collega strettamente con le nostre precedenti riflessioni sul matrimonio nella dimensione del segno (sacramentale).
Poichè –come ho detto– è un passo centrale dell’Enciclica, è ovvio che esso sia inserito molto profondamente in tutta la sua struttura: la sua analisi pertanto deve orientarci verso le varie componenti di quella struttura, anche se l’intenzione è di non commentare l’intero testo.
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4. Nelle riflessioni sul segno sacramentale, è stato già detto a più riprese che esso è basato sul “linguaggio del corpo” riletto nella verità. Si tratta di una verità affermata una prima volta all’inizio del matrimonio, quando gli sposi novelli, promettendosi a vicenda di “essere fedeli sempre... e di amarsi e onorarsi tutti i giorni della loro vita”, divengono ministri del matrimonio come sacramento della Chiesa.
Si tratta poi di una verità che viene, per così dire, sempre nuovamente affermata. Infatti l’uomo e la donna, vivendo nel matrimonio “sino alla morte”, ripropongono di continuo, in un certo senso, quel segno ch’essi hanno posto –attraverso la liturgia del sacramento– il giorno del loro sposalizio.
Le parole sopra citate dell’Enciclica di Papa Paolo VI riguardano quel momento nella vita comune dei coniugi, in cui entrambi, unendosi nell’atto coniugale, diventano, secondo l’espressione biblica, “una sola carne” (3). Proprio in un tale momento così ricco di significato, è pure particolarmente importante che si rilegga il “linguaggio del corpo” nella verità. Tale lettura diviene condizione indispensabile per agire nella verità, ossia per comportarsi conformemente al valore e alla norma morale.
3. Gen. 2, 24.
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5. L’Enciclica non solo ricorda questa norma, ma cerca anche di darne l’adeguato fondamento. Per chiarire più a fondo quella “connessione inscindibile che Dio ha voluto... tra i due significati dell’atto coniugale”, Paolo VI così scrive nella frase successiva: “...Per la sua intima struttura, l’atto coniugale, mentre unisce profondamente gli sposi, li rende atti alla generazione di nuove vite, secondo leggi iscritte nell’essere stesso dell’uomo e della donna” (4).
Osserviamo che nella frase precedente il testo appena citato tratta soprattutto del “significato” e nella frase successiva, della “intima struttura” (cioè della natura) del rapporto coniugale. Definendo questa “struttura intima”, il testo fa riferimento “alle leggi iscritte nell’essere stesso dell’uomo e della donna”.
Il passaggio dalla frase che esprime la norma morale, alla frase che la esplica e motiva, è particolarmente significativo. L’Enciclica induce a cercare il fondamento della norma, che determina la moralità delle azioni dell’uomo e della donna nell’atto coniugale, nella natura di questo stesso atto e, ancor più profondamente, nella natura degli stessi soggetti che agiscono.
4. PAULI VI, Humanae vitae, 12 [1968 07 25/12].
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6. In tal modo, l’“intima struttura” (ossia natura) dell’atto coniugale costituisce la base necessaria per un’adeguata lettura e scoperta dei significati, che devono trasferirsi nella coscienza e nelle decisioni delle persone agenti, ed anche la base necessaria per stabilire l’adeguato rapporto i questi significati, cioè la loro inscindibilità. Poichè “l’atto coniugale...” –ad un tempo– “unisce profondamente gli sposi”, e, insieme, “li rende atti alla generazione di nuove vite”, e l’una cosa e l’altra avvengono “per la sua intima struttura”, ne consegue che la persona umana (con la necessità propria della ragione, la necessità logica) “deve” leggere contemporaneamente i “due significati dell’atto coniugale” ed anche la “connessione inscindibile... tra i due significati dell’atto coniugale”.
Di null’altro qui si tratta che di leggere nella verità il “linguaggio del corpo” come è stato detto più volte nelle precedenti analisi bibliche. La norma morale, insegnata costantemente dalla Chiesa in questo ambito, e ricordata e riconfermata da Paolo VI nella sua Enciclica, scaturisce dalla lettura del “linguaggio del corpo” nella verità.
Si tratta qui della verità, prima nella dimensione ontologica (“struttura intima”) e poi –di conseguenza– nella dimensione soggettiva e psicologica (“significato”). Il testo dell’Enciclica sottolinea che nel caso in questione si tratta di una norma della legge naturale.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 85-88]