[1175] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DOCTRINA SOBRE LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA
Alocución Qual è l’essenza, en la Audiencia General, 22 agosto 1984
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1. ¿Cuál es la esencia de la doctrina de la Iglesia acerca de la transmisión de la vida en la comunidad conyugal, de esa doctrina que nos han recordado la Constitución pastoral del Concilio “Gaudium et Spes” y la Encíclica “Humanae Vitae” del Papa Pablo VI?
El problema está en mantener la relación adecuada entre lo que se define “dominio... de las fuerzas de la naturaleza” (Humanae vitae, 2) y el “dominio de sí” (Humanae vitae, 21), indispensable a la persona humana. El hombre contemporáneo manifiesta la tendencia a transferir los métodos propios del primer ámbito a los del segundo. “El hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la organización racional de las fuerzas de la naturaleza –leemos en la Encíclica–, de modo que tiende a extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida” (Humanae vitae, 2).
Esta extensión de la esfera de los medios de “dominio... de las fuerzas de la naturaleza” amenaza a la persona humana, para la cual el método del “dominio de sí” es y sigue siendo específico. Efectivamente, el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona: es precisamente un método “natural”. En cambio, la transferencia de los “medios artificiales” rompe la dimensión constitutiva de la persona, priva al hombre de la subjetividad que le es propia y hace de él un objeto de manipulación.
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2. El cuerpo humano no es sólo el campo de reacciones de carácter sexual, sino que es, al mismo tiempo, el medio de expresión del hombre integral, de la persona, que se revela a sí misma a través del “lenguaje del cuerpo”. Este “lenguaje” tiene un importante significado interpersonal, especialmente cuando se trata de las relaciones recíprocas entre el hombre y la mujer. Además, nuestros análisis precedentes muestran que en este caso el “lenguaje del cuerpo” debe expresar, a un nivel determinado, la verdad del sacramento. Efectivamente, al participar del eterno plan de amor (“Sacramentum absconditum in Deo”), el “lenguaje del cuerpo” se convierte como en un “profetismo del cuerpo”.
Se puede decir que la Encíclica “Humanae Vitae” lleva a las últimas consecuencias, no sólo lógicas y morales, sino también prácticas y pastorales, esta verdad sobre el cuerpo humano en su masculinidad y feminidad.
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3. La unidad de los dos aspectos del problema –de la dimensión sacramental (o sea, teológica) y de la personalística– corresponde a la global “revelación del cuerpo”. De aquí se deriva también la conexión de la visión estrictamente teológica con la ética, que nace de la “ley natural”.
En efecto, el sujeto de la ley natural es el hombre no sólo en el aspecto “natural” de su existencia, sino también en la verdad integral de su subjetividad personal. El que se manifiesta, en la Revelación, como hombre y mujer, en su plena vocación temporal y escatológica. Es llamado por Dios para ser testigo e intérprete del eterno designio del amor, convirtiéndose en ministro del sacramento que, “desde el principio”, se constituye en el signo de la “unión de la carne”.
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4. Como ministros de un sacramento que se realiza por medio del consentimiento y se perfecciona por la unión conyugal, el hombre y la mujer están llamados a expresar ese misterioso “lenguaje” de sus cuerpos en toda la verdad que les es propia. Por medio de los gestos y de las reacciones, por medio de todo el dinamismo, recíprocamente condicionado, de la tensión y del gozo –cuya fuente directa es el cuerpo en su masculinidad y feminidad, el cuerpo en su acción e interacción–, a través de todo esto “habla” el hombre, la persona.
El hombre y la mujer con el “lenguaje del cuerpo” desarrollan ese diálogo que –según el Génesis 2, 24-25– comenzó el día de la creación. Y precisamente a nivel de este “lenguaje del cuerpo” –que es algo más que la sola reactividad sexual y que, como auténtico lenguaje de las personas, está sometido a las exigencias de la verdad, es decir a normas morales objetivas–, el hombre y la mujer se expresan recíprocamente a sí mismos del modo más pleno y más profundo, en cuanto les es posible por la misma dimensión somática de la masculinidad y feminidad: el hombre y la mujer se expresan a sí mismos en la medida de toda la verdad de su persona.
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5. El hombre es persona precisamente porque es dueño de sí y se domina a sí mismo. Efectivamente, en cuanto que es dueño de sí mismo puede “donarse” al otro. Y ésta es una dimensión –dimensión de la libertad del don– que se convierte en esencial y decisiva para ese “lenguaje del cuerpo”, en el que el hombre y la mujer se expresan recíprocamente en la unión conyugal. Dado que esta comunión es comunión de personas, el “lenguaje del cuerpo” debe juzgarse según el criterio de la verdad. Preci samente la Encíclica “Humanae Vitae” presenta este criterio, como confirman los pasajes antes citados.
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6. Según el criterio de esta verdad, que debe expresarse con el “lenguaje del cuerpo”, el acto conyugal “significa” no sólo el amor, sino también la fecundidad potencial, y por esto no puede ser privado de su pleno y adecuado significado mediante intervenciones artificiales. En el acto conyugal no es lícito separar artificialmente el significado unitivo del significado procreador, porque uno y otro pertenecen a la verdad íntima del acto conyugal: uno se realiza juntamente con el otro y, en cierto sentido, el uno a través del otro. Así enseña la Encíclica (cfr. Humanae vitae, 12). Por lo tanto, en este caso el acto conyugal, privado de su verdad interior, al ser privado artificialmente de su capacidad procreadora, deja también de ser acto de amor.
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7. Puede decirse que en el caso de una separación artificial de estos dos significados, en el acto conyugal se realiza una real unión corpórea, pero no corresponde a la verdad interior ni a la dignidad de la comunión personal: communio personarum. Efectivamente, esta comunión exige que el “lenguaje del cuerpo” se exprese recíprocamente en la verdad integral de su significado. Si falta esta verdad, no se puede hablar ni de la verdad del dominio de sí, ni de la verdad del don recíproco y de la recíproca aceptación de sí por parte de la persona. Esta violación del orden interior de la comunión conyugal, que hunde sus raíces en el orden mismo de la persona, constituye el mal esencial del acto anticonceptivo.
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8. Tal interpretación de la doctrina moral, expuesta en la Encíclica “Humanae Vitae”, se sitúa sobre el amplio trasfondo de las reflexiones relacionadas con la teología del cuerpo. Resultan especialmente válidas para esta interpretación las reflexiones sobre el “signo” en conexión con el matrimonio, entendido como sacramento. Y la esencia de la violación que perturba el orden interior del acto conyugal no puede entenderse de modo teológicamente adecuado, sin las reflexiones sobre el tema de la “concupiscencia de la carne”.
[DP (1984), 242]
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1. Qual è l’essenza della dottrina della Chiesa circa la trasmissione della vita nella comunità coniugale, di quella dottrina che ci è stata ricordata dalla Costituzione pastorale del Concilio “Gaudium et Spes” e dall’Enciclica “Humanae Vitae” del Papa Paolo VI?
Il problema sta nel mantenere l’adeguato rapporto tra ciò che viene definito “dominio... delle forze della natura” 1 e la “padronanza di sè” 2 indispensabile alla persona umana. L’uomo contemporaneo manifesta la tendenza a trasferire i metodi propri del primo ambito a quelli del secondo. “L’uomo ha compiuto progressi stupendi nel dominio e nell’organizzazione razionale delle forze della natura –leggiamo nell’Enciclica– talchè tende ad estendere questo dommio al suo stesso essere globale: al corpo, alla vita psichica, alla vita sociale, e perfino alle leggi che regolano la trasmissione della vita” (3).
Tale estensione della esfera dei mezzi di “dominio... delle forze della natura” minaccia la persona umana, per la quale il metodo della “padronanza di sè” è e rimane specifico. Essa –la padronanza di sè– infatti corrisponde alla costituzione fondamentale della persona: è appunto un metodo “naturale”. Invece, la trasposizione dei “mezzi artificiali” infrange la dimensione costitutiva della persona, priva l’uomo della soggettività che gli è propria e fa di lui un oggetto di manipolazione.
1. PAULI VI, Humanae vitae, 2 [1968 07 25/2].
2. Ibid. 21 [1968 07 25/21].
3. Ibid. 2 [1968 07 25/2].
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2. Il corpo umano non è soltanto il campo di reazioni di carattere sessuale, ma è, al tempo stesso, il mezzo di espressione dell’uomo integrale, della persona, che rivela se stessa attraverso il “linguaggio del corpo”. Questo “linguaggio” ha un importante significato interpersonale, specialmente quando si tratta dei rapporti reciproci tra l’uomo e la donna. Per di più, le nostre analisi precedenti mostrano che in questo caso il “linguaggio del corpo” deve esprimere, a un determinato livello, la verità del sacramento. Partecipando all’eterno Piano d’Amore (“Sacramentum absconditum in Deo”) il “linguaggio del corpo” diventa infatti quasi un “profetismo del corpo”.
Si può dire che l’Enciclica “Humanae Vitae” porta alle streme conseguenze, non soltanto logiche e morali, ma anche pratiche e pastorali, questa verità sul corpo umano nella sua mascolinità e femminilità.
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3. L’unità dei due aspetti del problema –della dimensione sacramentale (ossia teologica) e di quella personalistica– corrisponde alla globale “rivelazione del corpo”. Da qui deriva anche la connessione della visione strettamente teologica con quella etica, che si richiama alla “legge naturale”.
Il soggetto della legge naturale è infatti l’uomo non soltanto nell’aspetto “naturale” della sua esistenza, ma anche nella verità integrale della sua soggettività personale. Egli ci si manifesta, nella Rivelazione, come maschio e femmina, nella sua piena vocazione temporale ed escatologica. Egli è chiamato da Dio ad essere testimone ed interprete dell’eterno disegno dell’Amore, divenendo ministro del sacramento, che “da principio” è costituito nel segno dell’“unione della carne”.
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4. Come ministri di un sacramento che si costituisce attraverso il consenso e si perfeziona attraverso l’unione coniugale, l’uomo e la donna sono chiamati ad esprimere quel misterioso “linguaggio” dei loro corpi in tutta la verità che gli è propria. Per mezzo dei gesti e delle reazioni, per mezzo di tutto il dinamismo, reciprocamente condizionato, della tensione e del godimento –la cui diretta sorgente è il corpo nella sua mascolinità e femminilità, il corpo nella sua azione ed interazione– attraverso tutto questo “parla” l’uomo, la persona.
L’uomo e la donna svolgono nel “linguaggio del corpo” quel dialogo che –secondo la Genesi 2, 24-25– ebbe inizio nel giorno della creazione. E appunto a livello di questo “linguaggio del corpo” –che è qualcosa di più della sola reattività sessuale e che, come autentico linguaggio delle persone, è sottoposto alle esigenze della verità, cioè a norme morali obiettive–, l’uomo e la donna esprimono reciprocamente se stessi nel modo più pieno e più profondo, in quanto è loro consentito dalla stessa dimensione somatica della mascolinità e femminilità: l’uomo e la donna esprimono se stessi nella misura di tutta la verità della loro persona.
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5. L’uomo è appunto persona perchè è padrone di sè e domina se stesso. In quanto infatti è padrone di se stesso può “donarsi” all’altro. Ed è questa dimensione –dimensione della libertà del dono– che diventa essenziale e decisiva per quel “linguaggio del corpo”, in cui l’uomo e la donna si esprimono reciprocamente nell’unione coniugale. Dato che questa è comunione di persone, il “linguaggio del corpo” deve essere giudicato secondo il criterio della verità. Proprio tale criterio richiama l’Enciclica “Humanae Vitae”, come è confermato dai passi citati in precedenza.
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6. Secondo il criterio di questa verità, che deve esprimersi nel “linguaggio del corpo”, l’atto coniugale “significa” non soltanto l’amore, ma anche la potenziale fecondità, e perciò non può essere privato del suo pieno ed adeguato significato mediante interventi artificiali. Nell’atto coniugale non è lecito separare artificialmente il significato unitivo dal significato procreativo, perchè l’uno e l’altro appartengono alla verità intima dell’atto coniugale: l’uno si attua insieme all’altro e in certo senso l’uno attraverso l’altro. Così insegna l’Enciclica (4). Quindi, in tal caso l’atto coniugale privo della sua verità interiore, perchè privato artificialmente della sua capacità procreativa, cessa anche di essere atto di amore.
4. PAULI VI, Humanae vitae, 12 [1968 07 25/12].
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7. Si può dire che nel caso di un’artificiale separazione di questi due significati, nell’atto coniugale si compie una reale unione corporea, ma essa non corrisponde alla verità interiore e alla dignità della comunione personale: communio personarum. Tale comunione esige infatti che il “linguaggio del corpo” sia espresso reciprocamente nell’integrale verità del suo significato. Se manca questa verità, non si può parlare né della verità del dominio di sè, né della verità del reciproco dono e della reciproca accettazione di sè da parte della persona. Tale violazione dell’ordine interiore della comunione coniugale, che affonda le sue radici nell’ordine stesso della persona, costituisce il male essenziale dell’atto contraccettivo.
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8. La suddetta interpretazione della dottrina morale, esposta nell’Enciclica “Humanae Vitae”, si situa sul vasto sfondo delle riflessioni connesse con la teologia del corpo. Specialmente valide per questa interpretazione sono le riflessioni sul “segno” in connessione col matrimonio, inteso come sacramento. E l’essenza della violazione che turba l’ordine interiore dell’atto coniugale non può essere intesa in modo teologicamente adeguato, senza le riflessioni sul tema della “concupiscenza della carne”.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 227-230]