[1176] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA REGULACIÓN DE LA NATALIDAD SEGÚN LA TRADICIÓN
Alocución L’Enciclica “Humanae vitae”, en la Audiencia General, 29 agosto 1984
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1. La Encíclica “Humanae Vitae”, demostrando el mal moral de la anticoncepción, al mismo tiempo, aprueba plenamente la regulación natural de la natalidad y, en este sentido, aprueba la paternidad y maternidad responsables. Hay que excluir aquí que pueda ser calificada de “responsable”, desde el punto de vista ético, la procreación en la que se recurre a la anticoncepción para realizar la regulación de la natalidad. El verdadero concepto de “paternidad y maternidad responsables”, por el contrario, está unido a la regulación de la natalidad honesta desde el punto de vista ético.
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2. Leemos a este propósito: “Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia, y también una tendencia a procurarse un perfecto dominio de sí mismos. El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone, sin ningún género de duda, una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan íntegramente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales...” (Humanae vitae, 21).
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3. La Encíclica ilustra luego las consecuencias de este comportamiento no sólo para los mismos esposos, sino también para toda la familia, entendida como comunidad de personas. Habrá que volver a tomar en consideración este tema. La En cíclica subraya que la regulación de la natalidad éticamente honesta exige de los cónyuges ante todo un determinado comportamiento familiar y procreador: esto es, exige a los esposos “adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y de la familia” (Humanae vitae, 21). Partiendo de esta premisa, ha sido necesario proceder a una consideración global de la cuestión, como hizo el Sínodo de los Obispos del año 1980 (“De muneribus familiae christianae”). Luego, la doctrina relativa a este problema particular de la moral conyugal y familiar, de que trata la Encíclica “Humanae Vitae”, ha encontrado su justo puesto y la óptica oportuna en el contexto total de la Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”. La teología del cuerpo, sobre todo como pedagogía del cuerpo, hunde sus raíces, en cierto sentido, en la teología de la familia y, a la vez, lleva a ella. Esta pedagogía del cuerpo, cuya clave es hoy la Encíclica “Humanae Vitae”, sólo se explica en el contexto pleno de una visión correcta de los valores de la vida y de la familia.
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4. En el texto antes citado el Papa Pablo VI se remite a la castidad conyugal, al escribir que la observancia de la continencia periódica es la forma de dominio de sí, donde se manifiesta “la pureza de los esposos” (Humanae vitae, 21).
Al emprender ahora un análisis más profundo de este problema, hay que tener presente toda la doctrina sobre la pureza, entendida como vida del Espíritu (cfr. Gál 5, 25), que ya hemos considerado anteriormente, a fin de comprender así las respectivas indicaciones de la Encíclica sobre el tema de la “continencia periódica”. Efectivamente, esa doctrina sigue siendo la verdadera razón, a partir de la cual la enseñanza de Pablo VI define la regulación de la natalidad y la paternidad y maternidad responsables como éticamente honestas.
Aunque la “periodicidad” de la continencia se aplique en este caso a los llamados “ritmos naturales” (Humanae vitae, 16), sin embargo, la continencia misma es una determinada y permanente actitud moral, es virtud, y por esto, todo el modo de comportarse guiado por ella, adquiere carácter virtuoso. La Encíclica subraya bastante claramente que aquí no se trata sólo de una determinada “técnica”, sino de la ética en el sentido estricto de la palabra como moralidad de un comportamiento.
Por tanto, la Encíclica pone de relieve oportunamente, por un lado, la necesidad de respetar en tal comportamiento el orden establecido por el Creador, y, por otro, la necesidad de la motivación inmediata de carácter ético.
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5. Respecto al primer aspecto leemos: “Usufructuar (...) el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador significa reconocerse, no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien administradores del plan establecido por el Creador” (Humanae vitae, 13). “La vida humana es sagrada” –como recordó nuestro predecesor de s. m. Juan XXIII en la Encíclica “Mater et Magistra”–, “desde su comienzo compromete directamente la acción creadora de Dios” (AAS 53, 1961; cfr. Humanae vitae, 13). En cuanto a la motivación inmediata, la Encíclica “Humanae Vitae” exige que “para espaciar los nacimientos existan serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges o de circunstancias exteriores...” (Humanae vitae, 16).
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6. En el caso de una regulación moralmente recta de la natalidad que se realiza mediante la continencia periódica, se trata claramente de practicar la castidad conyugal, es decir, de una determinada actitud ética. En el lenguaje bíblico diríamos que se trata de vivir del Espíritu (cfr. Gál 5, 25).
La regulación moralmente recta se denomina también “regulación natural de la natalidad”, lo que puede explicarse como conformidad con la “ley natural”. Por “ley natural” entendemos aquí el “orden de la naturaleza” en el campo de la procreación, en cuanto es comprendido por la recta razón: este orden es la expresión del plan del Creador sobre el hombre. Y esto precisamente es lo que la Encíclica, juntamente con toda la Tradición de la doctrina y de la práctica cristiana, subraya de modo especial: el carácter virtuoso de la actitud que se manifiesta con la regulación “natural” de la natalidad, está determinado no tanto por la fidelidad a una impersonal “ley natural”, cuanto al Creador-persona, fuente y Señor del orden que se manifiesta en esta ley.
Desde este punto de vista, la reducción a la sola regularidad biológica, separada del “orden de la naturaleza”, esto es, del “plan del Creador”, deforma el auténtico pensamiento de la Encíclica “Humanae Vitae” (cfr. Humanae vitae, 14).
El documento presupone ciertamente esa regularidad biológica, más aún, exhorta a las personas competentes a estudiarla y aplicarla de un modo aún más profundo, pero entiende siempre esta regularidad como la expresión del “orden de la naturaleza” esto es, del plan providencial del Creador, en cuya fiel ejecución consiste el verdadero bien de la persona humana.
[DP (1984), 244]
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1. L’Enciclica “Humanae Vitae”, dimostrando il male morale della contraccezione, al tempo stesso approva pienamente la regolacione naturale della fertilità e, in questo senso, approva la paternità e maternità responsabili. Bisogna qui escludere che possa qualificarsi “responsabile” dal punto di vista etico quella procreazione nella quale si ricorre alla contraccezione per attuare la regolazione della fertilità. Il vero concetto di “paternità è maternità responsabili” è invece connesso con la regolazione della fertilità onesta dal punto di vista etico.
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2. Leggiamo a proposito: “Una onesta pratica di regolazione della natalità richiede anzitutto dagli sposi che acquistino e posseggano solide convinzioni circa i veri valori della vita e della famiglia, e che tendano ad acquistare una perfetta padronanza di sè. Il dominio dell’istinto mediante la ragione e la libera volontà, impone indubbiamente una ascesi, affinchè le manifestazioni affettive della vita coniugale siano secondo il retto ordine e in particolare per l’osservanza della continenza periodica. Ma questa disciplina, propria della purezza degli sposi, ben lungi dal nuocere all’amore coniugale, gli conferisce invece un più alto valore umano. Esige un continuo sforzo, ma grazie al suo benefico influsso i coniugi sviluppano integralmente la loro personalità arricchendosi di valori spirituali...” (1).
1. PAULI VI, Humanae vitae, 21 [1968 07 25/21].
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3. L’Enciclica illustra poi le conseguenze di tale comportamento non soltanto per gli stessi coniugi, ma anche per tutta la famiglia, intesa come comunità di persone. Occorrerà riprendere in considerazione questo argomento. Essa sottolinea che la regolazione eticamente onesta della fertilità esige dai coniugi anzitutto un determinato comportamento familiare e procreativo: esige cioè “che acquistino e posseggano solide convinzioni circa i veri valori della vita e della famiglia” (2). Partendo da questa premessa, è stato necessario procedere ad una considerazione globale della questione, come fece il Sinodo dei Vescovi del 1980 3. In seguito, la dottrina relativa a questo particolare problema della morale coniugale e familiare, di cui tratta l’Enciclica “Humanae Vitae”, ha trovato il giusto posto e l’ottica opportuna nel complessivo contesto dell’Esortazione Apostolica “Familiaris Consortio”. La teologia del corpo, particolarmente come pedagogia del corpo, affonda le radici in certo senso, nella teologia della famiglia e, ad un tempo, ad essa conduce. Tale pedagogia del corpo, la cui chiave oggi è l’Enciclica “Humanae Vitae”, si spiega soltanto nel pieno contesto di una corretta visione dei valori della vita e della famiglia.
2. Ibid.
3. SYNODI EPISCOPORUM, De muneribus familiae christianae [1981 11 22/1-86].
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4. Nel testo sopra citato Papa Paolo VI si richiama alla castità coniugale, scrivendo che l’osservanza della continenza periodica è la forma di padronanza di sè, in cui si manifesta “la purezza degli Sposi” (4).
Nell’intraprendere ora un’analisi più approfondita di questo problema, occorre tener presente tutta la dottrina sulla purezza intesa come vita dello Spirito (5), considerata da noi già in precedenza, per comprendere così le rispettive indicazioni dell’Enciclica sul tema della “continenza periodica”. Quella dottrina resta infatti la vera ragione, a partire dalla quale l’insegnamento di Paolo VI definisce la regolazione della natalità e la paternità e maternità responsabili come eticamente oneste.
Sebbene la “periodicità” della continenza venga in questo caso applicata ai cosiddetti “ritmi naturali” (6), tuttavia, la continenza stessa è un determinato e permanente atteggiamento morale, è virtù, e perciò tutto il modo di comportarsi, da essa guidato, acquista carattere virtuoso. L’Enciclica sottolinea abbastanza chiaramente che qui non si tratta solo di una determinata “tecnica”, ma dell’etica nel senso stretto del termine come moralità di un comportamento.
Pertanto, opportunamente l’Enciclica pone in rilievo, da un lato, la necessità di rispettare nel suddetto comportamento l’ordine stabilito dal Creatore, e, dall’altro, la necessità della immediata motivazione di carattere etico.
4. PAULI VI, Humanae vitae, 21 [1968 07 25/21].
5. Cfr. Gal. 5, 25.
6. PAULI VI, Humanae vitae, 16 [1968 07 25/16].
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5. Riguardo al primo aspetto leggiamo: “Usufruire... del dono dell’amore coniugale rispettando le leggi del processo generativo significa riconoscersi non arbitri delle sorgenti della vita umana, ma piuttosto ministri del disegno stabilito dal Creatore” (7). “La vita umana è sacra” –come ha ricordato il nostro Predecessore di s. m. Giovanni XXIII nell’Enciclica “Mater et Magistra”–, “fin dal suo affiorare impegna direttamente l’azione creatrice di Dio” (8). Quanto alla immediata motivazione, l’Enciclica “Humanae Vitae” richiede che “per distanziare le nascite esistano seri motivi, derivanti o dalle condizioni fisiche o psicologiche dei coniugi, o da circostanze esteriori...” (9).
7. Ibid. 13 [1968 07 25/13].
8. IOANNIS XXIII, Mater et magistra; cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 13 [1968 07 25/13].
9. PAULI VI, Humanae vitae, 16 [1968 07 25/16].
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6. Nel caso di una regolazione moralmente retta della fertilità che si attua mediante la continenza periodica, si tratta chiaramente di praticare la castità coniugale, cioè di un determinato atteggiamento etico. Nel linguaggio biblico, diremo che si tratta di vivere dello Spirito (10).
La regolazione moralmente retta viene anche denominata “regolazione naturale della fertilità”, il che può essere spiegato quale conformità alla “legge naturale”. Per “legge naturale” intendiamo qui l’“ordine della natura” nel campo della procreazione, in quanto esso è compreso dalla retta ragione: tale ordine è l’espressione del piano del Creatore sull’uomo. Ed è proprio questo che l’Enciclica, insieme con tutta la Tradizione della dottrina e della pratica cristiana, sottolinea in modo particolare: il carattere virtuoso dell’atteggiamento, che si esprime nella “naturale” regolazione della fertilità, è determinato non tanto dalla fedeltà ad una impersonale “legge naturale” quanto al Creatore-persona, sorgente e Signore dell’ordine che si manifesta in tale legge.
Da questo punto di vista, la riduzione alla sola regolarità biologica, staccata dall’“ordine della natura” cioè dal “piano del Creatore” deforma l’autentico pensiero dell’Enciclica “Humanae Vitae” (11).
Il documento presuppone certamente quella regolarità biologica, anzi, esorta le persone competenti a studiarla e ad applicarla in modo ancor più approfondito, ma intende, sempre tale regolarità come l’espressione dell’“ordine della natura” cioè del provvidenziale piano del Crea tore, nella cui fedele esecuzione consiste il vero bene della persona umana.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 271-274]
10. Cfr. Gal. 5, 25.
11. PAULI VI, Humanae vitae, 14 [1968 07 25/14].