[1178] • JUAN PABLO II (1978-2005) • RAZONES JUSTIFICADAS PARA LA REGULACIÓN DE LOS NACIMIENTOS
Alocución Abbiamo precedentemente, en la Audiencia General, 5 septiembre 1984
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1. Hemos hablado anteriormente de la regulación honesta de la fertilidad según la doctrina contenida en la Encíclica “Humanae Vitae” (n. 19) y en la Exhortación “Familiaris Consortio”. La cualificación de “natural”, que se atribuye a la regulación moralmente recta de la fertilidad (siguiendo los ritmos naturales, cfr. Humanae vitae, 16), se explica con el hecho de que el relativo modo de comportarse corresponde a la verdad de la persona y, consiguientemente, a su dignidad: una dignidad que por naturaleza afecta al hombre en cuanto ser racional y libre. El hombre, como ser racional y libre, puede y debe releer con perspicacia el ritmo biológico que pertenece al orden natural. Puede y debe adecuarse a él para ejercer esa “paternidad-maternidad” responsable que, de acuerdo con el designio del Creador, está inscrita en el orden natural de la fecundidad humana. El concepto de la regulación moralmente recta de la fertilidad no es sino la relectura del “lenguaje del cuerpo” en la verdad. Los mismos “ritmos naturales inmanentes en las funciones generadoras” pertenecen a la verdad objetiva del lenguaje que las personas interesadas deberían releer en su contenido objetivo pleno. Hay que tener presente que el “cuerpo habla” no sólo con toda la expresión externa de la masculinidad y feminidad, sino también con las estructuras internas del organismo, de la reactividad somática y psicosomática. Todo ello debe tener el lugar que le corresponde en el lenguaje con que dialogan los cónyuges cuanto personas llamadas a la comunión en la “unión del cuerpo”.
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2. Todos los esfuerzos tendentes al conocimiento cada vez más preciso de los “ritmos naturales” que se manifiestan en relación con la procreación humana, todos los esfuerzos también de los consultorios familiares y, en fin, de los mismos cónyuges interesados, no miran a “biologizar” el lenguaje del cuerpo (a “biologizar la ética”, como algunos opinan erróneamente), sino exclusivamente a garantizar la verdad integral a ese “lenguaje del cuerpo” con el que los cónyuges deben expresarse con madurez frente a las exigencias de la paternidad y maternidad responsables.
La Encíclica “Humanae Vitae” subraya en varias ocasiones que la “paternidad responsable” está vinculada a un esfuerzo y tesón continuos, y que se lleva a efecto al precio de una ascesis concreta (cfr. Humanae vitae, 21). Estas y otras expresiones semejantes hacen ver que en el caso de la “paternidad responsable”, o sea de la regulación de la fertilidad moralmente recta, se trata de lo que es el bien verdadero de las personas humanas y de lo que corresponde a la verdadera dignidad de la persona.
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3. El recurso a los “períodos infecundos” en la convivencia conyugal puede ser fuente de abusos si los cónyuges tratan así de eludir sin razones justificadas la procreación, rebajándola a un nivel inferior al que es moralmente justo, de los nacimientos en su familia. Es preciso que se establezca este nivel justo teniendo en cuenta no sólo el bien de la propia familia y estado de salud y posibilidades de los mismos cónyuges, sino también el bien de la sociedad a que pertenecen, de la Iglesia y hasta de la humanidad entera.
La Encíclica “Humanae Vitae” presenta la “paternidad responsable” como expresión de un alto valor ético. De ningún modo va enderezada unilateralmente a la limitación y, menos aún, a la exclusión de la prole: supone también la disponibilidad a acoger una prole más numerosa. Sobre todo, según la Encíclica “Humanae Vitae”, la “paternidad responsable” realiza “una vinculación más profunda con el orden moral objetivo establecido por Dios, cuyo fiel intérprete es la recta conciencia” (Humanae vitae, 10).
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4. La verdad de la paternidad-maternidad responsable y su realización va unida a la madurez moral de la persona, y es aquí donde muy frecuentemente se manifiesta la divergencia entre aquello a que la Encíclica atribuye explícitamente el primado y aquello a lo que se da este primado en la mentalidad corriente.
En la Encíclica se pone en primer plano la dimensión ética del problema, subrayando el papel de la virtud de la templanza rectamente entendida. En el ámbito de esta dimensión hay también un “método” adecuado para actuar según él. En el modo corriente de pensar acontece con frecuencia que el “método”, desvinculado de la dimensión ética que le es propia, se pone en acto de modo meramente funcional y hasta utilitario, Separando el “método natural” de la dimensión ética, se deja de percibir la diferencia existente entre éste y otros “métodos” (medios artificiales) y se llega a hablar de él como si se tratase sólo de una forma diversa de anticoncepción.
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5. Desde el punto de vista de la auténtica doctrina expresada en la Encíclica “Humanae Vitae”, es importante, por consiguiente, presentar correctamente el método a que alude dicho documento (cfr. Humanae vitae, 16); es importante sobre todo profundizar en la dimensión ética, en cuyo ámbito el método por ser “natural” asume el significado de método honesto “moralmente recto”. Y, por ello, en el marco de este análisis nos convendrá dedicar la atención principalmente a lo que afirma la Encíclica sobre el tema del dominio de sí mismo y sobre la continencia. Sin una interpretación penetrante de este tema no llegaremos al núcleo de la verdad moral ni tampoco al núcleo de la verdad antropológica del problema. Ya se ha hecho notar anteriormente que las raíces de este problema se hunden en la teología del cuerpo: es ésta (cuando pasa a ser, como debe, pedagogía del cuerpo) la que constituye en realidad el “método” moralmente honesto de la regulación de la natalidad entendido en su sentido más profundo y más pleno.
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6. Expresando a continuación los caracteres de los valores específicamente morales de la regulación “natural” de la natalidad (es decir, honesta, o sea moralmente recta), el autor de la “Humanae Vitae” se expresa así: “Esta disciplina... aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz, y facilita la solución de otros problemas: favorece la atención hacia el otro cónyuge; ayuda a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraíza más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos; los niños y los jóvenes crecen en la justa estima de los valores humanos y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles” (Humanae vitae, 21).
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7. Las frases citadas completan el cuadro de lo que la Encíclica “Humanae Vitae” entiende por “práctica honesta de la regulación de la natalidad” (Humanae vitae, 21). Ésta es, como se ve, no sólo un “modo de comportarse” en un campo determinado, sino una actitud que se funda en la madurez moral integral de las personas, y al mismo tiempo la completa.
[DP (1984), 248]
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1. Abbiamo precedentemente parlato dell’onesta regolazione della fertilità, secondo la dottrina contenuta nell’Enciclica “Humanae Vitae” (1), e nell’Esortazione “Familiaris Consortio”. La qualifica di “naturale”, che si attribuisce alla regolazione moralmente retta della fertilità (seguendo i ritmi naturali)2, si spiega con il fatto che il relativo modo di comportarsi corrisponde alla verità della persona e quindi alla sua dignità: una dignità che “per natura” spetta all’uomo quale essere ragionevole e libero. L’uomo, essere ragionevole e libero, può e deve rileggere con perspicacia quel ritmo biologico che appartiene all’ordine naturale. Può e deve conformarsi ad esso, al fine di esercitare quella “paternità-maternità responsabile” che, secondo il disegno del Creatore, è iscritta nell’ordine naturale della fecondità umana. Il concetto di regolazione moralmente retta della fertilità non è altro che la rilettura del “linguaggio del corpo” nella verità. Gli stessi “ritmi naturali immanenti alle funzioni generative” appartengono alla verità oggettiva di quel linguaggio, che le persone interessate dovrebbero rileggere nel suo pieno contenuto oggettivo. Bisogna aver presente che il “corpo parla” non soltanto con tutta l’esterna espressione della mascolinità e femminilità, ma anche con le strutture interne dell’organismo, della reattività somatica e psicosomatica. Tutto ciò deve trovare il posto che gli spetta in quel linguaggio, con cui dialogano i coniugi, come persone chiamate alla comunione nell`unione del corpo”.
1. PAULI VI, Humanae vitae, 19 [1968 07 25/19].
2. Cfr. ibid. 16 [1968 07 25/16].
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2. Tutti gli sforzi che tendono alla conoscenza sempre più precisa di quei “ritmi naturali”, che si manifestano in rapporto alla procreazione umana, tutti gli sforzi poi dei consultori familiari e infine degli stessi coniugi interessati, non mirano a “biologizzare” il linguaggio del corpo (a “biologizzare l’etica”, come erroneamente ritengono alcuni), ma esclusivamente ad assicurare l’integrale verità a quel “linguaggio del corpo”, con cui i coniugi debbono esprimersi in modo maturo di fronte alle esigenze della paternità e maternità responsabili.
L’Enciclica “Humanae Vitae” sottolinea a più riprese che la “paternità responsabile” è connessa ad un continuo sforzo ed impegno, e che essa viene attuata a prezzo di una precisa ascesi (3). Tutte queste e altre simili espressioni mostrano che nel caso della “paternità responsabile”, ossia della regolazione della fertilità moralmente retta, si tratta di ciò che è il vero bene delle persone umane e di ciò che corrisponde alla vera dignità della persona.
3. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 21 [1968 07 25/21].
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3. L’usufruire dei “periodi infecondi” nella convivenza coniugale può diventare sorgente di abusi, se i coniugi cercano in tal modo di eludere senza giuste ragioni la procreazione, abbassandola sotto il livello moralmente giusto delle nascite nella loro famiglia. Occorre che questo giusto livello sia stabilito tenendo conto non soltanto del bene della propria famiglia, come pure dello stato di salute e delle possibilità degli stessi coniugi, ma anche del bene della società a cui appartengono, della Chiesa, e perfino dell’umanità intera.
L’Enciclica “Humanae Vitae” presenta la “paternità responsabile” come espressione di un alto valore etico. In nessun modo essa è unilateralmente diretta alla limitazione ed ancor meno alla esclusione della prole; essa significa anche la disponibilità ad accogliere una prole più numerosa. Soprattutto, secondo l’Enciclica “Humanae Vitae”, la “paternità responsabile” attua “un più profondo rapporto all’ordine morale chiamato oggettivo, stabilito da Dio e di cui la retta coscienza è fedele interprete” (4).
4. PAULI VI, Humanae vitae, 10 [1968 07 25/10].
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4. La verità della paternità-maternità responsabile, e la sua messa in atto, è unita alla maturità morale della persona, ed è qui che molto spesso si rivela la divergenza tra ciò a cui l’Enciclica attribuisce esplicitamente il primato e ciò a cui questo viene attribuito nella mentalità comune.
Nell’Enciclica viene messa in primo piano la dimensione etica del problema, sottolineando il ruolo della virtù della temperanza, rettamente intesa. Nell’ambito di questa dimensione c’è anche un adeguato “metodo” secondo cui agire. Nel comune modo di pensare capita spesso che il “metodo”, staccato dalla dimensione etica che gli è propria, viene messo in atto in modo meramente funzionale, e perfino utilitario. Separando il “metodo naturale” dalla dimensione etica, si cessa di percepire la differenza che intercorre tra esso e gli altri “metodi” (mezzi artificiali) e si arriva a parlarne come se si trattasse soltanto di una diversa forma di contraccezione.
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5. Dal punto di vista dell’autentica dottrina, espressa dall’Enciclica “Humanae Vitae”, è dunque importante una corretta presentazione del metodo stesso, di cui fa cenno il medesimo documento (5); soprattutto è importante l’approfondimento della dimensione etica, nel cui ambito il metodo, come “naturale”, acquista il significato di metodo onesto “moralmente retto”. E perciò, nel quadro della presente analisi, ci converrà volgere principalmente l’attenzione a ciò che l’Enciclica asserisce sul tema della padronanza di sè e sulla continenza. Senza una interpretazione penetrante di quel tema non giungeremo né al nucleo della verità morale, né al nucleo della verità antropologica del problema. Già prima è stato rilevato che le radici di questo problema affondano nella teologia del corpo: è questa (quando diviene, come deve, pedagogia del corpo) che costituisce in realtà il “metodo” moralmente onesto della regolazione della natalità, inteso nel suo senso più profondo e più pieno.
5. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 16 [1968 07 25/16].
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6. Caratterizzando in seguito i valori specificamente morali della regolazione della natalità “naturale” (cioè onesta, ossia moralmente retta), l’Autore della “Humanae Vitae” così si esprime: “Questa disciplina... apporta alla vita familiare frutti di serenità e di pace e agevola la soluzione di altri problemi; favorisce l’attenzione verso l’altro coniuge, aiuta gli sposi a bandire l’egoismo, nemico del vero amore, e approfondisce il loro senso di responsabilità. I genitori acquistano con essa la capacità di un influsso più profondo ed efficace per l’educazione dei figli; la fanciullezza e la gioventù crescono nella giusta stima dei valori umani e nello sviluppo sereno ed armonioso delle loro facoltà spirituali e sensibili” (6).
6. PAULI VI, Humanae vitae, 21 [1968 07 25/21].
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7. Le frasi citate completano il quadro di ciò che l’Enciclica “Humanae Vitae” intende per “onesta pratica di regolazione della na talità” (7). Questa è, come si vede, non soltanto un “modo di comportarsi” in un determinato campo, ma un atteggiamento che si fonda sull’integrale maturità morale delle persone e insieme la completa.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 320-323]
7. Ibid.