[1186] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA CONTINENCIA PROTEGE LA DIGNIDAD DEL ACTO CONYUGAL
Alocución In conformità, en la Audiencia General, 24 octubre 1984
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1. Conforme a lo que había anunciado, emprendemos hoy el análisis de la virtud de la continencia.
La “continencia”, que forma parte de la virtud más general de la templanza, consiste en la capacidad de dominar, controlar y orientar los impulsos de carácter sexual (concupiscencia de la carne) y sus consecuencias, en la subjetividad psicosomática del hombre. Esta capacidad, en cuanto a disposición constante de la voluntad, merece ser llamada virtud.
Sabemos por los análisis precedentes que la concupiscencia de la carne, y el relativo “deseo” de carácter sexual que suscita, se manifiesta con un específico impulso de la esfera de la reactivación somática y, además, con una excitación psicoemotiva del impulso sensual.
El sujeto personal, para llegar a adueñarse de tal impulso y excitación, debe esforzarse con una progresiva educación en el autocontrol de la voluntad, de los sentimientos, de las emociones, que tiene que desarrollarse a partir de los gestos más sencillos, en los cuales resulta relativamente fácil llevar a cabo la decisión interior. Esto supone, como es obvio, la percepción clara de los valores expresados en la norma y en la consiguiente maduración de sólidas convicciones que, si van acompañadas por la respectiva disposición de la voluntad, dan origen a la correspondiente virtud. Ésta es precisamente la virtud de la continencia (dominio de sí), que se manifiesta como condición fundamental tanto para que el lenguaje recíproco del cuerpo permanezca en la verdad, como para que los esposos “estén sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo”, según palabras bíblicas (Ef 5, 21). Esta “sumisión recíproca” significa la solicitud común por la verdad del “lenguaje del cuerpo”; en cambio, la sumisión “en el temor de Cristo” indica el don del temor de Dios (don del Espíritu Santo) que acompaña a la virtud de la continencia.
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2. Esto es muy importante para una comprensión adecuada de la virtud de la continencia y, en particular, de la llamada “continencia periódica”, de la que trata la Encíclica “Humanae Vitae”. La convicción de que la virtud de la continencia “se opone” a la concupiscencia de la carne es justa, pero no es completa del todo. No es completa, especialmente si tenemos en cuenta el hecho de que esta virtud no aparece y no actúa de forma abstracta y, por lo tanto, aisladamente, sino siempre en conexión con las otras (nexus virtutum), en conexión, pues, con la prudencia, justicia, fortaleza y sobre todo con la caridad.
A la luz de estas consideraciones, es fácil entender que la continencia no se limita a oponer resistencia a la concupiscencia de la carne, sino que mediante esta resistencia, se abre igualmente a los valores más profundos y más maduros, que son inherentes al significado nupcial del cuerpo en su feminidad y masculinidad así como la auténtica libertad del don en la relación recíproca de las personas. La concupiscencia misma de la carne, en cuanto busca ante todo el goce carnal y sensual, vuelve al hombre, en cierto sentido, ciego e insensible a los valores más profundos que nacen del amor y que al mismo tiempo constituyen el amor en la verdad interior que le es propia.
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3. De este modo se manifiesta también el carácter esencial de la castidad conyugal en su vínculo orgánico con la “fuerza” del amor que es derramado en los corazones de los esposos juntamente con la “consagración” del sacramento del matrimonio. Además, se hace evidente que la invitación dirigida a los cónyuges a fin de que estén “sometidos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21), parece abrir el espacio interior en que ambos se hacen cada vez más sensibles a los valores más profundos y más maduros, que están en conexión con el significado nupcial del cuerpo y con la verdadera libertad del don.
Si la castidad conyugal (y la castidad en general) se manifiesta, en primer lugar, como capacidad de resistir a la concupiscencia de la carne, luego gradualmente se revela como capacidad singular de percibir, amar y realizar esos significados del “lenguaje del cuerpo”, que permanecen totalmente desconocidos para la concupiscencia misma y que progresivamente enriquecen el diálogo nupcial de los cónyuges, purificándolo y, a la vez, simplificándolo.
Por esto, la ascesis de la continencia, de la que habla la Encíclica (Humanae vitae, 21) no comporta el empobrecimiento de las “manifestaciones afectivas”, sino que más bien las hace más intensas espiritualmente, y, por lo mismo, comporta su enriquecimiento.
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4. Al analizar de este modo la continencia, en la dinámica propia de esta virtud (antropológica, ética y teológica), nos damos cuenta de que desaparece la aparente “contradicción” que se objeta frecuentemente a la Encíclica “Humanae vitae” y a la doctrina de la Iglesia sobre la moral conyugal. Es decir, existiría “contradicción” (según los que plantean tal objeción) entre los dos significados del acto conyugal, el significado unitivo y el procreador (cfr. Humanae vitae, 12), de tal modo que si no fuera lícito disociarlos, los cónyuges se verían privados del derecho a la unión conyugal, cuando no pudieran responsablemente permitirse procrear.
La Encíclica “Humanae Vitae” da respuesta a esta aparente “contradicción”, si se la estudia profundamente. El Papa Pablo VI, en efecto, confirma que no existe tal “contradicción”, sino sólo una “dificultad” vinculada a toda la situación interior del “hombre de la concupiscencia”. En cambio, precisamente por razón de esta “dificultad”, se asigna al compromiso interior y ascético de los esposos el verdadero orden de la convivencia conyugal, mirando al cual son “corroborados y como consagrados” (Humanae vitae, 25) por el sacramento del matrimonio.
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5. El orden de la convivencia conyugal significa, además, la armonía subjetiva entre la paternidad (responsable) y la comunión personal, armonía creada por la castidad conyugal. De hecho, con ella maduran los frutos interiores de la continencia. Por medio de esta maduración interior el mismo acto conyugal adquiere la importancia y dignidad que le son propias en su significado potencialmente procreador; simultáneamente adquieren un adecuado significado todas las “manifestaciones afectivas” (Humanae vitae, 21), que sirven para expresar la comunión personal de los esposos proporcionalmente con la riqueza subjetiva de la feminidad y masculinidad.
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6. Conforme a la experiencia y a la tradición, la Encíclica pone de relieve que el acto conyugal es también una “manifestación de afecto” (Humanae vitae, 16), pero una “manifestación de afecto” especial, porque, al mismo tiempo tiene un significado potencialmente procreador. En consecuencia, está orientado a expresar la unión personal, pero no sólo ésa. La Encíclica, a la vez, aunque de modo indirecto, indica múltiples “manifestaciones de afecto”, eficaces exclusivamente para expresar la unión personal de los cónyuges.
La finalidad de la castidad conyugal, y, más precisamente aún, la de la continencia, no está sólo en proteger la importancia y la dignidad del acto conyugal en relación con su significado potencialmente procreador, sino también en tutelar la importancia y la dignidad propias del acto conyugal en cuanto que es expresivo de la unión interpersonal, descubriendo en la conciencia y en la experiencia de los esposos todas las otras posibles “manifestaciones de afecto”, que expresen su profunda comunión.
Efectivamente, se trata de no causar daño a la comunión de los cónyuges en el caso en que, por justas razones, deban abstenerse del acto conyugal. Y, todavía más, de que esta comunión, construida continuamente, día tras día, mediante conformes “ma nifestaciones afectivas”, constituya, por decirlo así, un amplio terreno, en el que, con las condiciones oportunas, madura la decisión de un acto conyugal moralmente recto.
[DP (1984), 303]
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1. In conformità a quanto preannunciato, intraprendiamo oggi l’analisi della virtù della continenza.
La “continenza”, che fa parte della virtù più generale della tem peranza, consiste nella capacità di dominare, controllare ed orientare le pulsioni di carattere sessuale (concupiscenza della carne) e le loro conseguenze, nella soggettività psico-somatica dell’uomo. Tale capacità, in quanto disposizione costante della volontà, merita di essere chiamata virtù.
Sappiamo dalle precedenti analisi che la concupiscenza della carne, e il relativo “desiderio” di carattere sessuale da essa suscitato, si esprime con una specifica pulsione nella sfera della reattività somatica e inoltre con una eccitazione psico-emotiva dell’impulso sensuale.
Il soggetto personale per giungere a padroneggiare tale pulsione ed eccitazione deve impegnarsi in una progressiva educazione all’autocontrollo della volontà, dei sentimenti, delle emozioni, che deve svilupparsi a partire dai gesti più semplici, nei quali è relativamente facile tradurre in atto la decisione interiore. Ciò suppone, com’è ovvio, la chiara percezione dei valori espressi nella norma e la conseguente maturazione di salde convinzioni che, se accompagnate dalla rispettiva disposizione della volontà, danno origine alla corrispondente virtù. Tale è appunto la virtù della continenza (padronanza di sè), che si rivela fondamentale condizione sia perchè il reciproco linguaggio del corpo rimanga nella verità, e sia perchè i coniugi “siano sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo”, secondo le parole bibliche (1). Questa “sot tomissione reciproca” significa la comune sollecitudine per la verità del “linguaggio del corpo”; la sottomissione invece “nel timore di Cristo” indica il dono del timore di Dio (dono dello Spirito Santo) che accompagna la virtù della continenza.
1. Eph. 5, 21.
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2. Questo è molto importante per una adeguata comprensione della virtù della continenza e, in particolare, della considdetta “continenza periodica”, di cui tratta l’Enciclica “Humanae Vitae”. La convinzione che la virtù della continenza “si oppone” alla concupiscenza della carne è giusta, ma non è del tutto completa. Non è completa, specialmente quando teniamo conto del fatto che questa virtù non appare e non agisce astrattamente e quindi isolatamente, ma sempre in connessione con le altre(nexus virtutum), dunque in connessione con la prudenza, giustizia, fortezzavirtù e soprattutto con la carità.
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3. In tal modo si manifesta anche il carattere essenziale della castità coniugale nel suo legame organico con la “forza” dell’amore, che è effuso nei cuori degli sposi insieme alla “consacrazione” del sacramento del matrimonio. Diviene inoltre evidente che l’invito diretto ai coniugi affinchè siano “sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (2), sembra aprire quello spazio interiore in cui entrambi divengono sempre più sensibili ai valori più profondi e più maturi, che sono connessi con il significato sponsale del corpo e con la vera libertà del dono.
Se la castità coniugale (e la castità in generale) si manifesta dapprima come capacità di resistere alla concupiscenza della carne, in seguito essa gradualmente si rivela quale singolare capacità di percepire, amare e attuare quei significati del “linguaggio del corpo”, che rimangono del tutto sconosciuti alla concupiscenza stessa e che progressivamente arricchiscono il dialogo sponsale dei coniugi, purificandolo, approfondendolo ed insieme semplificandolo.
Perciò quell’ascesi della continenza, di cui parla l’Enciclica (3), non comporta l’impoverimento delle “manifestazioni affettive”, anzi, le rende più intense spiritualmente, e quindi ne comporta l’arricchimento.
2 Eph. 5, 21.
3Pauli. VI, Humanae vitae, 21 [1968 07 25/21].
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4. Analizzando in tal modo la continenza, nella dinamica propria di questa virtù (antropologica, etica e teologica), ci accorgiamo che sparisce quella apparente “contraddizione” che viene spesso obiettata all’Enciclica “Humanae Vitae” e alla dottrina della Chiesa sulla morale coniugale. Esisterebbe cioè “contraddizione” (secondo coloro che muovono questa obiezione) tra i due significati dell’atto coniugale, il significato unitivo e quello procreativo (4), così che se non fosse lecito dissociarli i coniugi verrebbero privati del diritto all’unione coniugale, quanto non potessero responsabilmente permettersi di procreare.
A questa apparente “contraddizione” dà risposta l’Enciclica “Humanae Vitae”, se studiata profondamente. Papa Paolo VI conferma, infatti, che non esiste tale “contraddizione”, ma soltanto una “difficoltà” collegata con tutta la situazione interiore del’“uomo della concupiscenza”. Invece, precisamente in ragione di questa “difficoltà”, viene assegnato all’impegno interiore ed ascetico dei coniugi il vero ordine della convivenza coniugale, in vista del quale essi vengono “corroborati e quasi consacrati” (5) dal sacramento del matrimonio.
4. Cfr. ibid. 12 [1968 07 25/12]
5. PAULI VI, Humanae vitae, 25 [1968 07 25/25].
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5. Quell’ordine della convivenza coniugale significa inoltre l’armonia soggettiva tra la paternità (responsabile) e la comunione personale, armonia creata dalla castità coniugale. In essa, di fatto, maturano i frutti interiori della continenza. Attraverso questa maturazione interiore lo stesso atto coniugale acquista l’importanza e dignità che gli è propria nel suo significato potenzialmente procreativo; contemporaneamente acquistano un adeguato significato tutte le “manifestazioni affettive” 6, che servono ad esprimere la comunione personale dei coniugi proporzionalmente alla ricchezza soggettiva della femminilità e mascolinità.
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6. Conformemente allÃesperienza e alla tradizione, lÃEnciclica rileva che lÃatto coniugale ? anche una Ãmanifestazione di affettoÃ(7), ma una Ãmanifestazione di affettoà particolare, perch?, al tempo stesso haun significato potenzialmente procreativo. Di conseguenza, esso ? orientato ad esprimere lÃunione personale, ma non soltanto quella. Contemporaneamente lÃEnciclica, sia pure in modo indiretto, indica molteplici Ãmanifestazioni di affettoÃ, efficaci esclusivamente ad esprimere lÃunione personale dei coniugi. Il compito della castit? coniugale, e ancor pi? precisamente quello della continenza, non sta solo nel proteggere lÃimportanza e la dignit? dellÃatto coniugale in rapporto al suo significato potenzialmente procreativo, ma anche nel tutelare lÃimportanza de la dignit? proprie dellÃatto coniugale in quanto espressivo dellÃunione interpersonale, svelando alla coscienza e allÃesperienza dei coniugi tutte le altre possibili Ãmanifestazioni di affettoÃ, che esprimano tale loro comunione profonda. Si tratta infatti di non recare danno alla comunione dei coniugi nel caso in cui per giuste ragioni essi debbano astenersi dallÃatto coniugale. E, ancor pi?, che tale comunione, costruita di continuo, giorno per giorno, mediante conformi Ãmanifestazioni affettiveÃ, costituisca, per cos? dire, un vasto terreno, su cui, nelle condizioni opportune, matura la decisione di un atto coniugale moralmente retto. [Insegnamenti GP II, 7/2, 1013-1017]
7. Ibid. 16 [1968 07 25/16]