[1189] • JUAN PABLO II (1978-2005) • CONTINENCIA Y ESPIRITUALIDAD CONYUGAL
Alocución Procediamo nell’analisi, en la Audiencia General, 31 octubre 1984
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1. Continuamos el análisis de la continencia, a la luz de la enseñanza contenida en la Encíclica “Humanae Vitae”.
Frecuentemente se piensa que la continencia provoca tensiones interiores, de las que el hombre debe liberarse. A la luz de los análisis realizados, la continencia, integralmente entendida, es más bien el único camino para liberar al hombre de tales tensiones. La continencia no significa más que el esfuerzo espiritual que tiende a expresar el “lenguaje del cuerpo” no sólo en la verdad, sino también en la auténtica riqueza de las “manifestaciones de afecto”.
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2. ¿Es posible este esfuerzo? Con otras palabras (y bajo otro aspecto) vuelve aquí el interrogante acerca de la “posibilidad de practicar la norma moral”, recordada y confirmada por la “Humanae Vitae”. Se trata de uno de los interrogantes más esenciales (y actualmente también uno de los más urgentes) en el ámbito de la espiritualidad conyugal.
La Iglesia está plenamente convencida de la verdad del principio que afirma la paternidad y maternidad responsables –en el sentido explicado en catequesis anteriores–, y esto no sólo por motivos “demográficos”, sino por razones más esenciales. Llamamos responsable a la paternidad y maternidad que corresponden a la dignidad personal de los esposos como padres, a la verdad de su persona y del acto conyugal. De aquí se deriva la íntima y directa relación que une esta dimensión con toda la espiritualidad conyugal.
El Papa Pablo VI, en la “Humanae vitae”, ha expresado lo que, por otra parte, habían afirmado muchos autorizados moralistas y científicos incluso no católicos (1), que precisamente en este campo, tan profundo y esencialmente humano y personal, hay que hacer referencia ante todo al hombre como persona, al sujeto que se decide a sí mismo, y no a los “medios” que lo hacen “objeto” (de manipulación) y lo “despersonalizan”. Se trata, pues, aquí de un significado auténticamente “humanístico” del desarrollo y del progreso de la civilización humana.
1. Cfr., por ejemplo, las declaraciones del “Bund fur evangelischkatholische Wiedervereinigung” (L’Osservatore Romano, 19 de septiembre, 1968, p. 3); del Dr. F. King, anglicano (L’Osservatore Romano, 5 de octubre, 1968, p. 3); y también del musulmán Sr. Mohammed Chérif Zeghoudu (en el mismo número). Particularmente significativa la carta escrita el 28 de noviembre, 1968, al cardenal Cicognani por K. Barth, en la cual elogiaba la gran valentía de Pablo VI.
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3. ¿Es posible este esfuerzo? Toda la problemática de la Encíclica “Humanae Vitae” no se reduce simplemente a la dimensión biológica de la fertilidad humana (a la cuestión de los “ritmos naturales de fecundidad”), sino que se remonta a la subjetividad misma del hombre, a ese “yo” personal, por el cual uno es hombre o mujer.
Ya durante los debates en el Concilio Vaticano II, relacionados con el capítulo de la “Gaudium et Spes” sobre la “dignidad del matrimonio y de la familia y su valoración”, se hablaba de la necesidad de un análisis profundo de las reacciones (y también de las emociones) vinculadas con la influencia recíproca de la masculinidad y feminidad en el sujeto humano (2). Este problema pertenece no tanto a la biología como a la psicología: de la biología y psicología pasa luego a la esfera de la espiritualidad conyugal y familiar. Efectivamente, aquí este problema está en relación íntima con el modo de entender la virtud de la continencia, o sea, del dominio de sí y, en particular, de la continencia periódica.
2. Cfr. Intervenciones del cardenal Leo Jozef Suenens en la 138 Congregación General, del 29 de setiembre de 1965: Acta Synodalia S. Concilii Oecumenici Vaticani II, vol. 4, párrafo 3, p. 30.
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4. Un análisis atento de la psicología humana (que es, a la vez, un auto-análisis subjetivo y luego se convierte en análisis de un “objeto” accesible a la ciencia humana), permite llegar a algunas afirmaciones esenciales. De hecho, en las relaciones interpersonales donde se manifiesta el influjo recíproco de la masculinidad y feminidad, se libera en el sujeto psico-emotivo, en el “yo” humano, junto a una reacción que se puede calificar como “excitación”, otra reacción que puede y debe ser llamada “emoción”. Aunque estos dos géneros de reacciones aparecen unidos, es posible distinguirlos experimentalmente y “diferenciarlos” respecto al contenido o a su “objeto” (3).
La diferencia objetiva entre uno y otro género de reacciones consiste en el hecho de que la excitación es ante todo “corpórea” y en este sentido, “sexual”; en cambio, la emoción –aun cuando suscitada por la reacción recíproca de la masculinidad y feminidad– se refiere sobre todo a la otra persona entendida en su “totalidad”. Se puede decir que ésta es una “emoción causada por la persona”, en relación con su masculinidad o feminidad.
3. Al respecto se podría recordar lo que dice Santo Tomás en un fino análisis del amor con relación al “concupiscibile” y a la voluntad (cfr. S. Th. I-II, q. 26, art. 2).
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5. Lo que aquí afirmamos referente a la psicología de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad, ayuda a comprender la función de la virtud de la continencia, de la que hemos hablado antes. Ésta no es sólo –ni siquiera principalmente– la capacidad de “abstenerse”, esto es, el dominio de las múltiples reacciones que se entrelazan en el recíproco influjo de la masculinidad y feminidad: esta función podría definirse como “negativa”. Pero existe también otra función (que podemos llamar “positiva”) del dominio de sí: y es la capacidad de dirigir las respectivas reacciones, ya sea en su contenido, ya en su carácter.
Se ha dicho ya que en el campo de las reacciones recíprocas de la masculinidad y feminidad, la “excitación” y la “emoción” aparecen no sólo como dos experiencias distintas y diferentes del “yo” humano, sino que muy frecuentemente aparecen unidas en el ámbito de la misma experiencia como dos elementos diversos de ella. Depende de varias circunstancias de naturaleza interior y exterior la proporción recíproca en la que aparecen estos dos elementos en una experiencia determinada. A veces prevalece netamente uno de ellos, otras, más bien, hay equilibrio entre ellos.
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6. La continencia, como capacidad de dirigir la “excitación” y la “emoción” en la esfera del influjo recíproco de la masculinidad y feminidad, tiene la función esencial de mantener el equilibrio entre la comunión con la que los esposos desean expresar recíprocamente sólo su unión íntima y aquella con la que (al menos implícitamente) acogen la paternidad responsable. De hecho, la “excitación” y la “emoción” pueden prejuzgar, por parte del sujeto, la orientación y el carácter del recíproco “lenguaje del cuerpo”.
La excitación trata ante todo de expresarse en la forma del placer sensual y corpóreo, o sea, tiende al acto conyugal que (dependientemente de los “ritmos naturales de fecundidad”) comporta la posibilidad de procreación. En cambio, la emoción provocada por otro ser humano como persona, aun cuando en su contenido emotivo está acondicionada por la feminidad o masculinidad del “otro”, no tiende de por sí al acto conyugal, sino que se limita a otras “manifestaciones de afecto”, en las cuales se expresa el significado nupcial del cuerpo, y que, sin embargo, no implican su significado (potencialmente) procreador.
Es fácil comprender las consecuencias que de esto se derivan respecto al problema de la paternidad y maternidad responsables. Son consecuencias de naturaleza moral.
[DP (1984), 309]
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1. Procediamo nell’analisi della continenza, alla luce dell’insegnamento contenuto nella Enciclica “Humanae Vitae”.
Si pensa spesso che la continenza provochi tensioni interiori, dalle quali l’uomo debe liberarsi. Alla luce delle analisi compiute, la continenza, integralmente intesa, è piuttosto l’unica via per liberare l’uomo da tali tensioni. Essa significa nient’altro che lo sforzo spirituale che mira ad esprimere il “linguaggio del corpo” non solo nella verità, ma anche nell’autentica ricchezza delle “manifestazioni di affetto”.
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2. È possibile questo sforzo? Con altre parole (e sotto altro aspetto) ritorna qui l’interrogativo circa l’“attuabilità della norma morale”, ricordata e confermata dalla “Humanae Vitae”. Esso costituisce uno degli interrogativi più essenziali (ed attualmente anche uno dei più urgenti) nell’ambito della spiritualità coniugale.
La Chiesa è pienamente convinta della giustezza del principio che afferma la paternità e maternità responsabili –nel senso spiegato in precedenti catechesi–, e questo non soltanto per motivi “demografici”, ma per ragioni più essenziali. Responsabile chiamiamo la paternità e maternità che corrispondono alla dignità personale dei coniugi come genitori, alla verità della loro persona e dell’atto coniugale. Di qui deriva lo stretto e diretto rapporto che collega questa dimensione con tutta la spiritualità coniugale.
Il Papa Paolo VI, nella “Humanae Vitae”, ha espresso ciò che d’altronde avevano affermato molti autorevoli moralisti e scienziati anche non cattolici (1), e cioè precisamente che in questo campo, tanto profondamente ed essenzialmente umano e personale, occorre anzitutto far riferimento all’uomo come persona, al soggetto che decide di se stesso e non ai “mezzi” che lo fanno “oggetto” (di manipolazioni) e lo “despersonalizzano”. Se tratta dunque qui di un significato autenticamente “umanistico” dello sviluppo e del progresso della civiltà umana.
1. Cfr. le dichiarazioni, per esempio, del “Bund fur evangelischkatholische Wiedervereinigung” (O. R. 19-9-1968, p. 3); del Dott. F. King, anglicano (O. R. 5-10-1968, p. 3); ed anche del musulmano Sig. Mohammed Chérif Zeghoudu (nello stesso numero). Particolarmente significava la lettera scritta il 28 novembre, 1968, al Cardinale Cicognani da K. Barth, nella quale questi elogiava il grande coraggio di Paolo VI.
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3. È possibile questo sforzo? Tutta la problematica dell’Enciclica “Humanae Vitae” non si riduce semplicemente alla dimensione biologica della fertifità umana (alla questione dei “ritmi naturali di fecondità”), ma risale alla soggettività stessa dell’uomo, a quell’“io” personale, per cui egli è uomo o è donna.
Già durante la discussione nel Concilio Vaticano II, in relazione al capitolo della “Gaudium et Spes” sulla “dignità del matrimonio e della famiglia e la sua valorizzazione”, si parlava della necessità di un’analisi approfondita delle reazioni (e anche delle emozioni) collegate con la reciproca influenza della mascolinità e femminilità sul soggetto umano (2). Questo problema appartiene non tanto alla biologia quanto alla psicologia: dalla biologia e psicologia passa in seguito nella sfera della spiritualità coniugale e familiare. Qui, infatti, questo problema è in stretto rapporto con il modo di intendere la virtù della continenza, ossia della padronanza di sè e, in particolare, della continenza periodica.
2. Cfr. Interventi del Cardinale Leo Jozef Suenens alla Congregazione Generale 138, del 29 settembre 1965: “Acta Synodalia S. Concilii Oecumenici Vaticani II”, vol. 4, párs 3, p. 30.
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4. Un’attenta analisi della psicologia umana (che è ad un tempo una soggettiva autoanalisi e in seguito diviene analisi di un “oggetto” accessibile alla scienza umana), consente di giungere ad alcune affermazioni essenziali. Di fatto, nelle relazioni interpersonali in cui si esprime l’influsso reciproco della mascolinità e femminilità, si libera nel soggetto psico-emotivo, nell’“io” umano, accanto ad una reazione qua lificabile come “eccitazione”, un’altra reazione che può e deve essere chiamata “emozione”. Benchè questi due generi di reazioni appaiano congiunti, è possibile distinguerli sperimentalmente e “differenziarli” riguardo al contenuto ovvero al loro “oggetto” (3).
La differenza oggettiva tra l’uno e l’altro genere di reazioni consiste nel fatto che l’eccitazione è anzitutto “corporea” e in questo senso, “sessuale”; l’emozione invece –sebbene suscitata dalla reciproca reazione della mascolinità e femminilità– si riferisce soprattutto all’altra persona intesa nella sua “integralità”. Si può dire che questa è una “emozione causata dalla persona”, in rapporto alla sua mascolinità o femminilità.
3. Al riguardo si potrebbe ricordare quanto dice S. Tommaso in una fine analisi dell’amore umano in rapporto al “concupiscibile” e alla volontà (cfr. Summa Theologiae, I-IIae, q. 26, art. 2).
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5. Ciò che qui affermiamo relativamente alla psicologia delle reciproche reazioni della mascolinità e femminilità aiuta a comprendere la funzione della virtù della continenza, di cui si è parlato in precedenza. Questa non è soltanto –e neppure principalmente– la capacità di “astenersi” cioè la padronanza delle molteplici reazioni che s’intrecciano nel reciproco influsso della mascolinità e femminilità: una tale funzione potrebbe essere definita come “negativa”. Ma esiste anche un’altra funzione (che possiamo chiamare “positiva”) della padronanza di sè: ed è la capacità di dirigere le rispettive reazioni, sia quanto al loro contenuto sia quanto al loro carattere.
È stato già detto che nel campo delle reciproche reazioni della mascolinità e femminilità, l’“eccitazione” e l’“emozione” appaiono non soltanto come due distinte e differenti esperienze dell’“io” umano, ma molto spesso appaiono congiunte nell’ambito della stessa esperienza quali due diverse componenti di essa. Da varie circostanze di natura interiore ed esteriore dipende la reciproca proporzione in cui queste due componenti appaiono in una determinata esperienza. Alle volte prevale nettamente una delle componenti, altre volte piuttosto c’è equilibrio tra loro.
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6. La continenza, quale capacità di dirigere l’“eccitazione” e l’“emozione” nella sfera dell’influsso reciproco della mascolinità e femminilità, ha il compito essenziale di mantenere l’equilibrio tra la comunione in cui i coniugi desiderano esprimere reciprocamente soltanto la loro unione intima e quella in cui (almeno implicitamente) accolgono la paternità responsabile. Difatti, l’“eccitazione” e l’“emozione” possono pregiudicare, da parte del soggetto, l’orientamento e il carattere del reciproco “linguaggio del corpo”.
L’eccitazione cerca anzitutto di esprimersi nella forma del piacere sensuale e corporeo, ossia tende all’atto coniugale che (dipendente dai “ritmi naturali di fecondità”) comporta la possibilità di procreazione. Invece l’emozione provocata da un altro essere umano come persona, anche se nel suo contenuto emotivo è condizionata dalla femminilità o mascolinità dell’“altro”, non tende di per sè all’atto coniugale, ma si limita ad altre “manifestazioni di affetto”, nelle quali si esprime il significato sponsale del corpo, e che tuttavia non racchiudono il suo significato (potenzialmente) procreativo.
È facile comprendere quali conseguenze derivano da ciò rispetto al problema della paternità e maternità responsabili. Queste conseguenze sono di natura morale.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 1069-1072]