[1191] • JUAN PABLO II (1978-2005) • CASTIDAD CONYUGAL
Alocución Alla luce, en la Audiencia General, 14 noviembre 1984
1984 11 14 0001
1. A la luz de la Encíclica “Humanae Vitae”, el elemento fundamental de la espiritualidad conyugal es el amor derramado en los corazones de los esposos como don del Espíritu Santo (cfr. Rom 5, 5). Los esposos reciben en el sacramento este don juntamente con una particular “consagración”. El amor está unido a la castidad conyugal que, manifestándose como continencia, realiza el orden interior de la convivencia conyugal.
La castidad es vivir en el orden del corazón. Este orden permite el desarrollo de las “manifestaciones afectivas” en la proporción y en el significado propio de ellas. De este modo, queda confirmada también la castidad conyugal como “vida del Espíritu” (cfr. Gál 5, 25), según la expresión de San Pablo. El Apóstol tenía en la mente no sólo las energías inmanentes del espíritu humano, sino, sobre todo, el influjo santificante del Espíritu Santo y sus dones particulares.
1984 11 14 0002
2. En el centro de la espiritualidad conyugal está, pues, la castidad, no sólo como virtud moral (formada por el amor), sino, a la vez, como virtud vinculada con los dones del Espíritu Santo –ante todo con el don del respeto de lo que viene de Dios (“donum pietatis”)–. Este don está en la mente del autor de la Carta a los Efesios, cuando exhorta a los cónyuges a estar “sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21). Así, pues, el orden interior de la convivencia conyugal, que permite a las “manifestaciones afectivas” desarrollarse según su justa proporción y significado, es fruto no sólo de la virtud en la que se ejercitan los esposos, sino también de los dones del Espíritu Santo con los que colaboran.
La Encíclica “Humanae Vitae” en algunos pasajes del texto (especialmente 21; 26), al tratar de la específica ascesis conyugal, o sea, del esfuerzo para conseguir la virtud del amor, de la castidad y de la continencia, habla indirectamente de los dones del Espíritu Santo, a los cuales se hacen sensibles los esposos en la medida de su maduración en la virtud.
1984 11 14 0003
3. Esto corresponde a la vocación del hombre al matrimonio. Esos “dos”, que –según la expresión más antigua de la Biblia– “serán una sola carne” (Gén 2, 24), no pueden realizar tal unión al nivel propio de las personas (communio personarum), sino mediante las fuerzas provenientes del espíritu, y precisamente, del Espíritu Santo que purifica, vivifica, corrobora y perfecciona las fuerzas del espíritu humano. “El Espíritu es el que da vida, la carne no aprovecha para nada” (Jn 6, 63).
De aquí se deduce que las líneas esenciales de la espiritualidad conyugal están grabadas “desde el principio” en la verdad bíblica sobre el matrimonio. Esta espiritualidad está también “desde el principio” abierta a los dones del Espíritu Santo. Si la Encíclica “Humanae Vitae” exhorta a los esposos a una “oración perseverante” y a la vida sacramental (diciendo: “acudan sobre todo a la fuente de gracia y de caridad en la Eucaristía; recurran con humilde perseverancia a la misericordia de Dios, que se concede en el sacramento de la Penitencia”, Humanae vitae, 25), lo hace recordando al Espíritu Santo que “da vida” (2 Cor 3, 6).
1984 11 14 0004
4. Los dones del Espíritu Santo, y en particular el don del respeto de lo que es sagrado, parecen tener aquí un significado fundamental. Efectivamente, tal don sostiene y desarrolla en los cónyuges una singular sensibilidad por todo lo que en su vocación y convivencia lleva el signo del misterio de la creación y redención: por todo lo que es un reflejo creado de la sabiduría y del amor de Dios. Así, pues, ese don parece iniciar al hombre y a la mujer, de modo particularmente profundo, en el respeto de los dos significados inseparables del acto conyugal, de los que habla la Encíclica (Humanae vitae, 12) con relación al sacramento del matrimonio. El respeto a los dos significados del acto conyugal sólo puede desarrollarse plenamente con una profunda referencia a la dignidad personal de lo que en la persona humana es intrínseco a la masculinidad y feminidad, o inseparablemente con referencia a la dignidad personal de la nueva vida, que puede surgir de la unión conyugal del hombre y de la mujer. El don del respeto de lo que es creado por Dios se expresa precisamente en tal referencia.
1984 11 14 0005
5. El respeto al doble significado del acto conyugal en el matrimonio, que nace del don del respeto por la creación de Dios, se manifiesta también como temor salvífico: temor a romper o degradar lo que lleva en sí el signo del misterio divino de la creación y redención. De este temor habla precisamente el autor de la Carta a los Efesios: “Estad sujetos los unos a los otros en el temor de Cristo” (Ef 5, 21).
Si este temor salvífico se asocia inmediatamente a la función “negativa” de la continencia (o sea, a la resistencia con relación a la concupiscencia de la carne), se manifiesta también –y de manera creciente, a medida que esta virtud madura– como sensibilidad plena de veneración por los valores esenciales de la unión conyugal: por los “dos significados del acto conyugal” (o bien, hablando en el lenguaje de los análisis precedentes, por la verdad interior del mutuo “lenguaje del cuerpo”).
A base de una profunda referencia a estos dos valores esenciales, lo que significa unión de los cónyuges se armoniza en el sujeto con lo que significa paternidad y maternidad respon sables. El don del respeto de lo que Dios ha creado hace cier tamente que la aparente “contradicción” en esta esfera desaparezca y que la dificultad que proviene de la concupiscencia se supere gradualmente, gracias a la madurez de la virtud y a la fuerza del don del Espíritu Santo.
1984 11 14 0006
6. Si se trata de la problemática de la llamada continencia periódica (o sea, del recurso a los “métodos naturales”), el don del respeto por la obra de Dios ayuda, de suyo, a conciliar la dignidad humana con los “ritmos naturales de fecundidad”, es decir, con la dimensión biológica de la feminidad y masculinidad de los cónyuges; dimensión que tiene también un significado propio para la verdad del mutuo “lenguaje del cuerpo” en la convivencia conyugal.
De este modo, también lo que –no tanto en el sentido bíblico, sino sobre todo en el “biológico”– se refiere a la “unión conyugal en el cuerpo”, encuentra su forma humanamente madura gracias a la vida “según el Espíritu”.
Toda la práctica de la honesta regulación de la fertilidad, tan íntimamente unida a la paternidad y maternidad responsables, forma parte de la espiritualidad cristiana conyugal y familiar; y sólo viviendo “según el Espíritu” se hace interiormente verdadera y auténtica.
[DP (1984), 322]
1984 11 14 0001
1. Alla luce dell’Enciclica “Humanae Vitae”, l’elemento fondamentale della spiritualità coniugale è l’amore effuso nei cuori degli sposi come dono dello Spirito Santo (1). Gli sposi ricevono nel sacramento questo dono insieme ad una particolare “consacrazione”. L’amore è unito alla castità coniugale, che, manifestandosi come continenza, realizza l’ordine interiore della convivenza coniugale.
La castità è vivere nell’ordine del cuore. Questo ordine consente lo sviluppo delle “manifestazioni affettive” nella proporzione e nel significato loro propri. In tal modo viene confermata anche la castità coniugale come “vita dello Spirito” 2, secondo la espressione di San Paolo. L’Apostolo aveva in mente non soltanto le energie immanenti dello spirito umano, ma soprattutto l’influsso santificante dello Spirito Santo e i suoi doni particolari.
1. Cfr. Rom. 5, 5.
2. Cfr. Gal. 5, 25.
1984 11 14 0002
2. Al centro della spiritualità coniugale sta dunque la castità, non solo come virtù morale (formata dall’amore), ma parimente come virtù connessa con i doni dello Spirito Santo –anzitutto con il dono del rispetto di ciò che viene da Dio (“donum pietatis”)–. Questo dono è nella mente dell’Autore della Lettera agli Efesini, quando esorta i coniugi ad essere “sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (3). Così dunque l’ordine interiore della convivenza coniugale, che consente alle “manifestazioni affettive” di svilupparsi secondo la loro giusta proporzione e significato, è frutto non solo della virtù in cui i coniugi si esercitano, ma anche dei doni dello Spirito Santo con cui collaborano.
L’Enciclica “Humanae Vitae” in alcuni passi del testo (particolarmente 21; 26), trattando della specifica ascesi coniugale, ossia dell’impegno per acquistare la virtù dell’amore, della castità e della continenza, parla indirettamente dei doni dello Spirito Santo, ai quali i coniugi divengono sensibili nella misura della maturazione nella virtù.
3. Eph. 5, 21.
1984 11 14 0003
3. Ciò corrisponde alla vocazione dell’uomo al matrimonio. Quei “due”, i quali –secondo l’espressione più antica della Bibbia– “saranno una sola carne” (4), non possono attuare tale unione al livello proprio delle persone (communio personarum), se non mediante le forze provenienti dallo spirito, e precisamente, dallo Spirito Santo che purifica, vivifica, corrobora e perfeziona le forze dello spirito umano. “È lo Spirito che dà la vita, la carne non giova a nulla” (5).
Ne risulta che le linee essenziali della spiritualità coniugale sono “dal principio” iscritte nella verità biblica sul matrimonio. Tale spiritualità è anche “da principio” aperta ai doni dello Spirito Santo. Se l’Enciclica “Humanae Vitae” esorta i coniugi ad una “perseverante preghiera” e alla vita sacramentale (dicendo: “attingano soprattutto nell’Eucaristia la sorgente della grazia e della carità”; ricorrano con umile perseveranza alla misericordia di Dio, che viene elargita nel sacramento della Penitenza” (6)), essa lo fa in quanto è memore dello Spirito che “dà vita” (7).
4. Gen. 2, 24.
5. Io. 6, 63.
6. PAULI VI, Humanae vitae, 25 [1968 07 25/25].
7. 2 Cor. 3, 6.
1984 11 14 0004
4. I doni dello Spirito Santo, e in particolare il dono del rispetto di ciò che è sacro, sembrano avere qui un significato fondamentale. Tale dono sostiene infatti e sviluppa nei coniugi una singolare sensibilità a tutto ciò che nella loro vocazione e convivenza porta il segno del mistero della creazione e redenzione: a tutto ciò che è un riflesso creato della sapienza e dell’amore di Dio. Pertanto quel dono sembra iniziare l’uomo e la donna in modo particolarmente profondo al rispetto dei due significati inscindibili dell’atto coniugale, di cui parla l’Enciclica (8) in rapporto al sacramento del matrimonio. Il rispetto dei due significati dell’atto coniugale può svilupparsi pienamente solo in base ad un profondo riferimento alla dignità personale di ciò che nella persona umana è intrinseco alla mascolinità e femminilità, ed inscindibilmente in riferimento alla dignità personale della nuova vita, che può sorgere dall’unione coniugale dell’uomo e della donna. Il dono del rispetto di quanto è creato da Dio si esprime appunto in tale riferimento.
8. Cfr. PAULI VI, Humanae vitae, 12 [1968 07 25/12].
1984 11 14 0005
5. Il rispetto del duplice significato dell’atto coniugale nel matrimonio, che nasce dal dono del rispetto per la creazione di Dio, si manifesta anche come timore salvifico: timore di infrangere o di degradare ciò che porta in sè il segno del mistero divino della creazione e redenzione. Di tale timore parla appunto l’Autore della Lettera agli Efesini: “Siate sottomessi gli uni agli altri nel timore di Cristo” (9).
Se tale timore salvifico si associa immediatamente alla funzione “negativa” della continenza (ossia alla resistenza nei riguardi della concupiscenza della carne), esso si manifesta pure –ed in misura crescente, via via che tale virtù matura– come sensibilità piena di venerazione per i valori essenziali dell’unione coniugale: per i “due significati dell’atto coniugale” (owero, parlando nel linguaggio delle analisi precedenti, per la verità interiore del mutuo “linguaggio del corpo”).
In base ad un profondo riferimento a questi due valori essenziali, ciò che significa unione dei coniugi viene armonizzato nel soggetto con ciò che significa paternità e maternità responsabili. Il dono del rispetto di ciò che è creato da Dio fa sì che l’apparente “contraddizione” in questa sfera sparisca e la difficoltà derivante dalla concupiscenza venga gradatamente superata, grazie alla maturità della virtù e alla forza del dono dello Spirito Santo.
9. Eph. 5, 21.
1984 11 14 0006
6. Se si tratta della problematica della cosiddetta continenza periodica (ossia del ricorso ai “metodi naturali”), il dono del rispetto per l’opera di Dio aiuta, in linea di massima, a conciliare la dignità umana con i “ritmi naturali di fecondità”, cioè con la dimensione biologica della femminilità e mascolinità dei coniugi; dimensione che ha anche un proprio significato per la verità del mutuo “linguaggio del corpo” nella convivenza coniugale.
In tal modo, anche ciò che –non tanto nel senso biblico, quanto addirittura in quello “biologico”– si riferisce all’“unione coniugale nel corpo”, trova la sua forma umanamente matura grazie alla vita “secondo lo Spirito”.
Tutta la pratica dell’onesta regolazione della fertilità, così strettamente unita alla paternità e maternità responsabili, fa parte della cristiana spiritualità coniugale e familiare; e soltanto vivendo “secondo lo Spirito” diventa interiormente vera ed autentica.
[Insegnamenti GP II, 7/2, 1208-1211]