[1222] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, FUENTE PRIMERA DE LA COMUNIDAD HUMANA
De la Homilía durante la Misa, en Liechtenstein, 8 septiembre 1985
1985 09 08a 0006
6. Esto vale también para esa primerísima fuente de la comunidad humana que nosotros llamamos familia. Esta fiesta de la Natividad de María y el misterio del nacimiento humano de Dios en el seno de la Sagrada Familia guían nuestra atención en esta celebración eucarística, precisamente para la familia.
Durante la audiencia particular a los peregrinos de Liechtenstein que fueron a Roma hace dos años, dije, entre otras cosas, con relación a la familia y a su gran importancia para la vida natural y sobrenatural de cada uno y de la sociedad: “La reconciliación personal con Dios es la condición previa necesaria para poder realizar la reconciliación y paz también en la sociedad humana. Cada uno está llamado a aportar su personal contribución. Empezad esto ante todo en el pequeño ámbito de la familia. La Iglesia está convencida de que el bienestar de la sociedad y el personal está especialmente unido con el bienestar de la familia. Todo lo que favorece la salud y el afianzamiento de la familia, redunda en bien de toda la sociedad” (L’Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de diciembre de 1983, pág. 11). Entonces advertí encarecidamente también: “La humanidad actual necesita urgentemente la reconciliación cristiana. ¡Realicémosla y regalémosla allí donde podamos transmitirla a los demás; en nuestras familias, en el lugar del trabajo, en la comunidad y en todo el mundo!” (ib.).
Precisamente en el íntimo círculo familiar o en la vecindad experimentamos, a veces, la dureza del litigio y de la intransigencia entre los hombres de modo muy doloroso. Como cristianos debemos estar siempre dispuestos a pronunciar una palabra de conciliación y a tender la mano a la reconciliación.
1985 09 08a 0007
7. Un matrimonio que haya entrado en crisis; un matrimonio que desde el punto de vista humano está próximo a la ruina; un matrimonio que se hace duro por la mutua desconfianza de los esposos sólo puede salvarse a condición de que los cónyuges sepan perdonarse recíprocamente y actúen con perseverancia hacia una reconciliación. Lo que es válido para la relación entre los esposos, vale también para la relación de los padres con los hijos y de los hijos con los padres. Cuando en una familia surgen conflictos entre jóvenes y mayores, entre padre o madre e hijo o hija, éstos deben resolverse con la mutua comprensión y recíproco perdón. ¡Muchachos y adolescentes, padres y madres, nunca seáis demasiado orgullosos o testarudos de manera que no estéis en disposición de tenderos la mano para la reconciliación, cuando haya habido una discusión! ¡No seáis obstinados y no guardéis rencor cuando se trate de resolver un litigio!
Pero parte esencial de todo esto es la reconciliación con Dios mediante una buena confesión personal ya que toda ofensa hecha a nuestro prójimo es también ofensa hecha a Dios, de quien somos criaturas amadas. No excluyáis, pues, a Dios en la reconciliación entre los hombres y aferraos a ese medio de salvación que se llama confesión y que da la paz interior que sólo el Señor puede dar. Matrimonio y familia sólo pueden responder a su altísima llamada cristiana, cuando la práctica regular de la conversión y confesión personal y de la reconciliación por medio de la confesión tienen su puesto fijo en la vida de los esposos y de los miembros de la familia [...].
La misión popular de Liechtenstein, que comenzará dentro de poco, faltaría a una de sus finalidades esenciales, diría que incluso no podría abrir paso “al encuentro con la vida” en Cristo, si renunciase a llevar a los fieles también a una buena confesión. Ruego, pues, encarecidamente a los predicadores de la misión que reserven a este tema viva atención; en particular sugiero la celebración comunitaria del sacramento de la penitencia con la sucesiva confesión personal y la absolución de cada una de las personas.
“Encuentro con la vida” –éste es el leitmotiv de la misión– es en primer lugar una liberación del pecado y de la culpa, de la falta de libertad y del egocentrismo, del error y de la confusión y, por tanto, un camino hacia la santidad y la santificación de la vida comunitaria. María, que nació y vivió sin mancha de pecado, se coloca ante nuestros ojos como el gran ejemplo de esta santidad. Que su ejemplo sea para nosotros luz y fuerza.
1985 09 08a 0008
8. La familia como célula de la sociedad es piedra viva de la comunidad eclesial y, al mismo tiempo, también el primer lugar de oración. El Concilio Vaticano II dice: “Gracias precisamente a los padres, que precederán con el ejemplo y la oración en familia, los hijos y aun los demás que viven en el círculo familiar encontrarán más fácilmente el camino del sentido humano, de la salvación y de la santidad. En cuanto a los esposos, ennoblecidos por la dignidad y la función de padre y madre, realizarán concienzudamente el deber de la educación, principalmente religiosa, que a ellos, sobre todo, compete” (Gaudium et spes, 48). Pero del mismo modo es también verdad que los hijos, como miembros de la familia, dados por Dios, contribuyen a su modo a la santificación de los padres.
En esta diócesis, y por lo mismo también en vuestro país de Liechtenstein, hace algunos años comenzó la acción “Iglesia familiar”, que quería servir a la oración común en familia. Llevad adelante esta importante tarea y promovedla según vuestras fuerzas. La oración común en la mesa no debería faltar en ninguna familia cristiana. Soy consciente del hecho de que para algunos suponga un gran esfuerzo volver a comenzar esta costumbre. Dejad aparte toda falsa vergüenza religiosa y rezad juntos. “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” nos promete el Señor (Mt 18, 20).
Con razón podemos pensar que la Madre del Señor nació en una familia religiosa y devota. María misma ora mucho. En el Magníficat, famosa alabanza del poder y de la gloria del Señor, Ella nos enseña la orientación principal de toda oración: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador” (Lc 1, 46 ss.). Cantad también vosotros esta alabanza a Dios. Manifestad a Dios, por medio de la fiel participación en las celebraciones eucarísticas del domingo y de los días feriales, que lo amáis y honráis sobre todas las cosas y al mismo tiempo, estad dispuestos a dar a este amor una expresión concreta y comunitaria. Id al Señor Eucarístico en el tabernáculo y pedid al Dios misteriosamente presente por vosotros mismos, por vuestra familia, por las familias de vuestra patria, por la familia de la humanidad y por la familia de Dios en la Iglesia. Os exhorto a todos, niños, muchachos y adultos, laicos y sacerdotes, religiosos y religiosas, sanos y enfermos, impedidos y ancianos: ¡orad! Sí, manteneros fieles a la oración cotidiana. La oración es la fuerza que verdaderamente cambia y libera nuestra vida; en la oración tiene lugar el auténtico “encuentro con la vida”.
1985 09 08a 0009
9. La familia es, pues, un refugio fundamental y lugar de ejercicio para los valores y las cualidades fundamentales que caracterizan a cada persona. La familia es el terreno, de donde saca alimento la conciencia de la dignidad de la persona humana. El orden moral del matrimonio y de la familia, como Dios lo ha establecido en el plan de la creación, está cada día y con frecuencia perturbado por la conducta inconsciente de muchos, y no raramente es incluso destruido. Ideologías disgregadoras que se consideran modernas quieren hacernos creer que este orden ha sido superado y es incluso enemigo del hombre. Así sucede ya que muchos cristianos se avergüenzan de comprometerse con convicción por esos principios morales fundamentales. Semejante actitud del hombre no puede traer ninguna bendición, ni para el individuo ni para la sociedad, la cual, a su vez, está determinada en gran medida por la calidad moral y religiosa del individuo y de su familia.
La Iglesia católica no se cansará de repetir integralmente y sin límites ni de poner de relieve siempre de nuevo esos principios que se refieren al mal de la convivencia extraconyugal, de la infidelidad conyugal, de la práctica divorcista siempre en aumento, del mal uso del matrimonio, del aborto.
Las tareas de la familia cristiana en el mundo de hoy son múltiples e importantes. Cada familia religiosa y moralmente sana es a la vez un precioso fermento para toda la comunidad de los pueblos. La auténtica familia cristiana es una bendición para el mundo. Quisiera estimular a todas las familias entre vosotros a convertirse cada vez más en familias verdaderamente cristianas y a afrontar con gran valentía la tarea que esto comporta en el tiempo actual. La humanidad necesita este testimonio de fe en la hora histórica que vivimos. No os dejéis desviar por ningún contratiempo, fracaso, desilusión o inseguridad y formad vuestra vida conyugal y familiar en el espíritu de Cristo y de su Iglesia.
[DP (1985), 221]
1985 09 08a 0006
6. Das gilt auch für jene Urquelle menschlicher Gemeinschaft, die wir Familie nennen: Auf sie lenken das heutige Fest von der Geburt Mariens und das Geheimnis der Menschwerdung Gottes im Schoß der Heiligen Familie heute bei dieser Eucharistiefeier unsere besondere Aufmerksamkeit.
Von der Familie und ihrer hohen Bedeutung für das natürliche und übernatürliche Leben des einzelnen und für die Gesellschaft habe ich bei der Sonderaudienz für die Liechtensteiner Rompilger vor zwei Jahren unter anderem gesagt: »Die persönliche Versöhnung mit Gott ist die notwendige Vorbedingung dafür, daß Versöhnung und Frieden auch in der menschlichen Gemeinschaft Wirklichkeit werden können. Jeder einzelne ist aufgerufen, dazu seinen persönlichen Beitrag zu leisten. Beginnt damit vor allem im engstenBereich der Familie! Die Kirche ist davon überzeugt, daß das Wohl der Gesellschaft und ihr eigenes besonders mit dem Wohl der Familie eng verbunden ist. Alles, was zur Gesundung und Festigung der Familie geschieht, kommt dem ganzen Gemeinwesen zugute«7. Nachdrücklich habe ich damals gemahnt: »Die heutige Menschheit bedarf so dringend der christlichen Versöhnung. Stiften und schenken wir sie dort, wo wir sie anderen zu vermitteln vermögen: in unseren Familien, am Arbeitsplatz, in der Gemeinde, in der ganzen Volksgemeinschaft!«8.
Gerade im engen Familienkreis oder im nachbarschaftlichen Bereich können wir mitunter die Härte von Streit und Unversöhnlichkeit unter Menschen sehr schmerzlich erfahren. Als Christen müssen wir immer bereit sein, ein versöhnliches Wort zu sprechen und die Hand zur Versöhnung zu reichen.
7. Insegnamenti di Giovanni Paolo II, Bd. VI, 2, S. 767f.
8. Ibidem.
1985 09 08a 0007
7. Eine Ehe, welche in eine Krise geraten ist; eine Ehe, welche, menschlich gesehen, dem Scheitern nahe ist; eine Ehe, welche durch eine gegenseitige Entfremdung der Partner belastet ist, retten die betroffenen Eheleute nur dann, wenn sie einander verzeihen können und beharrlich auf eine Aussöhnung hinwirken. Was für das partnerschaftliche Verhältnis der Ehegatten untereinander gilt, trifft auch auf die Beziehung der Eltern zu den Kindern und der Kinder zu den Eltern zu. Wenn in einer Familie zwischen Jung und Alt, zwischen Vater oder Mutter und Sohn oder Tochter Konflikte entstehen, müssen diese in gegenseitigem Verstehen und Verzeihen ausgetragen werden. Kinder und Jugendliche. Väter und Mütter, seid nie zu stolz oder zu eigensinnig, um einander die Hand zur Versöhnung zu reichen, wenn eine Auseinandersetzung stattgefunden hat! Seid nie hartnäckig und nachtragend, wenn es darum geht, einen Streit beizulegen!
Dazu gehört aber wesentlich auch die Versöhnung mit Gott in einer guten persönlichen Beichte, weil jede Beleidigung unserer Mitmenschen immer auch eine Beleidigung Gottes selber ist, dessen geliebte Geschöpfe wir alle sind. Schließt also bei der zwischenmenschlichen Versöhnung Gott nicht aus und greift nach jenem Heilsmittel, das Bußsakament heißt und das den inneren Frieden schenkt, den nur der Herr geben kann! Ehe und Familie können nur dann ihrer hohen christlichen Berufung entsprechen, wenn die regelmäßige Praxis der persönlichen Umkehr und Buße sowie der Versöhnung durch die Beichte im Leben der Ehegatten und Familienmitglieder ihren festen Platz hat. [...]
Leben in Christus kaum in die Wege leiten, wenn sie darauf verzichten würde, die Gläubigen auch zu einer guten Beinchte zu führen. Ich bitte daher die Volksmissionare sehr, diesem Anliegen ihr besonderes Augenmerk zu widmen; vor allem empfehle ich hierfür die gemeinschaftliche Bußfeier mit anschließender persönlicher Beichte und Lossprechung der einzelnen.
»Aufbruch zum Leben« –wie das Leitmotiv der Mission lautet– ist zunächst ein Ausbruch aus Sünde und Schuld, aus Unfreiheit und Ichsucht, aus Irrtum und Verwirrung und dann ein Aufbruch zur persönlichen Heiligkeit und zur Heiligung des gemeinschaftlichen Lebens. Maria, die selber ohne Makel der Sünde geboren wurde und lebte, steht uns als das große Vorbild solcher Heiligkeit vor Augen. Ihr Beispiel sei uns Licht und Kraft!
1985 09 08a 0008
8. Die Familie als Kernzelle der Gesellschaft und lebendiger Baustein der kirchlichen Gemeinschaft ist zugleich auch der erste Ort des Gebetes. Das Zweite Vatikanische Konzil sagt: »Wenn die Eltern durch ihr Beispiel und ihr gemeinsames Gebet auf dem Weg vorausgehen, werden auch die Kinder und alle, die in der Famillengemeinschaft leben, leichter diesen Weg des echten Menschentums, des Heils und der Heiligkeit finden. Die Gatten aber müssen in ihrer Würde und Aufgabe als Vater und Mutter die Pflicht der Erziehung, vornehmlich der religiösen, die ihnen in ganz besonderer Weise zukommt, sorgfältig erfüllen«9. Ebenso aber gilt, daß auch die Kinder als von Gott geschenkte Glieder der Familie auf ihre Weise zur Heiligung der Eltern beitragen«.
In dieser Diözese und damit auch in eurem Land Liechtenstein wurde vor wenigen Jahren mit der Aktion »Hauskirche« begonnen, die dem gemeinsamen Gebet in der Familie dienen möchte. Tragt dieses wichtige Anliegen mit und fördert es nach Kräften! Das gemeinschaftlich verrichtete Tischgebet sollte in keiner christlichen Familie fehlen. Ich bin mir bewußt, daß es für manche eine gewisse Überwindung kostet, damit wieder anzufangen. Doch legt alle falsche religiöse Scham ab und betet gemeinsam! »Denn wo zwei oder drei in meinem Namen versammelt sind, da bin ich mitten unter ihnen«, verspricht uns der Herr (10).
Mit Recht dürfen wir annehmen, daß die Mutter des Herrn in eine religiöse und fromme Familie hineingeboren wurde. Maria selbst ist eine große Beterin. Im Magnifikat, diesem berühmten Lobgesang auf die Macht und Herrlichkeit Gottes, lehrt sie uns die Hauptrichtung allen Betens: »Meine Seele preist die Größe des Herrn, und mein Geist jubelt über Gott, meinen Retter«11. Stimmt ein in diesen Lobpreis Gottes! Zeigt Gott durch treue Mitfeier des sonn– und feiertäglichen Gottesdienstes, daß ihr ihn über alles liebt und ehrt und zugleich bereit seid, dieser Liebe einen konkreten, gemeinschaftlichen Ausdruck zu geben! Geht hin zum eucharistischen Herrn im Tabernakel und betet dort zum geheimnisvoll gegenwärtigen Gott für euch selber, für die eigene Familie, für die Familien eures Vaterlandes, für die Menschheitsfamilie und für die Gottesfamilie der Kirche! Ich bitte euch alle, Kinder, Jugendliche und Erwachsene, Laien und Kleriker, Ordensmänner und Ordensfrauen, Gesunde und Kranke, Behinderte und Betagte: Betet! Ja, laßt nicht nach im täglichen Gebet! Das Gebet ist die wahrhaft verändernde und befreinde Kraft unseres Lebens; im Gebet geschieht der echte »Aufbruch zum Leben«.
9. Gaudium et spes, 48 [1965 12 07c/48].
10. Mt. 18: 20.
11. Lk. 1, 46 f.
1985 09 08a 0009
9. Die Familie ist sodann ein maßgebender Hort und Übungsplatz für grundlegende Werte und Tugenden, die den einzelnen Menschen prägen. Die Familie ist der Nährboden, auf dem das Bewußtsein von der Würde der menschlichen Person wächst. Die sittliche Ordnung von Ehe und Familie, wie Gott sie in seinem Schöpferplan festgelegt hat, ist aber heute leider durch das gewissenlose Verhalten vieler mannigfach gestört und nicht selten sogar zerstört. Aggressive Ideologien, die sich für modern halten, wollen uns einreden, diese Ordnung sei überholt und sogar menschenfeindlich. So schämen sich auch schon viele Christen, überzeugt für jene moralischen Grundsätze einzutreten. Solche Menschenfurcht kann keinen Segen bringen, weder für den einzelnen noch für die Gesellschaft, welche doch in hohem Maße von der religiösen und moralischen Qualität der einzelnen und ihrer Familien bestimmt wird.
Die katholische Kirche wird nicht aufhören, all jene Grundsätze unverkürzt und uneingeschränkt zu wiederholen und immer neu zu betonen, welche, insbesondere das Übel des außerehelichen Zusammenlebens, der ehelichen Untreue, der zunehmenden Scheidungspraxis, des Ehemißbrauchs und der Abtreibung der menschlichen Leibesfrucht betreffen.
Die Aufgaben der christlichen Familie in der Welt von heute sind vielfältig und bedeutsam. Jede religiös und moralisch gesunde Familie ist gleichsam ein wertvolles Ferment für die ganze Volksgemeinschaft. Die echte christliche Familie ist ein Segen für die Welt. Ich möchte alle Familien unter euch ermutigen, immer mehr wahrhaft christliche Familien zu werden und den damit verbundenen Auftrag in der heutigen Zeit mutig anzupacken. Die Menschheit hat dieses glaubensstarke Zeugnis nötig in der geschichtlichen Stunde, in der wir leben. Laßt euch durch keinerlei Rückschläge, Mißerfolge, Enttäuschungen und Verunsicherungen davon abbringen, im Geiste Christi und seiner Kirche euer Ehe– und Familienleben zu gestalten!
[AAS 78 (1986), 23-27]