[1238] • JUAN PABLO II (1978-2005) • IMPORTANCIA DE LA MISIÓN DEL TRIBUNAL DE LA ROTA ROMANA
Del Discurso È per me, al Tribunal de la Rota Romana, 30 enero 1986
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3. “¡Dios es amor!”. Esta sencilla afirmación de San Juan (1 Juan 4, 8. 16) encierra la clave del misterio humano. También el hombre, al igual que Dios, ha de amar, entregarse, hacer amar este amor. Dios es Trinidad de Amor: Don recíproco del Padre y del Hijo que aman Su Amor Personal, el Espíritu Santo. Sabemos que este misterio divino arroja luz sobre la naturaleza y sobre el sentido profundo del matrimonio cristiano, que es la realización más perfecta del matrimonio natural. Éste lleva desde el principio la marca de Dios: “Dios creó al hombre a su imagen; los creó macho y hembra y les dijo: ‘¡Creced y multiplicaos!’” (cfr. Gén 1, 27-28).
Todo matrimonio, por lo tanto, entre bautizados es un sacramento. Lo es por la fuerza del Bautismo que introduce nuestra vida en la de Dios, haciéndonos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pt 1, 4), por medio de la incorporación a su divino Hijo, Verbo Encarnado, en el que formamos un solo Cuerpo, la Iglesia (cfr. 1 Cor 10, 17).
Bajo esta luz se comprende por qué el amor de Cristo a la Iglesia ha sido comparado al amor indisoluble que une al hombre con la mujer y por qué es un significado eficaz del gran sacramento del matrimonio cristiano, destinado a desarrollarse en la familia cristiana, Iglesia doméstica (LG n. 11, b), igual que el amor de Cristo y de la Iglesia asegura la comunicación eclesial, visible y portadora desde entonces de los bienes celestiales (LG n. 8, a).
Por este motivo el matrimonio cristiano es un sacramento que realiza una especie de consagración a Dios (GS n. 48, b); es un ministerio del amor que, por su testimonio, torna visible el sentido del amor divino y la profundidad del don conyugal vivido en la familia cristiana; es un compromiso de paternidad y de maternidad, de las que el amor mutuo de las personas divinas es la fuente y la imagen perfectísima, incomparable. Este ministerio se reafirmará y se realizará a través de una partici pación total en la misión de la Iglesia, en la que los esposos cristianos deben manifestar su amor y ser testigos de su mutuo amor y con sus hijos, en aquella célula eclesial, fundamental e insustituible que es la familia cristiana.
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4. Al evocar brevemente ante vosotros la riqueza y profundidad del matrimonio cristiano, lo hago principalmente para subrayar la belleza, la grandeza y la amplitud de vuestra misión, puesto que la mayor parte de vuestro trabajo se orienta a las causas matrimoniales. Vuestro trabajo es judicial, pero vuestra misión es evangélica, eclesial y sacerdotal, sin que pierda su carácter de humanitaria y social.
Aunque la validez de un matrimonio conlleva algunos elementos esenciales que deben ser resaltados con claridad y aplicados de modo técnico, urge considerar estos elementos dentro de su pleno significado humano y eclesial. Subrayando este aspecto teológico al elaborar las sentencias, habéis de ofrecer la visión del matrimonio cristiano querida por Dios como imagen divina y como modelo y perfección de toda unión conyugal humana. La enseñanza de la Iglesia no se agota en su expresión canónica y esta última –según el deseo del Concilio Vaticano II– ha de ser comprendida dentro de la amplitud del misterio de la Iglesia (OT n. 16). Esta norma conciliar subraya la importancia del derecho eclesial –Ius ecclesiale– e ilumina acertadamente la naturaleza del derecho de comunión, derecho de caridad, derecho del Espíritu.
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5. Vuestras sentencias, iluminadas por este misterio del amor divino y humano, logran una gran importancia, al participar –de modo vicario– del ministerio de Pedro. Efectivamente, en su nombre preguntáis, juzgáis y pronunciáis la sentencia. No es una mera delegación, sino una participación más honda en su misión.
La aplicación del nuevo Código puede encerrar indudablemente el peligro de dar interpretaciones novedosas imprecisas e incoherentes, sobre todo cuando se trata de perturbaciones psíquicas que invalidan el consentimiento matrimonial (Can. 1095), o del impedimento del dolo (Can. 1098) y del error que condiciona la libertad (Can. 1099), como también al interpretar las nuevas normas procesales.
Hay que afrontar y superar con serenidad este peligro a través de un estudio en profundidad tanto del significado real de la Norma canónica, como de todas las circunstancias concretas que configuran el caso, sin dejar de mantener muy viva siempre la conciencia de prestar un servicio únicamente a Dios, a la Iglesia y a las almas, sin claudicaciones ante una mentalidad permisiva superficial que no toma en consideración las inalienables exigencias del matrimonio-sacramento.
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6. Permitidme también decir una palabra en el caso de que el examen de las causas no quede protegido convenientemente. Sé muy bien que la duración del proceso no depende solamente de los jueces que han de emitir su sentencia. Se dan también otros muchos motivos que producen las dilaciones. Pero vosotros, que tenéis el deber de administrar la justicia, para llevar de este modo la paz interior a tantos fieles, habéis de poner el máximo empeño para que el proceso se desarrolle con aquella celeridad que reclama el bien de las almas, y que prescribe el nuevo Código de Derecho Canónico, al afirmar: “en el tribunal de primera instancia las causas no duren más de un año, ni más de seis meses en el de segunda instancia” (Can. 1453).
Que ningún fiel pueda tener motivo, a causa de la excesiva duración del proceso eclesiástico, para dejar de presentar su propia causa o para abandonarla y se decida a buscar soluciones que estén en contradicción con la enseñanza católica.
[DP (1986), 22]
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3. “Dio è amore”! Questa semplice affermazione di San Giovanni 1 è la chiave del mistero umano. Come Dio, anche l’uomo sarà amore: egli ha bisogno di amore, deve sentirsi amato e, per essere se stesso, deve amare, deve donarsi, deve fare amare questo amore. Dio è Trinità d’Amore: Dono reciproco del Padre e del Figlio che amano il loro Amore Personale, lo Spirito Santo. Sappiamo che questo mistero divino illumina la natura e il senso profondo del matrimonio cristiano, il quale è la realizzazione più perfetta del matrimonio naturale. Quest’ultimo fin dall’inizio porta l’impronta di Dio: “Dio creò l’uomo a sua immagine; maschio e femmina li creò e disse loro: ‘Crescete e moltiplicatevi’” (2).
Ogni matrimonio, poi, tra battezzati è sacramento. È sacramento in forza del Battesimo, che introduce la nostra vita in quella di Dio, facendoci “partecipi della natura divina” (3), mediante l’incorporazione al suo Divin Figlio, Verbo Incarnato, nel quale noi non formiamo che un solo corpo, la Chiesa (4).
Si comprende allora perchè l’amore di Cristo alla Chiesa sia stato paragonato all’amore indissolubile che unisce l’uomo alla donna e come possa essere efficacemente significato da quel grande sacramento che è il matrimonio cristiano, destinato a svilupparsi nella famiglia cristiana, Chiesa domestica (5), nel modo stesso in cui l’amore di Cristo e della Chiesa assicura la comunione ecclesiale, visibile e portatrice fin d’ora dei beni celesti (6).
Ecco perchè il matrimonio cristiano è un sacramento che opera una specie di consacrazione a Dio (7); è un ministero dell’amore che, mediante la sua testimonianza, rende visibile il senso dell’amore divino e la profondità del dono coniugale vissuto nella famiglia cristiana; è un impegno di paternità e di maternità; del quale il reciproco amore delle persone divine è la sorgente, l’immagine perfettissima, ineguagliabile. Questo mistero si affermerà e si realizzerà in ogni partecipazione alla missione della Chiesa, nella quale gli sposi cristiani devono dare prova di amore e testimoniare l’amore che essi vivono tra di loro, con e per i propri figli, in quella cellula ecclesiale, fondamentale e insostituibile, che è la famiglia cristiana.
1. 1 Io. 4, 8. 16.
2. Gen. 1, 27-28.
3. 2 Pt. 1, 4.
4. Cfr. 1 Cor. 10, 17.
5. Cfr. Lumen gentium, 11, b [1964 11 21a/11].
6. Cfr. Ibid. 8, a.
7. Cfr. Gaudium et spes, 48, b [1965 12 07c/48].
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4. Se evoco brevemente davanti a voi la ricchezza e la profondità del matrimonio cristiano, lo faccio principalmente per sottolineare la bellezza, la grandezza e la vastità della vostra missione, dato che la maggior parte del vostro lavoro riguarda cause matrimoniali. Il vostro lavoro è giudiziario, ma la vostra missione è evangelica, ecclesiale e sacerdotale, rimanendo nello stesso tempo umanitaria e sociale.
Anche se la validità di un matrimonio suppone alcuni elementi essenziali, che sotto il profilo giuridico devono essere chiaramente espressi e tecnicamente applicati, è tuttavia necessario considerare tali elementi nel loro pieno significato umano ed ecclesiale. Sottolineando questo aspetto teologico nell’elaborazione delle sentenze, voi offrirete la visione del matrimonio cristiano voluto da Dio come immagine divina e come modello e perfezione di ogni unione coniugale umana. Questo vale per ogni cultura. La dottrina della Chiesa non si limita alla sua espressione canonica e quest’ultima –come vuole il Concilio Vaticano II– deve essere vista e compresa nella vastità del mistero della Chiesa (8). Questa norma conciliare sottolinea l’importanza del diritto ecclesiale –Ius ecclesiale– e ne illumina opportunamente la natura di diritto di comunione, diritto di carità, diritto dello Spirito.
8. Cfr. Optatam totius, 16.
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5. Le vostre sentenze, illuminate da questo mistero di amore divino e umano, acquistano una grande importanza, partecipando –in modo vicario– del ministero di Pietro. Infatti, in nome suo voi interrogate, giudicate e sentenziate. Non si tratta di una semplice delega, ma di una partecipazione più profonda alla sua missione.
Indubbiamente l’applicazione del nuovo Codice può correre il rischio di interpretazioni innovative imprecise o incoerenti, particolarmente nel caso di perturbazioni psichiche invalidanti il consenso matrimoniale (9), o in quello dell’impedimento del dolo (10) e dell’errore condizionante la volontà (11) come anche nell’interpretazione di alcune nuove norme procedurali.
Tale rischio deve essere affrontato e superato con serenità mediante uno studio approfondito sia della reale portata della Norma canonica, sia di tutte le concrete circostanze che configurano il caso, mantenendo sempre viva la coscienza di servire unicamente Dio, la Chiesa e le anime, senza cedere ad una superficiale mentalità permissiva che non tiene nel dovuto conto le inderogabili esigenze del matrimonio-sacramento.
9. Can. 1095 [1983 01 25/1095].
10. Ibid. 1098 [1983 01 25/1098].
11. Ibid. 1099 [1983 01 25/1099].
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6. Vorrei anche dire una parola sull’opportunità che l’esame delle cause non si protragga troppo a lungo. So benissimo che la durata del processo non dipende soltanto dai giudici che devono decidere: vi sono molti altri motivi che possono causare ritardi. Ma voi, ai quali è stato affidato il compito di amministrare la giustizia, per portare così la pace interiore a tanti fedeli, dovete impegnarvi al massimo perche l’iter si svolga con quella sollecitudine che il bene delle anime richiede e che il nuovo Codice di Diritto Canonico prescrive, quando afferma: “Le cause non si protraggano più di un anno nel tribunale di prima Istanza, e non più di sei mesi nel tribunale di seconda Istanza” (12).
Che nessun fedele possa prendere spunto dalla eccessiva durata del processo ecclesiastico per rinunciare a proporre la propria causa o per desistere da essa, scegliendo soluzioni in netto contrasto con la dottrina cattolica.
[AAS 78 (1986), 922-925]
12. Can. 1453.