[1239] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FAMILIA, COMUNIDAD DE PAZ Y DE AMISTAD
De la Homilía en la Misa celebrada en el Parque Shivaji, en Bombay (India), 9 febrero 1986
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3. [...] En especial saludo a las familias de Bombay y de toda India y aprovecho esta ocasión para reflexionar con vosotros sobre el papel de la familia cristiana en la construcción de un nuevo mundo de paz.
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4. “Pondré dentro de vosotros mi espíritu” (Ez 36, 27). Cuando dos seres humanos, un hombre y una mujer, se acercan al altar, como ministros del sacramento del matrimonio, la Iglesia invoca al Creador. Pide al Espíritu Santo que descienda sobre las dos personas que han de convertirse en marido y mujer y que están para iniciar una familia.
Vivirán bajo un mismo techo y crearán un hogar. El hogar es el sitio donde la familia vive, el marco externo de esa vida. Pero a la vez existe también el misterio interno de sus corazones. Las personas no sólo viven en un hogar; crean también un hogar. Lo crean por el hecho de “vivir” cada uno en el corazón del otro: el marido en la mujer y la mujer en el marido, los hijos en los padres y los padres en los hijos. El hogar paterno es la convivencia mutua de los corazones humanos.
Así en el hogar vemos reflejado el misterio del que Cristo habla en el Cenáculo: “Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada” (Jn 14, 23).
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5. La liturgia de hoy nos recuerda la imagen maravillosa de la comunidad matrimonial y de la familia tal cual aparece siempre descrita en las Sagradas Escrituras. Se encuentra en la Carta a los Efesios, en la que San Pablo habla de la unión de un hombre y una mujer en el matrimonio cristiano: “Gran misterio es éste, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia” (Ef 5, 32). El amor del marido y de la esposa tienen su modelo en el amor de Cristo hacia la Iglesia y reflejan este amor en el mundo. Jesús expresó su amor de la forma más completa en la cruz, cuando sacrificó su propia vida por su Esposa, la Iglesia. El Espíritu Santo, que cada uno recibimos en el Bautismo y en la Confirmación, capacita a los maridos y a las esposas a amarse entre sí con un mismo amor de sacrificio. Por esto San Pablo exhorta a los maridos con las siguientes palabras: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla” (Ef 5, 25-26). El amor de Cristo dura siempre y constantemente da vida y fruto. Asimismo, los esposos cristianos están indisolublemente unidos el uno con el otro en una unión que tiene como finalidad hacer surgir y nutrir nueva vida.
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6. Toda pareja que se acerca al altar para convertirse en ministros del sacramento del matrimonio deberá tener esta imagen ante sus ojos. En este sacramento la Iglesia invoca al Espíritu Santo, para que por su poder santificador provoque en el hombre y la mujer un cambio conyugal de corazón, un cambio que se convertirá en fundamento firme del compromiso matrimonial.
Este cambio conyugal de corazón es a la vez una consagración especial en el matrimonio (cfr. Humanae vitae, 25). Al entregarse el hombre y la mujer uno a otro, consagran a Dios sus almas y sus cuerpos para que de esta unión pueda desarrollarse una comunidad familiar completa, una comunicación de amor y vida.
Maridos y mujeres reciben esta comunión como un don, un don que tienen el deber de profundizar y ampliar. A través de la transmisión responsable de la vida, aceptarán gozosamente a los hijos como un signo de fecundidad y como un don de Dios. Por el nacimiento de un niño, que requiere un mayor amor de sacrificio, descubren su propia unión, que se profundiza y se amplía para incluir a otros. En las palabras de vuestro sabio indio Rabindranath Tagore, se reconoce esta verdad:
“Cada niño que nace / trae consigo el mensaje / que Dios no ha perdido fe en la humanidad”.
Para el Concilio Vaticano II, la paternidad responsable significa que los padres deberán “atender tanto a su propio bien personal como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del estado de vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia” (Gaudium et spes, 50). El Concilio prosigue: “Cuando se trata, pues, de conjugar el amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe determinarse con criterios objetivos, tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos, criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación, entretejidos con el amor verdadero” (ib. 51).
Vemos en las aseveraciones de Mahatma Gandhi ciertas semejanzas. Mientras él afirma que “el acto generativo debe ser controlado para el crecimiento ordenado de la humanidad”, se hacía esta pregunta: “¿Cómo se ha de conseguir la suspensión de la procreación?”. Y contestaba: “No por medios inmorales o artificiales..., sino por medio de una vida de disciplina y de autocontrol”. Y añadía: “Los resultados morales sólo pueden conseguirse con medios morales”. Ésta, queridos hermanos y hermanas, es la profunda convicción de la Iglesia.
Más aún, es función de la familia en todas partes y en cualquier sociedad proclamar que toda vida humana es sagrada desde el momento de su concepción. Es deber de la humanidad rechazar cualquier cosa que hiera, debilite o destruya la vida humana, cualquier cosa que ofenda la dignidad de un ser humano.
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7. La familia está llamada por la palabra del Dios vivo a ser una comunidad de paz y fraternidad. Al mismo tiempo, la familia llama a todos los individuos y a todas las naciones a ser una comunidad semejante.
Antes que nada, para poder desarrollarse apropiadamente, la familia necesita una atmósfera social de paz y fraternidad que proteja sus derechos. Es significativo que la situación de la familia en India presente hoy ciertos signos alentadores: la estima en que se tiene la mutua fidelidad; los laudables esfuerzos que se hacen para promocionar la dignidad de la mujer; el cuidado de los padres por sus hijos y la devoción de los hijos hacia sus padres; la atención prestada a la calidad de las relaciones interpersonales en el matrimonio y a la educación de los hijos, para mencionar sólo algunas.
Por otra parte, la familia hoy día se encuentra bajo una enorme tensión debido a ciertas tendencias de la sociedad moderna, al desarrollo acelerado y a otras presiones. La familia se enfrenta con riesgos de fragmentación y con el quebrantamiento de la autoridad. Los padres se encuentran en dificultad para transmitir valores auténticos a sus hijos. El crecimiento rápido de la urbanización trae consigo barriadas superpobladas, problemas de vivienda y un mayor índice de desempleo o subempleo: todo esto tiene efectos negativos en la familia.
La bien conocida oposición de la Iglesia a los males morales que afectan a la familia y a la vida matrimonial se debe a su profunda convicción de que dichos males son contrarios al plan de Dios para la humanidad y violan la sacralidad del matrimonio, así como los valores de la vida humana. La Iglesia tiene la responsabilidad de defender los derechos de la familia y todo el bienestar de la humanidad: por eso renueva su compromiso de proclamar la verdad plena sobre el hombre.
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8. La paz y la fraternidad son también necesarias para la vida de la comunidad local y de los grupos sociales mayores, así como de la nación misma.
La calidad de la vida de una nación, o de cualquier comunidad, depende de la presencia o ausencia de paz y fraternidad. Donde hay una atmósfera de paz, surgen grandes posibilidades de bien, que dan a las personas alegría y creatividad, les ayuda a crecer en su madurez y a trabajar juntos como hijos e hijas de un Dios amoroso. Donde hay una auténtica solidaridad fraternal, los derechos de los débiles y los indefensos no son violados; sino que la dignidad y el bienestar de todos están salvaguardados y son promocionados. Sólo podrá haber paz cuando haya justicia, libertad y verdadero respeto por la naturaleza del hombre.
Pero nuestro mundo moderno está demasiado familiarizado con la falta de fraternidad y con la violencia, tensión, discriminación e injusticia. La forma con que afrontamos estos problemas constituye una prueba para nuestra humanidad, una prueba de la calidad de nuestras comunidades y naciones. Es esto un reto que debe afrontar India y todas las otras naciones del mundo.
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9. La humanidad en su totalidad también constituye una familia. Es la gran familia del hombre, con todas sus variantes.
La causa de asegurar la paz, la justicia internacional y la solidaridad de todos los pueblos en el mundo constituye una aspiración especial de nuestro tiempo. Así lo afirman todos los líderes de las naciones y de las Organizaciones Internacionales. Casi todos los partidos políticos del mundo tratan de apoyar de una forma u otra programas para la paz. Los movimientos populares y la opinión pública defienden la misma causa. En todos los países la gente está cansada de conflictos y de divisiones. El mundo anhela armonía y paz.
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10. Por eso, la Iglesia del siglo XX insistentemente clama por la justicia y por un desarrollo humano integral. En las Conferencias Episcopales e Iglesias locales, a través de los esfuerzos de las parroquias y de las diversas asociaciones, con la enseñanza y la acción por la justicia y de muchas otras formas, la Iglesia trabaja por la armonía y la fraternidad. Sobre todo cuenta con la contribución de las familias cristianas para dar testimonio del Evangelio de amor fraterno de Jesús.
La Iglesia no cesa de pedir que se le dé “un nuevo espíritu” a la humanidad, que el “corazón de piedra” sea sustituido por “un corazón de carne”; que haya una verdadera paz en los centros de conflicto y en la vida internacional de nuestro tiempo.
El mundo es el hogar de los individuos, de los pueblos, de las naciones, de la humanidad. La raza humana es más numerosa que nunca y está adquiriendo un progreso científico y tecnológico jamás vistos. Así, el progreso ético, el progreso espiritual, el pleno progreso humano es más necesario que nunca. A este respecto, el clamor de la Iglesia expresa –estoy seguro de ello– los sentimientos de muchos corazones aquí, en India.
[DP (1986), 35]
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3. [...] In particular I greet the families of Bombay and of all India, and I welcome this occasion to reflect with you on the role of the Christian family in building a new world of peace.
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4. “I will put my spirit within you” (4). When two human beings, a man and a woman, approach the altar, as ministers of the Sacrament of Matrimony, the Church invokes the Creator. She asks the Holy Spirit to come down on these two who are to become husband and wife and are to begin a family.
They are to live under one roof and create a home. The home is the place where the family lives, the outward framework of that life. But at the same time there is also the inner mystery of their hearts. People not only live in a home; they also create a home. And they create it by the fact of “living” in each other’s hearts: the husband in the wife and the wife in the husband, the children in the parents and the parents in the children. The parental home is the mutual indwelling of human hearts.
So in the home we see a reflection of the mystery which Christ speaks about in the Cenacle: “If a man loves me, he will keep my word, and my Father will love him, and we will come to him and make our home with him” (5).
4. Ez. 36: 27.
5. Jn. 14: 23.
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5. Today’s liturgy reminds us of the most wonderful image of the community of marriage and the family that was ever written down in Sacred Scripture. It is found in the Letter to the Ephesians, in which Saint Paul says of the union of husband and wife in Christian marriage: “This mystery is a profound one, and I am saying that it refers to Christ and the Church” (6). The love of husband and wife has its model in the love of Christ for the Church and reflects that love in the world. Jesus expressed his love most completely on the Cross, when he sacrificed his own life for the sake of his bride, the Church. The Holy Spirit, which each of us has received in Baptism and Confirmation, makes husbands and wives capable of loving one another with the same sacrificial love. That is why Saint Paul exhorts husbands in the following words: “Husbands, love your wives, as Christ loved the Church and gave himself up for her, that he might sanctify her” (7). The love of Christ endures for ever and is constantly life-giving and fruitful. Likewise, Christian spouses are indissolubly bound to each other in a union which is intended to bring forth and nourish new life.
6. Eph. 5: 32.
7. Eph. 5:25-26.
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6. Every couple approaching the altar to become the ministers of the Sacrament of Matrimony should have this image before their eyes. In this Sacrament the Church invokes the Holy Spirit, that by his sanctifying power he may bring about in the man and woman a spousal change of heart, a change that will become a firm foundation of the marriage covenant.
This spousal change of heart is at the same time a special consecration in marriage (8). As the man and woman entrust themselves to each other, they consecrate to God their souls and bodies, so that from their union they may develop a mature family community, a communion of love and life.
Husbands and wives receive this communion as a gift, a gift which they have the task of deepening and broadening. Through the responsible transmission of life they gladly accept children as a sign of fruit-fulness and a gift of God. With the birth of a child, which calls for greater sacrificial love, they find their own loving union deepened and widened to include others. In the words of your own Indian sage Rabindranath Tagore, they recognize this truth:
“Every baby that is born
Brings with it the message
That God has not lost faith in mankind”.
For the Second Vatican Council, responsible parenthood means that parents should “take into account both their own welfare and that of their children, those already born and those which may be foreseen. For this accounting they will reckon with both the material and spiritual conditions of the times as well as of their state in life, maintaining regard finally for the good of the family community, of temporal society and of the Church herself” (9). The Council goes on to say that “when there is a question of harmonizing conjugal love with the responsible transmission of life, the moral aspect of any procedure does not depend solely on sincere intentions or on an evaluation of motives. It must be determined by objective standards. These based on the nature of the human person and his acts, preserve the full sense of mutual self-giving and human procreation in the context of true love” (10).
We see in the statements of Mahatma Gandhi certain similarities. While he asserted that “the act of generation should be controlled for the ordered growth of the world”, he asked the question: “How is the suspension of procreation to be brought about?”. And he answered: “Not by immoral and artificial checks..., but by a life of discipline and self-control”. And he added: “Moral results can only be produced by moral restraints”. This, dear brothers and sisters, is the Church’s profound conviction.
Furthermore, it is the role of the family everywhere and of all society to proclaim that all human life is sacred from the moment of conception. It is the task of all mankind to reject whatever wounds, weakens or destroys human life –whatever offends the dignity of any human being.
8. Cfr. Humanae vitae, 25 [1968 07 25/25].
9. Gaudium et spes, 50 [1965 12 07c/50].
10. Ibid. 51 [1965 12 07c/51].
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7. The family is called by the word of the Living God to he a community of peace and fellowship. At the same time, the family calls all individuals and all nations to he such a community.
First of all, in order to develop properly, the family needs a social atmosphere of peace and fellowship which protects its rights. In significant ways, the situation of the family in India today presents certain encouraging signs: the esteem given to mutual fidelity; the worthy efforts being made to promote the dignity of women; the care of parents for their children and the devotion of children to their parents; the attention given to the quality of interpersonal relationships in marriage and to the education of children, to mention just a few.
On the other hand, the family today is under great stress due to certain trends in modern society, accelerated development and other pressures. The family faces the risk of fragmentation and a breakdown of authority. Parents experience difficulty in passing on authentic values to their children. The rapid increase of urbanization brings with it crowded slums, housing problems and a higher rate of un-employment or under-employment –all of which have negative effects on the family.
The well-known opposition of the Church to the moral evils that affect the family and married life is due to her profound conviction that such evils are contrary to God’s plan for humanity and that they violate the sacredness of marriage and the values of human life. The Church has a responsability to defend the rights of the family and the total well-being of humanity, and it is for this reason that she renews her commitment to proclaiming the full truth about man.
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8. Peace and fellowship are also necessary for the life of the local community and of larger social groups, and of the nation itself.
The quality of a nation’s life, or of the life of any community, depends on the presence or absence of peace and fellowship. Where there is an atmosphere of peace, tremendous energies for good spring up, giving people joy and creativity, helping them to grow to full maturity and to work together as sons and daughters of a loving God. Where there is true fraternal solidarity, the rights of the weak and defenceless are not violated; rather the dignity and well-being of all are safeguarded and promoted. And there can be peace only where there is justice and freedom and true respect for the nature of man.
But our modern world is all too familiar with the lack of brotherhood and with violence, tension, discrimination and injustice. The way we face these problems is a test of our humanity, a test of the quality of our communities and nations. It is a challenge which faces India and every other nation in the world.
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9. The whole of humanity also makes up a family. This is the great family of man, with all its variety.
The cause of ensuring peace, international justice, and indeed the solidarity of all people throughout the world is a particular aspiration of our time. It is voiced by the leaders of nations and of International Organizations. Programmes for peace are endorsed in varying degrees by nearly every political party in the world. Popular movements and public opinion support the same cause. In every country people are weary of conflict and division. The world longs for harmony and peace.
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10. And therefore the Church of the twentieth century insistently calls for justice and integral human development. In Episcopal Conferences and local Churches, through the efforts of parishes and various associations, by teaching and by action for justice, and in many other ways, the Church works for harmony and brotherhood. Above all she counts on the contribution of Christian families to bear witness to Jesus Gospel of fraternal love.
She does not cease to ask that humanity may be given “a new spirit”, that the “heart of stone” may be replaced by a “heart of flesh”; that there may be true peace in so many centres of conflict and in the international life of our time.
For the world is the home of individuals, peoples, nations, humanity. The human race is more numerous than ever before and is achieving scientific and technical progress never before known. Hence, ethical progress, spiritual progress, fully human progress is all the more necessary. In this point, the Church’s cry voices, I am sure, the sentiments of many hearts here in India.
[AAS 78 (1986), 772-777]