[1259] • JUAN PABLO II (1978-2005) • DIOS GARANTE DE LA INDISOLUBILIDAD DEL VÍNCULO MATRIMONIAL
De la Homilía en la Misa para las Familias, en la Plaza de Faenza (Italia), 10 mayo 1986
1986 05 10 0003
3. “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer” (Gál 4, 4). En este nacimiento del Hijo, del Verbo eterno de una Mujer, de la Virgen Nazarena, se realiza una unión especialísima. La unión de la divinidad con la humanidad en la persona divina del Hijo. La unión hipostática, es decir, personal.
Según el testimonio de la entera Revelación, esta unión es manifestación de un amor especial de Dios por el hombre. Este amor reviste aspectos esponsalicios. Se asemeja al amor que une al esposo con la esposa.
De este amor de Dios por el hombre es precisamente del que dieron testimonio los Profetas del Antiguo Testamento: Isaías, Oseas, Ezequiel. Se trataba, según ellos, de amor no sólo hacia un individuo, sino hacia todo el pueblo elegido, hacia Israel.
En el Nuevo Testamento, la Carta a los Efesios recoge ese mismo tema: Cristo es Redentor y al mismo tiempo Esposo de la Iglesia, su Esposa. Su amor por el hombre tiene un carácter redentor y esponsalicio.
Según la enseñanza contenida en la mencionada Carta, este amor esponsalicio de Cristo por la Iglesia es fuente y modelo del amor que, en el “gran misterio” (es decir, el matrimonio) (Ef 5, 32) une a los esposos.
El matrimonio sacramental es imagen y participación del “sacramento” de los desposorios del Divino Esposo con la Iglesia.
1986 05 10 0004
4. Sobre el trasfondo de esta doctrina revelada, el hecho narrado por el Evangelio de hoy asume una elocuencia especial. En los comienzos de su servicio mesiánico, Jesús de Nazaret se halla en Caná de Galilea para un banquete de bodas. Y no está solo: allí está también su Madre, y Él ha llevado consigo a sus discípulos. Esto revela la importancia que quiso dar al hecho y podría sorprender a primera vista. En efecto, los Evangelios nos presentan a Jesús dedicado completamente “a las cosas del Padre celeste” (cfr. Lc 2, 49); su misión, según declaración explícita suya, tiende a fundar el “reino de Dios”, que no es un reino “de aquí abajo”, de “este mundo”. Su participación en un banquete de bodas parecería a primera vista contrastar con sus intereses y con su estilo de vida. Y sin embargo no es así. El Maestro divino quiere enseñarnos cómo orientar hacia el reino de Dios las cosas de este mundo. Las bodas de Caná son un episodio característico de esta pedagogía divina que Jesús usa en relación con nosotros, para hacemos comprender cómo los valores humanos auténticos pueden y deben servir a un destino que trasciende los límites de la vida terrena.
1986 05 10 0005
5. La presencia de Jesús en las bodas de Caná, si queremos comprenderla bien, ha de ser entendida también como un gesto con el cual Jesús quiere orientarnos hacia el Reino de Dios y hacernos “pensar en las cosas de allá arriba” (cfr. Col 3, 2). Con aquel episodio, el Señor nos quiere reconducir al significado profundo, espiritual del amor conyugal, un amor que, para ser signo y participación en el mismo amor que se da entre Cristo y la Iglesia, no puede evidentemente estar a merced de las contingencias y de los imprevistos de la vida presente, sino que puede y debe abrirse, como lazo interpersonal, indisoluble y perenne, a las perspectivas ilimitadas del reino de Dios y de la vida eterna.
La referencia a este modelo supremo y trascendente, que se nos ha ilustrado en la Carta a los Efesios, constituye el criterio de una opción conyugal verdaderamente feliz y conforme con la voluntad de Dios, y también la fuerza que sostiene y salva el amor en los momentos de la prueba, haciendo que salga de ella más puro, más profundo, más fecundo.
Discernir los propios afectos y sentimientos a la luz de ese criterio quiere decir saber reconocer en ellos lo que puede garantizar un amor auténtico y un matrimonio verdaderamente cristiano: el matrimonio como sacramento. Quiere decir poder discernir ese ideal de amor y de fecundidad al que, con la ayuda de la gracia, es preciso y posible mantenerse siempre fieles.
1986 05 10 0006
6. El consentimiento mutuo que se dan un hombre y una mujer cuando pretenden contraer matrimonio cristiano, no es sólo la expresión de un sentimiento y pacto de amor humanísimos que los compromete para toda la vida, sino que es más bien el “sí” que se pronuncia ante un misterio de fe, en el que se comprometen a participar: el misterio mismo de su matrimonio como reflejo e imagen de la unión mística y esponsalicia entre Cristo y la Iglesia. Casarse, pues, para dos cristianos, es ante todo un acto de fe, hacer entrar su afecto humano en el orden sobrenatural, encomendar a Dios su amor, de tal modo que Dios mismo se cuide de él, garantizándolo con su gracia y su bendición. Según las mismas palabras del divino Maestro, no son tanto ellos los que se unen, sino que es más bien el Padre celeste el que los une. Su deber principal será no romper esta unión. Y la mantendrán en la medida en que recuerden que Dios mismo se ha hecho garante de ella y, en consecuencia, recurran a Él con confianza plena e ilimitada en los momentos difíciles.
1986 05 10 0007
7. Queridísimos recién casados, el Señor está muy cerca de vosotros en este momento tan importante y tan decisivo de vuestra vida. Está cerca de vosotros para transformar vuestro amor, para enriquecer sus valores de suyo tan grandes y nobles con los de su gracia; está cerca de vosotros para hacer estable e indisoluble el vínculo que os une; está cerca de vosotros para sosteneros y acompañaros con su gracia en la vida que hoy comenzáis juntos al pie del altar.
Vosotros, queridos nuevos esposos, representáis ante nuestros ojos la multitud innumerable de las familias de Romaña que, con la bendición de Dios, han puesto los cimientos de su “Iglesia doméstica”, como llamó el Concilio a la familia. A todas las familias de Faenza y de Romaña mi cordial saludo y mi Bendición con el deseo de todo bien.
[OR (ed. esp.) 25-V-1986, 18]
1986 05 10 0003
3. “Quando venne la pienezza del tempo, Dio mandò il suo Figlio, nato da donna” (5). In questa nascita del Figlio, del Verbo eterno da una Donna: dalla Vergine nazaretana, si realizza una specialissima unione. L’unione della divinità con l’umanità nella divina persona del Figlio. L’unione ipostatica, cioè personale.
Questa unione è –secondo la testimonianza dell’intera Rivelazione– manifestazione di un particolare amore di Dio per l’uomo. Quest’amore riveste tratti sponsali. Assomiglia all’amore che unisce lo sposo alla sposa.
È proprio di tale amore di Dio verso l’uomo, che hanno dato testimonianza i profeti dell’Antico Testamento: Isaia, Osea, Ezechiele. Si trattava, secondo loro, di amore non soltanto verso un individuo, ma verso l’intero Popolo eletto, verso Israele.
Nel Nuovo Testamento, la Lettera agli Efesini riprende lo stesso argomento: Cristo è Redentore ed insieme Sposo della Chiesa –sua Sposa. Il suo amore verso l’uomo ha un carattere redentore e sponsale.
Secondo l’insegnamento contenuto nella suddetta Lettera, questo amore sponsale di Cristo verso la Chiesa è sorgente e modello dell’amore, che nel “grande misterio” (cioè il matrimonio)6 unisce gli sposi.
Il matrimonio sacramentale è immagine e partecipazione del “sacramento” degli sponsali del divino Sposo con la Chiesa.
5. Gal. 4, 4.
6. Eph. 5, 32.
1986 05 10 0004
4. Sullo sfondo di questa dottrina rivelata, l’avvenimento riferito dall’odierno Vangelo assume una particolare eloquenza. All’inizio del suo servizio messianico, Gesù di Nazaret si trova a Cana di Galilea per un banchetto di nozze. E non è neanche solo: vi è là sua Madre, ed Egli ha condotto con sè i suoi discepoli. Ciò manifesta l’importanza che Egli ha voluto dare all’avvenimento, e potrebbe a tutta prima sorprendere. Difatti, i Vangeli ci presentano Gesù tutto dedito “alle cose del Padre celeste” (7); la sua missione, per sua esplicita dichiarazione, è tesa a fondare il “Regno di Dio”, che non è un regno “di quaggiù”, di “questo mondo”. La sua partecipazione ad un banchetto di nozze sembrerebbe a tutta prima essere in contrasto con i suoi interessi e il suo stile di vita. E invece non è così. Il Maestro divino vuole insegnarci come orientare al Regno di Dio le cose di questo mondo. Le nozze di Cana sono un episodio caratteristico di questa pedagogia divina che Gesù usa nei nostri confronti, per farci capire come i valori umani autentici possono e devono servire ad un destino che trascende i limiti della vita terrena.
7. Cfr. Luc. 2, 49.
1986 05 10 0005
5. La presenza di Gesù alle nozze di Cana, se vogliamo comprenderla bene, va intesa anch’essa come un gesto col quale Gesù vuole orientarci verso il Regno di Dio e farci “pensare alle cose di lassù” (8). In quell’episodio, il Signore ci vuol richiamare al significato profondo, spirituale, dell’amore coniugale un amore che, per essere segno e partecipazione dell’amore stesso che intercorre tra Cristo e la Chiesa, non può evidentemente essere alla mercè delle contingenze e degli imprevisti della vita presente, ma può e deve aprirsi, come legame interpersonale, indissolubile e incorruttibile, alle prospettive sconfinate del Regno di Dio e della vita eterna.
È il richiamo a questo modello supremo e trascendente, illustratoci nella Lettera agli Efesini, che costituisce il criterio di una scelta coniugale veramente felice e conforme alla volontà di Dio, nonchè la forza che sostiene e salva l’amore nei momenti della prova, facendolo uscire più puro, più profondo, più fecondo.
Vagliare i propri affetti e sentimenti alla luce di quel criterio, vuol dire saper riconoscere in essi ciò che può garantire un amore autentico e un matrimonio veramente cristiano: il matrimonio come sacramento. Vuol dire poter discernere quell’ideale di amore e di fecondità al quale, con l’aiuto della grazia, si dovrà e si potrà restare sempre fedeli.
8. Cfr. Col. 3, 2.
1986 05 10 0006
6. Il mutuo consenso che si prestano un uomo ed una donna, quando intendono contrarre il matrimonio cristiano, non è soltanto l’espressione di un umanissimo sentimento e patto d’amore che li coinvolge per tutta la vita, ma è anche e ancor più il “sì” che si pronuncia davanti ad un mistero di fede, al quale essi s’impegnano di essere partecipi: il mistero stesso del loro matrimonio come riflesso e immagine dell’unione mistica e sponsale tra Cristo e la Chiesa. Sposarsi, quindi, per due cristiani, è innanzitutto un atto di fede, è un far entrare il loro affetto umano nell’ordine soprannaturale, è un affidare a Dio il loro amore, così che Dio stesso se ne prenda cura, garantendolo con la sua grazia e la sua benedizione. Secondo le parole stesse del divino Maestro, non sono tanto loro ad unirsi, quanto è piuttosto il Padre celeste che li unisce. E loro dovere principale sarà quello di non spezzare questa unione. E ci riusciranno, nella misura nella quale essi ricorderanno che Dio stesso si è fatto garante di quell’unione e quindi, nei momenti difficili, a Lui ricorreranno con piena ed illimitata fiducia.
1986 05 10 0007
7. Carissimi sposi novelli, il Signore è particolarmente vicino a voi in questo momento tanto importante e tanto decisivo della vostra vita. È vicino a voi per trasformare il vostro amore, per arricchirne i valori già così grandi e così nobili con quelli della sua grazia; è vicino a voi per rendere stabile e indissolubile il vincolo che vi unisce; è vicino a voi per sostenervi e per accompagnarvi con la sua grazia nella vita che oggi iniziate insieme ai piedi dell’altare.
Voi, cari novelli sposi, rappresentate davanti ai nostri occhi l’innumerevole schiera delle Famiglie della Romagna che, con la benedizione di Dio, hanno posto le fondamenta della loro “Chiesa domestica”, come il Concilio ha chiamato la famiglia. A tutte le Famiglie di Faenza e della Romagna il mio cordiale saluto e il mio benedicente augurio di ogni bene.
[Insegnamenti GP II, 9/1, 1350-1353]