[1343] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA NORMA MORAL DE LA “HUMANAE VITAE” NO ADMITE EXCEPCIONES
Discurso Con viva gioia, al II Congreso Internacional de Teología Moral, organizado por el Instituto de Estudios sobre Matrimonio y Familia de la Pontificia Universidad Lateranense y el Centro Académico Romano de la Santa Cruz, 12 noviembre 1988
1988 11 12 0001
1. [...] El tema que os ha ocupado durante estos días, queridos hermanos, estimulando dicha reflexión en profundidad, ha sido la Encíclica “Humanae Vitae”, con la compleja red de problemas que se relacionan con la misma.
Como sabéis, en los días precedentes ha tenido lugar un congreso, a cargo del Pontificio Consejo para la Familia, en el que han tomado parte en representación de las Conferencias Episcopales de todo el mundo, los obispos responsables de la pastoral familiar de las respectivas naciones. Esta coincidencia, no casual, me ofrece de inmediato la oportunidad de poner de relieve la importancia de la colaboración entre los Pastores y los teólogos y, más en general, entre los pastores y el mundo de la ciencia, a fin de garantizar un apoyo eficaz y adecuado a los esposos interesados en realizar en su vida el proyecto divino sobre el matrimonio.
Es conocida para todos la explícita invitación que en la Encíclica “Humanae Vitae” se dirige a los hombres de ciencia y, de forma especial, a los científicos católicos, para que, mediante sus estudios, contribuyan a clarificar cada vez más las diversas condiciones que favorecen una honesta regulación de la procreación humana (cfr. n. 24)[1]. Dicha invitación he renovado también yo, ya que estoy convencido de que el compromiso interdisciplinar es indispensable para una aproximación adecuada a la compleja problemática que se cierne sobre este delicado sector.
[1]. [1968 07 25/24].
1988 11 12 0002
2. La segunda oportunidad que se me ofrece consiste en levantar acta de los consoladores resultados conseguidos por muchos estudiosos que, a lo largo de estos años, han hecho que avanzara la investigación en esta materia. Gracias también a su aportación ha sido posible clarificar la riqueza de verdad y, más aún, el valor ilustrativo de la Encíclica de Pablo VI hacia la que dirigen la atención con interés creciente personas de las más diversas capas culturales.
Alusiones de reflexión es posible captar también en aquellos sectores del mundo católico, que inicialmente se mostraron un poco críticos en relación con el importante documento. El progreso en la reflexión bíblica y antropológica ha permitido, en efecto, clarificar mejor sus supuestos y significados.
En particular, debe recordarse el testimonio ofrecido por los obispos en el Sínodo del año 1980: éstos “en la unidad de la fe con el Sucesor de Pedro” escribían mantener firmemente “lo que en el Concilio Vaticano II (cfr. Const. Gaudium et spes, 50)[2] y, seguidamente, en la Encíclica “Humanae Vitae” es propuesto y, en particular, que el amor conyugal debe ser plenamente humano y abierto a la vida” (Humanae vitae 11 y cfr. nn. 9 y 12) (Prop. 22)[3].
Dicho testimonio fue recogido posteriormente por mí mismo en la Exhortación post-sinodal “Familiaris Consortio”, proponiendo de nuevo, en el más amplio contexto de la vocación y de la misión de la familia, la perspectiva antropológica y moral de la “Humanae Vitae”, como también la consiguiente norma ética que se debe deducir de ella para la vida de los esposos.
[2]. [1965 12 07c/50].
[3]. [1968 07 25/11, 9 y 12].
1988 11 12 0003
3. No se trata, en efecto, de una doctrina inventada por el hombre. Ha sido inscrita por la mano creadora de Dios en la misma naturaleza de la persona humana y ha sido confirmada por Él en la Revelación. Someterla a discusión, por tanto, equivale a negar a Dios mismo la obediencia de nuestra inteligencia. Equivale a preferir la luz de nuestra razón a la luz de la divina Sabiduría, cayendo así en la oscuridad del error y terminando por atacar otros puntos fundamentales de la doctrina cristiana.
Es necesario, al respecto, recordar que el conjunto de las verdades confiadas al ministerio de la predicación de la Iglesia constituye un todo unitario, casi una especie de sinfonía, en la cual toda verdad se integra armoniosamente con las demás. Los veinte años transcurridos han demostrado, por el contrario, esta íntima consonancia: la vacilación o la duda sobre la norma moral enseñada en la “Humanae Vitae” han implicado también otras fundamentales verdades de razón y de fe. Sé que este hecho ha sido objeto de atenta consideración durante vuestro Congreso y sobre él querría atraer ahora vuestra atención.
1988 11 12 0004
4. Como enseña el Concilio Vaticano II, “en lo más profundo de su conciencia descubre el hombre la existencia de una ley, que él no se dicta a sí mismo, pero a la cual debe obedecer... Porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana y por la cual será juzgado personalmente” (Const. Gaudium et spes, 16).
Durante estos años, como consecuencia de la contestación de la “Humanae Vitae”, ha sido cuestionada la misma doctrina cristiana de la conciencia moral, aceptando la idea de conciencia crea dora de la norma moral. De esta forma ha sido radicalmente roto aquel vínculo de obediencia a la santa voluntad del Creador en lo que consiste la misma dignidad del hombre. La conciencia, en efecto, es el “lugar” en el que el hombre es iluminado por una luz que no le llega de su razón creada y siempre falible, sino de la Sabiduría misma del Verbo, en el que todo ha sido creado. “La conciencia –sigue escribiendo admirablemente el Vaticano II– es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla” (ibid.).
De esto surgen algunas consecuencias, que vale la pena subrayar.
Dado que el Magisterio de la Iglesia ha sido instituido por Cristo-Señor para iluminar la conciencia, referirse a esta conciencia precisamente para contestar la verdad de todo cuanto es enseñado por el Magisterio implica el rechazo de la concepción católica tanto de Magisterio como de conciencia moral. Hablar de dignidad intangible de la conciencia sin ulteriores especificaciones expone al riesgo de graves errores. Muy distinta es, en efecto, la situación en la que se debate la persona que, después de haber puesto en marcha todos los medios a su disposición en la búsqueda de la verdad, incurre en errores y aquella otra de quien, o por mera aquiescencia a la opinión de la mayoría con frecuencia intencionalmente creada por los poderes del mundo, o por negligencia, se ocupa poco de descubrir la verdad.
Es la limpia enseñanza del Vaticano II la que nos lo recuerda: “No rara vez, sin embargo, ocurre que yerre la conciencia por ignorancia invencible, sin que ello suponga la pérdida de su dignidad. Cosa que no puede afirmarse cuando el hombre se despreocupa de buscar la verdad y el bien, y la conciencia se va progresivamente entenebreciendo por el hábito del pecado” (ibid).
Entre los medios que el amor redentor de Cristo ha predispuesto a fin de evitar este peligro de error se sitúa el Magisterio de la Iglesia: en su nombre, ésta posee una verdadera y propia autoridad de enseñanza. No se puede, por tanto, decir que un fiel ha puesto en marcha una diligente investigación si no tiene en cuenta lo que el Magisterio enseña; si, equiparándolo a cualquier otra fuente de conocimiento, él se constituye en su juez, si, en la duda, sigue más bien la propia opinión o la opinión de teólogos, prefiriéndola a la enseñanza cierta del Magisterio.
El seguir hablando, en esta situación, de dignidad de la conciencia sin añadir nada más, no responde a lo que es enseñado por el Vaticano II y por toda la Tradición de la Iglesia.
1988 11 12 0005
5. Estrechamente vinculado con el tema de la conciencia moral está el tema de la fuerza vinculante propia de la norma moral, enseñada por la “Humanae Vitae”.
Pablo VI, calificando el acto contraceptivo como intrínsecamente ilícito, ha pretendido enseñar que la norma moral es tal que no admite excepciones: ninguna circunstancia personal o social ha podido jamás, puede y podrá hacer en sí mismo ordenado un semejante acto. La existencia de normas particulares en orden a la actuación intra-mundana del hombre, dotadas de una tal fuerza obligatoria hasta excluir siempre y generalmente la posibilidad de excepciones, es una enseñanza constante de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia que no puede ser cuestionada por el teólogo católico.
Se aborda aquí un punto central de la doctrina cristiana concerniente a Dios y al hombre. Bien considerado lo que se cuestiona, al rechazar aquella enseñanza, es la idea misma de la Santidad de Dios. Predestinándonos a ser santos e inmaculados en su presencia, Él nos ha creado “en Cristo Jesús para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó... para que en ella anduviésemos” (Efes 2, 10): aquellas normas morales son sencillamente la exigencia, de la cual ninguna circunstancia histórica puede dispensar, de la Santidad de Dios que se participa en concreto, no ya en abstracto, por cada una de las personas humanas.
No por sí sola, pero aquella negación desvirtúa la Cruz de Cristo (cfr. 1 Cor 1, 17). Al encarnarse, el Verbo ha entrado plenamente en nuestra cotidiana existencia, que se articula en actos humanos concretos; muriendo por nuestros pecados, Él nos ha recreado en la santidad original, que debe expresarse en nuestra cotidiana actividad intra-mundana.
Y más aún: aquella negación implica, como lógica consecuencia, que no existe alguna verdad del hombre sustraída al flujo del devenir histórico. La banalización del misterio de Dios, como siempre, termina en la banalización del misterio del hombre, y el no reconocimiento de los derechos de Dios, como siempre, termina en la negación de la dignidad del hombre.
1988 11 12 0006
6. El Señor nos permite celebrar este aniversario para que cada uno se examine a sí mismo delante de Él, a fin de comprometerse en el futuro –de acuerdo con la propia responsabilidad eclesial–, a defender y a profundizar la verdad ética enseñada en la “Humanae Vitae”.
La responsabilidad que pesa sobre vosotros en este campo, queridos profesores de Teología moral, es grande. ¿Quién puede medir la influencia que vuestra enseñanza ejerce tanto en la formación de la conciencia de los fieles, como en la formación de los futuros pastores de la Iglesia? A lo largo de estos veinte años no han faltado, por desgracia, por parte de un cierto número de maestros, formas de abierta discrepancia respecto a todo lo que ha enseñado Pablo VI en su Encíclica.
Esta celebración aniversaria puede ofrecer el punto de partida para un valiente replanteamiento de las razones que han llevado a aquellos estudiosos a adoptar tales posiciones. Entonces se descubrirá, probablemente, que en la raíz de la “oposición” a la “Humanae Vitae” existe una errónea o, al menos, una insuficiente comprensión de los fundamentos mismos sobre los que se apoya la Teología moral.
La aceptación acrítica de los postulados propios de algunas orientaciones filosóficas y la “utilización” unilateral de los datos ofrecidos por la ciencia puede haber conducido al margen del camino, a pesar de las buenas intenciones, a algunos intérpretes del Documento pontificio. Es necesario, por parte de todos, un esfuerzo generoso para clarificar mejor los principios fundamentales de la Teología moral, teniendo cuidado, como ha recomendado el Concilio, de conseguir, ciertamente, que “su exposición científica, principalmente fundada en la Sagrada Escritura, ilustre la excelencia de la vocación de los fieles en Cristo, y su obligación de producir frutos en la caridad para la vida del mundo” (Decr. Optatam totius, 16).
1988 11 12 0007
7. En este compromiso un considerable impulso puede venir del Pontificio Instituto para estudios sobre Matrimonio y Familia, cuya finalidad es, justamente, “clarificar cada vez más con método científico la verdad del matrimonio y de la familia” y ofrecer la posibilidad a laicos, religiosos y sacerdotes de “conseguir en este ámbito una formación científica tanto filosófico- teológica como en las ciencias humanas”, que los haga idóneos para actuar de forma eficaz al servicio de la pastoral familiar (cfr. Const. Ap. Magnum matrimonii, 3).
Si se quiere, no obstante, que la problemática moral inherente a la “Humanae Vitae” y a la “Familiaris Consortio” encuentre su justo lugar en aquel importante sector del trabajo y de la misión de la Iglesia que es la pastoral familiar y suscite la respuesta responsable de los mismos laicos como protagonistas de una acción eclesial que les afecta tan de cerca, es necesario que Instituciones como ésta se multipliquen en los diversos países: solamente así será posible conseguir que progrese la profundización doctrinal de la verdad y predisponer la iniciativa de orden pastoral de forma adecuada a las exigencias emergentes en los diversos ámbitos culturales y humanos.
Sobre todo, es necesario que la enseñanza de la Teología moral en los seminarios y en los Institutos de formación sea conforme a las orientaciones del Magisterio, a fin de que de ellos salgan ministros de Dios, los cuales “hablan un mismo lenguaje” (Enc. Humanae vitae, 28)[5], “en nada minimizando la saludable doctrina de Cristo” (ibid 29)[6]. Es aquí cuestionado el sentido de responsabilidad de los maestros, los cuales deben ser los primeros en dar a sus alumnos el ejemplo de “una leal obediencia interna y externa al magisterio de la Iglesia” (ibid 28)[7].
[5]. [1968 07 25/28].
[6]. [1968 07 25/29].
[7]. [1968 07 25/28].
1988 11 12 0008
8. Al ver a tantos jóvenes estudiantes –sacerdotes y no sacerdotes– presentes en esta reunión, quiero concluir dirigiendo también a ellos un saludo particular.
Uno de los profundos conocedores del corazón humano, San Agustín, escribió: “Ésta es nuestra libertad, la sumisión a esta verdad” (De Libero arbitrio, 2, 13, 37). Buscad siempre la verdad; honrad la verdad abierta; obedeced a la verdad. No existe alegría al margen de esta búsqueda, de esta veneración, de esta obediencia.
En esta admirable aventura de vuestro espíritu, la Iglesia no constituye obstáculo para vosotros: al contrario, os sirve de ayuda. Alejándoos de su magisterio, os expondréis a la vanidad del error y a la esclavitud de las opiniones: aparentemente fuertes, pero en realidad frágiles, porque solamente la verdad del Señor permanece para siempre.
Al invocar la divina asistencia sobre vuestro trabajo de buscadores de la verdad y de apóstoles, imparto a todos de corazón mi Bendición.
[E 49 (1989), 26-28]
1988 11 12 0001
1. [...] Il tema che vi ha impegnato in questi giorni, cari Fratelli, stimolando la vostra appronfondita riflessione, è stata l’Enciclica Humanae vitae con la complessa rete di problemi che ad essa si ricollegano.
Come sapete, nei giorni scorsi si è svolto un convegno, a cura del Pontificio Consiglio per la Famiglia, al quale hanno preso parte, in rappresentanza delle Conferenze Episcopali di tutto il mondo, i Vescovi responsabili, della pastorale familiare nelle rispettive Nazioni. Questa non casuale coincidenza mi offre subito l’opportunità di sottolineare l’importanza della collaborazione tra i Pastori e i teologi e, più in generale, tra i Pastori e il mondo della scienza, al fine di assicurare un sostegno efficace e adeguato agli sposi impegnati a realizzare nella loro vita il progetto divino sul matrimonio.
È a tutti noto l’esplicito invito che nell’Enciclica Humanae vitae è rivolto agli uomini di scienza, e in special modo agli scienziati cattolici, perchè mediante i loro studi contribuiscano a chiarire sempre più a fondo le diverse condizioni che favoriscono una onesta regolazione della procreazione umana (cfr. n. 24)[1]. Tale invito ho rinnovato anch’io in diverse circostanze, giacchè sono convinto che l’impegno interdisciplinare sia indispensabile per un approccio adeguato alla complessa problematica che attiene a questo delicato settore.
[1]. [1968 07 25/24].
1988 11 12 0002
2. La seconda opportunità, che mi si offre, è di dare atto dei confortanti risultati già raggiunti ai molti studiosi che, nel corso di questi anni, hanno fatto progredire la ricerca in questa materia. Grazie anche al loro apporto è stato possibile mettere in luce la ricchezza di verità, ed anzi il valore illuminante e quasi profetico, dell’Enciclica paolina, verso la quale volgono l’attenzione con crescente interesse persone delle più diverse estrazioni culturali.
Accenni di ripensamento è possibile cogliere anche in quei settori del mondo cattolico, che furono inizialmente un po’critici nei confronti dell’importante Documento. Il progresso nella riflessione biblica e antropologica ha consentito, infatti, di meglio chiarirne presupposti e significati.
In particolare, deve essere ricordata la testimonianza offerta dai Vescovi nel Sinodo del 1980: essi “nell’unità della fede col Successore di Pietro” scrivevano di tenere fermamente “ciò che nel Concilio Vaticano II (cfr. Cost. Gaudium et spes, 50)[2] e, in seguito, nell’Enciclica Humanae vitae viene proposto e, in particolare, che l’amore coniugale deve essere pienamente umano, esclusivo e aperto alla vita” (Humanae vitae n. 11 e cfr. nn. 9 e 12)[3] (Prop 22).
Tale testimonianza raccolsi poi io stesso nell’Esortazione postsinodale Familiaris consortio, riproponendo, nel più ampio contesto della vocazione e della missione della famiglia, la prospettiva antropologica e morale della Humanae vitae, nonchè la conseguente norma etica che se ne deve trarre per la vita degli sposi.
[2]. [1965 12 07c/50].
[3]. [1968 07 25/11, 9 y 12].
1988 11 12 0003
3. Non si tratta, infatti, di una dottrina inventata dall’uomo: essa è stata inscritta dalla mano creatrice di Dio nella stessa natura della persona umana ed è stata da lui confermata nella Rivelazione. Metterla in discussione, pertanto, equivale a rifiutare a Dio stesso l’obbedienza della nostra intelligenza. Equivale a preferire il lume della nostra ragione alla luce della divina Sapienza, cadendo così nell’oscurità dell’errore e finendo per intaccare altri fondamentali capisaldi della dottrina cristiana.
Bisogna al riguardo ricordare che l’insieme delle verità, affidate al ministero della predicazione della Chiesa, costituisce un tutto unitario, quasi una sorta di sinfonia, nella quale ogni verità si integra armoniosamente con le altre. I venti anni trascorsi hanno dimostrato, a contrario, quest’intima consonanza: l’esitazione o il dubbio circa la norma morale, insegnata nella Humanae vitae, ha coinvolto anche altre fondamentali verità di ragione e di fede. So che questo fatto è stato oggetto di attenta considerazione durante il vostro Congresso, e su di esso vorrei ora attirare la vostra attenzione.
1988 11 12 0004
4. Come insegna il Concilio Vaticano II, “in imo conscientiae legem homo detegit, quam ipse sibi non dat, sed cui oboedire debet... Nam homo legem in corde suo a Deo inscriptam habet, cui parere ipsa dignitas eius est et secundum quam ipse iudicabitur” (Cost. Gaudium et spes, 16).
Durante questi anni, a seguito della contestazione della Humanae vitae, è stata messa in discussione la stessa dottrina cristiana della coscienza morale, accettando l’idea di coscienza creatrice della norma morale. In tal modo è stato radicalmente spezzato quel vincolo di obbedienza alla santa volontà del Creatore, in cui consiste la stessa dignità dell’uomo. La coscienza, infatti, è il “luogo” in cui l’uomo viene illuminato da una luce che non gli deriva dalla sua ragione creata e sempre fallibile, ma dalla Sapienza stessa del Verbo, nel quale tutto è stato creato. “Coscientia –scrive ancora mirabilmente il Vaticano II– est nucleus secretissimus atque sacrarium hominis, in quo solus est cum Deo, cuius vox resonat in intimo eius” (ibid).
Da ciò scaturiscono alcune conseguenze, che mette conto di sottolineare.
Poichè il Magistero della Chiesa è stato istituito da Cristo Signore per illuminare la coscienza, richiamarsi a questa coscienza precisamente per contestare la verità di quanto è insegnato dal Magistero comporta il rifiuto della concezione cattolica sia di Magistero che di coscienza morale. Parlare di dignità intangibile della coscienza senza ulteriori specificazioni, espone al rischio di gravi errori. Ben diversa, infatti, è la situazione in cui versa la persona che, dopo aver messo in atto tutti i mezzi a sua disposizione nella ricerca della verità, incorre in errore e quella invece di chi, o per mera acquiescenza alla opinione della maggioranza spesso intenzionalmente creata dai poteri del mondo, o per negligenza, poco si cura di scoprire la verità. È il limpido insegnamento del Vaticano II a ricordarcelo: “Non raro tamen evenit ex ignorantia invincibili conscientiam errare, quin inde suam dignitatem amittat. Quod autem dici nequit cum homo de vero et bono inquirendo parum curat, et conscientia ex peccati consuetudine paulatim fere obcae catur” (ibid).
Tra i mezzi che l’amore redentivo di Cristo ha predisposto al fine di evitare questo pericolo di errore, si colloca il Magistero della Chiesa: in suo nome, esso possiede una vera e propria autorità di insegnamento. Non si può, pertanto, dire che un fedele ha messo in atto una diligente ricerca del vero, se non tiene conto di ciò che il Magistero insegna; se, equiparandolo a qualsiasi altra fonte di conoscenza, egli se ne costituisce giudice; se, nel dubbio, insegue piuttosto la propria opinione o quella di teologi, preferendola all’insegnamento certo del Magistero.
Il parlare ancora, in questa situazione, di dignità della coscienza senza aggiungere altro, non risponde a quanto è insegnato dal Vaticano II e da tutta la Tradizione della Chiesa.
1988 11 12 0005
5. Strettamente connesso col tema della coscienza morale è il tema della forza vincolante propria della norma morale, insegnata dalla Humanae vitae.
Paolo VI, qualificando l’atto contraccettivo come intrinsecamente illecito, ha inteso insegnare che la norma morale è tale da non ammettere eccezioni: nessuna circostanza personale o sociale ha mai potuto, può e potrà rendere in se stesso ordinato un tale atto. L’esistenza di norme particolari in ordine all’agire intra-mondano dell’uomo, dotate di una tale forza obbligante da escludere sempre e comunque la possibilità di eccezioni, è un insegnamento costante della Tradizione e del Magistero della Chiesa che non può essere messo in discussione dal teologo cattolico.
Si tocca qui un punto centrale della dottrina cristiana riguardante Dio e l’uomo. A ben guardare ciò che è messo in questione, rifiutando quell’insegnamento, è l’idea stessa della Santità di Dio. Predestinandoci ad essere santi e immacolati al suo cospetto, Egli ci ha creati “in Christo Iesu in operibus bonis, quae preparavit..., ut in illis ambulemus” (Eph 2, 10): quelle norme morali sono semplicemente l’esigenza, dalla quale nessuna circostanza storica può dispensare, della Santità di Dio che si partecipa in concreto, non già in astratto, alla singola persona umana.
Non solo, ma quella negazione rende vana la Croce di Cristo (cfr. 1 Cor 1, 17). Incardinandosi, il Verbo è entrato pienamente nella nostra quotidiana esistenza, che si articola in atti umani concreti; morendo per i nostri peccati, Egli ci ha ri-creati nella santità originaria, che deve esprimersi nella nostra quotidiana attività intra-mondana.
Ed ancora: quella negazione implica, come logica conseguenza, che non esiste alcuna verità dell’uomo sottratta al flusso del divenire storico. La vanificazione del Mistero di Dio, come sempre, finisce nella vanificazione del mistero dell’uomo, ed il non riconoscimento dei diritti di Dio, come sempre, finisce nella negazione della dignità dell’uomo.
1988 11 12 0006
6. Il Signore ci dona di celebrare questo anniversario perchè ciascuno esamini se stesso davanti a Lui, al fine di impegnarsi in futuro –secondo la propria responsabilità ecclesiale– a difendere e ad approfondire la verità etica insegnata nell’Humanae vitae.
La responsabilità che grava su di voi in questo campo, cari docenti di Teologia morale, è grande. Chi può misurare l’influsso che il vostro insegnamento esercita sia nella formazione della coscienza dei fedeli sia nella formazione dei futuri pastori della Chiesa? Nel corso di questi venti anni non sono, purtroppo, mancate da parte di un certo numero di docenti forme di aperto dissenso nei confronti di quanto ha insegnato Paolo VI nella sua Enciclica.
Questa ricorrenza anniversaria può offrire lo spunto per un coraggioso ripensamento delle ragioni che hanno portato quegli studiosi ad assumere tali posizioni. Allora si scoprirà probabilmente che alla radice dell’“opposizione” all’Humanae vitae c’è un’erronea o, almeno, un’insufficiente comprensione dei fondamenti stessi su cui poggia la Teologia morale. L’accettazione acritica dei postulati propri di alcuni orientamenti filosofici e l’“utilizzazione” unilaterale dei dati offerti dalla scienza possono aver condotto fuori strada, nonostante le buone intenzioni, alcuni interpreti del Documento pontificio. È necessario da parte di tutti uno sforzo generoso per meglio chiarire i principi fondamentali della Teologia morale, avendo cura –come ha raccomandato il Concilio– di far sì che “la sua esposizione scientifica, maggiormente fondata sulla Sacra Scrittura, illustri l’altezza della vocazione dei fedeli in Cristo e il loro obbligo di apportare frutto nella carità per la vita del mondo” (Decr. Optatam totius, 16).
1988 11 12 0007
7. In questo impegno un notevole impulso può venire dal Pontificio Istituto per studi su Matrimonio e Famiglia, il cui scopo è appunto di mettere “sempre più in luce con metodo scientifico la verità del matrimonio e della famiglia” e di offrire la possibilità a laici, religiosi e sacerdoti di “conseguire in questo ambito una formazione scientifica sia filosofico-teologica sia nelle scienze umane”, che li renda idonei ad operare in modo efficace a servizio della pastorale familiare (cfr. Cost. Ap. Magnum matrimonii, 3).
Se si vuole tuttavia che la problematica morale connessa con la Humanae vitae e con la Familiaris consortio trovi il suo giusto posto in quell’importante settore del lavoro e della missione della Chiesa che è la pastorale familiare e susciti la risposta responsabile degli stessi laici quali protagonisti di un’azione ecclesiale che li riguarda tanto da vicino, è necessario che Istituti come questo si moltiplichino nei vari Paesi: solo così sarà possibile far progredire l’approfondimento dottrinale della verità e predisporre le iniziative di ordine pastorale in modo adeguato alle esigenze emergenti nei diversi ambienti culturali ed umani.
Soprattutto occorre che l’insegnamento della Teologia morale nei Seminari e negli Istituti di formazione sia conforme alle direttive del Magistero, così che da essi escano ministri di Dio, i quali “parlino uno stesso linguaggio” (Enc. Humanae vitae, 28)[5], non sminuendo “in nulla la salutare dottrina di Cristo” (ibid 29)[6]. È qui chiamato in causa il senso di responsabilità dei docenti, i quali devono essere i primi a dare ai loro alunni lo esempio di “un leale ossequio interno ed esterno, al magistero della Chiesa” (ibid 28)[7].
[5]. [1968 07 25/28].
[6]. [1968 07 25/29].
[7]. [1968 07 25/28].
1988 11 12 0008
8. Vedendo tanti giovani studenti –sacerdoti e non– presenti a questo incontro, voglio concludere rivolgendo anche a loro un particolare saluto.
Uno dei profondi conoscitori del cuore umano, Sant’Agostino, scrisse: “Haec est libertas nostra, cum isti subdimur veritati” (De Libero arbitrio, 2, 13, 37). Cercate sempre la verità: venerate la verità scoperta; ubbidite alla verità. Non c’è gioia al di fuori di questa ricerca, di questa venerazione, di questa ubbidienza.
In tale mirabile avventura del vostro spirito, la Chiesa non vi è di ostacolo: al contrario, vi è di aiuto. Allontanandovi dal suo Magistero, vi esporrete alla vanità dell’errore e alla schiavitù delle opinioni: apparentemente forti, ma in realtà fragili, poichè solo la Verità del Signore rimane in eterno.
Nell’invocare la divina assistenza sulla vostra nobile fatica di ricercatori della verità e di suoi apostoli, imparto a tutti di cuore la mia Benedizione.
[OR, 13-XI-1988, 4]