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Magisterio sobre amor, matrimonio y familia <br /> <b>Warning</b>: Undefined variable $titulo in <b>/var/www/vhosts/enchiridionfamiliae.com/httpdocs/cabecera.php</b> on line <b>29</b><br />
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[1358] • JUAN PABLO II (1978-2005) • RESPONSABILIDAD MISIONERA DE LA FAMILIA

Del Discurso Rivolgo un saluto, a las familias de los misioneros italianos,  11 marzo 1989

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2. La misión es un desafío con el que la Iglesia debe enfrentarse constantemente si quiere mantenerse fiel al mandato que el Señor le ha confiado.

Este desafío se hace todavía más urgente hoy en día, ya sea por el número creciente de grupos humanos que tienen necesidad de recobrar sus raíces cristianas, ya sea por la progresiva expansión de pueblos y culturas que no conocen a Cristo. Y es particularmente la misión ad gentes la que le plantea a la Iglesia problemas urgentes y difíciles debido a la amplitud de los campos de acción y a la complejidad de las situaciones. Por esto la época de los misioneros no se ha concluido. Al contrario, resulta necesario reforzar y enriquecer las diversas expresiones de “misionariedad” que han surgido en estos años, volverles a dar fuerza e incremento. “La mies es mucha y los obreros pocos” (Mt 9, 37): en nuestra época, más que en el pasado, la divergencia entre las exigencias de la misión y la disponibilidad de energías se ha acentuado todavía más. Por ello, es indispensable renovar una decidida promoción de vocaciones que se consagren completamente al compromiso misionero, de diversas formas.

Este anhelado florecimiento de vocaciones queda vinculado particularmente a la vitalidad y disponibilidad de la familia cristiana: ella está llamada en primer lugar a comprender y a vivir la nobleza exigente de participar con responsabilidad en la tarea evangelizadora de la Iglesia. La familia cristiana ha de sentirse “sujeto misionero” a pleno título, tanto mediante el compromiso en el contexto histórico en que vive, como mediante la donación de alguno de los “suyos” a la causa de la misión universal. En cuanto “Iglesia doméstica”, tiene que ser consciente de que los valores de fe no son un patrimonio que se tenga que gozar dentro de su ámbito, que constituyen un don que hay que participar y comunicar con todos los hombres. “Las familias cristianas dan una contribución particular a la causa misionera de la Iglesia, cultivando la vocación misionera en sus propios hijos e hijas y, de manera más general, con una obra educadora que prepare a sus hijos, desde la juventud, “para conocer el amor de Dios hacia todos los hombres” (Familiaris consortio, 54: L’Osservatore Romano, Edición en lengua española, 20 de diciembre, 1981, p. 5).

Modelo ideal al que hay que referirse en este compromiso es la Familia de Nazaret, porque, más que otra cualquiera, supo vivir la plena disponibilidad al plan divino de salvación, realizada en la misión de Cristo.

En la presentación en el templo, María y José lo ofrecen a Dios como “propiedad suya”, dispuestos a acoger los misteriosos designios que el Omnipotente tiene sobre Él. Con la misma fe y disponibilidad ellos aceptan la “opción” de Jesucristo a los doce años, con ocasión de la peregrinación a Jerusalén: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49).

Durante la vida pública, María acompaña con su presencia discreta y respetuosa la misión del Hijo, acepta sus consecuencias, hasta compartir de lleno el martirio al pie de la cruz, “sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio” (Lumen gentium, 58).

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3. Pero para que esta vocación misionera pueda desarrollarse y realizarse auténticamente, requiere de los padres la fe de acogerla, el valor de favorecer y el sacrificio de acompañarla a través de todo el camino, hasta aceptar, si llega el caso, la dramática prueba del martirio. La experiencia del martirio es el testimonio más grande que hoy, como ayer, la “misión” ofrece y es la confirmación más creíble de su autenticidad. A esta experiencia han sido llamados, últimamente, también muchos misioneros, hijos vuestros o hermanos o parientes: ello os ha provocado terribles sufrimientos, pero al mismo tiempo os ha introducido en el corazón de la misión y os ha permitido de esta manera asociaros al amor redentor de Cristo que salva a los hombres. El ejemplo de entrega que vuestras familias brindan no lo puede ignorar la comunidad eclesial, antes al contrario, debe convertirse en estímulo para que sepa ofrecer generosamente esos hijos que el Espíritu Santo quiere reservarse para la misión universal.

La comunidad cristiana esté, pues, dispuesta a considerar como don y gracia estas “llamadas”, con la seguridad de que no la empobrecen o le quitan fuerzas para su pastoral, sino que constituyen la señal más elocuente de su vitalidad. En efecto, la madurez cristiana de una Iglesia se mide por su capacidad de dar vocaciones para la misión.

Queridos familiares: Al impartir la Bendición Apostólica deseo confiaros a vosotros y a vuestros misioneros a la materna solicitud de María. Os conceda Ella, que sirvió totalmente a la misión de su Hijo, el consuelo de su benevolencia.

[OR (e. c.), 23.IV.1989, 10]