[1373] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL LUGAR ESENCIAL DE LA FAMILIA EN LA SOCIEDAD
De la Homilía en la Misa en Port Louis (Isla Mauricio), 14 octubre 1989
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5. Porque quien escucha las palabras de Cristo y construye la propia vida poniéndola en práctica, construye su casa sobre la roca. Esto se refiere, de forma particular, a la delicada y vital construcción que es el matrimonio, santificado por el amor de Cristo, es un gran sacramento en la Iglesia.
Ya los jóvenes esposos del Libro de Tobías nos dan un ejemplo de construcción sobre la roca, sobre los sólidos fundamentos de la Palabra de Dios. Hemos escuchado, en esta liturgia, la oración de Tobías y de Sara, que es una magnífica introducción a su vida de matrimonio:
“Bendito eres, Dios de nuestros padres... Bendígante los cielos y todas las criaturas por los siglos... Tú hiciste a Adán y le diste por ayuda y auxilio a Eva... Ahora, pues, no llevado de la pasión sexual sino con rectitud de intención, recibí a esta mi hermana por mujer. Ten piedad de mí y de ella y concédenos llegar juntos a nuestra ancianidad” (Tob 8, 7-10).
Tobías y Sara saben que han recibido su vida de Dios y de sus padres. A través de su unión, continúan la obra de la vida. El proyecto de su hogar sintoniza con la voluntad del Creador: “Él ha creado al hombre y a la mujer para que sean un solo cuerpo” (cfr. Gn 2, 24; Mt 19, 6).
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6. Los cristianos han trabajado mucho para sostener la familia en toda la sociedad de Mauricio. Vuestra diócesis ha elegido proponer como tema, durante mi visita pastoral, una reflexión muy amplia sobre la familia. Estoy feliz por ello, porque “frente a los traumas de la modernidad”, es más necesario que nunca fundar la familia sobre la roca”. Era ya una preocupación esencial del Padre Luval que llevó a muchas parejas al matrimonio sacramental; y le gustaba confiar a las familias la animación de la catequesis, de la oración y de la mutua asistencia en las numerosas capillas.
La gracia del matrimonio para la solidez del hogar es el don magnífico del amor que viene de lo más profundo de la vida misma de Dios: La capacidad de amar, de darse el uno al otro, de permanecer fieles a una unión en la que se ha consentido libremente. Existe la fragilidad humana, es verdad, pero la fidelidad de Dios le pone remedio. Acordaos de la palabra de Dios que acabamos de escuchar: “Si fuéramos infieles, el Señor permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo” (cfr. 2 Tm 2, 13). Vosotros, los esposos que me escucháis, estáis llamados a conocer la alegría cada vez más bella que proporciona la fidelidad en el amor. Y vosotros que habéis sido heridos por el silencio del amor, de la lejanía de vuestro cónyuge, sabed que no estáis abandonados por el Señor, podéis contar con su fidelidad, y también con el amistoso apoyo de vuestros hermanos y hermanas.
Cuando se construye sobre la roca de un amor fiel, la personalidad de cada uno florece gracias a la generosidad cotidiana de la entrega de sí mismos y del respeto del otro. Y poner en común los dones recibidos lleva a la pareja, a su vez, a engendrar una nueva vida. Ésta asume, de forma responsable, la paternidad y la maternidad, preocupándose, en primer lugar, de la vida del niño, respetado y amado por sí mismo desde su concepción, con las esperanzas y las promesas que él trae.
Vuestro obispo os ha recordado en una Carta pastoral la enseñanza moral de la Iglesia. Yo os aliento a comprenderla cada vez mejor, porque sus exigencias no tienen otra finalidad que ayudar a los hombres y a las mujeres a conducir su vida familiar respetándose mutuamente. Como el joven Tobías, ellos no buscan, en primer lugar, “satisfacer sus pasiones” (cfr. Tb 8, 9), sino fundar su familia de acuerdo con la voluntad de Dios.
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7. Jamás se debe olvidar que las familias sanas y felices constituyen la base de la vida social. Ellas no solamente traen al mundo miembros de la sociedad, sino que garantizan también a cada uno la justa educación y le permiten encontrar su equilibrio. El éxito de la familia es importante para el éxito de toda la sociedad. Y la sociedad, por su parte, debe tener en cuenta la vida de las familias y permitirles desempeñar su verdadero papel.
Pienso, en primer lugar, en la educación de los jóvenes; la familia es la primera responsable de ello, pero también tiene necesidad de la institución escolar. Por ello, está bien que los padres estén plenamente de acuerdo con los educadores sobre los valores esenciales que desean transmitir a sus hijos. A este propósito, quiero expresar mi estima a la escuela católica y espero que continuará beneficiándose del apoyo que los poderes públicos le prestan, y que al mismo tiempo, le sea garantizada la libertad en la inspiración de su proyecto de educación.
Los jóvenes experimentan la necesidad de ser comprendidos y apoyados en la familia; desean vencer los obstáculos que perjudican un diálogo confiado con sus padres. Ellos me lo han comunicado por escrito, por lo que hablaré nuevamente con ellos de este tema. Querría simplemente subrayar aquí que lo primero de todo en sus familias es que los jóvenes pueden encontrar un sentido a su vida. Luchad contra la desesperación de algunos, contra la huida en la droga, contra los graves daños de la inmoralidad; estas preocupaciones afectan a toda la sociedad, pero, en primer lugar, a los padres. Sería necesario hacer todo lo posible para que los compromisos de trabajo y el tiempo libre jamás impidiesen a una madre y a un padre estar disponible para sus hijos y compartir con ellos lo más precioso que tienen: su fe, su rectitud, y su esperanza.
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8. Queridos hermanos y hermanas, he recordado solamente algunas obligaciones de las familias y su puesto esencial en la sociedad. Me siento feliz al saber que, entre vosotros, el alto concepto moral familiar defendido por la Iglesia es reconocido y adoptado por muchas personas pertenecientes a otras tradiciones espirituales. Quiero estimular las iniciativas pastorales de la “Acción familiar”, y de otros movimientos que, desde hace más de veinticinco años, trabajan aquí por el bien de todos.
Y querría también expresar la gratitud de la Iglesia en relación con los esposos y con los padres. Su esplendor, su fidelidad cotidiana, su apertura a los demás son indispensables para la vida de la Iglesia. Una familia cristiana es la Iglesia en la casa; las familias reunidas forman comunidades vivas y toman parte activa en la misión de transmitir la fe, de llamar a la vida fraterna en la paz, de anunciar el amor salvífico de Cristo.
[E 49 (1989),1653-1655]
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5. Car celui qui écoute les paroles du Christ et construit sa propre vie en les mettant en pratique, celui-là bâtit sa maison sur le roc. Cela se rapporte en particulier à la construction délicate et vitale qu’est le mariage: sanctifié par l’amour du Christ, c’est un grand sacrement dans l’Église.
Déjà les jeunes époux du Livre de Tobie nous donnent un exemple de construction sur le roc, sur la fondation solide de la Parole de Dieu. Nous avons écouté, dans cette liturgie, la prière de Tobie et de Sara, qui est une admirable introduction à leur vie de couple:
“Seigneur, Dieu de nos pères, que le ciel et la terre te bénissent... C’est toi qui as façonné Adam avec la glaise du sol, et qui lui as donné Eve pour l’aider... si j’épouse cette fille d’Israël, ce n’est pas pour satisfaire mes passions, mais seulement par désir de fonder une famille qui bénira ton nom dans la suite des siècles”. Et Sara, qui implore l’aide miséricordieuse de Dieu, demande à son tour: “Puissions-nous vivre heureux jusqu’à notre vieillesse tous les deux ensemble” (9).
Tobie et Sara savent qu’ils ont reçu leur vie de Dieu en même temps que de leurs pères. Par leur union, ils continuent l’œuvre de vie. Le projet de leur foyer s’accorde avec la volonté du Créateur: il a créé l’homme et la femme pour qu’ils ne soient plus qu’un (10).
9. Tb. 8,7-10.
10. Cfr. Gen. 2,24; Mt. 19,6.
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6. La famille, les chrétiens ont beaucoup travaillé pour la soutenir dans toute la société mauricienne. Votre diocèse a choisi de proposer comme thème, lors de ma visite pastorale, une réflexion très large sur la famille. J’en suis heureux, car “face aux chocs de la modernité”, il importe plus que jamais de “fonder sa famille sur le roc”. C’était déjà une préoccupation essentielle du Père Laval qui amena de nombreux couples au mariage sacramentel; et il a aimé confier à des familles l’animation de la catéchèse, de la prière et de l’entraide autour de nombreuses chapelles.
La grâce du mariage, pour la solidité du foyer, c’est le don admirable de l’amour qui vient du plus profond de la vie même de Dieu: la capacité d’aimer, de se donner l’un à l’autre, de rester fidèle à une alliance librement consentie. II y a la fragilité humaine, c’est vrai, mais la fidélité de Dieu y répond. Souvenez-vous de la parole de saint Paul, entendue tout à l’heure: “Si nous sommes infidèles, le Seigneur restera fidèle, car il ne peut se renier lui-même (11). Vous les époux qui m’écoutez, vous êtes nombreux à connaître la joie toujours plus belle que donne la fidélité dans l’amour. Et vous qui avez été blessés par le silence de l’amour, par l’éloignement de votre conjoint, sachez que vous n’êtes pas délaissés par le Seigneur, vous pouvez compter sur sa fidélité, et aussi sur le soutien amical de vos frères et sœurs.
Quand on bâtit sur le roc d’un amour fidèle, la personnalité de chacun s’épanouit grâce à la générosité quotidienne du don de soi et du respect de l’autre. Et la mise en commun de tous les dons reçus conduit le couple à donner la vie à son tour. Il assume de manière responsable la paternité et la maternité, soucieux d’abord de la vie de l’enfant, respecté et aimé pour lui-même dès sa conception, avec les espérances et les promesses qu’il porte.
Votre Évêque vous a rappelé par une lettre pastorale l’enseignement moral de l’Église: je vous encourage à le comprendre toujours mieux, car ses exigences n’ont d’autre but que d’aider les hommes et les femmes à mener leur vie de famille en se respectant mutuellement. Comme le jeune Tobie, ils ne cherchent pas d’abord à “satisfaire leurs passions” (12) mais à fonder leur famille selon la volonté de Dieu.
11. Cfr. 2Tm. 2,13.
12. Cfr. Tb. 8, 9.
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7. Il ne faut jamais oublier que des familles saines et heureuses sont à la base de la vie sociale. Non seulement elles donnent naissance aux membres de la société mais elles assurent à chacun sa formation et lui permettent de trouver son équilibre. La réussite des familles est importante pour la réussite de la société tout entière. Et la société, pour sa part, doit tenir compte de la vie des familles et leur permettre de remplir leur vrai rôle.
Je pense d’abord à l’éducation des jeunes: la famille en est la première responsable, mais elle a besoin de l’institution scolaire. Il convient donc que les parents puissent être en plein accord avec les éducateurs sur les valeurs essentielles qu’ils souhaitent transmettre à leurs enfants. À cet égard, je tiens à exprimer mon estime à l’enseignement catholique et j’espère qu’il continuera de bénéficier du soutien que les pouvoirs publics lui accordent, en même temps que lui est garantie la liberté dans l’inspiration de son projet éducatif.
Les jeunes sentent la nécessité d’être compris et soutenus en famille; ils désirent vaincre les obstacles qui nuisent à un dialogue confiant avec leurs parents; ils me l’ont écrit, j’en reparlerai avec eux. Je voudrais simplement souligner ici que c’est d’abord dans leur famille que les jeunes peuvent trouver un sens à leur vie. Lutter contre le désespoir de certains, contre la fuite dans la drogue, contre les dommages graves de l’immoralité, ces préoccupations concernent toute la société, mais en premier lieu aux parents. Il faudrait tout faire pour que les contraintes du travail et l’envahissement des loisirs ne puissent jamais empêcher une mère et un père d’être disponibles à leurs enfants et de partager avec eux ce qu’ils ont de plus précieux, leur foi, leu droiture, leur espérance.
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8. Chers Frères et Sœurs, je viens de rappeler certaines obligations des familles et leur place essentielle dans la société. Je suis heureux de savoir que, chez vous, la haute conception de la morale familiale défendue par l’Église est reconnue et adoptée également par bien des personnes appartenant à d’autres traditions spirituelles. Je tiens à encourager les initiatives pastorales de l’“Action familiale” et d’autres mouvements qui, depuis plus de vingt-cinq années maintenant, œuvrent ici pour le bien de tous.
Et je voudrais aussi dire la gratitude de l’Église à l’égard des époux et des parents: leur rayonnement, leur fidélité quotidienne, leur ouverture aux autres sont indispensables à la vie de l’Église. Une famille chrétienne, c’est l’Église à la maison; les familles réunies forment des communautés vivantes et elles prennent une part active dans la mission de transmettre la foi, d’appeler à la vie fraternelle dans la paix, d’annoncer l’amour sauveur du Christ.
[AAS 82 (1990), 183-186]