[1377] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL TESTIMONIO DE LAS FAMILIAS CRISTIANAS, ESENCIAL PARA LA VIDA DE LA IGLESIA
Discurso Au terme, a la Confederación de las Asociaciones Familiares Católicas de Francia, 3 noviembre 1989
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1. Al término de vuestra peregrinación a Roma, me siento feliz de poder recibiros junto a la tumba de Pedro. Doy gracias al cardenal Decourtray, presidente vuestro, por haberme presentado a las Asociaciones Familiares Católicas de Francia, de las que constituís una importante delegación.
Oración y reflexión han caracterizado vuestras jornadas en esta ciudad en la que, siguiendo a Pedro el primero de los Apóstoles, a Pablo el Apóstol de las naciones, los mártires, los santos y numerosas generaciones de cristianos han trabajado intensamente para construir la Iglesia. En lo que a vosotros concierne, familias cristianas, asumid una conciencia renovada de vuestra vocación y de vuestra misión en la Iglesia y en el mundo.
La enseñanza del último Sínodo de los Obispos ha recapacitado lo que se espera de los fieles laicos. Os habéis ocupado de hacer vuestro el contenido de la exhortación apostólica que ha reflejado el mensaje del Sínodo y os felicito por ello. Era conveniente hacer este alto de meditación, a fin de marchar de nuevo con mayor ardor por vuestros caminos de bautizados, esposos, padres, jóvenes y niños. Familias, vosotras constituís las células fundamentales de la Iglesia. Reconoced vuestra misión y sabed que toda la comunidad eclesial cuenta con vuestra vitalidad y vuestra generosidad.
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2. En vuestra condición de miembros de las Asociaciones Familiares Católicas, el primer testimonio que se espera de vosotros es el de familias que viven su propia vocación de acuerdo con el Evangelio, en sintonía con las orientaciones que imparte la enseñanza de la Iglesia. En este sentido, vuestro presidente acaba de manifestar vuestra adhesión a esta enseñanza que se os presenta a la vez verdadera y próxima a la vuestra. El testimonio de las familias es esencial, responde a la intención profunda de la doctrina moral de la Iglesia que respeta el ser humano, que desea su bien, que le invita a mostrarse fiel a Dios creador.
Es verdad que os veis diariamente enfrentados a la incomprensión o a la contestación de principios éticos y sin embargo fundamentales para la vida y el perfeccionamiento de cada uno en el matrimonio y en la familia. Se llega a prestar poco valor a la fidelidad conyugal e incluso a la institución del matrimonio. Al reivindicar la libertad de aceptar o de rechazar la paternidad y la maternidad, se llega a desviar de su sentido el ejercicio de la responsabilidad de los matrimonios, legítimo seguramente, pero a condición de no ejercer violencia contra la sexualidad humana que es el don de Dios. Se llega también, por desgracia, a no respetar la vida misma del hijo ya concebido, a declararse dueño de su derecho de vivir. En suma, en el mundo moderno, frecuentemente las relaciones interpersonales se reducen a un deseo de posesión, sin una verdadera acogida al otro. Se piensa exaltar la autonomía del hombre y se desconocen las fuentes vivas del amor que radican en Dios y la infinita generosidad con la que Dios hace capaces a quienes se saben amados por Él.
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3. Frente a esto que nos inquieta así, sabéis perfectamente que no basta hablar o advertir. El testimonio más convincente es dado por quienes viven las exigencias evangélicas, que las comprenden íntimamente y encuentran en ellas su perfeccionamiento en una concepción equilibrada de la vida familiar. Bautizados que acogéis en vosotros la presencia del Salvador y la ayuda de su gracia, miembros vivientes de la comunidad eclesial, vosotros podéis proponer el “modelo” cristiano de la familia mucho mejor por el hecho de que vuestra forma de actuar está fundada en la caridad del Cristo Salvador. Para permanecer fieles a los compromisos del matrimonio, los esfuerzos y las renuncias necesarios, realizados en unión con el sacrificio redentor de Cristo y ofrecidos en el sacramento del amor salvador que es la Eucaristía, aparecerán como los frutos de una generosidad consensuada sin rigideces e incluso felizmente.
En un movimiento familiar como el vuestro, se puede hacer mucho por asimilar la enseñanza moral, para darle la expresión sencilla que se desprende de la experiencia, con mayor crédito cuando se ve que las familias se ayudan mutuamente para resolver sus dificultades de todo orden. Que las familias se muestren acogedoras y capaces de estimular los hogares heridos que tienen necesidad de comprensión y de apoyo.
Lo que acabo de evocar, son algunos objetivos de toda pastoral familiar: ayudar a las familias a desarrollarse sanamente y a cumplir sus cometidos en la Iglesia. La primera responsabilidad de esta pastoral corresponde a los pastores de las diócesis y a quienes ellos han delegado. Os animo a continuar una colaboración continuada con ellos, como complementariedad con los movimientos de espiritualidad, con los organismos de formación de jóvenes y de adultos, de preparación al matrimonio, unos y otros trabajando con el mismo objetivo.
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4. Se trata de una tarea sobre la que yo querría insistir porque vosotros tenéis ahí una responsabilidad particular. Pienso en la educación religiosa de los niños y de los jóvenes. El documento postsinodal lo pone de relieve: “Ni que decir tiene que los padres cristianos son los primeros catequistas, indiscutibles, de sus hijos, ya que están capacitados para este cometido por el sacramento del matrimonio” (Christifideles laici, n. 34). Los padres, en primer lugar, realizan esta tarea en el hogar para el despertar religioso de los pequeños. Seguidamente, la parroquia y la institución escolar constituyen un marco esencial para la formación religiosa de los jóvenes. Pero en estas etapas, los padres no pueden permanecer como observadores. Les corresponde apoyar activamente a la escuela católica y también colaborar personalmente en la catequesis, en los establecimientos profesionales como en las capellanías de la enseñanza pública. Todo el mundo es consciente de las dificultades de la tarea y de la necesidad de coordinar los esfuerzos de numerosas buenas voluntades. Es necesario que los padres mantengan una relación constante y profunda con los educadores y que, para quienes tengan posibilidad de ello, jueguen un papel activo, en caso de necesidad, después de haber seguido la formación adecuada propuesta por los responsables diocesanos. No olviden las familias que la catequesis es una misión de la Iglesia, madre que alumbra a sus hijos y a sus hijas en la fe. Y todos los miembros del pueblo de Dios están llamados a participar en el acto de “tradición”, es decir, de transmisión de la revelación recibida a través de Cristo.
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5. Bajo otro punto de vista, vuestras asociaciones familiares desempeñan una función estatutaria importante, la de hacer que se escuche la voz de los cristianos en la sociedad y ante las autoridades a fin de obtener en favor de la familia las condiciones más favorables, sobre el plano jurídico y sobre el plano económico concretamente. A este respecto, recordaré simplemente lo que dice la exhortación postsinodal: “Es urgente desplegar una actividad amplia, profunda y sistemática, sostenida no solamente por la cultura sino también por medios económicos y por instituciones legislativas, con la finalidad de garantizar a la familia su puesto de ‘lugar primero de humanización’ de la persona y de la sociedad” (ibid., n. 40). Estas acciones adquirirán próximamente una dimensión nueva bajo la perspectiva europea; tenéis que pensar en ellas y examinar las consecuencias de la intensificación de los intercambios entre países para las familias.
En una palabra, yo querría mencionar también un tema de reflexión importante en este contexto, es el del lugar de la mujer en la sociedad. Con el Sínodo, el punto de vista católico ha sido presentado; yo también desarrollé la meditación y la reflexión en una Carta Apostólica. Como he dicho hace un momento a propósito del conjunto de cuestiones éticas, estas enseñanzas serán mejor comprendidas por aquellos a quienes se dirigen si las mujeres y los hombres que constituyen el pueblo de Dios las asimilan personalmente y dan de ellas una expresión justa, testificada por su experiencia.
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6. Antes de concluir, yo querría dirigirme a vuestros hijos que participan en esta peregrinación. Mis amigos, acabo de hablar a vuestros padres, y mi discurso os ha parecido, sin duda, un poco difícil; os doy las gracias por haberos mostrado pacientes.
Y me alegro de vuestra presencia. Y me gustaría que guardéis un buen recuerdo de los momentos felices pasados en familia en Roma, en el centro de la Iglesia. Acordaos de San Pedro, puesto que estamos cerca de su tumba; acordaos de San Pablo. Los dos, hasta el final, demostraron su fidelidad a Cristo. Su fe y su entusiasmo por comunicarla nos siguen animando todavía hoy. Acordaos también de María, la Madre de Jesús que es también nuestra Madre; en los días de alegría como en los días de sufrimiento, sabéis que ella escucha nuestra oración con ternura. Mis jóvenes amigos, os deseo que descubráis siempre, a medida que crezcáis, la belleza del mensaje del Evangelio y la felicidad de ser hermanos en la inmensa familia que es la Iglesia de Cristo.
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7. Al término de este encuentro, desearía saludar con gran simpatía a los sacerdotes que tienen a su cargo la pastoral familiar en vuestras diócesis y a los que acompañan a vuestras asociaciones. Los animo vivamente en su ministerio.
A las familias aquí reunidas y a las que vosotros representáis, yo confirmo su misión, que tiene su fuente en el bautismo y en el sacramento del matrimonio. Siguiendo el ejemplo de María, acoged la presencia de Cristo en vuestra vida y su invitación a la santidad. A imitación de Pedro y de Pablo, estad dispuestos a dar cuenta de la esperanza que hay en vosotros (cfr. 1 Pe 3, 5). Vivid en la unidad del amor que es el don supremo de Dios. Os dejo la palabra de Jesús: “Soy yo el que os ha elegido para que vayáis y deis fruto y para que vuestro fruto permanezca (...). Lo que os pido es que os améis los unos a los otros” (Jn 15, 16-17).
[E 49 (1989), 1899-1900]
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1. Au terme de votre pèlerinage à Rome, je suis heureux de pouvoir vous rejoindre auprès du tombeau de Pierre. Je remercie le Cardinal Decourtray et votre Président de m’avoir présenté les Associations Familiales catholiques de France dont vous constituez une importante délégation.
Prière et réflexion ont marqué vos journées en cette ville où, à la suite de Pierre le premier des Apôtres, de Paul l’Apôtre des nations, les martyrs, les saints et de nombreuses générations de chrétiens ont travaillé intensément à bâtir l’Église. À votre tour, familles chrétiennes, vous prenez une conscience renouvelée de votre vocation et de votre mission, dans l’Église et dans le monde.
L’enseignement du dernier Synode des Évêques a récapitulé ce qu’on attend des fidèles laïcs. Vous avez tenu à prendre à votre compte le contenu de l’exhortation apostolique qui a traduit le message du Synode; je vous en félicite. Il était bon de faire cette halte de méditation, afin de repartir plus ardents sur vos chemins de baptisés, époux, parents, jeunes et enfants. Familles, vous constituez les cellules fondamentales de l’Église. Reconnaissez votre mission et sachez que toute la communauté ecclésiale compte sur votre vitalité et votre générosité!
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2. En tant que membres des Associations Familiales Catholiques, le premier témoignage que l’on attend de vous, c’est celui de familles qui vivent leur vocation propre selon l’Évangile, en accord avec les orientations que donne l’enseignement de l’Église. Dans ce sens, votre Président vient de dire votre adhésion à cet enseignement qui vous paraît à la fois vrai et proche de votre condition. Le témoignage des familles est essentiel: il répond à l’intention profonde de la doctrine morale de l’Église qui respecte l’être humain, qui désire son bien, qui l’invite à se montrer fidèle à Dieu créateur.
Il est vrai que vous vous trouvez quotidiennement affrontés à l’incompréhension ou à la contestation de principes éthiques pourtant fondamentaux pour la vie et l’épanouissement de chacun dans le couple et la famille. On en vient à donner peu de prix à la fidélité conjugale et même à l’institution du mariage. En revendiquant la liberté d’accepter ou de refuser la paternité et la maternité, on en vient à détourner de son sens l’exercice de la responsabilité des couples, légitime assurément, mais à condition de ne pas faire violence à la condition naturelle de la sexualité humaine qui est le don de Dieu. On en vient aussi, malheureusement, à ne pas respecter la vie même de l’enfant déjà conçu, à se déclarer maître de son droit de vivre. En somme, dans le monde contemporain, on réduit souvent les relations inter-personnelles à un désir de possession, sans véritable accueil de l’autre. On pense exalter l’autonomie de l’homme et l’on méconnaît les sources vives de l’amour qui sont en Dieu et l’infinie générosité dont Dieu rend capables ceux qui se savent aimés de lui.
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3. Face à ce qui nous inquiète ainsi, vous savez bien qu’il ne suffit pas de parler ou d’avertir. Le témoignage le plus convaincant est donné par ceux qui vivent les exigences évangéliques, qui les comprennent intimement et y trouvent leur épanouissement dans une conception équilibrée de la vie familiale. Baptisés accueillant en vous la présence du Sauveur et l’aide de sa grâce, membres vivants de la communauté ecclésiale, vous pourrez proposer le “modèle” chrétien de la famille d’autant mieux que votre manière d’agir sera fondée dans la charité du Christ Sauveur. Pour demeurer fidèles aux engagements du mariage, les efforts et les renoncements nécessaires, accomplis en union avec le sacrifice rédempteur du Christ et offerts dans le sacrement de l’amour sauveur qu’est l’Eucharistie, apparaîtront comme les fruits d’une générosité consentie sans raidissement et même heureusement.
Dans un mouvement familial comme le vôtre, on peut faire beaucoup pour assimiler l’enseignement moral, pour lui donner l’expression simple qui découle de l’expérience, avec plus de crédit quand on voit les familles s’entraider mutuellement pour résoudre leurs difficultés de toute nature! Que les familles se montrent accueillantes et capables d’encourager les foyers blessés qui ont besoin de compréhension et de soutien.
Ce que je viens d’évoquer, ce sont quelques objectifs de toute pastorale familiale: aider les familles à s’épanouir sainement et à remplir leurs rôles dans l’Église. La première responsabilité de cette pastorale revient aux Pasteurs des diocèses et à ceux qu’ils ont délégués. Je vous encourage à continuer une collaboration confiante avec eux, dans la complémentarité avec les mouvements de spiritualité, avec les organismes de formation de jeunes et d’adultes, de préparation au mariage, les uns et les autres travaillant dans le même but.
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4. Il est une tâche sur laquelle je voudrais insister car vous y avez une responsabilité particulière. Je pense à l’éducation religieuse des enfants et des jeunes. Le document post-synodal le souligne: “Il va de soi que les parents chrétiens sont les premiers catéchistes, irremplaçables, de leurs enfants, habilités qu’ils sont à cette tâche par le sacrement du mariage” (1). Les parents remplissent d’abord ce rôle au foyer, pour l’éveil religieux des petits. Ensuite la paroisse et l’institution scolaire constituent un cadre essentiel pour la formation religieuse des jeunes. Mais, à ces stades, les parents ne peuvent rester des observateurs. Il leur revient de soutenir activement l’école catholique et aussi de collaborer personnellement à la catéchèse, cela dans les établissements confessionnels comme dans les aumôneries de l’enseignement public. Tout le monde est conscient des difficultés de la tâche et de la nécessité de coordonner les efforts de nombreuses bonnes volontés. Il faut que les parents entretiennent une relation suivie et approfondie avec les éducateurs, et que, pour ceux qui en ont la possibilité, ils jouent un rôle actif, au besoin après avoir suivi la formation appropriée proposée par les responsables diocésains. Les familles n’oublient pas que la catéchèse est une mission de l’Église, mère qui enfante ses fils et ses filles dans la foi. Et tous les membres du peuple de Dieu sont appelés à participer à l’acte de “tradition”, c’est-à-dire de transmission de la révélation reçue par le Christ.
1. Christifideles laici, 34.
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5. D’un autre point de vue, vos Associations familiales remplissent une fonction statutaire importante, celle de faire entendre la voix des chrétiens dans la société et auprès des autorités afin d’obtenir en faveur de la famille des conditions plus favorables, sur le plan juridique et sur le plan économique notamment. À ce sujet, je rappellerai simplement ce que dit l’exhortation post-synodale: “Il est urgent de déployer une activité vaste, profonde et systématique, soutenue non seulement par la culture mais encore par des moyens économiques et des institutions législatives, dans le but d’assurer à la famille sa place de lieu premier d’“humanisation” de la personne et de la société” (2). Ces actions prendront prochainement une dimension nouvelle, dans la perspective européenne; vous avez à y penser et à examiner les conséquences de l’intensification des échanges entre pays pour les familles.
D’un mot, je voudrais mentionner également un thème de réflexion important dans ce contexte, c’est celui de la place de la femme dans la société. Avec le Synode, le point de vue catholique a été présenté; j’ai aussi développé la méditation et la réflexion dans une Lettre apostolique. Comme je l’ai dit tout à l’heure à propos de l’ensemble des questions éthiques, ces enseignements seront mieux compris par ceux à qui ils s’adressent si les femmes et les hommes qui constituent le peuple de Dieu les assimilent personnellement et en donnent une expression juste, attestée par leur expérience.
2. Christifideles laici, 40.
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6. Avant de conclure, je voudrais m’adresser à vos enfants qui participent à ce pèlerinage. Mes amis, je viens de parler à vos parents, et mon discours vous a paru sans doute un peu difficile; je vous remercie d’avoir été patients.
Je me réjouis de votre présence. Et j’aimerais que vous gardiez un beau souvenir de moments heureux passés en famille à Rome, au centre de l’Église. Rappelez-vous saint Pierre, nous sommes près de son tombeau; rappelez-vous saint Paul. Tous les deux, ils ont été jusqu’au bout de leur fidélité au Christ. Leur foi et leur enthousiasme pour la communiquer nous encouragent encore maintenant. Rappelez-vous aussi Marie, la Mère de Jesus qui est aussi notre Mère; aux jours de joie comme aux jours de peine, vous savez qu’elle écoute notre prière avec tendresse. Mes jeunes amis, je vous souhaite de découvrir toujours, en grandissant, la beauté du message de l’Évangile et le bonheur d’être des frères dans l’immense famille qu’est l’Église du Christ.
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7. Au terme de cette rencontre, je voudrais saluer avec beaucoup de sympathie les prêtres qui prennent en charge la pastorale familiale dans vos diocèses et ceux qui accompagnent vos Associations. Je les encourage vivement dans leur ministère.
Aux familles ici rassemblées, et à celles que vous représentez, je confirme leur mission, qui a sa source dans le baptême et dans le sacrement de mariage. À la suite de Marie, accueillez la présence du Christ dans votre vie et son appel à la sainteté! À la suite de Pierre et de Paul, soyez prêts à rendre compte de l’espérance qui est en vous!3. Vivez dans l’unité de l’amour qui est le don suprême de Dieu! Je vous laisse la parole de Jésus: “C’est moi qui vous ai choisis pour que vous alliez et portiez du fruit et que votre fruit demeure... Ce que je vous commande, c’est de vous aimer les uns les autres” (4).
[Insegnamenti GP II, 12/2, 1153-1157]
3. Cfr. 1Pt. 3,5.
4. Gv. 15,16-17.