[1378] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA OBLIGACIÓN DE REACCIONAR CONTRA EL ABORTO
Discurso En vous accueillant, al Centro de Unión de Equipos de Estudio (CLER), 10 noviembre 1989
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1. Al recibiros esta mañana, recuerdo con agrado mi primer encuentro con vuestro movimiento, hace diez años, en esta casa del sucesor de Pedro. Saludo cordialmente a monseñor Pierre Eyt que os acompaña en nombre de los obispos de Francia. Doy a todos la bienvenida y doy las gracias a vuestra presidenta, señora Christiane Férot, por su presentación de la actividad del Centro de Unión de los Equipos de Estudio (C.L.E.R.).
Durante estos últimos meses, habéis puesto en común vuestras reflexiones a partir del documento postsinodal Christifideles laici. Un pasaje de esta exhortación será el punto de partida de mi propósito: “Descubrir y hacer descubrir la dignidad inviolable de toda persona humana constituye una tarea esencial e incluso, en cierto sentido, la tarea central y unificadora del servicio que la Iglesia, y en ella los fieles laicos, está llamada a prestar a la familia de los hombres” (n. 37). Las diversas tareas cubiertas por el C.L.E.R. entran, en efecto, en el marco de este servicio de la persona humana que apasiona a los miembros de la Iglesia.
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2. Vosotros estáis particularmente llamados a servir la dignidad de la persona en su vocación a la vida familiar, desarrollada en la unión de amor fiel del hombre y de la mujer. Pero yo querría subrayar la importancia de vuestra tarea, porque debéis hacer frente a la indiferencia o al rechazo demasiado extendidos de principios que la Iglesia afirma como los fundamentos de toda ética sana, y por tanto, como las condiciones necesarias de la felicidad. Tenéis que reaccionar ante corrientes muy fuertes en la opinión que, al hablar abusivamente de “liberalización” de las costumbres, difunden una permisividad en realidad contraria a la dignidad de la persona y a la verdad de su vocación.
Ante semejante situación, los cristianos están llamados a un aumento de fe y de caridad. Participar en la pastoral familiar supone, más que nunca, ser, en la viña del Señor, sarmientos unidos a la cepa, podados cuando sea necesario, conscientes de que solamente mediante la gracia producirán los frutos que el Señor espera. Unidos en la fe, alimentados por la oración, fortalecidos mediante los sacramentos, los fieles pueden dar testimonio del amor de Dios con el que son amados todos los hombres. Su lenguaje es el del “sí” a las llamadas del Evangelio, traducidas en la enseñanza de la Iglesia, y el de la claridad de las concepciones doctrinales y morales que resultan de la verdad del hombre, reconocida en Aquel que es la luz “que ilumina todo hombre” (Jn 1, 9).
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3. En los orígenes del C.L.E.R. existió la preocupación de ayudar a los matrimonios a controlar la procreación, dentro del pleno respeto de toda la riqueza de la sexualidad, recurriendo a los métodos naturales de regulación cuando el espaciamiento de los nacimientos se impone. Muchos de vosotros habéis sabido ayudar a los hogares a la acogida de sus hijos de la forma más favorable. De esta forma habéis podido hacer que se comprenda que la doctrina expresada por Pablo VI en la Encíclica Humanae Vitae, y confirmada posteriormente, no tenía este lado negativo que se le ha atribuido; al contrario, se trata de permitir al hombre y a la mujer el acceso de forma responsable a la paternidad y a la maternidad, en las decisiones comunes, en un amor y en un respeto mutuos que el dominio de la sexualidad madura y refuerza. Ojalá podáis vosotros ampliar vuestra acción a fin de conseguir que se descubra con mayor amplitud el carácter humano positivo de esta enseñanza de la Iglesia.
Sabemos que en lugar de dar la vida voluntaria y libremente, muchas mujeres y hombres sienten hoy día la tentación de privar al niño ya concebido de su vida misma. El aborto es un drama ante el cual no es posible a los cristianos permanecer sin reaccionar y sin defender firmemente el respeto de la vida. Existen angustias e injustas soledades que piden la ayuda verdaderamente fraternal de los discípulos del Cristo Salvador cuyo amor se dirige preferentemente hacia los pequeños sin defensa, los niños que van a nacer, inocentes y frágiles. En la raíz de estas tentaciones contra la vida, existe frecuentemente un desorden de la vida social frente al cual la Encíclica Humanae Vitae ha querido reaccionar. Ésta es la causa por la que, en las exigencias de la vida conyugal, la norma moral no puede ser considerada como un simple ideal a alcanzar en el futuro, sino que es un precepto que la Iglesia tiene la misión de formular en nombre del Señor, exigiendo la firme voluntad de superar los obstáculos (cfr. Familiaris consortio, n. 34).
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4. La experiencia del encuentro de los matrimonios para la iniciación a los métodos naturales os ha demostrado la amplitud de las dificultades que padecen las familias. Naturalmente os habéis visto invitados a ampliar el diálogo y a ofrecer a vuestros interlocutores la práctica del consejo conyugal. El conocimiento íntimo de los sufrimientos que os son confiados os permitirá dar testimonio de las consecuencias dramáticas de la infidelidad, de las rupturas y de las desviaciones morales en la vida de los esposos y de sus hijos. El alcohol, la droga e incluso el suicidio de los jóvenes se encuentran entre los más manifiestos. Pero vosotros podréis también dar testimonio de la belleza de una fidelidad mutua pactada, incluso más allá de la prueba, y de la posibilidad de no entregarse a la desviación y de negarse a justificarla, de recurrir el uno al otro para reconstruir un hogar roto gracias al perdón y a la reconciliación.
A este respecto, vuestra misión es muy delicada. Un asesor conyugal cristiano debe ayudar a sus interlocutores a descubrir los valores que constituyen la base de las normas de la vida conyugal. Es necesaria la apertura y la paciencia de la escucha, la capacidad de respetar y de amar a las personas tal cual son, con los problemas que tienen. Pero la calidad de un asesor cristiano depende también de su conocimiento personal para ayudar a un discernimiento hecho desde la verdad de las exigencias de la vida conyugal. La decisión última, como en toda acción moral, es tomada en última instancia, por el sujeto, en conciencia. El consejero, por su parte, se acuerda del Señor que no condena a la mujer adúltera, sino que le dice también: “Vete y de ahora en adelante no peques más” (cfr. Jn 8, 11). Como testigo de los llamamientos evangélicos y de la gracia redentora, el consejero se alegra cuando contempla que las personas reorientan su vida “según la verdad y en la caridad” (cfr. Ef 4, 15); haber contribuido a dichas renovaciones lo refuerza en su compromiso de apostolado.
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5. Brevemente querría alentaros también en vuestras tareas educativas. Formar a los jóvenes para una sana concepción de la sexualidad, para un buen dominio de su afectividad, es un servicio insustituible para el que las familias, frecuentemente, tienen necesidad de educadores experimentados. Ojalá podáis vosotros mostrar a los jóvenes la grandeza y la belleza del hombre cuando actúa según su condición de criatura hecha a imagen de Dios y cuando refiere su acción a Cristo, el hombre perfecto. Haced que los jóvenes descubran los fundamentos y la coherencia de una moral que se les presenta con excesiva frecuencia como un conjunto de preceptos carentes de verdadero sentido o inaplicables. Es necesario que se sientan motivados para prepararse a construir su vida sobre la roca.
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6. Los que realizan los servicios cada vez más numerosos y diversificados de vuestro Movimiento tienen necesidad de una competencia auténtica. Sé que consagráis mucho tiempo a vuestra preparación personal para las tareas de consejeros y de educadores, que lleváis a cabo a continuación gustosamente. Y me considero obligado a manifestaros la estima y la gratitud que inspira esta generosidad. Deseo que muchos comprendan que no se pueden abordar las graves cuestiones unidas al respeto de la vida misma sin un conocimiento profundo en muchas disciplinas, sin tomar el tiempo de reflexionar en grupo, sin abrirse mediante la oración al Espíritu Santo y sin vivir plenamente la comunión eclesial. Aliento las iniciativas de vuestro movimiento para permitir a sus miembros que amplíen de esta forma su formación personal en el plano intelectual, en el plano del conocimiento de los hombres como también en el de la vida espiritual.
Antes de concluir, considero un deber poner de relieve vuestra contribución a la investigación científica, a fin de llegar concretamente a una aproximación más segura de las condiciones de la procreación. Ya se han obtenido resultados significativos y el campo de las investigaciones permanece abierto; es bueno que los científicos cristianos trabajen constantemente en dicho campo.
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7. Deseo que C.L.E.R. continúe su actividad en el marco de la pastoral familiar en Francia, en los demás países en los que está presente, en la coordinación garantizada por la federación internacional de Acción familiar, en unión con el Pontificio Consejo para la Familia.
De nuevo, os expreso la gratitud de las familias y de los jóvenes a quienes ayudáis a encontrar los caminos felices del desarrollo humano en el sentido querido por el Creador, con la gracia inagotable de la Redención. Confío vuestro trabajo, vuestros interlocutores, vuestras personas y todos los vuestros a la intercesión de María, la Madre de los hombres. Y de todo corazón, imparto sobre vosotros mi Bendición Apostólica.
[E 49 (1989), 1901-1903]
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1. En vous accueillant ce matin, j’évoque avec plaisir ma première rencontre avec votre Mouvement, voici dix ans, dans cette maison du successeur de Pierre. Je salue cordialement Monseigneur Pierre Eyt qui vous accompagne au nom des évêques de France. Je souhaite à tous la bienvenue et je remercie votre Président, Madame Christiane Férot, pour sa présentation de l’activité du Centre de Liaison des Équipes de Recherche (CLER).
Ces derniers mois, vous avez mis en commun vos réflexions à partir du document postsynodal “Christifideles Laici”. Un passage de cette exhortation sera le point de départ de mon propos: “Découvrir et faire découvrir la dignité inviolable de toute personne humaine constitue une tâche essentielle et même, en un certain sens, la tâche centrale et unifiante du service que l’Église, et en elle les fidèles laïcs, est appelée à rendre à la famille des hommes” (1). Les diverses tâches assurées par le CLER entrent, en effet, dans le cadre de ce service de la personne humaine qui passionne les membres de l’Église.
1. Christifideles laici, 37.
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2. Vous êtes particulièrement appelés à servir la dignité de la personne dans sa vocation à la vie familiale, épanouie dans l’union d’amour fidèle de l’homme et de la femme. Je ne m’étendrai pas aujourd’hui sur ce thème essentiel que vous approfondissez sans cesse. Mais je voudrais souligner l’importance de votre tâche, car vous devez faire face à l’indifférence ou au rejet trop répandus de principes que l’Église affirme comme les fondements de toute éthique saine et donc comme les conditions nécessaires du bonheur. Vous avez à réagir à des courants très forts dans l’opinion qui, en parlant abusivement de “libéralisation” des mœurs, diffusent une permissivité en réalité contraire à la dignité de la personne et à la vérité de sa vocation.
Devant une telle situation, c’est à un surcroît de foi et de charité que sont appelés les chrétiens. Participer à la pastorale familiale, cela suppose plus que jamais d’être, dans la vigne du Seigneur, des sarments reliés au cep, émondés quand il le faut conscients que c’est seulement par la grâce qu’ils porteront les fruits que le Seigneur attend. Unis dans la foi, nourris par la prière, rendus forts par les sacrements, les fidèles peuvent témoigner de l’amour de Dieu dont sont aimés tous les hommes. Leur langage est celui du “oui” aux appels de l’Évangile, traduits dans l’enseignement de l’Église, et celui de la clarté des conceptions doctrinales et morales qui résultent de la vérité de l’homme, reconnue en Celui qui est la lumière “qui éclaire tout homme” (2).
2. Gv. 1,9.
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3. À l’origine du CLER, il y eut le souci d’aider les couples à maîtriser la procréation, dans le plein respect de toute la richesse de la sexualité, en recourant aux méthodes naturelles de régulation lorsque l’espacement des naissances s’impose. Beaucoup d’entre vous ont su aider des foyers à l’accueil de leurs enfants de la manière la plus favorable. Ils ont ainsi pu faire comprendre que la doctrine exprimée par Paul VI dans l’encyclique “Humanae Vitae”, et confirmée par la suite, n’avait pas ce côte négatif qu’on lui a prêté; au contraire, il s’agit de permettre à l’homme et à la femme d’accéder de manière responsable à la paternité et à la maternité, dans des décisions communes, dans un amour et un respect mutuels que la maîtrise de la sexualité mûrit et renforce. Puissiez-vous amplifier votre action, afin de faire découvrir plus largement le caractère humain positif de cet enseignement de l’Église!
Nous savons qu’au lieu de donner la vie volontiers et librement, beaucoup de femmes et d’hommes sont aujourd’hui tentés de priver l’enfant déjà conçu de sa vie même. L’avortement est un drame devant lequel il n’est pas possible aux chrétiens de rester sans réagir et sans défendre fermement le respect de la vie. Il y a là des souffrances que vous devez tenter d’alléger. Il y a là des détresses et d’injustes solitudes qui appellent le secours vraiment fraternel des disciples du Christ Sauveur dont l’amour se porte par prédilection vers les petits sans défense, les enfants à naître, innocents et fragiles. À la racine de ces tentations contre la vie, il y a bien souvent un désordre de la vie sexuelle face auquel l’encyclique “Humanae Vitae” a voulu réagir. C’est pour cela que, dans les exigences de la vie conjugale, la norme morale ne peut être considérée comme un simple idéal à atteindre dans le futur, mais elle est un commandement que l’Église a mission de formuler au nom du Seigneur, demandant la ferme volonté de surmonter les obstacles (3).
3. Cfr. Familiaris consortio, 34.
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4. L’expérience de la rencontre des couples pour l’initiation aux méthodes naturelles vous a montré l’ampleur des difficultés que traversent les familles. Vous avez été naturellement conduits à élargir le dialogue et à offrir à vos interlocuteurs la pratique du conseil conjugal. La connaissance intime des souffrances qui vous sont confiées vous permettrait de témoigner des conséquences dramatiques de l’infidélité, des ruptures et des déviations morales dans la vie des époux et de leurs enfants. L’alcool, la drogue et même le suicide des jeunes sont parmi les plus manifestes. Mais vous pourriez aussi témoigner de la beauté d’une fidélité mutuelle consentie, même au-delà de l’épreuve, et de la possibilité de ne pas s’abandonner à la déviation et de refuser de la justifier, de revenir l’un vers l’autre pour rebâtir un foyer ébranlé grâce au pardon et à la réconciliation.
À cet égard, votre rôle est très délicat: un conseiller conjugal chrétien doit aider ses interlocuteurs à découvrir les valeurs qui sont à la base des normes de la vie conjugale. Il y faut l’ouverture et la patience de l’écoute, la capacité de respecter et d’aimer les personnes telles qu’elles sont, avec les problèmes qu’elles portent. Mais la qualité d’un conseiller chrétien dépend aussi de son savoir-faire personnel pour aider à un discernement fait dans la vérité des exigences de la vie conjugale. La décision ultime, comme en toute action morale, est prise en dernier ressort par le sujet, en conscience. Le conseiller, pour sa part, se souvient du Seigneur qui ne condamne pas la femme adultère, mais qui lui dit aussi: “Va, désormais ne pèche plus” (4). En témoin des appels évangéliques et de la grâce rédemptrice, le conseiller se réjouit lorsqu’il voit les personnes réorienter leur vie “selon la vérité et dans la charité” (5); avoir contribué à de tels renouvellements le renforce dans son engagement d’apostolat.
4. Cfr. Gv.8,1-11.
5. Cfr. Ef.4,15.
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5. Brièvement, je voudrais vous encourager aussi dans vos actions éducatives. Former les jeunes à une saine conception de la sexualité, à une bonne maîtrise de leur affectivité, c’est un service irremplaçable, pour lequel les familles ont souvent besoin de la contribution d’éducateurs expérimentés. Puissiez-vous montrer aux jeunes la grandeur et la beauté de l’homme quand il agit selon sa condition de créature faite à l’image de Dieu et quand il réfère son action au Christ, l’homme parfait! Faites découvrir aux jeunes les fondements et la cohérence d’une morale qu’on leur présente trop souvent comme un ensemble de préceptes dépourvus de véritable sens ou inapplicables. Il faut qu’ils soient motivés pour se préparer à bâtir leur vie sur le roc.
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6. Ceux qui accomplissent les services de plus en plus nombreux et diversifiés de votre Mouvement ont besoin d’une réelle compétence. Je sais que vous consacrez beaucoup de temps à votre préparation personnelle aux rôles de conseillers et d’éducateurs, que vous remplissez ensuite bénévolement. Et je tiens à vous dire l’estime et la gratitude qu’inspire cette générosité. Je souhaite que beaucoup comprennent que l’on ne peut aborder les graves questions liées au respect de la vie elle-même sans un savoir approfondi dans plusieurs disciplines, sans prendre le temps de réfléchir en groupe, sans s’ouvrir par la prière à l’Esprit du Seigneur et sans vivre pleinement la communion ecclésiale. J’encourage les initiatives de votre Mouvement pour permettre à ses membres d’élargir ainsi leur formation personnelle sur le plan intellectuel, sur celui de la connaissance des hommes aussi bien que sur celui de la vie spirituelle.
Avant de conclure, je tiens à souligner votre contribution à la recherche scientifique, afin de parvenir notamment à une approche plus sûre des conditions de la procréation. Des résultats significatifs ont déjà été obtenus, le champ des investigations reste ouvert; il est bon que les scientifiques chrétiens y travaillent assidûment.
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7. Je souhaite au CLER de poursuivre son activité dans le cadre de la pastorale familiale en France, dans les autres pays où il est présent, dans la coordination assurée par la Fédération Internationale d’Action Familiale, en lien avec le Conseil pontifical pour la Famille.
À nouveau, je vous exprime la gratitude des familles et des jeunes que vous aidez à trouver les voies heureuses de l’épanouissement humain dans le sens voulu par le Créateur, avec la grâce inépuisable de la Rédemption. Je confie votre travail, vos interlocuteurs, vos personnes et tous les vôtres à l’intercession de Marie, la Mère des hommes. Et je vous donne de grand cœur ma Bénédiction Apostolique.
[Insegnamenti GP II, 12/2, 1204-1208]