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[1388] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LOS CONSULTORES FAMILIARES AL SERVICIO DE LA FAMILIA

Discurso Ho accolto, a la Confederación Italiana de Consultores Familiares de Inspiración Cristiana, 2 marzo 1990

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1. He aceptado con alegría la invitación a reunirme con vosotros que participáis en el sexto Congreso Nacional de la Confederación Italiana de Asesores Familiares de Inspiración Cristiana. Dirijo a todos y a cada uno mi saludo afectuoso y cordial. Expreso, en particular, mi estima por el asesor eclesiástico mons. Dionigi Tettamanzi, arzobispo de Ancona-Osino, y por la presidenta nacional honorable Inés Boffardi.

La Iglesia contempla con gran interés la actividad que vuestros consultores, desde hace años, están desarrollando con competencia profesional y profundo espíritu humano y cristiano, desde el momento que el objeto de vuestro servicio es la familia, aquella misma familia que en la conciencia viva de la Iglesia constituye un bien fundamental del hombre y adquiere la dignidad de “Iglesia doméstica” en el seno del Pueblo de Dios.

La familia que se corresponde, por un lado, al eterno e inmutable proyecto de Dios, pero experimenta, por otra parte, las características contingentes de las diversas épocas históricas, encuentra en la sociedad y en la cultura de hoy, junto a estímulos positivos, múltiples dificultades y peligros. La familia vive hoy una etapa afortunada por la creciente afirmación de sus valores personalistas y sociales en el seno de la comunidad civil y de la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, sus valores fundamentales, los del amor y de la vida, están hoy gravemente amenazados bajo muchas formas y a diversos niveles. Por suerte, para la salvaguardia y para la promoción de la familia existen hoy disponibles recursos nuevos y ayudas preciosas. Entre éstos se deben incluir los asesores familiares, siempre que sean respetuosos de su verdadera naturaleza de servicio a la familia.

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LA PERSONA: UN “YO” ABIERTO AL “TÚ”

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2. El tema de los trabajos de vuestro Congreso ha sido formulado de forma sugestiva con estas palabras: “Nacer persona, crecer persona”. Se trata de un tema que expresa felizmente la lógica propia de los Consultores de inspiración cristiana, cuyo servicio está orientado hacia la persona, hacia el matrimonio y hacia la familia: Así pues, a la persona-en-relación. En realidad, la persona como tal, debe definirse como relación viviente, como “yo” abierto al “tú” del otro, en particular, en aquella relación fundamental que se realiza en la experiencia primordial de la vida de matrimonio y de familia. De esta relación habéis querido profundizar dos momentos esenciales: El del nacimiento y el del crecimiento. Es, sin duda, de la máxima importancia captar y proponer la dimensión “humana”, y, por tanto, típicamente personal del “nacer” y del “crecer” en el contexto de una cultura que con demasiada frecuencia afronta estos momentos de vida considerando algunos de sus aspectos parciales y superficiales.

El servicio de los asesores familiares, tanto por la necesidad de llegar a las causas más profundas del malestar con el que están marcadas las relaciones interpersonales en el seno del matrimonio y de la familia, como por la exigencia de desarrollar una oportuna y amplia labor de prevención, es decir, de educación de la persona, se dirige ante todo a los aspectos humanos, psicológicos, afectivos, relacionales de la persona.

En este sentido, vuestros asesores familiares pueden encontrar en la inspiración cristiana que los anima, un estímulo para una acción más incisiva en favor de la globalidad y unidad de los valores y de las exigencias de la persona y, al mismo tiempo, el punto de partida para una contribución totalmente nueva y original a la persona misma: La inspiración cristiana, en efecto, se enraiza en aquella fe que descubre, con maravilla y gran asombro, la verdad completa del hombre como ser creado en Jesucristo a imagen y semejanza de Dios: De Dios-Persona, de Dios-Amor que se entrega (Cfr. Cart. Apost. Mulieris dignitatem, n. 7).

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EL HIJO COMO DON

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3. Bajo esta luz, el “nacer” de la persona se plantea como fenómeno profundamente personalista, no sólo en el sentido que implica a las personas de los padres y del hijo, sino también en el sentido de que los unos y el otro son cuestionados en su dignidad de personas que se entregan.

El “nacer” humano es fruto y señal de una entrega de amor. Entrega del esposo respecto a la esposa y de ésta respecto al esposo. Pero, más aún, entrega de los dos juntos al hijo, ya que ellos se convierten en “una carne sola”, en la “nueva carne” de él. En la perspectiva en cierto modo intuida por la misma razón humana y luminosamente esclarecida por la fe, la donación conyugal y parental expresa, en el tiempo, y hace visible la entrega eterna de Dios Creador y Padre. De esta entrega misteriosa, que es la razón primitiva de la que brota todo hombre que viene a este mundo, los padres son los instrumentos y los colaboradores conscientes y responsables. Es, pues, urgente para que el “nacer persona” revele y materialice su verdad integral, que los padres, como escribe el Concilio Vaticano II, “en la misión de transmitir la vida humana y de educarla... sepan ser cooperadores del amor de Dios Creador y casi sus intérpretes” (Gaudium et spes, 50).

Se deduce de ello que el hijo debe ser, desde el comienzo y siempre, considerado y amado en su inconmensurable dignidad de persona, como valor en sí y por sí, como bien, como don. Sí, como don, porque ésta es su identidad profunda: “Si es fruto de su mutua entrega de amor, es, a su vez, un don para ambos, un don que surge del don”, como dije en el discurso al VII Simposio de los Obispos europeos (17 octubre 1989, n. 5).

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4. La perspectiva del don, que sitúa a los padres y al hijo en idéntico plano de la dignidad personal, se torna decisiva y calificativa para todos los problemas que se relacionen con el crecimiento y con la madurez de las personas, en su relación mutua.

Todas las relaciones interpersonales y, de forma especial, las relaciones entre los cónyuges y entre los padres y los hijos, que se configuran como fundamentales y emblemáticas respecto a las otras, deben realizarse de acuerdo con la dignidad y la finalidad propia de la persona humana. El Concilio Vaticano II, en un pasaje bastante sencillo, pero de extraordinaria densidad, califica dicha dignidad como sigue: “El hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma” y que no puede “reencontrarse plenamente sino mediante una entrega sincera de sí” (Gaudium et spes, 24).

El “crecer personas” significa entonces ofrecer a cada uno los medios y las condiciones para que “se reencuentre plenamente”, es decir, se realice plenamente como persona en su dignidad de “don” y en su fiabilidad de “entrega” a los demás. Y es este el primero y fundamental cometido de la familia, como he escrito en la Exhort. Apost. Familiaris consortio: “Su primer cometido es vivir fielmente la realidad de la comunión en el compromiso constante de desarrollar una auténtica comunidad de personas” (n. 18).

También el servicio asesor puede ofrecer una importante ayuda de consultoría para la mejor realización de dicho cometido, sobre todo en las situaciones en las que, por dificultades psicológicas, educativas, ambientales y sociales, las relaciones en el seno del matrimonio y de la familia se tornan problemáticas y tienden a deteriorarse o, sin más, a romperse.

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LA FAMILIA, LUGAR PRIMARIO DE LA “HUMANIZACIÓN” DE LA PERSONA Y DE LA SOCIEDAD

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5. Esta visión de la persona como don-que-se-hace-don no legitima, en efecto, una interpretación privada y cerrada de las problemáticas conyugales y familiares; al contrario, si es bien comprendida, una perspectiva semejante motiva y estimula un compromiso específicamente social. En realidad, la carga humanista que brota de ella, al enriquecer las relaciones interpersonales en el seno del matrimonio y de la familia, contribuye benéficamente a la humanización de toda la sociedad. Ésta, por su parte, descubre en dicha perspectiva concretas responsabilidades respecto al matrimonio y a la familia, a la que corresponde deber ofrecer la posibilidad de desarrollar al máximo el característico papel humanizador.

También en este sentido he querido subrayar el compromiso apostólico de los fieles laicos, un compromiso que es realizado por vosotros, agentes consultores, de una manera privilegiada: “Urge una labor amplia, profunda y sistemática, sostenida no solamente por la cultura, sino también por los medios económicos y por los instrumentos legislativos, destinada a garantizar a la familia su misión de ser el lugar primario de la ‘humanización’ de la persona y de la sociedad. El compromiso apostólico de los fieles laicos es, ante todo, el de conseguir que la familia sea consciente de su identidad de primer núcleo social de base y de su papel original en la sociedad, para que se convierta, por su parte, cada vez más protagonista activa y responsable del propio crecimiento y de la propia participación en la vida social” (Exhort. Apost. pos-Sinodal, Christifideles laici, n. 40).

Queridísimos, éstos son los nobles cometidos que tenéis delante. Al exhortaros a perseguirlos con impulso renovado, a todos bendigo de corazón.

[E 50 (1990), 1170-1171]