[1390] • JUAN PABLO II (1978-2005) • EL TESTIMONIO DE LAS FAMILIAS EN FAVOR DE LA VIDA
Discurso Sono lieto, a los participantes en el Congreso de Pastoral Familiar sobre “Familias al servicio de la vida”, 28 abril 1990
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1. Estoy contento de acogeros con ocasión de este congreso nacional de pastoral familiar, promovido por la Conferencia Episcopal Italiana a través de la comisión especial para el laicado y la familia y el departamento para la pastoral de la familia. A todos vosotros, y en particular al presidente de la comisión mons. Fiorino Tagliaferri y a los demás hermanos en el episcopado, dirijo mi cordial saludo y les expreso, al mismo tiempo, mi viva complacencia por el empeño constante que desde hace años va asumiendo la Iglesia en Italia en pro de la familia y en defensa de la vida.
Es un empeño que nunca se ha limitado solamente al momento del inicio de la vida, siendo consciente de que una defensa eficaz de este bien fundamental del hombre supone una actitud de respeto y de amor, que esté dispuesta a servir a la vida en cualquier manifestación suya: desde los frágiles instantes de su comienzo, pasando por las situaciones problemáticas del sufrimiento físico y de la marginación, hasta los momentos de la vejez y del natural tránsito. El reciente documento del Episcopado Italiano “Evangelización y cultura de la vida humana” merece ser meditado con atención, porque no sólo presenta una síntesis orgánica de la enseñanza de la Iglesia sobre la vida en todo el arco de su existencia terrena, sino que ofrece también útiles indicaciones operativas para la difusión de una verdadera cultura de la vida y para una adecuada formación cristiana de las conciencias.
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2. Vuestro congreso quiere reflexionar sobre la grande y fundamental aportación que la familia está dispuesta a dar para servir con eficacia a la vida. ¿Acaso no es la familia el lugar natural en que la vida humana nace, crece, madura y declina? Corresponde, pues, a ella ponerse al servicio de cualquier vida y de toda ella, incluso cuando ésta presenta momentos difíciles y aspectos problemáticos. Es más, sobre todo en esta circunstancia es lícito esperar que la familia sepa expresar ese tono de atención y de amabilidad que es característica del tejido espiritual específico de su existencia como comunidad de amor.
En particular, si la familia tiene una actitud sana, sabrá abrirse a acoger con generosidad los hijos, como gesto concreto de amor a la vida y como testimonio claro de confianza en la divina providencia, que nunca abandona al que con confianza activa se confía a ella. Esto vale, sobre todo, para las familias jóvenes, las cuales, si están formadas cristianamente, no se dejarán vencer por el miedo injustificado al hijo y sabrán superar tantas tendencias inmotivadas y egoístas a retardar el nacimiento, siendo conscientes de que “los niños son el don preciosísimo del matrimonio” (Gaudium et spes, 50) y el signo de la bendición del Señor “que ama la vida” (Sb 11, 21).
Esto aparece especialmente importante en un momento de fuerte descenso demográfico como el que se está viviendo en Italia. Es necesario que las familias vuelvan a manifestar su generoso amor por la vida y se pongan a su servicio, sobre todo acogiendo con sentido de responsabilidad, unido a una serena confianza, los hijos que el Señor quiera dar. Ésta es una actitud que, si es asumida con coherencia, hará que la familia se abra a acoger incluso numerosas situaciones de dificultades físicas y espirituales que pueda presentar el paso por la vida y ofrecer solidaridad y ayuda a tantos marginados, enfermos y ancianos que tiene nuestra sociedad.
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3. Naturalmente, las responsabilidades de la procreación se extienden además al compromiso de hacer crecer a los hijos en una vida humana y cristiana, mediante una sana y continua acción educativa. La familia es la primera y fundamental escuela para los hijos, y los padres son los principales y naturales educadores de sus propios hijos. Ayudar a que los hijos capten, mediante la palabra y el ejemplo las razones auténticas de vivir y la belleza de la existencia, que es don de Dios en el arco de su desarrollo, es la tarea educativa de cada padre y es la misión y el gozo de cada familia.
Cumplir esta tarea se ha convertido hoy en fuente de dificultades y preocupaciones para muchas familias. Es necesario que éstas puedan encontrar un apoyo atento en los pastores de almas, ayudados por las iniciativas de grupos familiares, que hay que suscitar con prudente celo en la comunidad cristiana. A ellos corresponderá promover, entre otras cosas, ocasiones de encuentro entre padres, con el fin de confrontar las diferentes experiencias y así poder afrontar mejor los problemas comunes.
Por muy grandes que puedan ser las dificultades que se presentan, las familias no han de sentirse libradas de su responsabilidad y misión formativa, sino más comprometidas en ella con la seguridad de que su acción, necesaria más que nunca, es bendecida por Dios y tiene el apoyo de la gracia del sacramento del matrimonio, además de la atención y la confianza de la Iglesia.
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4. Las familias se pondrán al servicio de la vida no sólo acogiéndola y realizando una continua acción educativa, sino también cumpliendo con el deber, quizá descuidado a veces, de ayudar sobre todo a los adolescentes y a los jóvenes a captar la dimensión vocacional de toda existencia, dentro del plan de Dios. Para ello habrá que valorar las motivaciones cristianas que han de estar en la base de las propias decisiones. La vida humana adquiere plenitud cuando se convierte en don de sí: un don que puede expresarse en el matrimonio, en la virginidad consagrada, en la entrega al prójimo por un ideal, en la elección del sacerdocio ministerial. Los padres servirán de verdad a la vida de sus hijos, si les ayudan a hacer de su propia existencia un don, respetando sus opciones maduras y promoviendo con gozo cualquier vocación, también la religiosa y sacerdotal. Es más, se sentirán especialmente bendecidos si el Señor quiere hacer madurar en su casa el germen de la llamada a una vida de consagración y al ministerio presbiteral.
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5. La Iglesia se esfuerza por estar continuamente cercana a las familias en sus situaciones a menudo angustiosas y en su obra educativa muchas veces difícil. La promoción de numerosas iniciativas de apoyo, como la de los consultores familiares, es un signo de su confianza y de la importancia capital que ella reconoce a la realidad familiar, cuyo futuro es el futuro de la humanidad (cfr. Familiaris consortio, 86).
Sin embargo, es necesario que también la sociedad y el Estado se pongan al servicio de la familia. El reconocimiento de los derechos inalienables que le competen como sociedad natural fundada en el matrimonio debe traducirse social y políticamente en opciones concretas, que le permita desarrollar sus propias tareas con los necesarios reconocimientos y apoyos, de carácter institucional y también económico. Una comunidad política realmente consciente del papel fundamental que desarrolla la familia dentro de la sociedad en favor de una convivencia sana y civil, sabe realizar esas múltiples formas de apoyo que expresan un respeto efectivo hacia ella y que le permiten ponerse al servicio de la vida humana en cualquier necesidad o dimensión de la misma.
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6. Amadísimos: A todos aquellos a quienes os acerquéis en vuestra acción pastoral podéis asegurarles que el Papa está cerca de todas las familias, comparte íntimamente sus alegrías y sufrimientos y desea que sepan ponerse con eficacia al servicio de ese don de Dios tan grande, que es la vida humana. Por eso está cerca y se solidariza también con todos vosotros que trabajáis por el bien de la familia, en las diferentes formas de la pastoral familiar.
Con la fuerza que nace de la confianza en el Señor resucitado y que se alimenta en la oración, pido a las familias italianas que realicen opciones ejemplares y valientemente coherentes con el valor supremo de la vida. María Santísima, que llevó a cabo su propia maternidad universal al pie de la cruz de su Hijo, apoye el camino de toda familia y de toda madre con su poderosa intercesión.
[E 50 (1990), 1520-1521]
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1. Sono lieto di accogliervi in occasione di questo Convegno Nazionale di pastorale familiare, promosso dalla Conferenza episcopale italiana mediante la speciale Commissione per il laicato e la famiglia e l’Ufficio per la pastorale della famiglia. A tutti voi, e in particolare al presidente della Commissione, mons. Fiorino Tagliaferri, e agli altri confratelli nell’episcopato, porgo il mio cordiale saluto ed esprimo insieme il mio vivo compiacimento per il costante impegno che la Chiesa italiana da anni va assumendosi in favore della famiglia e in difesa della vita.
È un impegno che non si è mai limitato al solo momento iniziale della vita, nella consapevolezza che un’efficace difesa di questo bene fondamentale dell’uomo suppone un atteggiamento di rispetto e di amore, che disponga a servire la vita in ogni sua manifestazione: dai fragili istanti del suo inizio alle situazioni problematiche della sofferenza fisica e dell’emarginazione, fino ai momenti della vecchiaia e del naturale trapasso. Il recente documento dell’episcopato italiano “Evangelizzazione e cultura della vita umana” merita di essere attentamente meditato, perchè non solo presenta una sintesi organica dell’insegnamento della Chiesa sulla vita in tutto l’arco della sua esistenza terrena, ma offre anche utili indicazioni operative per la diffusione di una vera cultura della vita e per un’adeguata formazione cristiana delle coscienze.
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2. Il vostro Convegno intende riflettere sul grande e fondamentale apporto che la famiglia è chiamata a recare per un efficace servizio alla vita. Non è forse, la famiglia, il luogo naturale in cui la vita umana nasce, cresce, matura e declina? Spetta dunque ad essa di porsi al servizio di ogni vita e di tutta la vita, anche quando questa presenta momenti difficili e aspetti problematici. È, anzi, lecito attendersi che soprattutto in queste circostanze la famiglia sappia esprimere quella tonalità di premura e di amorevolezza che è caratteristica del tessuto spirituale specifico della sua esistenza come comunità di amore.
In particolare, se la famiglia è sanamente impostata, saprà aprirsi all’accoglienza generosa dei figli, come gesto concreto di amore alla vita e come testimonianza chiara di fiducia nella divina Provvidenza, che mai abbandona chi con attiva serenità a lei si affida. Ciò vale soprattutto per le giovani famiglie, le quali, se cristianamente formate, non si faranno vincere dall’ingiustificata paura del figlio e sapranno superare tante immotivate ed egoistiche tendenze a procrastinarne la nascita, nella consapevolezza che “i bambini sono il preziosissimo dono del matrimonio” (1) e il segno della benedizione del Signore “amante della vita” (2).
Ciò si rivela particolarmente importante in un momento di forte calo demografico come quello che si sta sperimentando in Italia. Occorre che le famiglie tornino a esprimere generoso amore per la vita e si pongano al suo servizio innanzitutto accogliendo, con senso di responsabilità non disgiunto da serena fiducia, i figli che il Signore vorrà donare. È, questo, un atteggiamento che, se assunto con coerenza, consentirà alla famiglia di aprirsi all’accoglienza anche delle numerose situazioni di difficoltà fisiche e spirituali che la vita può presentare nel suo fluire e la disporrà a offrire solidarietà e aiuto concreto ai tanti emarginati, ammalati e anziani che la nostra società presenta.
1. Gaudium et spes, 50 [1965 12 07c/ 50].
2. Sap. 11,26.
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3. Naturalmente le responsabilità della procreazione si estendono altresì all’impegno di far crescere i figli in una vita umana e cristiana, mediante una sana e continua opera educativa. La famiglia è la prima e fondamentale scuola dei figli, i genitori sono i principali e naturali educatori dei propri bambini. Aiutare i figli a capire, mediante le parole e l’esempio, le autentiche ragioni del vivere e la bellezza dell’esistenza, che è dono di Dio in tutto l’arco del suo sviluppo, è il compito educativo di ogni genitore ed è la missione e la gioia di ogni famiglia.
L’assolvimento di questo compito è diventato oggi fonte di difficoltà e di preoccupazione per molte famiglie. È necessario che esse possano trovare premuroso sostegno nei pastori d’anime, coadiuvati dalle iniziative di gruppi familiari, suscitati con prudente zelo all’interno della comunità cristiana. Ad essi spetterà di promuovere, tra l’altro, occasioni di incontro tra genitori, allo scopo di confrontare le diverse esperienze, per poter meglio affrontare i comuni problemi.
Per quanto grandi possano essere le difficoltà presenti, le famiglie non dovranno sentirsi esonerate dalla loro responsabilità e missione formativa, ma piuttosto maggiormente impegnate in essa, nella certezza che la loro opera, più che mai necessaria, è benedetta da Dio ed è sostenuta dalla grazia del sacramento del Matrimonio, oltre che dall’attenzione e dalla fiducia della Chiesa.
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4. Le famiglie si porranno al servizio della vita non soltanto con la sua accoglienza e con una continua azione educativa, ma anche col doveroso impegno, forse talvolta trascurato, di aiutare soprattutto gli adolescenti e i giovani a cogliere la dimensione vocazionale di ogni esistenza, all’interno del piano di Dio. Occorrerà, a tal fine, valorizzare le motivazioni cristiane che devono stare alla base delle proprie scelte. La vita umana acquista pienezza quando diventa dono di sè: un dono che può esprimersi nel matrimonio, nella verginità consacrata, nella dedizione al prossimo per un ideale, nella scelta del sacerdozio ministeriale. I genitori serviranno veramente la vita dei loro figli, se li aiuteranno a fare della propria esistenza un dono, rispettando le loro scelte mature e promovendo con gioia ogni vocazione, anche quella religiosa e sacerdotale. Essi si sentiranno anzi particolarmente benedetti, se il Signore vorrà far maturare nella loro casa il germe della chiamata a una vita di consacrazione e al ministero presbiterale.
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5. La Chiesa si sforza di essere continuamente vicina alle famiglie nelle loro situazioni spesso travagliate e nell’opera educativa tante volte difficoltosa. La promozione di numerose iniziative di sostegno, come quella dei Consultori familiari, è un segno della sua fiducia e della somma importanza che essa riconosce alla realtà familiare, il cui avvenire è l’avvenire dell’umanità.
Occorre tuttavia che anche la società e lo Stato si pongano al servizio della famiglia. Il riconoscimento dei diritti inalienabili, che le competono come società naturale fondata sul matrimonio, deve tradursi socialmente e politicamente in scelte concrete, che le permettano di svolgere i propri compiti con i necessari riconoscimenti e sostegni, di carattere istituzionale e anche economico. Una comunità politica veramente consapevole del ruolo fondamentale, che la famiglia svolge all’interno della società per una convivenza sana e civile, sa attuare quelle molteplici forme di sostegno che esprimono rispetto effettivo verso di essa e che le permettono di mettersi al servizio della vita umana in ogni sua necessità e dimensione.
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6. Carissimi, portate a quanti avvicinate nella vostra azione pastorale l’assicurazione che il Papa è vicino a tutte le famiglie, ne condivide intimamente le gioie e le sofferenze e auspica che esse sappiano mettersi efficacemente al servizio di quel grandissimo dono di Dio che è la vita umana. Perciò egli è vicino e solidale anche con tutti voi che operate per il bene della famiglia, nelle varie forme della pastorale familiare.
Con la forza che nasce dalla fiducia nel Signore risorto e che si alimenta nella preghiera, chiedo alle famiglie italiane di compiere scelte esemplari e coraggiosamente coerenti col valore supremo della vita. Maria santissima, che ha portato a compimento la propria maternità universale ai piedi della croce del Figlio suo, sostenga il cammino di ogni famiglia e di ogni madre con la sua potente intercessione.
[Insegnamenti GP II, 13/1, 1053-1057]