[1394] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA FORMACIÓN DEL SACERDOTE Y LA PASTORAL FAMILIAR
Discurso C´est une joie, a los participantes en la Asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia, 17 mayo 1990
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1. Constituye una alegría para mí recibir a los participantes en la octava asamblea plenaria del Pontificio Consejo para la Familia. Doy las gracias a monseñor cardenal Gagnon por haberme presentado vuestros trabajos.
Habéis elegido como tema “la formación del sacerdote y la pastoral familiar”, en relación con la reflexión que llevará a cabo el próximo Sínodo de los Obispos. Sí, este aspecto del ministerio de los sacerdotes es de la máxima importancia; tanto en la sociedad como en la Iglesia, la familia desempeña un papel esencial para el desarrollo del hombre. Y en la Iglesia, la dignidad de la familia es confirmada por el sacramento del matrimonio que santifica la comunión de los esposos y que consagra la fundación de un hogar cristiano.
Durante estos últimos decenios, numerosos esposos cristianos han percibido más intensamente la necesidad y la urgencia de descubrir la grandeza de la vocación a la que han sido llamados por su matrimonio, como también las riquezas de su maravillosa misión, para el bien de la sociedad y el bien de la Iglesia. Al término del Concilio Vaticano II, que ha clarificado el puesto de los laicos en la Iglesia y la vocación universal a la santidad, muchos son los sacerdotes que, en estos últimos años, han sabido apoyar y guiar a las familias en este sentido. Ahora es conveniente que la pastoral familiar sea replanteada y su preparación incorporada de forma más estructurada y más concreta en el ciclo de la formación sacerdotal.
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2. En efecto, mientras que algunos aspectos de la actividad sacerdotal pueden no afectar más que a personas de edad, de profesión, de cultura o de situación bien determinada, la pastoral familiar, en cambio, tiene como campo de aplicación la vida de los fieles cristianos en todas las edades. “Toda ayuda ofrecida a esta célula fundamental de la sociedad humana encuentra su eficacia multiplicada, repercutiéndose y perpetuándose en el tiempo gracias a la acción educadora que, a través de los padres, llega a los hijos y, por medio de éstos a los hijos de los hijos” (1).
La necesidad de esta preparación sacerdotal para la pastoral de la familia se deja sentir de forma más urgente cuando se considera la finalidad de todo el ministerio y de toda la vida de los sacerdotes: “Procurar la gloria de Dios Padre en Cristo. Y esta gloria enseña el Concilio Vaticano II, consiste en que los hombres reciban consciente, libre y agradecidamente la obra de Dios, acabada en Cristo” (2).
La renovación de la vida de los fieles cristianos promovida por el Concilio depende, en gran parte, del celo pastoral desplegado por los ministros del Señor. Sin embargo, en el marco de la vida familiar, las energías se multiplican por la venida más rápida del reino de Dios entre los hombres. Cuando los esposos viven generosamente su amor, pueden dar testimonio auténticamente de la Buena Nueva, porque hacen de su vida cotidiana un instrumento de apostolado y el marco del primer anuncio de la palabra de Dios a sus hijos.
El servicio de los esposos y de sus familias constituye una parte importante del ministerio de los sacerdotes, colaboradores del obispo, que es el “primer responsable de la pastoral familiar en la diócesis” (Familiaris consortio, n.73). En este tiempo pascual, que recuerda a los hombres el pacto de reconciliación y de paz realizado en Cristo, se comprende mejor la necesidad de ilustrar con la luz del Salvador y de recuperar con su fuerza redentora el pacto conyugal de los esposos y de toda la vida de la familia que de él se deriva.
Y la tarea de los sacerdotes consiste en ayudar a los hogares cristianos a reflejar durante toda su vida el misterio de amor esponsal de Cristo y de su Iglesia: De esta forma realizarán lo que propone el Concilio Vaticano II cuando afirma: “La familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio –que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia–, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y de la auténtica naturaleza de la Iglesia, ya por el amor de los esposos, la generosa fecundidad, unidad y felicidad, ya por la cooperación amorosa de todos sus miembros” (4).
1. Allocutio 1 martii 1984, 1.
2. Presbyterorum ordinis, 2.
4. Gaudium et spes, 48 [1965 12 07c/ 48].
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3. Es necesario que la formación del sacerdote proceda de una comprensión meditada del misterio de Cristo y progrese en ella. La intervención sacerdotal en la pastoral familiar hunde sus raíces en un conocimiento asimilado personalmente del plan de Dios revelado en Jesucristo y supone una comprensión auténtica de la naturaleza de la Iglesia. La doctrina sobre el matrimonio y la familia que el sacerdote tiene el encargo de transmitir no está presente en el seno de la relación conyugal del hombre y de la mujer.
Así pues, por ejemplo, conviene conseguir que los esposos descubran claramente que “lo que es enseñado por la Iglesia sobre la procreación responsable no es otra cosa que el proyecto original que el Creador ha impreso en la humanidad del hombre y de la mujer que se casan, y que el Redentor ha venido a establecer” (4).
Al proponer la plenitud de la verdad sobre el amor conyugal y familiar, los pastores de la Nueva Alianza saben que no es suficiente enseñar la ley nueva que ilumina la conducta de cada uno; ellos deben también abrirse a la gracia que remedia la debilidad que lleva consigo la concupiscencia. Ésta es la causa por la que la caridad pastoral hacia la familia exige una continua disponibilidad para ofrecer la riqueza de la gracia sacramental dispensada por la Iglesia, sin disminuir en nada la grandeza y la dignidad del sacramento que les corresponde a los esposos y mediante la cual hacen presente en medio de los hombres el amor que viene de Dios.
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4. Vosotros todos que habéis recibido el don del amor conyugal, debéis saber que con la generosidad de vuestro amor mutuo y el de vuestros hijos, la unión de Cristo y de su Iglesia es fecunda en vuestras vidas. Vosotros sois para vuestros pastores el testimonio claro y viviente del misterio cristiano; vosotros los sostenéis para que sean incansablemente los testigos de la fuerza redentora de Cristo y para que sepan aconsejar con paciencia y caridad a los hogares que les confían sus dificultades.
Sacramento del matrimonio y sacerdocio cristiano, he aquí dos sacramentos que construyen el bien de la Iglesia y de la sociedad. Dos participaciones en el misterio de Cristo que se refuerzan mutuamente en el seno de la existencia cristiana, en la fidelidad al carisma propio de cada uno, para el bien de todo el pueblo de Dios.
Yo espero que la reflexión llevada a cabo por vuestro Consejo será útil en particular para los sacerdotes que asumen la responsabilidad de la pastoral familiar. Es en una colaboración confiada en la que se deben poner sus esfuerzos en común con los animadores laicos competentes, a fin de servir a la familia en la complementariedad de sus papeles respectivos.
Es bueno que, desde su formación, los sacerdotes sean preparados para este tipo de responsabilidad mediante una cultura humana que ilumina la teología, por la experiencia del trabajo en común con los hogares, al igual que mediante la vida espiritual, la única que puede hacer de ellos testigos creíbles.
Señores cardenales, queridos amigos, yo deseo para vuestros trabajos, para vuestro apostolado, la irradiación que les asegurará la asistencia del Espíritu Santo. Al ofreceros mis alientos y mis votos, imparto a cada uno de vosotros mi Bendición Apostólica.
[E 50 (1990), 1172-1173]
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1. C’est une joie pour moi que d’accueillir les participants à la huitième assemblée plénière du Conseil pontifical pour la Famille. Je remercie Monsieur le Cardinal Gagnon de m’avoir présenté vos travaux.
Vous avez pris pour thème “la formation du prêtre et la pastorale familiale”, en rapport avec la réflexion que menera le prochain Synode des Évêques. Oui, cet aspect du ministère des prêtres est de la plus grande importance; dans la société comme dans l’Église, la famille joue un rôle essentiel pour le développement de l’homme. Et dans l’Église, la dignité de la famille est confirmée par le sacrement du mariage qui sanctifie la communion des époux et qui consacre la fondation d’un foyer chrétien.
Pendant ces dernières décennies, de nombreux époux chrétiens ont plus vivement perçu la nécessité et le besoin de découvrir la grandeur de la vocation à laquelle ils sont appelés par leur mariage, ainsi que les richesses de leur merveilleuse mission, pour le bien de la société et celui de l’Église. À la suite du Concile Vatican II, qui a mis en lumière la place des laïcs dans l’Église et l’appel universel à la sainteté, nombreux sont les prêtres qui, en ces dernières années, ont su appuyer et guider les familles dans ce sens. Il convient maintenant que la pastorale familiale soit repensée et sa préparation incorporée de façon plus structurée et plus concrète dans le cycle de la formation sacerdotale.
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2. En effet, alors que certains aspects de l’activité sacerdotale peuvent ne concerner que des personnes d’âge, de profession, de culture ou de situation bien déterminés, la pastorale familiale, en revanche, a pour champ d’application la vie des fidèles chrétiens à tous les âges. “Toute aide offerte à cette cellule fondamentale de la société humaine trouve son efficacité multipliée, en se répercutant et en se perpétuant dans le temps grâce à l’action éducatrice qui, à travers les parents, atteint les enfants et, à travers ceux-ci, les enfants des enfants” (1).
La nécessité de cette préparation sacerdotale pour la pastorale de la famille se fait sentir de manière plus urgente lorsque l’on considère la fin de tout le ministère et de toute la vie des prêtres: “Rendre gloire à Dieu le Père dans le Christ. Et cette gloire, enseigne le Concile Vatican II, c’est l’accueil conscient, libre et reconnaissant des hommes à l’oeu vre de Dieu accomplie dans le Christ” (2). Le renouvellement de la vie des fidèles chrétiens promu par le Concile dépend en grande partie du zèle pastoral déployé par les ministres du Seigneur. Cependant, dans le cadre de la vie familiale, les énergies se multiplient pour la venue plus rapide du règne de Dieu parmi les hommes. Quand des époux vivent généreusement leur amour, ils peuvent témoigner authentiquement de la Bonne Nouvelle, car ils font de leur vie quotidienne un instrument d’apostolat et le cadre d’une première annonce de la parole de Dieu à leurs enfants.
Le service des époux et de leurs familles constitue une partie importante du ministère des prêtres, collaborateurs de l’Évêque, qui est le “premier responsable de la pastorale familiale dans le diocèse” (3). En ce temps pascal, qui rappelle aux hommes le pacte de réconciliation et de paix réalisé dans le Christ, on saisit mieux la nécessité d’éclairer de la lumière du Sauveur et de racheter avec sa force rédemptrice le pacte conjugal des époux et toute la vie de la famille qui en découle. Et la tâche des prêtres est d’aider les foyers chrétiens à refléter par toute leur vie le mystère d’amour sponsal du Christ et de son Église: ils réaliseront ainsi ce que propose le Concile Vatican II quand il affirme: famille chrétienne, par ce qu’elle est issue d’un mariage, image et participation de l’alliance d’amour qui unit le Christ et l’Église, manifestera à tous les hommes la présence vivante du Sauveur dans le monde et la véritable nature de l’Église, tant par l’amour des époux, leur fécondité généreuse, l’unité et la fidélité du foyer, que par la coopération amicale de tous ses membres” (4).
1. Allocutio 1 martii 1984, 1.
2. Presbyterorum ordinis, 2.
3. Familiaris consortio, 73 [1981 11 22/ 73].
4. Gaudium et spes, 48 [1965 12 07c/ 48].
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3. Il est nécessaire que la formation du prêtre procède d’une intelligence méditée du mystère du Christ et progresse en elle. L’intervention sacerdotale dans la pastorale familiale plonge ses racines dans une connaissance assimilée personnellement du plan de Dieu révélé en Jésus-Christ et elle suppose une compréhension authentique de la nature de l’Église. La doctrine sur le mariage et la famille que le prêtre a la charge de transmettre n’est pas seulement de l’ordre de la spéculation; elle traduit aussi la sagesse dont l’assistance ordinaire du Saint-Esprit nourrit les fidèles pour leur croissance dans l’Église.
Telle est la perspective de l’enseignement du magistère, qui a été exprimé pour nos contemporains en particulier par l’encyclique “Humanae Vitae” et l’exhortation apostolique “Familiaris Consortio”: il faut aider, avec la vérité du mystère du Christ, à découvrir, développer et élever la vérité qui est déposée au coeur de l’homme, la vérité qui est déjà présente à l’intérieur de la relation conjugale de l’homme et de la femme. Ainsi, par exemple, il convient de bien faire découvrir aux époux que “ce qui est enseigné par l’Église sur la procréation responsable n’est pas autre chose que le projet originel que le Créateur a imprimé dans l’humanité de l’homme et de la femme qui se marient, et que le Rédempteur est venu rétablir” (5).
En proposant la plénitude de la vérité sur l’amour conjugal et familial, les pasteurs de la nouvelle Alliance savent qu’il ne suffit pas d’enseigner la loi nouvelle qui illumine la conduite de chacun; ils doivent aussi ouvrir à la grâce qui porte remède à la faiblesse que comporte la concupiscence. C’est pour cela que la charité pastorale envers la famille exige une continuelle disponibilité pour offrir la richesse de la grâce sacramentelle dispensée par l’Église, sans diminuer en rien la grandeur et la dignité du sacrement qui est propre aux époux et par lequel ils rendent présent au milieu des hommes l’amour qui vient de Dieu.
5. Allocutio 1 martii 1984, 2 [1984 03 01/ 2]
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4. Vous tous qui avez reçu le don de l’amour conjugal, vous devez savoir qu’avec la générosité de votre amour mutuel et de celui de vos enfants, l’union du Christ et de son Église est féconde en vos vies. Vous êtes pour vos pasteurs le témoignage clair et vivant du mystère chrétien; vous les soutenez pour qu’ils soient inlassablement les témoins de la force rédemptrice du Christ et pour qu’ils sachent conseiller avec patience et charité les foyers qui leur confient leurs difficultés.
Sacrement du mariage et sacerdoce chrétien: voilà deux sacrements qui construisent le bien de l’Église et de la société. Deux participations au mystère du Christ qui se renforcent mutuellement à l’intérieur de l’existence chrétienne, dans la fidélité au charisme propre de chacun, pour le bien de tout le peuple de Dieu.
J’espère que la réflexion conduite par votre Conseil sera utile en particulier aux prêtres qui prennent la responsabilité de la pastorale familiale. C’est dans une collaboration confiante qu’ils ont à mettre leurs efforts en commun avec les animateurs laïcs compétents, afin de servir la famille dans la complémentarité de leurs rôles respectifs. Il est bon que, dès leur formation, les prêtres soient préparés à ce type de responsabilité par une culture humaine qu’éclaire la théologie, par l’expérience du travail en commun avec les foyers, ainsi que par la vie spirituelle qui seule peut faire d’eux des témoins crédibles.
Messieurs les Cardinaux, chers amis, je souhaite à vos travaux, à votre apostolat, le rayonnement que leur assurera l’assistance de l’Esprit Saint. En vous offrant mes encouragements et mes voeux, j’accorde à chacun d’entre vous ma Bénédiction Apostolique.
[AAS 82 (1990), 1611-1614]