[1398] • JUAN PABLO II (1978-2005) • LA DIGNIDAD DE LA FAMILIA LIGADA A LA PATERNIDAD RESPONSABLE
Homilía de la Misa en la explanada de Songa, Gitega (Burundi), 6 septiembre 1990
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Familias de Burundi,
queridos hermanos y hermanas,
En esta solemne celebración os invito a un encuentro con la sagrada Familia de Nazaret.
1. Familias que formáis el pueblo de Dios en Burundi, me alegra venir a rezar con vosotros en vuestro santuario mariano de Mugera, lugar donde la Iglesia ha echado raíces en vuestra tierra, lugar donde los hijos e hijas de Burundi vienen en gran número a confiar a la Madre de Cristo su fidelidad al Evangelio, su gozo por estar unidos en la fe, y también sus preocupaciones y esperanzas.
En la Virgen de Nazaret descubrís la imagen perfecta de la Iglesia, la Inmaculada que nos ha precedido en la peregrinación de la fe, la Madre que nos socorre y a quien Jesús confió sus discípulos en el momento de realizar su sacrificio redentor.
Familias de Burundi, vengo con vosotros en peregrinación filial ante la Virgen de Nazaret, la Madre de Jesús.
Os agradezco que estéis reunidos aquí conmigo en la oración. Agradezco a vuestro pastor, mons. Joachim Ruhuna, las palabras de acogida que me ha dirigido en nombre vuestro. Yo os doy el saludo cordial del Obispo de Roma. A cada uno desearía manifestarle mi amistad: a los cardenales y a todos los obispos presentes, a las autoridades civiles, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, a los catequistas, a todos los bautizados, así como a nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones espirituales.
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2. Sí, hoy la Iglesia, por medio de las palabras de la liturgia, os invita a un encuentro con la Sagrada Familia. Son palabras breves, pero ricas de contenido.
El Evangelista Lucas nos dice que, cuando Jesús fue hallado en el templo, a la edad de 12 años, “bajó con ellos –con María y José– y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (2, 51-52).
Es difícil decir más con menos palabras, pues en este texto se hallan evocadas muchas cosas. Vemos a Jesús, a la edad de doce años, provocar el asombro de los doctores del templo de Jerusalén por la agudeza de su inteligencia planteándoles preguntas y dándoles acertadas respuestas. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Y José, el carpintero, iniciaba poco a poco a Jesús en el trabajo de carpintería, hasta el punto de que Cristo será llamado “el hijo del carpintero” (cfr. Mt 13, 55; Mc 6, 3).
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3. El salmo de la liturgia, al describirnos la vida familiar del Antiguo Testamento, nos invita también a contemplar a la Familia de Nazaret.
Es una vida feliz: en la “casa” vemos al hombre contento de alimentar a su familia por medio del trabajo de sus manos; a la esposa, generosa; a los hijos, en torno a la mesa, con el vigor de los brotes de olivo (cfr. Sal 128 1-3).
Y cuando se escucha este salmo, se comprende que la casa de la familia es, de alguna manera, la casa del Señor; quienes la habitan adoran al Dios vivo, y son bendecidos por él (cfr. Sal 128, 1, 4). La familia vive en la presencia del Señor. Es Él, el Creador, quien les da la vida, quien les permite dar la vida, ver “a los hijos de sus hijos” (cfr. v. 6).
¡Dichosos los que van por los caminos del Señor! (cfr. v. 1).
¡Dichosa la familia unida en la fe y en el amor a Dios, a ejemplo de la familia de Nazaret!
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4. San Pablo nos invita también a unirnos a la Familia de Nazaret, por medio de las palabras de la carta a los Colosenses: “Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro” (3, 12-13).
¡Qué actuales son estas palabras! ¡Qué gran necesidad existe en la vida familiar de todas estas virtudes, sobre todo de las que consisten en estar dispuestos a apoyarse y perdonarse mutuamente! “Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros” (3, 13).
Es verdad que, en Burundi, las familias han sido con frecuencia probadas por el sufrimiento: la dispersión, la salida, incluso la desaparición de sus miembros. Pero, ¿no es en el seno de la familia donde se debe aprender el perdón? ¿No decimos en la oración de cada día: “Perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”? (Mt 6, 12; cfr. Lc 11, 4). ¿No es en la familia donde los niños aprenden a vivir la unidad y la solidaridad fundadas en el amor, en la estima y en el respeto mutuo?
Sí, la caridad se edifica por medio de las virtudes de la vida diaria, por medio de la comprensión y la disponibilidad a perdonarse recíprocamente. “El amor es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14).
El amor trae también la paz: la paz de Cristo. El amor aprende a ser agradecido por los dones recibidos y a dar a los demás en cambio. A ese amor están llamados los esposos, los padres y los hijos. El Apóstol escribe: “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres”; y también: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados” (Col 3, 20-21).
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5. Familias de Burundi, acoged la invitación de la liturgia a un encuentro con la Familia de Nazaret, mediante vuestro esfuerzo por llevar una vida según ese modelo.
Las mejores tradiciones de vuestro pueblo van encaminadas en esta dirección. Vuestros antepasados os han transmitido también su respeto al matrimonio, a la fidelidad y a la armonía de la pareja: “la casa es un asunto de dos”. Las grandes cualidades humanas de entendimiento y comprensión coinciden con los valores evangélicos. En efecto, las exigencias del matrimonio cristiano corresponden a lo mejor que hay en el hombre, creado por Dios para la unidad de la pareja.
Pero es verdad que, en la actualidad, se han producido considerables cambios en el modo de vivir y en las relaciones de hombres y mujeres. Los cristianos no deben dejarse arrastrar; más bien, deben reaccionar y aportar un juicio moral iluminado. Pues está en juego la dignidad de la familia y la felicidad de los esposos y de los hijos.
Permaneced fieles también a vuestra tradición de educadores de los hijos, en la que se mantienen en equilibrio la presencia y el papel del padre y de la madre. Vosotros soléis decir: el niño pertenece a la pareja. En una época en que el porvenir no es fácil para los jóvenes, es necesario el sostén afectuoso y confiado de los padres para que crezcan sanos, para que aprendan a ser dueños de sí mismos y a afrontar con valor las pruebas de la vida. Es preciso también que los padres y los hijos no permanezcan cerrados en sí mismos y que no pierdan los tradicionales lazos de solidaridad con sus parientes, con lo que se llama la familia extensa.
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6. En vuestro país, muchos están preocupados por lo que se suele llamar el problema demográfico, el aumento demasiado rápido de la población. Aquí todos tienen su responsabilidad. Ante todo, se trata de hacer todo lo que esté en vuestra mano para lograr que la tierra de Burundi alimente a sus hijos: la agricultura, vuestro principal recurso, debe desarrollarse para que los campos produzcan más y mejor, sin agotar el terreno ni deteriorarlo. La tierra es un don de Dios. Corresponde a toda la nación ofrecer a sus hijos “los frutos de la tierra y del trabajo del hombre”, como decimos, dando gracias, al presentar el pan y el vino en la Misa.
En lo que respecta al problema demográfico, la primera responsabilidad corresponde, naturalmente, a los padres: a ellos toca vivir una paternidad responsable y generosa, acoger a los hijos que deseen y que piensen poder educar. Esto implica, en los esposos, un gran respeto mutuo, un dominio de su vida íntima, un amor que conserve una constante estima de la mujer en su capacidad de ser madre. Precisamente por esto, el dominio de la fecundidad debe seguir siendo profundamente humano, como lo pide la Iglesia al manifestar las sanas exigencias de la moral. Los esposos que llegan a la plenitud de la paternidad responsable son, como sabemos, realmente felices.
La Acción Familiar y los movimientos que están al servicio de la familia, constituyen una ayuda inestimable para que vuestras familias sepan encontrar su equilibrio y afrontar sus responsabilidades, no sólo en el dominio de la paternidad y de la maternidad, sino también en la educación y, finalmente, en todas las responsabilidades que tienen dentro de la sociedad. Pues es verdad que una vida familiar sana y claramente responsable favorece la apertura a los demás y la solidaridad con todos sus hermanos y hermanas en la humanidad.
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7. En la carta a los Colosenses, hemos escuchado también esta consigna: “La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados” (3, 16).
El amor de Dios enriquece con su presencia a la familia, gracias al sacramento del matrimonio. Acoged este don; hacedlo fructificar con vuestra oración común, con vuestra reflexión y mediante la educación religiosa de vuestros hijos. La familia tiene el deber fundamental de despertar a sus hijos a la fe, hacer que vivan una experiencia cristiana, y darles una cultura cristiana. Vosotros lo decís así: el niño es un campo común entre Dios y los padres. Compartid con vuestros hijos el don de la fe y del amor, que habéis recibido de Dios. Orad juntos, formad juntos la “Iglesia doméstica”, unidad fundamental en el pueblo de Dios.
Invito a los pastores y a los animadores de la pastoral familiar a colaborar cada vez mejor con las familias, a proporcionarles consejos útiles, y a escuchar y acoger las experiencias, los deseos, las preocupaciones de las familias, para construir juntos una Iglesia viva y fecunda, a imagen de la Familia de Jesús, María y José en Nazaret.
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8. Nuestro encuentro con esta Familia de Nazaret tiene lugar en un momento particular: cuando Jesús tiene doce años, en el templo de Jerusalén, durante la fiesta de la Pascua, con María y José. Y parece que se aleja de sus padres, cuando dice a su madre: “¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?” (Lc 2, 49).
¿Estáis dispuestos a escuchar que uno de vuestros hijos os diga: yo quisiera consagrar mi vida a Dios en la Iglesia de Cristo, ser sacerdote, religioso o religiosa? Y, si es ése vuestro deseo, ¿sabéis que la vocación sacerdotal o religiosa, la mayor parte de las veces, tiene su origen en la vida de fe, de esperanza y de amor de una Iglesia doméstica, es decir, de la familia, bien insertada en la gran comunidad de la Iglesia? Padres, para que el Señor pueda llamar a los jóvenes a estar totalmente a su servicio y al servicio de sus hermanos, es preciso que el terreno haya sido preparado por la familia misma.
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9. Queridos jóvenes, hubiera querido dirigirme también a vosotros largamente. Pero creo que, estando presentes aquí junto con vuestras familias, habéis comprendido que muchas de mis palabras os atañen. Pues, poco a poco, vosotros os preparáis a realizar vuestra vocación de esposos y padres, o también, para algunos, a responder a la llamada del Señor para consagrarle toda vuestra vida.
Quisiera manifestaros a cada uno de vosotros mi afecto, y alentaros. Os encontráis en una etapa fundamental de vuestra existencia. Ahora es el tiempo en que habéis de formar vuestra conciencia, madurar una fe personal y descubrir la belleza de una solidaridad activa con vuestros hermanos y el gozo profundo de asumir vuestras responsabilidades en la sociedad y en la Iglesia. Ahora es el tiempo en que debéis aprender a ser dueños de vosotros mismos, a permanecer puros en vuestras relaciones entre muchachos y muchachas, a dar muestras de valor y de tenacidad para adquirir una competencia que será útil no sólo a vosotros mismos sino también a vuestro pueblo.
Os invito, en especial, a participar en las actividades de vuestros movimientos cristianos. Ellos os ayudarán en gran manera a progresar juntos en la fe y los compromisos que la Iglesia espera de vosotros.
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10. Hermanos y hermanas, el encuentro que estamos celebrando con la Familia de Nazaret en esta liturgia, nos invita a abrir nuestro corazón y a colocar sobre el altar toda la vida de las familias de Burundi. Confiad a Jesús, sobre el altar, vuestras penas y esperanzas, vuestras tristezas y alegrías. Él las presentará a su Padre como el don precioso de sus hermanos y hermanas, a quienes ama y salva: hace de ellos miembros de su Cuerpo, les permite llegar a ser hijos de Dios.
Queridos amigos; esposas y esposos; padres e hijos; todas las generaciones: esta Eucaristía quisiera ser un encuentro con la Sagrada Familia, una acción de gracias. Aportemos los dones de nuestros corazones para recibir el don incomparable del Pan de vida.
Eucaristía significa acción de gracias. Por eso el Apóstol nos dice: “Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3, 17).
Familias de Burundi, “que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo” (Col 3, 15). Renovad vuestra aceptación de la gracia del sacramento del matrimonio. Avanzad por los caminos que nos muestra la Familia de Nazaret, la Sagrada Familia.
La paz de Cristo esté siempre con vosotros.
[OR (e. c.), 16.IX.1990, 9 y 10]
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Familles du Burundi,
chers Frères et Sœurs,
En cette célébration solennelle, je vous invite à rencontrer la sainte Famille de Nazareth.
1. Familles qui composez le Peuple de Dieu au Burundi, je suis heureux de venir prier avec vous près de votre sanctuaire marial de Mugera, ce lieu où l’Église a été enracinée dans votre terre, ce lieu où les fils et les filles du Burundi viennent nombreux confier à la Mère du Christ leur fidélité à l’Évangile, leur joie de communier dans la foi, et aussi leurs soucis et leurs espérances.
Dans la Vierge de Nazareth, vous reconnaissez la Figure parfaite de l’Église, l’Immaculée qui nous précède dans le pèlerinage de la foi, la Mère secourable à qui Jésus a confié ses disciples au moment d’accomplir son Sacrifice rédempteur.
Familles du Burundi, c’est avec vous particulièrement que je viens en pèlerinage filial auprès de la Vierge de Nazareth, la Mère de Jésus.
Je vous remercie de vous être rassemblés ici avec moi dans la prière. Je remercie votre Pasteur, Monseigneur Joachim Ruhuna, des paroles d’accueil qu’il m’a adressées en votre nom. Je vous adresse le salut cordial de l’Évêque de Rome. À chacun je voudrais dire mon amitié, à vos dirigeants civils, au clergé, aux religieux et religieuses, aux catéchistes, à tous les baptisés, et aussi à nos frères et sœurs d’autres traditions spirituelles.
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2. Oui, aujourd’hui, l’Église vous invite à rencontrer la Sainte Famille, par les paroles de la liturgie. Ce sont des paroles brèves, mais elles ont un contenu riche.
Quand Jésus fut retrouvé dans le Temple, à l’âge de douze ans, l’évangéliste Luc nous dit: “Il descendit avec eux –avec Marie et Joseph– pour rentrer à Nazareth, et il leur était soumis. Sa Mère gardait dans son cœur tous ces événements. Quant à Jésus, il grandissait en sagesse, en taille et en grâce sous le regard de Dieu et des hommes” (1).
Il est difficile de dire plus en aussi peu de mots, car beaucoup de choses sont évoquées ici. Nous voyons Jésus, âgé de douze ans, provoquer l’étonnement des docteurs du Temple de Jérusalem par la pénétration de son intelligence, en posant des questions et en donnant de justes réponses. Sa Mère gardait tous ces événements dans son cœur. Et Joseph, le charpentier, initiait peu à peu Jésus au travail de la menuiserie, si bien que le Christ sera appelé “le fils du charpentier” (2).
1. Lc 2,51-52.
2. Cfr. Mt. 13,55; Mc 6,3.
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3. Le psaume de la liturgie nous invite aussi à la rencontre de la Famille de Nazareth, en décrivant la vie familiale de l’Ancien Testament.
C’est une vie heureuse: dans la “maison”, nous voyons l’homme satisfait de nourrir sa famille par le travail de ses mains, l’épouse généreuse, les enfants autour de la table qui ont la vigueur des plants d’olivier (3).
Et quand on écoute ce psaume, on comprend que la maison de la famille c’est en quelque sorte la maison du Seigneur: ceux qui l’habitent adorent le Dieu vivant, ils sont bénis par Lui (4). La famille vit dans la présence du Seigneur, c’est Lui, le Créateur, qui leur donne la vie, qui leur permet de donner la vie, de voir “les fils de leurs fils” (5).
Heureux qui marche sur la route du Seigneur!6
Heureuse la famille unie dans la foi et dans l’amour de Dieu, à l’image de la Famille de Nazareth!
3. Cfr. Sal 128, 1-3.
4. Cfr. Sal 128, 1.4.
5. Sal 128,6.
6. Sal 128,1.
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4. Saint Paul nous invite aussi à rejoindre la Famille de Nazareth, par les paroles de la Lettre aux Colossiens: “Revêtez votre cœur de tendresse et de bonté, d’humilité, de douceur, de patience. Supportez-vous mutuellement et pardonnez si vous avez des reproches à vous faire” (7).
Comme ces paroles sont actuelles! Comme est grande la nécessité de toutes ces vertus dans la vie familiale, surtout celle qui consiste à être prêt à se supporter mutuellement et à se pardonner: “Le Seigneur vous a pardonné, faites de même” (8).
Il est vrai qu’au Burundi, les familles ont trop souvent été déchirées par la souffrance: la dispersion, le départ, même la disparition de leurs membres. Mais n’est-ce pas au sein de la famille que l’on doit apprendre le pardon? Ne disons-nous pas dans la prière de chaque jour: “Pardonne-nous nos offenses comme nous pardonnons aussi à ceux qui nous ont offensés” (9)? N’est-ce pas dans la famille que les enfants apprennent à vivre l’unité et la solidarité fondées sur l’amour, sur l’estime et le respect mutuel?
Oui, c’est par ces vertus de la vie quotidienne, par la compréhension et par la disponibilité à se pardonner mutuellement qu’on édifie la charité. “L’amour, c’est lui qui fait l’unité dans la perfection” (10).
L’amour apporte aussi la paix: la paix du Christ. L’amour apprend à être reconnaissant pour les dons reçus, ainsi qu’à donner aux autres en retour. À un tel amour sont appelés les époux et les épouses, les parents et les enfants. L’apôtre écrit: “Vous, les enfants, écoutez vos parents”; et il écrit aussi: “Vous, les parents, n’exaspérez pas vos enfants; vous risqueriez de les décourager” (11).
7. Col 3,12-13.
8. Col 3,13.
9. Mt 6,12; cfr. Lc 11,4.
10. Col 3,14.
11. Col 3,20-21.
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5. Familles burundaises, vous accueillerez l’invitation de la liturgie à rencontrer la Famille de Nazareth par vos efforts pour mener une vie suivant ce modèle.
Les meilleures traditions de votre peuple vont aussi dans ce sens. Vos ancêtres vous ont légué leur respect du mariage, de la fidélité et de l’harmonie du couple: urugo rugira babiri, la maison est une affaire à deux. Les grandes qualités humaines d’entente et d’entraide s’accordent avec les valeurs évangéliques. Les exigences du mariage chrétien correspondent, en effet, à ce qu’il y a de meilleur dans l’homme, créé par Dieu pour l’unité du couple.
Mais il est vrai qu’à présent, des changements considérables apparaissent dans la manière de vivre, dans les relations des hommes et des femmes. Les chrétiens ne doivent pas se laisser entraîner; ils doivent réagir et porter un jugement moral éclairé. Car l’enjeu, c’est la dignité de la famille, le bonheur des époux, et celui de leurs enfants.
Restez fidèles aussi à votre tradition d’éducation des enfants, où s’équilibrent la présence et le rôle du père et de la mère. Vous avez coutume de le dire: umwana ni uwa babiri, l’enfant appartient au couple. En un temps où l’avenir n’est pas toujours facile pour les jeunes, il faut le soutien affectif et confiant des parents pour qu’ils grandissent sainement, pour qu’ils apprennent à devenir maîtres d’eux-mêmes et à faire face avec courage aux épreuves de la vie. Il est bon aussi que les parents et les enfants ne restent pas repliés sur eux-mêmes et qu’ils ne perdent pas leurs liens de solidarité traditionnelle avec leur parenté, avec ce qu’on appelle la famille élargie.
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6. Dans votre pays, beaucoup sont préoccupés par ce qu’on appelle le problème démographique, l’augmentation assez rapide de la population. La responsabilité de chacun est ici engagée. Il s’agit d’abord de faire le maximum pour que la terre burundaise nourrisse ses enfants: l’agriculture, votre première ressource, doit se développer pour que les champs produisent plus et mieux sans épuiser le sol ni le dégrader. La terre est un don de Dieu; il revient à toute la nation d’offrir à ses enfants les “fruits de la terre et le travail des hommes”, comme nous le disons en présentant le pain et le vin pour l’action de grâce de la Messe.
En ce qui concerne le problème démographique, la responsabilité première revient naturellement aux parents: Il leur appartient de vivre une paternité responsable et généreuse, d’accueillir les enfants qu’ils désirent et qu’ils pensent pouvoir élever. Cela suppose un grand respect des époux l’un envers l’autre, une maîtrise de leur vie intime, un amour qui garde une constante estime de la femme dans sa capacité d’être mère. C’est pourquoi la maîtrise de la fécondité doit rester profondément humaine, comme l’Église le demande, en exprimant les saines exigences de la morale. Les époux qui parviennent à la plénitude de la paternité responsable, nous le savons, en sont réellement heureux.
L’Action familiale, les mouvements de foyers, constituent une aide précieuse pour que vos familles sachent trouver leur équilibre et faire face à leurs responsabilités, non seulement dans le domaine de la paternité et de la maternité, mais aussi dans l’éducation, et finalement dans toutes leurs responsabilités au sein de la société. Car il est vrai qu’une vie familiale saine et clairement responsable favorise l’ouverture aux autres et la solidarité avec tous ces frères et sœurs en humanité.
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7. Dans la Lettre aux Colossiens, nous avons encore entendu cette consigne: “Que la parole du Christ habite en vous dans toute sa richesse; instruisez-vous et reprenez-vous les uns les autres avec une vraie sagesse; par des psaumes, des hymnes et de libres louanges, chantez à Dieu, dans vos cœurs, votre reconnaissance!” (12).
L’amour de Dieu enrichit de sa présence la famille, grâce au sacrement du mariage. Ce don, accueillez-le, faites-le fructifier dans votre prière commune, dans votre réflexion, par l’éducation religieuse de vos enfants. La famille a le devoir fondamental d’éveiller ses enfants à la foi, de leur faire vivre une expérience chrétienne, de leur donner une culture chrétienne. Vous le dites dans votre langue: umawana ni umurina w’isangi musangiye ni Imana, l’enfant est un champ commun entre Dieu et les parents. Partagez avec vos enfants le don de la foi et de l’amour que vous avez reçu de Dieu. Priez ensemble, formez ensemble l’“Église domestique”, unité fondamentale dans le Peuple de Dieu.
J’invite les pasteurs, les animateurs de la pastorale familiale à collaborer toujours mieux avec les familles, à apporter les conseils utiles, et aussi à écouter et accueillir les expériences, les désirs, les soucis des familles pour construire ensemble une Église vivante et féconde, en regardant la Famille de Jésus, Marie et Joseph à Nazareth.
12. Col 3,16.
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8. Notre rencontre avec cette Famille de Nazareth est située à un moment particulier: Jésus a douze ans, il est au Temple de Jérusalem au cours de la fête de la Pâque, avec Marie et Joseph. Et voici qu’il semble s’éloigner de ses parents, quand il dit à sa Mère: “Ne le saviez-vous pas? C’est chez mon Père que je dois être” (13).
Etes-vous prêts à entendre un de vos enfants vous dire: je voudrais consacrer ma vie à Dieu dans l’Église du Christ, devenir prêtre, religieux ou religieuse? Et si tel est votre désir, savez-vous que la vocation sacerdotale ou religieuse a le plus souvent son origine dans la vie de foi, d’espérance et d’amour d’une Église domestique, c’est-à-dire de la famille, bien insérée dans la grande communauté de l’Église? Parents, pour que le Seigneur puisse appeler des jeunes à être totalement à son service et au service de ses frères, il faut que le terrain soit préparé par la famille elle-même.
13. Lc. 2,49.
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9. Chers jeunes, j’aurais voulu m’adresser aussi à vous longuement. Mais je crois que, présents ici avec vos familles, vous avez compris que beaucoup de mes paroles vous concernent. Car, peu à peu, vous vous préparez vous-mêmes à réaliser votre vocation d’époux et de parents, ou aussi pour certains à répondre à l’appel du Seigneur à lui donner toute votre vie.
Je voudrais dire à chacun de vous mon affection et vous encourager. Vous êtes à une étape capitale de votre existence. C’est maintenant que vous formez votre conscience, que vous mûrissez une foi personnelle, que vous découvrez la beauté d’une solidarité active avec vos frères et la joie profonde de prendre ses responsabilités dans la société et dans l’Église. C’est maintenant que vous apprenez à être maîtres de vous-mêmes, à rester purs dans vos relations entre garçons et filles, à faire preuve de courage et de ténacité pour acquérir une compétence qui sera utile non seulement à vous-mêmes mais aussi à votre peuple.
Je vous invite, en particulier, à participer aux activités de vos mouvements chrétiens. Ils vous apportent beaucoup pour progresser ensemble dans la foi et les engagements que l’Église attend de vous.
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10. Frères et Sœurs, la rencontre que nous vivons avec la Famille de Nazareth dans cette liturgie nous appelle à ouvrir notre cœur et à déposer sur l’autel toute la vie des familles du Burundi. Vos peines et vos espérances, vos deuils et vos joies, remettez-les à Jésus sur l’autel. Il les présentera à son Père, comme le don précieux de ses frères et sœurs qu’il aime et qu’il sauve: il en fait des membres de son Corps, il leur permet de devenir enfants de Dieu.
Chers amis! Époux et épouses! Parents et enfants! Toutes les générations! Cette Eucharistie voudrait être la rencontre avec la Sainte Famille, dans l’action de grâce. Apportons les dons de nos cœurs pour recevoir le don incomparable du Pain de Vie!
L’Eucharistie, cela veut dire la reconnaissance. C’est pourquoi l’Apôtre nous dit: “Tout ce que vous dites, tout ce que vous faites, que ce soit toujours au nom du Seigneur Jésus-Christ, en offrant par lui votre action de grâce à Dieu le Père” (14).
Familles burundaises, “que, dans vos cœurs, règne la paix du Christ... pour former en lui un seul Corps”!15. Renouvelez votre accueil de la grâce du sacrement de mariage, avancez sur les voies que nous montre la Famille de Nazareth, la Sainte Famille!
Tugire amahoro ya Kristu!
Tugire amahoro ya Kristu! (La paix du Christ soit toujours avec vous!).
[Insegnamenti GP II, 13/2, 464-471]
14. Col 3,17
15. Col 3,15